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Estudio-vida de Hebreospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3845-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

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ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS

MENSAJE TREINTA Y TRES

UN DIVINO SUMO SACERDOTE QUE ES VIVIENTE
Y CAPAZ DE SALVARNOS

I. UN DIVINO SUMO SACERDOTE

Hebreos 7 es un capítulo acerca del sacerdocio de Cristo, y en él se revelan dos aspectos de Su sacerdocio. El primer aspecto es el sacerdocio real, y el segundo, es el sacerdocio divino. Como vimos en el mensaje anterior, Cristo es un sacerdote real. Su rango es real, es decir, perteneciente a la realeza. Aunque es Sumo Sacerdote, Él no desciende de la tribu de los sacerdotes, sino de la tribu de los reyes, esto es, de la tribu de Judá. Él pertenece a la realeza, lo cual lo constituye un Sacerdote real.

La realeza se relaciona tanto con la justicia como con la paz, porque implica gobierno o autoridad. A fin de que se mantenga la justicia y la paz, se requiere la autoridad. Si Cristo ha de ministrarnos al Dios procesado como nuestro pan y nuestro vino, es imprescindible que haya un ambiente de justicia y paz. Cada vez que nos acerquemos a la mesa del Señor, debemos tener la profunda sensación de que estamos en un ámbito de justicia y paz. Si, p or el contrario, peleamos continuamente unos con otros, en dado caso no habrá justicia ni paz, ni recibiremos la suministración de pan y vino. Para que el Dios procesado nos sea ministrado como nuestro disfrute, debemos tener una buena relación con Dios y con los demás. Cuando todo esté en armonía, habrá paz y en este ambiente de paz, Cristo nos ministrará al Dios procesado. La justicia y la paz proceden de Su realeza, ya que cuando el Rey está presente nadie se atreve a pelear. Todo está en calma. La realeza de Cristo conserva un orden de justicia y paz. Su condición de Rey tiene como fin mantener este orden de justicia y paz.

El segundo aspecto del sacerdocio de Cristo revelado en Hebreos 7 es el sacerdocio divino. La realeza de Cristo tiene que ver con Su condición, mientras que Su divinidad se relaciona con Su constitución, es decir, con el elemento constitutivo básico que lo hace Sumo Sacerdote. El hecho de que Cristo tenga divinidad tiene que ver con Su naturaleza. Cristo es rey según el estatus de Su realeza, y divino según Su naturaleza divina. Él es real debido a que es Rey, y divino debido a que es el Hijo de Dios. Cristo, el Hijo de Dios, no sólo posee realeza, sino también divinidad. Su realeza garantiza un ambiente de justicia y paz en el que Él puede ministrarnos al Dios procesado como nuestro deleite, mientras que Su divinidad le constituye un Sumo Sacerdote viviente y lleno de vida para que pueda ejercer Su sacerdocio perpetuamente.

La divinidad es la naturaleza y la vida de Cristo. Por ser tal persona divina, llena de divinidad, Él es el Viviente. En Cristo como el Sumo Sacerdote real no hay injusticia ni contiendas, sino justicia y paz. En Él como Sumo Sacerdote divino no existe la muerte. Él ha conquistado, subyugado y sorbido la muerte. ¿Por qué decimos que en nuestro Sumo Sacerdote divino no existe la muerte? Porque Él es vida. Cristo es divino. La divinidad es Su misma esencia, naturaleza, elemento y constitución. Su condición de realeza resuelve todos los problemas y mantiene una atmósfera apacible. Pero Él no sólo es real o regio, sino también divino. Puesto que Cristo es divino, dondequiera que Él está, no puede haber muerte. Dondequiera que Él está, se halla la resurrección y la muerte es sorbida. Donde Cristo está, la muerte está ausente. Donde se ejerce el sacerdocio de Cristo no puede existir la muerte. ¿Había oído usted que donde se ejerce el sacerdocio de Cristo no puede haber muerte? La luz es la ausencia de tinieblas, porque donde la luz está presente, las tinieblas están ausentes. Del mismo modo, la presencia de Cristo significa la ausencia de la muerte.

¿Por qué donde está la presencia de Cristo no puede haber muerte? Porque Él es divino. La divinidad es el elemento constitutivo de Su sacerdocio. Su sacerdocio está constituido de Su divinidad. Así como una mesa está hecha de madera, del mismo modo la divinidad es el elemento constitutivo de Cristo como Sumo Sacerdote. Cuando Su ministerio viene, la muerte desaparece. Por un lado, el sacerdocio de Cristo es la ausencia de la muerte y, por otro, es la presencia de la vida. Por consiguiente, el sacerdocio de Cristo es la ausencia de la muerte y la presencia de la vida. Como Sumo Sacerdote real, Cristo nos ministra al Dios procesado, y como Sumo Sacerdote divino, dondequiera que Él está, la vida está presente. Su sacerdocio es la presencia de la vida.

¿Había notado alguna vez los dos aspectos del sacerdocio de Cristo presentados en este capítulo, el aspecto real y el aspecto divino? Tal vez usted se pregunte cómo podemos demostrar que existen estos dos aspectos. Es muy sencillo. En 7:2 tenemos al Rey de justicia y al Rey de paz, y en 7:28 tenemos “al Hijo, hecho perfecto para siempre”. El Hijo de Dios fue designado como Sumo Sacerdote, y el Hijo de Dios es ciertamente divino. Es por eso que al principio de este capítulo tenemos al Rey, y al final tenemos al Hijo de Dios. Aunque estudié por mucho tiempo en este capítulo, nunca logré comprenderlo hasta que un día descubrí las palabras real y divino. Cuando descubrí que la primera parte trata del aspecto real y la segunda del aspecto divino, pude entender claramente el contenido de este capítulo.

Este maravilloso Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec no fue designado “conforme a la ley del mandamiento carnal, sino según el poder de una vida indestructible” (v. 16), pues “nada perfeccionó la ley” (v. 19). Ya que la ley no pudo perfeccionar nada, debemos decirle: “Ley, tú no eres nada. Nunca has beneficiado a nadie. Ley, apártate de mí”. Nuestro Sumo Sacerdote no fue designado conforme a la ley, sino según el poder de una vida indestructible. ¿Quién es Él? Él es el Hijo de Dios. Así que también podemos decir a la ley: “Querida ley, ¿acaso puedes compararte con el Hijo de Dios? Me tuviste engañado por tantos años, haciéndome pensar que valías algo cuando en realidad no vales nada. Pero ahora, ¡tengo la vida!”. Tenemos la vida del Señor, la vida que es el propio Hijo de Dios.

La persona del Hijo de Dios no es tan sencilla, pues comprende dos aspectos. La mayoría de los cristianos solamente saben que el Hijo de Dios es el Hijo unigénito, pero la Biblia también nos dice que Él es el Hijo primogénito. Conforme al primer aspecto Él es el Hijo unigénito, y conforme al segundo aspecto Él es el Hijo primogénito. El Hijo unigénito, quien ha existido desde la eternidad pasada, únicamente poseía divinidad. Pero el Hijo primogénito quien, según Salmos 2 y Hechos 13:33, nació como tal en el día de la resurrección, posee tanto divinidad como humanidad. El día de la resurrección el hombre Jesús nació como Hijo de Dios. Esto no tiene que ver con el hecho de que Él sea el Hijo Unigénito, sino con el hecho de que Él es el Hijo Primogénito.

No piense que esto es meramente una cuestión doctrinal. Más bien, esto tiene que ver con las características que constituyen a Cristo Sumo Sacerdote. Aunque el Hijo unigénito era maravilloso, Él sólo poseía divinidad pero no humanidad, de la cual requería para ser el Sumo Sacerdote. El versículo 28 dice que el Hijo de Dios fue hecho perfecto para siempre, lo cual demuestra que el Hijo de Dios mencionado aquí no es solamente el Hijo Unigénito, sino también el Hijo Primogénito. El Hijo unigénito de Dios no requería ser perfeccionado puesto que Él ya era eternamente perfecto. No obstante, para ser el Hijo primogénito de Dios, Él requería de mucho perfeccionamiento. En primer lugar, en la encarnación Él tuvo que vestirse de humanidad y luego vivir sobre la tierra por treinta y tres años y medio, para pasar por todas las experiencias de la vida humana. Después de esto tuvo que pasar por la muerte; Él gustó dicha muerte y la venció, la subyugó y la sorbió. Luego Él tenía que salir de la muerte en resurrección. De este modo, después de resucitar, Él, como Hijo primogénito de Dios con humanidad, fue plenamente perfeccionado. Ahora, Él no es solamente el eterno unigénito Hijo de Dios, sino también el perfeccionado primogénito Hijo de Dios. Por consiguiente, Él ha sido completamente perfeccionado, equipado y hecho apto para ser nuestro divino Sumo Sacerdote.

¿Cómo Cristo llegó a ser tal Sumo Sacerdote? En la manera de tener Su divinidad encarnada en la humanidad, al vivir en la tierra, al entrar en la muerte y al salir de la misma en resurrección. ¿Quién es Él ahora? Él es el Hijo de Dios en dos aspectos: el Hijo unigénito y el Hijo primogénito. Ahora Él es humano y también divino. Después de haber pasado por encarnación, vivir humano, muerte y resurrección, Él ahora está plenamente equipado y capacitado para ejercer el sacerdocio divino. Este Sumo Sacerdote no sólo está exento de mundanalidad y pecado, sino que en Él no hay absolutamente nada de muerte. La muerte ha sido completamente tragada por Su vida divina.

Cristo vive para siempre. La muerte no pudo impedirle que continuase como Sumo Sacerdote. Todos los sacerdotes levíticos vivían hasta cierta edad y luego morían. La muerte les impedía continuar su servicio sacerdotal. Después de que el primer sumo sacerdote hubo muerto, fue reemplazado por un segundo, quien a su vez, fue reemplazado por un tercero, debido a que la muerte les impedía continuar su oficio como sumos sacerdotes. Además, tales sacerdotes eran incapaces de salvar a otros; de hecho, ni siquiera podían salvarse a sí mismos. Todos ellos eran un caso perdido. En cambio, el sacerdocio de Cristo es diferente. Mientras que el sacerdocio aarónico estaba todavía sujeto a la muerte, en el sacerdocio según el orden de Melquisedec, es la ausencia de la muerte, puesto que está constituido del elemento de la vida divina. La vida de la cual este sacerdocio está constituido, es una vida que pasó por la muerte y la sorbió. Por tanto, se trata de una vida indestructible. ¿Cómo sabemos que esta vida es indestructible? Porque fue puesta a prueba por todos y en todo tipo de ambientes. Fue probada por la madre del Señor en la carne, por todos los miembros de Su familia carnal, por todos los sufrimientos de Su vida humana y por todas las tentaciones de Satanás, el diablo. Finalmente, pasó por la prueba de la muerte, la tumba, el Hades y el poder de las tinieblas. Esta vida fue probada en todo, y nada pudo destruirla; por ende, es absolutamente indestructible. Dicha vida es el elemento del cual está constituido nuestro Sumo Sacerdote.

El sacerdocio real de Cristo nos ministra a Dios y Su sacerdocio divino nos salva. El versículo 25 dice: “Por lo cual puede también salvar por completo a los que por Él se acercan a Dios, puesto que vive para siempre para interceder por ellos”. ¿Por qué es capaz de salvarnos por completo? Porque Él es viviente y porque Él mismo es la vida indestructible. Nada puede destruirlo. Aunque yo tuviera el deseo de salvarlos a todos ustedes, fácilmente puedo ser destruido y eliminado. Pero Cristo puede salvarnos por completo porque Su sacerdocio está constituido de una vida indestructible. Sea cual fuere la situación o condición en la que nos encontremos, podemos decirle a Satanás: “Satanás, haz lo que quieras. Puedes enviar todos tus ejércitos contra mí. No les temo, porque el sacerdocio divino me protege”. ¿En qué consiste el sacerdocio divino? En el poder salvador de la vida indestructible. Mientras que el ministerio del Sumo Sacerdote real consiste en ministrarnos al Dios procesado como nuestro deleite (no en ofrecer sacrificios a Dios por nuestros pecados), la obra del Sumo Sacerdote divino consiste principalmente en salvarnos.


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