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Estudio-vida de Levíticopor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6571-0
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ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO

MENSAJE CUARENTA Y SEIS

LA EXPIACIÓN

(1)

Lectura bíblica: Lv. 16:1-16; He. 10:1-4

En este mensaje llegamos al asunto de la expiación. La expiación es un término teológico que presenta muchas dificultades. La definición dada en la mayoría de los diccionarios no concuerda con el significado de la palabra hebrea. La palabra hebrea traducida “expiación” en Levítico 16 significa “cubrir”; tiene la misma raíz que la palabra usada para denotar la cubierta del Arca. En el Arca, el lugar donde Dios se reunía con Su pueblo y donde el pueblo se reunía con Dios, estaban las dos tablas de los Diez Mandamientos. Esto significa que las tablas de los Diez Mandamientos estaban delante de Dios y delante de todo el que venía a reunirse con Dios. Los Diez Mandamientos sacaban a luz todos los pecados cometidos por aquel que se acercaba a Dios.

Existe un problema entre Dios y aquellos que se acercan a Él. El problema no radica en Dios, por cuanto Él ama a Su pueblo y desea reunirse con ellos; más bien, el problema estriba en que Su pueblo ha cometido pecados, pues ha hecho muchas cosas contrarias a Sus mandamientos.

Los Diez Mandamientos nos presentan un retrato de lo que Dios es. Dios es amor y luz, y Él es santo y justo. Estas cuatro palabras —amor, luz, santo y justo— describen la clase de Dios que Él es. Dios está lleno de amor y luz, y Él es justo y santo. Por tanto, Él nos dio los Diez Mandamientos para mostrarnos que Él es tal Dios.

Las tablas de los Diez Mandamientos estaban enfrente del que se acercaba a Dios y ponían de manifiesto que él era un pecador. Por tanto, entre Dios y aquel que se acercaba a Él existía el problema del pecado y de los pecados. ¿Cómo podía una persona pecaminosa acercarse a Dios y conversar con Él, quien es amor y luz y quien es justo y santo? Este problema tenía que ser resuelto; de lo contrario, persistiría un obstáculo, un estorbo, entre Dios y aquel que se acercara a Él.

Hemos visto que somos inmundos por nacimiento y que estamos rodeados de personas inmundas. Por esta razón, el problema no sólo tiene que ver con nuestro nacimiento, sino también con el contacto que tenemos con otras personas. Este contacto nos puede contaminar muy fácilmente. Además, según nuestra condición, somos totalmente leprosos; de hecho, somos la lepra en su totalidad. Más aún, todo lo que procede de nosotros en forma de flujo es inmundo, contagioso y contaminante. ¿Cómo podría una persona así acercarse a Dios, quien es limpio, santo y justo, y conversar con Él? Esto es imposible. Dios ama al hombre, pero el hombre se encuentra en una condición lamentable. Esta condición, pues, revela lo que necesitamos. Necesitamos expiación, propiciación.

Como ya dijimos, la palabra hebrea traducida “expiación” significa “cubrir” y tiene la misma raíz que la palabra usada para denotar la cubierta del Arca. Era necesario cubrir las tablas de los Diez Mandamientos que estaban en el Arca. Sólo si se cubrían los Diez Mandamientos podía ser apaciguada la situación entre Dios y nosotros.

La expiación, o propiciación, apacigua nuestra situación. La propiciación no tiene como objetivo primordial apaciguar a Dios, sino nuestra situación ante Dios. Quien tiene un problema somos nosotros, no Dios. Dios no está enojado con nosotros. Dios nos ama; pero con todo y ello, subsiste un problema entre Dios y nosotros. Por ello, era necesario que fuese apaciguada nuestra situación por la cubierta que estaba puesta sobre los mandamientos, los cuales nos condenaban y juzgaban.

No tenemos que rogarle a Dios que nos perdone. Él está dispuesto a perdonarnos una vez que tenga una base para hacerlo. Puesto que Dios es justo, Su perdón requiere que Él tenga una base para perdonarnos. Supongamos que dijéramos: “Dios, yo sé que me amas. Te ruego que me perdones”. Si dijéramos esto, Dios nos contestaría: “Sí, te amo. No es necesario que me ruegues que te perdone. Pero, ¿qué de los Diez Mandamientos? Pondré una cubierta sobre ellos por causa de ti. Entonces quedará apaciguada tu situación”. ¡Qué maravilloso es que mediante la propiciación, haya sido apaciguada nuestra situación con Dios!

Al predicar el evangelio, algunos han dicho que Dios está enojado con nosotros, pero que Jesús, nuestro Amigo, le pide a Dios que le conceda el favor de perdonarnos. Según esta clase de predicación del evangelio, Dios le concede al Señor la petición y nos perdona. Esta manera de predicar el evangelio es completamente errónea porque describe a Dios de una manera totalmente equivocada.

Juan 3:16 dice: “De tal manera amó Dios al mundo”. Aquí mundo denota la humanidad caída. Aunque la humanidad está en una condición caída, Dios la sigue amando. No debemos pensar que Él está enojado con nosotros. En lugar de estar enojado con nosotros, Él nos ama. Él nos amó a tal grado que en la eternidad pasada preparó el camino para primeramente cubrir nuestros pecados, y después quitarlos. En el Antiguo Testamento, la economía de Dios consistía en cubrir los pecados del hombre; en el Nuevo Testamento, la economía de Dios consiste en quitar los pecados del hombre.

Aunque en la época del Antiguo Testamento no se quitaban los pecados del hombre, Dios proporcionó algo que cubría los Diez Mandamientos a fin de apaciguar la situación del hombre caído. Por encima de la cubierta del Arca se encontraban dos querubines que velaban sobre los Diez Mandamientos. En tipología, los querubines representan la gloria de Dios. Así que, el que los querubines velaran sobre los Diez Mandamientos significa que era la gloria de Dios la que velaba sobre ellos. La gloria de Dios velaba sobre los Diez Mandamientos y estaba a la expectativa de ver lo que el Dios santo y justo haría con el pecador que se acercara. Una cubierta fue puesta para cubrir los Diez Mandamientos a fin de que la gloria de Dios no pudiera ver dichos mandamientos, sino únicamente la cubierta. Esto mismo sucede con Dios: Él ve únicamente la cubierta; Él no ve los Diez Mandamientos. En Levítico 16:2, 13-15, a esta cubierta se le llamaba la cubierta expiatoria. Por tanto, en el Antiguo Testamento la expiación, según el hebreo, consistía en cubrir.

En la Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento, la palabra propiciación se usa para denotar la cubierta del Arca. La palabra griega traducida “propiciación” significa “apaciguar una situación conflictiva entre dos partidos”. Entre estas dos partes hay un problema que impide que se comuniquen. Entonces, algo sucede que apacigua tal situación. En el Antiguo Testamento, la cubierta del Arca es lo que apacigua el conflicto entre Dios y el hombre caído. Debido a que los Diez Mandamientos eran cubiertos y que el conflicto era apaciguado, el que se acercaba a Dios podía estar en paz, y ya nada impedía que Dios y el que se le acercaba pudieran comunicarse libremente. Por consiguiente, el Antiguo Testamento revela que la cubierta del Arca —la cual contenía los Diez Mandamientos y se encontraba en el Lugar Santísimo— era el lugar donde Dios se reunía con Su pueblo.

La versión King James usa la expresión mercy seat (asiento de misericordia) para traducir la palabra hebrea que significa “cubierta expiatoria” (Lv. 16:2), y atonement para traducir la palabra que significa “expiación”. Muchos teólogos usan las palabras expiación (un asunto que pertenece al Antiguo Testamento) y redención (un asunto que pertenece al Nuevo Testamento) de manera intercambiable. Además, en algunos himnos se usa la palabra expiación cuando debiera usarse la palabra redención. No obstante, lo que encontramos en el Nuevo Testamento no es expiación, sino redención.

Expiar significa restablecer la unidad entre dos partidos. Hacer expiación equivale a hacer que dos partidos lleguen a ser uno, es decir, que la unidad entre ellos sea restablecida. En el Antiguo Testamento, este acto de restablecer la unidad equivale a la propiciación. En nuestra versión de Levítico usamos la palabra expiación.

Existe una diferencia entre la expiación mencionada en el Antiguo Testamento y la redención mencionada en el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, los pecados eran cubiertos, pero no eran quitados. Esta acción de cubrir el pecado y los pecados en el Antiguo Testamento tenía que ver con la expiación. En el Nuevo Testamento, por el contrario, los pecados son quitados. “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Jn. 1:29). Aquí pecado se refiere al conjunto total del pecado y los pecados. El punto crucial es que los pecados son quitados y no meramente cubiertos. Esto tiene que ver con la redención.

Según Hebreos 10:1-4, la expiación que se hacía en el Antiguo Testamento no podía quitar los pecados. Si esa expiación hubiese podido quitar los pecados, no habría sido necesario que el pueblo ofreciera la ofrenda por el pecado continuamente año tras año. El hecho de que esta ofrenda se presentara repetidas veces indicaba que la acción de quitar los pecados —la cual daría cumplimiento a la redención— aún no se había efectuado. Para ello, era necesario que el Señor Jesús viniera a morir en la cruz por nuestra redención.

Hebreos 10:5-9 es una cita de Salmos 40:6-8, la cual es una profecía acerca de Cristo. Hebreos 10:5 dice: “Por lo cual, entrando en el mundo, dice: ‘Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo’”. A Cristo le fue preparado un cuerpo para que Él fuese la verdadera ofrenda, no para cubrir el pecado y los pecados, sino para quitar el pecado en su totalidad. Esto fue lo que hizo el Señor Jesús cuando murió en la cruz. En la cruz, Él quitó el pecado para efectuar la plena redención. Ahora lo que encontramos en el Nuevo Testamento no es el mero hecho de cubrir los pecados para apaciguar la situación, sino una redención plena y completa que resuelve el problema del pecado en su totalidad.

Los diez primeros capítulos de Levítico abarcan las ofrendas y el sacerdocio. Luego, los capítulos del 11 al 15 son muy negativos, mostrándonos lo que somos, dónde estamos, cuál es nuestra condición y lo que procede de nosotros. Estos capítulos ponen al descubierto totalmente nuestra condición. Estos capítulos no son solamente un espejo, sino rayos X que ponen en evidencia plenamente lo que somos. Ahora sabemos lo que somos, dónde estamos y cuál es nuestra condición. Además, sabemos que lo que procede de nuestro ser natural es inmundo. Junto con Pablo podemos decir: “Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Ro. 7:18a). Nosotros somos el conjunto total de la inmundicia, el conjunto total de la lepra. Por ser tales personas, necesitamos una ofrenda por el pecado que solucione el problema fundamental del pecado. Además, como pecadores que somos, no estamos absolutamente entregados a Dios, sino completamente dados a nosotros mismos. Por tanto, necesitamos también un holocausto.

Nuestra verdadera situación es que somos pecaminosos y que no estamos absolutamente entregados a Dios. Independientemente de qué clase de persona seamos, somos pecadores y no estamos absolutamente entregados a Dios. Por tanto, necesitamos una ofrenda por el pecado y un holocausto. Necesitamos una ofrenda por el pecado que resuelva el problema fundamental de nuestro pecado. Necesitamos un holocausto a fin de que podamos llevar una vida de absoluta entrega a Dios.

Cristo es la ofrenda por el pecado y también el holocausto. Según Hebreos 10, Cristo vino para hacer dos cosas: quitar nuestros pecados (vs. 10-12) y hacer la voluntad de Dios (vs. 7, 9). Cristo vino para quitar nuestro pecado, para resolver el problema fundamental del pecado; Él también vino para hacer la voluntad de Dios, puesto que Él está total y absolutamente entregado a Dios. Cristo, por tanto, es la ofrenda por el pecado y el holocausto.

El Antiguo Testamento no fue una época en la que los pecados fueron quitados, sino en la que éstos fueron cubiertos. Lo que vemos en Levítico 16 es la acción de cubrir los pecados. En cuanto a la expiación mencionada en este capítulo, se necesitan dos ofrendas para cubrir los pecados: la ofrenda por el pecado y el holocausto. Para cubrir nuestros pecados y, por ende, para apaciguar la situación conflictiva que tenemos con Dios, necesitamos estas dos ofrendas.

Examinemos ahora todos los detalles relacionados con la expiación hallados en Levítico 16.


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