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Estudio-vida de Romanospor Witness Lee

ISBN: 0-7363-2929-3
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ESTUDIO VIDA DE ROMANOS

MENSAJE TRECE

LA ESCLAVITUD DE LA LEY
EN NUESTRA CARNE

(2)

II. LAS TRES LEYES

En el mensaje anterior vimos los dos maridos revelados en Romanos 7:1-6. En este mensaje examinaremos las tres leyes presentadas en Romanos 7:7-25. Quisiera leer cada versículo y, cuando sea necesario, hacer comentarios adicionales.

“¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? ¡De ninguna manera! Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás” (v. 7). Este versículo explica claramente que la ley nos trae el conocimiento del pecado, porque la misma pone al descubierto el pecado y lo identifica como tal.

“Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto” (v. 8). El pecado utiliza la ley, y ésta ayuda al pecado a obrar en nosotros. Por lo tanto, la ley no fue dada para ayudarnos, sino para ayudar al pecado. Sin la ley, o aparte de ella, el pecado estaría muerto.

“Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí” (v. 9). Ciertamente la ley no nos ayuda a nosotros, sino al pecado. La ley vino para revivir el pecado, para hacer que el pecado viva. Antes de que la ley viniera, el pecado estaba inactivo. Sin embargo, cuando la ley apareció, el pecado fue avivado y revivido.

“Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte” (v. 10). Aunque se suponía que la ley era para vida, finalmente, por lo que a nosotros se refiere, resultó para muerte.

“Porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató” (v. 11). El pecado es un homicida y la ley es el instrumento con el cual el pecado nos mata. Sin un instrumento asesino, sería difícil matar al hombre. El pecado, al usar la ley, primero nos engaña y luego nos mata. Puesto que sólo las personas pueden engañar y matar, debemos considerar el pecado como la personificación misma de Satanás.

“De manera que la ley es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (v. 12). No hay ningún problema con respecto a la naturaleza de la ley. La naturaleza, la esencia, de la ley es santa, justa y buena.

“¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? De ninguna manera; sino que el pecado lo fue para mostrarse pecado produciendo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso” (v. 13). Este versículo ofrece evidencia adicional de que la ley no nos beneficia para nada. Por el contrario, la ley causa que el pecado se vuelva extremadamente pecaminoso. ¿Todavía se siente usted atraído por la ley? Lo que debemos hacer es mantenernos alejados de ella.

“Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy de carne, vendido al pecado” (v. 14). La expresión vendido al pecado significa que el pecado es el comprador, el amo que nos ha comprado, y que nosotros hemos sido vendidos a él.

“Porque lo que hago, no lo admito; pues no practico lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (v. 15). La expresión no lo admito en este pasaje no significa que no tenemos conocimiento de lo que hacemos, pues ¿cómo podríamos decir que no sabemos lo que hacemos? Ciertamente lo sabemos. Este versículo quiere decir que Pablo no admitía lo que hacía. En otras palabras, aunque podemos actuar incorrectamente, no admitimos ni aprobamos lo que hacemos.

“Y si lo que no quiero, esto hago, estoy de acuerdo con que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien obra aquello, sino el pecado que mora en mí” (vs. 16-17). Pablo afirma que ya no es él quien hace lo que no desea hacer, sino que es el pecado mismo que mora en él quien obra aquello. La palabra mora no es la misma palabra griega que comúnmente se traduce “permanece”, sino otra palabra griega que significa “hace hogar”, pues la raíz del verbo significa “hogar o casa”. Por lo tanto, este versículo no quiere decir que el pecado simplemente permanece en nosotros por algún tiempo, sino que hace su hogar en nosotros. De manera que ya no somos nosotros los que hacemos el mal que no deseamos hacer, sino que el pecado que hace su hogar en nosotros es el que actúa de esta manera.

“Pues yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (v. 18). Pablo no dice que no hay nada bueno en él; lo que dice es que no hay nada bueno en su carne. Debemos poner mucha atención al calificativo usado por Pablo, a saber: “en mi carne”. Nunca diga que no hay nada bueno en usted, pues ciertamente el bien está en usted. No obstante, en su carne, es decir, en su cuerpo caído, no mora el bien. En nuestro cuerpo caído, al cual la Biblia llama “carne”, mora el pecado con todas sus concupiscencias. Así que, en nuestra carne no se halla nada bueno.

“Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso practico” (v. 19). Este versículo demuestra que sí hay algo bueno en nosotros, porque el deseo de hacer lo bueno está en nuestro ser. No obstante, somos incapaces de cumplir lo que nos proponemos.

“Mas si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que yo, queriendo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está conmigo” (vs. 20-21). El versículo 21 menciona la ley que opera siempre que deseamos hacer el bien. Esta ley es maligna, pues siempre que intentamos hacer el bien, el mal está presente en nosotros. En este versículo la palabra griega traducida “el mal” denota aquello que es maligno en carácter.

“Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que está en guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (vs. 22-23). El versículo 22 menciona la ley de Dios en la cual Pablo se deleitaba según el hombre interior. Podemos nombrar a ésta como la ley número uno. En el versículo 23 Pablo se refiere a la ley de la mente, la ley que podemos llamar la ley número dos. Puesto que esta ley es la ley de la mente, y siendo la mente una parte del alma, entendemos que hay una ley en nuestra alma. El versículo 23 también menciona lo que Pablo llama “otra ley en mis miembros”. Ya que esta ley está en nuestros miembros, los cuales son parte de nuestra carne o cuerpo caído, podemos ver que en nuestra carne hay otra ley. Esta ley, la ley número tres, está en guerra contra la ley de nuestra mente. En 7:23 encontramos dos leyes combatiendo una contra la otra. Pablo dice que esta “otra ley en mis miembros” nos lleva cautivos a la ley del pecado. Esta “ley del pecado que está en mis miembros” equivale a la “otra ley en mis miembros” que se menciona al principio de este versículo. Ésta es la tercera ley. Así que en este versículo hallamos dos leyes: una buena ley que está en nuestra mente, y otra, una ley maligna, que reside en nuestros miembros.

“¡Miserable de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?” (v. 24). ¿Por qué nuestro cuerpo es denominado el cuerpo de esta muerte? Porque en nuestro cuerpo se halla la ley del mal que combate contra la ley del bien, en nuestra alma. La ley maligna hace de nuestro cuerpo “el cuerpo de esta muerte”. ¿Qué es esta muerte? Esta muerte consiste en ser derrotados y en ser llevados cautivos por la ley del pecado en nuestro cuerpo.

“Gracias sean dadas a Dios, por medio de Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (v. 25). Este versículo nos da la respuesta a la pregunta planteada en el versículo anterior. Según el versículo 25 el ser liberado del cuerpo de muerte se logra por medio de Jesucristo nuestro Señor. En este versículo Pablo nos dice que él se esforzaba para servir a la ley de Dios como esclavo, no en su espíritu por medio del Señor Jesús, sino con su mente y por sí mismo. Y también nos dice que con su carne servía a la ley del pecado.

En resumen, en 7:7-25 se habla de tres leyes, y podemos ver en dónde se localizan.


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