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Estudio-vida de 1, 2 y 3 Juan, Judaspor Witness Lee

ISBN: 0-7363-3089-5
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Actualmente disponible en: Capítulo 7 de 49 Sección 1 de 3

ESTUDIO-VIDA DE 1 JUAN

MENSAJE SIETE

LOS REQUISITOS CORRESPONDIENTES
A LA COMUNIÓN DIVINA

(2)

Lectura bíblica: 1 Jn. 1:5-7

En el mensaje anterior señalamos que la relación de vida que los creyentes tienen con Dios es inquebrantable, pero que su comunión con Él puede verse interrumpida. Lo primero es incondicional y fue establecido una vez y para siempre, pero lo segundo es condicional y puede fluctuar. Prosigamos ahora en este mensaje a examinar el primer requisito que debemos cumplir para mantener activa la comunión divina: confesar los pecados (1:5—2:2).

PERMANECER EN DIOS, QUIEN ES LUZ

En 1:5 Juan dice: “Y éste es el mensaje que hemos oído de Él, y os anunciamos: Dios es luz, y en Él no hay ningunas tinieblas”. Este versículo nos habla de Dios. Si nosotros hemos de mantener nuestra comunión con Dios, es preciso que permanezcamos en Él. Hemos visto que esta epístola contiene siete misterios: la vida divina, la comunión de la vida divina, la unción del Dios Triuno, permanecer en el Señor, el nacimiento divino, la simiente divina, y el agua, la sangre y el Espíritu. El tema que ahora deseamos tratar es el misterio de permanecer. En el Evangelio de Juan, el Señor Jesús dijo: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (15:4). Ya que Él es la vid y nosotros los pámpanos, tenemos que permanecer en Él. Esta revelación en cuanto a permanecer es un asunto sumamente importante y crucial. Todos tenemos que permanecer en Dios.

Ahora bien, ¿qué significa permanecer en Dios? Hace muchos años yo pensaba que permanecer simplemente significaba quedarse y continuar en cierto lugar. La versión china de la Biblia usa la palabra morar, una traducción que refleja mejor el griego. Aunque la palabra permanecerabide en la versión King James— originalmente conllevaba el sentido de morar, esta connotación hoy se ha perdido casi por completo y el significado principal de dicha palabra es quedarse y continuar en cierto lugar. Por lo tanto, permanecer en Dios significa morar en Él. No sólo debemos quedarnos en Dios, sino que debemos morar en Él. Esto significa que debemos vivir, actuar, movernos y tener nuestro ser en Dios.

Este pensamiento concuerda con lo que comunica la palabra andamos del versículo 7, donde se nos exhorta a andar en luz. La palabra griega traducida “andamos” significa “movernos, actuar y tener nuestro ser”. Al permanecer en Dios, debemos morar en Él y tener nuestro ser en Él. Dios es nuestra verdadera morada, nuestro hogar. Por consiguiente, adondequiera que Dios vaya, debemos ir con Él y en Él. Ya que Dios es nuestra morada, debemos morar en Él.

No solamente debemos conocer quién es Dios, sino también qué es Dios. En 1 Juan 1:5 se nos dice que Dios es luz y que en Él no hay ningunas tinieblas. El propio Dios en quien moramos es luz. El primer aspecto del primer requisito que debemos cumplir para mantenernos en comunión con Dios es morar en Dios, quien es luz. Cuando la casa donde moramos está llena de luz, nosotros también estamos en luz, y no en tinieblas. Asimismo, cuando moramos en Dios, moramos en luz, porque Dios es luz.

Si no moramos en Dios, nuestra comunión con Él de inmediato se interrumpirá. Cada vez que no moramos en Dios, nos encontramos fuera de la comunión divina. Sin embargo, esto no hace nula la relación de vida que tenemos con Dios. Por ejemplo, sin importar si un hijo se porta bien o mal, la relación de vida que él tiene con su padre permanece igual. Asimismo, ya sea que él viva con sus padres en casa o se escape del hogar, la relación de vida que él tiene con su padre permanecerá intacta. No obstante, es posible que el muchacho no se mantenga en comunión con su padre. Quizás en ocasiones no quiera estar con su padre ni hablar cara a cara con él. Esto se debe a que, pese a que la relación de vida entre ellos permanece igual, la comunión se ha interrumpido. La relación de vida que tenemos con Dios jamás puede ser interrumpida; pero nuestra comunión con Él puede interrumpirse si no permanecemos en Él, quien es la luz divina.

Hemos señalado que el Espíritu es la naturaleza de la persona de Dios, que el amor es la naturaleza de la esencia de Dios, y que la luz es la naturaleza de la expresión de Dios. La luz, por consiguiente, es la expresión de Dios; es el resplandor de Dios. De manera que, cuando moramos en Dios, quien es Aquel que resplandece, estamos en luz.

En 1:5 Juan dice que en Dios no hay ningunas tinieblas. Tal como la luz es la naturaleza de Dios en Su expresión, del mismo modo las tinieblas son la naturaleza de Satanás en sus obras malignas (3:8). Damos gracias a Dios por habernos librado de las tinieblas satánicas y trasladado a la luz divina (Hch. 26:18; 1 P. 2:9). La luz divina es la vida divina en el Hijo, la cual opera en nosotros. Esta luz resplandece en las tinieblas que hay en nuestro interior, y las tinieblas no pueden prevalecer contra ella (Jn. 1:4-5). Si seguimos esta luz, no podremos andar en tinieblas (8:12), las cuales, según el contexto (1 Jn. 1:7-10), se refieren a las tinieblas del pecado.


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