Información del libro

Estudio-vida de Josué, Jueces y Rutpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6224-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Josué 7 de 15 Capítulo 7 de 33 Sección 1 de 2

ESTUDIO-VIDA DE JOSUÉ

MENSAJE SIETE

LA DESTRUCCIÓN DE JERICÓ

Lectura bíblica: Jos. 6

Josué 6 relata la primera batalla librada por Israel en Canaán así como la destrucción que causaron. A fin de ganar la buena tierra, los hijos de Israel tenían que derrotar a su enemigo y expulsar a las fuerzas malignas. No obstante, no era necesario que los hijos de Israel lucharan. Cuando ellos cruzaron el Jordán, Dios fue quien lo hizo todo. Bajo el mismo principio, tampoco fue necesario que el pueblo de Dios luchara para destruir a Jericó. Únicamente debían creer en Dios y confiar en Él, escuchar las instrucciones provenientes del Capitán del ejército de Israel y exaltar a Cristo portando el Arca. Esto nos muestra que en la guerra espiritual, lo primero que debemos hacer es exaltar a Cristo.

Jericó estaba fuertemente fortificada. Pero cuando el rey escuchó acerca de lo que Jehová había hecho por Su pueblo, se derritió su corazón y no hubo más espíritu ni valentía en él. Al no saber qué hacer, cerró las puertas de la ciudad y se valió de los muros de la ciudad para protegerse él mismo y a su pueblo consigo. Cesó todo tráfico, de modo que nadie entraba en la ciudad ni salía de ella. Esto indica que las potestades de las tinieblas habían sido atadas, que las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes habían sido verdaderamente atadas. El rey puso su confianza en el muro, pues sabía que los israelitas no poseían las armas necesarias para derribarlo. Aunque los israelitas habían cruzado el río Jordán, el rey pensaba que ellos no podían traspasar el muro de la ciudad. Él no había pensado en lo que Dios podía hacer. Para Dios, era muy fácil destruir el muro.

En el versículo 2, Jehová le dijo a Josué que Él había entregado en sus manos a Jericó, a su rey y a sus valientes guerreros. Después, Dios dio instrucciones a Josué para que los hombres de guerra con los sacerdotes que portaban el Arca rodeasen la ciudad, yendo alrededor de ella una vez. Ellos debían hacer esto durante seis días. A otros siete sacerdotes se les encargó llevar siete trompetas de cuernos de carnero delante del Arca de Jehová. Los sacerdotes no tocarían las trompetas conforme a su propia voluntad; más bien, debían esperar que el capitán les diera la orden. Todos ellos requerían de ciertas instrucciones y dirección, tal como nosotros hoy en día necesitamos ser dirigidos y guiados por el Espíritu.

Durante los primeros seis días, el ejército de Israel simplemente anduvo alrededor de la ciudad con el Arca, que tipifica a Cristo como corporificación de Dios. Creo que gran parte del pueblo de Jericó estaba apostado en el muro observando, preguntándose qué era lo que el pueblo de Israel hacía. En el séptimo día, el Sábado, la situación fue diferente. En realidad, Israel no tuvo que luchar, sino que disfrutó del sábado, es decir, disfrutó del reposo. Ellos marcharon alrededor de la ciudad siete veces y, entonces, el capitán visible dio la orden: “¡Gritad!”. Los sacerdotes tocaron las trompetas, el pueblo gritó, y el muro se desplomó. La ciudad fue completamente destruida, y se pronunció una maldición sobre cualquiera que se levantara para reedificar Jericó. La manera en que Israel conquistó Jericó constituyó un testimonio prevaleciente de que el Dios de Israel, Jehová, es el Dios vivo y verdadero.

Podemos aplicar este relato de la destrucción de Jericó al asunto de la predicación del evangelio. Al tomar la carga de visitar a los pecadores, debemos percatarnos de que cada pecador es “una ciudad fortificada” que se encuentra bajo maldición. Al enfrentarnos ante tal ciudad fortificada, tenemos que ser pacientes, considerando cuándo debemos guardar silencio y cuándo debemos hablar. Esto quiere decir que debemos ser guiados por el Señor. En el momento correcto, la declaración apropiada será muy eficaz y habrá un día Sábado en el que podremos gritar: “¡Alabado sea el Señor! ¡Jesús es el Señor! ¡Cristo es victorioso!”. El “muro” se desplomará, y podremos derrotar a todos los demonios y tomar posesión de ese pecador para Cristo.

Consideremos ahora los diversos temas involucrados en la destrucción de Jericó, tal como se describe en Josué 6.


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