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Estudio-vida de 1, 2 y 3 Juan, Judaspor Witness Lee

ISBN: 0-7363-3089-5
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Actualmente disponible en: Capítulo 8 de 49 Sección 1 de 4

ESTUDIO-VIDA DE 1 JUAN

MENSAJE OCHO

LOS REQUISITOS CORRESPONDIENTES
A LA COMUNIÓN DIVINA

(3)

Lectura bíblica: 1 Jn. 1:5-7

Hemos visto que la relación de vida que los creyentes tienen con Dios es inquebrantable, pero que su comunión con Dios sí puede verse interrumpida. Esto significa que nuestra relación de vida con Dios es incondicional, mientras que nuestra comunión con Dios está sujeta a ciertas condiciones. La primera condición o requisito necesario que debemos cumplir para permanecer en la comunión divina es confesar nuestros pecados (1:5—2:22). Con este primer requisito están relacionados asuntos tales como permanecer en el Dios que es luz, andar en la luz divina y practicar la verdad divina. En este mensaje proseguiremos a hablar del tema de ser limpios por la sangre de Jesús, el Hijo de Dios.

LIMPIOS POR LA SANGRE DE JESÚS

En 1:7 el apóstol Juan dice: “Pero si andamos en luz como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado”. En este versículo vemos que nosotros andamos en luz, y que, en contraste con esto, Dios mismo está en la luz, puesto que Él es luz. Cuando andamos en luz, la cual es Dios mismo, conjuntamente disfrutamos al Dios Triuno y participamos en Su propósito.

Cuando vivimos en la luz divina, estamos bajo dicha iluminación, la cual, en conformidad con la naturaleza divina de Dios que está en nosotros y mediante ella, expone todos nuestros pecados, transgresiones, fracasos y defectos, los cuales son contrarios a Su luz pura, a Su amor perfecto, a Su santidad absoluta y a Su justicia sobresaliente. Es entonces cuando en nuestra conciencia iluminada sentimos la necesidad de ser lavados por la sangre redentora del Señor Jesús, la cual limpia nuestra conciencia de todo pecado, a fin de que pueda mantenerse activa nuestra comunión con Dios y unos con otros. Aunque nuestra relación con Dios es inquebrantable, nuestra comunión con Él puede ser interrumpida. La primera depende de la vida, mientras que la segunda depende de nuestra conducta, aunque también está relacionada con la vida. Una es incondicional, mientras que la otra es condicional. La comunión que tenemos con Dios, la cual es condicional, requiere el lavamiento constante de la sangre del Señor para mantenerse activa.

En el versículo 7 Juan dice que la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado. El tiempo del verbo limpia en griego está en presente y denota una acción continua, lo cual indica que la sangre de Jesús el Hijo de Dios nos lava todo el tiempo, nos limpia continua y constantemente. Este lavamiento se refiere al lavamiento que la sangre del Señor efectúa en nuestra conciencia en un momento particular. Ante Dios, la sangre redentora del Señor nos limpió de una vez y por la eternidad (He. 9:12, 14), y la eficacia de dicho lavamiento perdura para siempre ante Dios, de tal modo que no es necesario repetirlo. Sin embargo, una y otra vez, cuando nuestra conciencia es iluminada por la luz divina en nuestra comunión con Dios, necesitamos aplicarle, en ese mismo momento, el lavamiento constante de la sangre del Señor. Esta clase de lavamiento es tipificada por la purificación efectuada con el agua para la impureza que estaba mezclada con las cenizas de la vaca (Nm. 19:2-10).

En el versículo 7 Juan dice específicamente que la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado. El Nuevo Testamento habla del pecado y también de los pecados. Por lo general, la palabra pecado se refiere al pecado que mora en nosotros, de lo cual nos habla Romanos 5:12—8:13, mientras que la palabra pecados se refiere a los hechos pecaminosos, a los frutos que produce el pecado que mora en nosotros, los cuales son expuestos en Romanos 1:18—5:11. Sin embargo, en 1:7 la palabra pecado, en singular, acompañada del adjetivo todo, no se refiere al pecado que mora en nosotros, sino a cada uno de los pecados que cometemos después de ser regenerados. Cada uno de estos pecados contamina nuestra conciencia ya purificada, y debe ser limpiado por medio de la sangre de Jesús en nuestra comunión con Dios.

Cuando estamos en la comunión divina, estamos en la luz, y cuando estamos en la luz, ésta revela nuestra condición. La luz divina es mucho más potente que los rayos X. Esta luz expone todo lo que está mal en nuestro ser. Mientras andamos en la luz y practicamos la verdad en la luz, la luz resplandece en nosotros, sobre nosotros y a través de nosotros. Cuando este resplandor descubre nuestra condición, nos damos cuenta de que estamos mal en muchos aspectos. Vemos que estamos mal con respecto a nuestros pensamientos, emociones, motivos e intenciones. Vemos también que estamos mal en nuestra relación con ciertos hermanos y hermanas. Al quedar al descubierto de esta manera, nuestra conciencia cae en condenación. Para erradicar este sentimiento de condenación de nuestra conciencia, necesitamos el lavamiento de la sangre del Señor. Cuando estamos en comunión y bajo la luz es cuando vemos nuestros fracasos, errores, malas acciones, motivos impuros y malas intenciones. Sin embargo, también en ese mismo momento, la sangre del Señor Jesús nos limpia de todo pecado. Como ya hemos señalado, el tiempo del verbo griego traducido “limpia” indica que cuando andamos en luz y estamos en comunión con Dios y unos con otros, la sangre de Jesús nos limpia constante y continuamente.


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