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Estudio-vida de 1, 2 y 3 Juan, Judaspor Witness Lee

ISBN: 0-7363-3089-5
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Actualmente disponible en: Capítulo 5 de 49 Sección 1 de 4

ESTUDIO-VIDA DE 1 JUAN

MENSAJE CINCO

LA COMUNIÓN DE LA VIDA DIVINA

Lectura bíblica: 1 Jn. 1:3-7

En algunos de los mensajes anteriores consideramos el primero de los asuntos básicos de esta epístola: la vida divina. Ahora llegamos al segundo asunto básico: la comunión de la vida divina. De hecho, la comunión de la vida divina constituye el tema de toda la Epístola de 1 Juan. En el Evangelio de Juan se nos revela a Jesucristo como la vida divina que podemos recibir. Cuando creemos en Él, Él entra en nosotros y nosotros le recibimos como vida en nuestro interior. Luego, esta epístola, como continuación del Evangelio de Juan, nos muestra que después que hemos recibido la vida divina podemos disfrutar de la comunión de la vida divina, lo cual es producto de la vida divina. La comunión de la vida divina constituye el verdadero disfrute de la vida divina. En otras palabras, si hemos de experimentar la vida divina, es preciso que prestemos toda nuestra atención a la comunión de esta vida.

En 1 Juan 1:3, Juan dice: “Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo”. En el versículo 1 primero se menciona “hemos oído”, y luego, “hemos visto”; pero aquí se invierte el orden. Para recibir revelación, lo más importante es oír; pero para predicar, para anunciar, lo más crucial es ver. Lo que predicamos debe ser lo que hayamos comprendido y experimentado de lo que hemos oído.

Los apóstoles habían oído y visto la vida eterna, y luego la anunciaron a los creyentes a fin de que ellos también la oyeran y la vieran. En virtud de la vida eterna, los apóstoles habían disfrutado de la comunión con el Padre y con Su Hijo, el Señor Jesús. Ahora, el deseo de ellos era que los creyentes también disfrutaran de esa comunión.

EL PRODUCTO Y EL FLUIR
DE LA VIDA DIVINA

La palabra griega koinonía, la cual es traducida “comunión”, significa “participación mutua” o “común participación”. La comunión es producto de la vida eterna y, de hecho, es el fluir de dicha vida dentro de todos los creyentes, aquellos que han recibido y ahora poseen la vida divina. Está representada por el fluir del agua de vida en la Nueva Jerusalén (Ap. 22:1). Todos los verdaderos creyentes son partícipes de esta comunión (Hch. 2:42), y el Espíritu hace que ésta se mantenga activa en nuestro espíritu regenerado. De ahí que sea llamada “la comunión del Espíritu Santo” (2 Co. 13:14) y “la comunión de [nuestro] espíritu” (Fil. 2:1). Es en la comunión de la vida eterna que nosotros, los creyentes, participamos de todo lo que el Padre y el Hijo son y de todo lo que han hecho a nuestro favor, es decir, disfrutamos del amor del Padre y de la gracia del Hijo en virtud de la comunión del Espíritu. Tal comunión fue primero la porción de los apóstoles en la cual ellos disfrutaban al Padre y al Hijo por medio del Espíritu. De ahí que también sea llamada “la comunión de los apóstoles” (Hch. 2:42) y, en 1 Juan 1:3, “nuestra comunión [‘nuestra’ en referencia a los apóstoles]”, una comunión con el Padre y con Su Hijo Jesucristo. Esto es un misterio divino. Esta misteriosa comunión de la vida eterna debe ser considerada el tema de esta epístola.

La comunión es una común participación, una participación mutua. Por lo tanto, tener comunión es participar corporativamente de algo. La comunión de la vida divina es producto de la vida divina y el fluir de dicha vida. Puesto que la vida divina es orgánica, rica, se mueve continuamente y está activa, ella redunda en algo particular, es decir, tiene un resultado específico. El producto o resultado de la vida divina es la comunión de la vida.

La comunión de la vida divina se muestra claramente en Apocalipsis 22:1. En este versículo vemos que en la Nueva Jerusalén el río de agua de vida fluye del trono de Dios y del Cordero. El trono de Dios y del Cordero es el trono del Dios redentor, del Dios-Cordero. En Génesis 1:1 se menciona solamente a Dios, pero en Apocalipsis 22:1 se nos habla de Dios y del Cordero. En Génesis tenemos al Dios creador, pero en Apocalipsis tenemos al Dios redentor. De este Dios redentor, quien es la fuente, fluye el río de agua de vida. El fluir del río de agua de vida es la comunión de la vida divina. Esto significa que la comunión es el fluir de la vida divina, el fluir que procede del Dios redentor.

Según el cuadro descrito en Apocalipsis, el río que está en la Nueva Jerusalén fluye en espiral, desde arriba para abajo, hasta alcanzar las doce puertas de la ciudad. Con esto vemos que la Nueva Jerusalén en su totalidad es abastecida por el fluir de esta agua viva, esto es, por la comunión de la vida divina. La comunión de la vida divina fluye de Dios y a través de Su pueblo, hasta alcanzar cada parte del Cuerpo de Cristo, cuya consumación será la Nueva Jerusalén.


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