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Estudio-vida de Levíticopor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6571-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Capítulo 11 de 64 Sección 1 de 2

ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO

MENSAJE ONCE

LA OFRENDA DE HARINA:
EL CRISTO QUE SATISFACE AL PUEBLO DE DIOS
Y QUE ÉSTE DISFRUTA JUNTAMENTE CON DIOS

(1)

Lectura bíblica: Lv. 2:1

En este mensaje empezaremos a considerar el capítulo 2 de Levítico, el cual trata sobre la ofrenda de harina.

I. LA RELACIÓN QUE EXISTE ENTRE
LA OFRENDA DE HARINA Y EL HOLOCAUSTO

Es importante entender la relación que existe entre la ofrenda de harina y el holocausto.

A. El énfasis del holocausto recae en que Cristo
lleva una vida de absoluta entrega a Dios,
y el énfasis de la ofrenda de harina recae
en el vivir humano de Cristo y Su andar diario

El énfasis del holocausto recae en que Cristo llevó una vida de absoluta entrega a Dios, incluso hasta la muerte, lo cual implica Su vivir pero enfatiza Su muerte. El énfasis de la ofrenda de harina recae en el vivir humano de Cristo y Su andar diario, lo cual implica Su muerte pero enfatiza Su vivir.

B. El holocausto recalca
que Cristo es la justicia de Dios,
y la ofrenda de harina recalca
que Cristo es justo delante de Dios

El holocausto recalca que Cristo es la justicia, esto es, la justicia de Dios. La ofrenda de harina recalca que Cristo es justo, esto es, justo delante de Dios. En el holocausto vemos a Cristo como justicia, pues el holocausto indica que Cristo es la justicia de Dios. La ofrenda de harina indica que Cristo es justo.

Debemos diferenciar entre justicia (sustantivo) y justo (adjetivo). Podemos decir que Cristo es la justicia misma, y podemos decir también que Él es justo. El mismo principio se aplica con relación a las palabras pecado (sustantivo) y pecaminoso (adjetivo). Por una parte, podemos decir que somos pecado, que somos la totalidad del pecado mismo; y por otra, podemos decir que somos pecaminosos.

Cuando Cristo murió en la cruz, Él fue hecho pecado (2 Co. 5:21). Aquel que murió en la cruz no era simplemente una persona, Jesucristo, sino una persona hecha pecado en su totalidad. Al ser hecho pecado, Él quitó el pecado de la humanidad (Jn. 1:29), y el pecado, el cual es personificado, fue condenado (Ro. 8:3). Esto se refiere a Cristo como ofrenda por el pecado.

Cristo es también la ofrenda por las transgresiones. La ofrenda por las transgresiones no se refiere al Cristo que fue hecho pecado por nosotros, sino al Cristo que llevó nuestros pecados (1 P. 2:24; He. 9:28). Por un lado, como ofrenda por el pecado, Cristo fue hecho pecado; por otro, como ofrenda por las transgresiones, Él llevó nuestros pecados.

Debemos darnos cuenta de que como personas caídas, no simplemente somos pecaminosos, sino que somos pecado. A menudo, cuando me arrodillo delante del Señor, le oro diciendo: “Señor, no sólo soy pecaminoso; soy el pecado mismo. No soy más que pecado”.

En el holocausto vemos a Cristo, la justicia de Dios, y en la ofrenda de harina vemos al Cristo justo, Aquel que es justo en todo sentido. Por ser la justicia de Dios, Cristo puede satisfacer a Dios y ser un aroma que le satisface. Sólo Cristo puede satisfacer por completo a Dios.

Nosotros también debemos ser la justicia de Dios, agradando a Dios al punto de ser un aroma que le satisface. Pero, ¿cómo podemos ser esta clase de persona? A los ojos de Dios nosotros no somos justicia, sino pecado. ¿Cómo podemos ser holocaustos para Dios? ¿Cómo nosotros, siendo pecado, podemos ser justicia? En nosotros mismos esto es imposible, pero es posible si experimentamos a Cristo en Sus experiencias.

En los primeros años de mi ministerio, los hermanos y hermanas recién casados que tenían problemas con su mal genio, a menudo me preguntaban cómo podían ser un buen esposo o una buena esposa. No querían enojarse, pero a pesar de todos sus esfuerzos, fracasaban. Ellos querían que les dijera cómo podían vencer su mal genio. Como llevaba poco tiempo en el ministerio, todavía no había visto la visión de vivir a Cristo. Debido a que me hacía falta visión y aún influían en mí ciertos libros que había leído acerca de cómo vivir la vida cristiana, les decía que debían amar al Señor, orar mucho y memorizar versículos de la Biblia. Ellos aceptaron mi consejo e intentaron seguirlo, pero no les funcionó, y el resultado de ello fue el fracaso. Ellos decidían no volverse a enojar, pero al cabo de poco tiempo fracasaban y se volvían a enojar. Su experiencia, al igual que la mía, era similar a la de Pablo en Romanos 7: “El querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso practico” (vs. 18b-19). Si hoy se me pidiera ayudar a los santos a vencer su mal genio, les diría: “Deben darse cuenta de que ustedes son el enojo mismo. ¿Cómo, entonces, creen que pueden evitar enojarse? La única manera de vencer el enojo es que vivan a otra persona, a Aquel que no es enojo, sino la justicia de Dios”.

Aparte de Cristo, no existe la justicia. Él es la justicia en este universo. Si no lo tenemos a Él, no tenemos justicia. Pablo, refiriéndose a los judíos, dice: “Ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios” (Ro. 10:3). Aquellos que procuran establecer justicia aparte de Cristo, jamás la encontrarán. Como holocausto, Él es la propia justicia de Dios, y como ofrenda de harina, Él es la persona más justa. Él es fino, perfecto, completo y justo en todo sentido.


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