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Estudio-vida de Mateopor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1422-0
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ESTUDIO-VIDA DE MATEO

MENSAJE NUEVE

EL UNGIMIENTO DEL REY

(2)

En el Antiguo Testamento y en el Nuevo hay dos ministerios fundamentales, los cuales constituyen el reino de Dios: el sacerdocio y el reinado. La Biblia habla también de la tercera clase de ministerio: el de profeta. Sin embargo, el ministerio profético no es fundamental, sino que sirve como suplemento al sacerdocio y al reinado. Cuando uno u otro está débil, los profetas surgen para fortalecerlo. Según el Antiguo Testamento, el sacerdocio pertenecía a la tribu de Leví. Finalmente, el sacerdocio antiguotestamentario llegó a su consumación en Juan el Bautista, descendiente de dicha tribu. Del mismo modo, Jesús era la consumación del reinado antiguotestamentario, el cual pertenecía a la tribu de Judá. Jesús, descendiente de Judá, vino para ser la consumación del reinado. Por una parte, Juan el Bautista y Jesucristo pusieron fin al sacerdocio y al reinado antiguotestamentarios; por otra, hicieron germinar el sacerdocio y el reinado neotestamentarios. En otras palabras, terminaron con la dispensación del Antiguo Testamento y empezaron la dispensación del Nuevo Testamento.

Cuando el sacerdocio lleva a la gente a Dios y el reinado trae a Dios a la gente, tenemos el reinado o gobierno celestial. El reinado celestial es el reino, el cual en estos días es la vida adecuada de iglesia. La iglesia de hoy es el reino con el sacerdocio y el reinado. Esta continuará hasta el milenio. En el reino milenario todavía existirán el sacerdocio y el reinado. Por un lado, nosotros los vencedores seremos sacerdotes, y por otro lado seremos reyes. Así que, en el reino milenario el sacerdocio y el reinado serán aún más fuertes de lo que son ahora. Mantendrán el reino de Dios en la tierra para que el Rey obtenga los hombres, y ellos lo obtengan a El. Después del milenio, el sacerdocio no será necesario. En la eternidad solamente existirá el reinado, porque en el cielo nuevo y la tierra nueva con la Nueva Jerusalén todos estarán en la presencia de Dios. En aquel tiempo Dios estará con el hombre. Por consiguiente, no será necesario que el sacerdocio lleve a la gente a Dios. En la eternidad la presencia de Dios eliminará el sacerdocio, pero el reinado permanecerá de modo que quienes estén en la Nueva Jerusalén reinarán sobre las naciones que rodearán la ciudad. Esto es un resumen de la Biblia a la luz del sacerdocio y del reinado.

En el mensaje anterior examinamos a Juan el Bautista, el que recomendó al Rey. Ahora estudiaremos el mensaje de recomendación dado por Juan.

C. El mensaje de recomendación

1. Arrepentirse para el reino de los cielos

El mensaje que Juan dio como recomendación es breve, pero es crucial y todo-inclusivo. Mateo 3:2 dice: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. La primera palabra importante en este versículo es “arrepentíos”. Juan empezó su ministerio con esta palabra. Arrepentirse es experimentar un cambio en la manera de pensar que lo lleva a uno a sentir remordimiento, es cambiar de propósito. En el griego, la palabra traducida “arrepentirse” significa cambiar de idea. Arrepentirse es experimentar un cambio en la manera de pensar, en la filosofía, en la lógica. La vida del hombre caído concuerda totalmente con su manera de pensar. Cuando usted era un hombre caído, su mente le dirigía a usted. Su mentalidad, su lógica y su filosofía controlaban su manera de vivir. Antes de ser salvos, todos nosotros andábamos según nuestra mentalidad caída. Estábamos muy lejos de Dios, y nuestra vida estaba directamente en contra de Su voluntad. Bajo la influencia de nuestra mentalidad caída, nos extraviábamos cada vez más lejos de Dios. Pero un día oímos la predicación del evangelio, la cual nos decía que nos arrepintiéramos, o sea que tuviéramos un cambio en nuestro modo de pensar, en nuestra filosofía y en nuestra lógica.

Esta fue mi experiencia cuando fui salvo. Era como un caballo joven, iba desbocado. En realidad, no iba en mi propio sentido, sino en el del diablo, porque éste me dirigía mediante mi mentalidad caída, conduciéndome cada vez más lejos de Dios. Pero un día oí el llamado de arrepentirme, de experimentar un cambio en mi filosofía, en mi lógica y en mi manera de pensar. ¡Alabado sea el Señor! ¡Experimenté ese cambio! Iba en cierto sentido, pero cuando oí la llamada a arrepentirme, di media vuelta. Creo que todos hemos dado esta vuelta, la cual es llamada la conversión. Cuando nos convertimos, dimos la espalda a nuestro vivir pasado y volvimos la cara hacia Dios. Esto constituye el arrepentimiento, o sea, la experiencia de un cambio en la manera de pensar.

Cada “ismo” es una filosofía que dirige la vida de uno. Casi todos los partidos políticos tienen un “ismo”, el cual es prácticamente un dios. Pero nosotros no tenemos un “ismo”; tenemos al Señor. Tenemos a Dios. Anteriormente, estábamos bajo la dirección de cierto “ismo”, pero ahora Dios nos dirige. Nuestro modo de pensar ha experimentado un cambio radical. Ibamos en una dirección, pero ahora vamos en otra. Hemos experimentado un cambio en nuestra manera de pensar, es decir, en nuestro concepto.

La segunda palabra crucial hallada en el versículo 2 es el reino. En la predicación de Juan el Bautista, arrepentirse, como comienzo de la economía neotestamentaria de Dios, indica tener un cambio de dirección hacia el reino de los cielos. Esto indica que la economía neotestamentaria de Dios está centrada en Su reino. Con este fin, debemos arrepentirnos, cambiar de actitud y de propósito. Antes buscábamos otras cosas, pero ahora nuestra única meta debe ser Dios y Su reino, el cual en Mateo es llamado específica e intencionalmente el reino de los cielos (cfr. Mr. 1-15). El reino de los cielos, según el contexto general del Evangelio de Mateo, es diferente del reino mesiánico. Este será el reino de David restaurado (el tabernáculo reedificado de David, Hch. 15:16), compuesto de los hijos de Israel y será terrenal y físico en naturaleza; mientras que el reino de los cielos está constituido de los creyentes regenerados y es celestial y espiritual.

Juan el Bautista dijo a los hombres que se arrepintieran para el reino. No dijo que debemos arrepentirnos para que vayamos al cielo o para que obtuviéramos la salvación. Dijo que debemos arrepentirnos para el reino. El reino denota cierto gobierno. Antes de ser salvos, no estábamos bajo ninguna ley. Si la policía, el gobierno o las cortes de ley no nos decían qué hacer, podíamos haber hecho cualquier cosa que nos gustara. Pero cuando oímos la predicación del evangelio, dimos la espalda a la vieja condición de no estar bajo ninguna ley y empezamos a someternos por completo al reino. Así que estamos en el reino. Antes de ser salvos, no teníamos un rey. Pero después de volvernos al Señor, El llegó a ser nuestro Rey. Ahora todos estamos bajo el gobierno de este Rey. El tiene el reinado, y éste es para el reino. Hoy estamos en el reino de este Rey.

La tercera expresión crucial hallada en el versículo 2 es los cielos. Juan dijo que nos arrepintiéramos para el reino de los cielos. La expresión “los cielos”, la cual es un modismo hebreo, no se refiere a nada que sea plural, sino al cielo más elevado, el cual según la Biblia es el tercer cielo, es decir, el cielo que está por encima del cielo. El tercer cielo se llama “los cielos”. El reino de los cielos no denota un reino en el aire, sino un reino que está por encima del aire; éste es el reino que se encuentra en el cielo que está por encima de los demás, donde está el trono de Dios. En este reino tenemos el gobierno, el reinado, de Dios. Por lo tanto, el reino de los cielos es el reino de Dios que está en el tercer cielo donde El ejercita Su autoridad sobre todo lo que El creó. Este reino tiene que descender a la tierra. El reinado celestial ha de descender a la tierra para ser la autoridad que rige la tierra.

Según lo dicho por Juan el Bautista en el versículo 2: “El reino de los cielos se ha acercado”. Esto indica claramente que antes de la venida de Juan el Bautista, el reino de los cielos no estuvo allí. Aun después de que él llegó, y durante su predicación, el reino de los cielos todavía no estaba; sólo se había acercado. Cuando el Señor empezó Su ministerio y aun cuando El mandó a Sus discípulos a predicar, el reino de los cielos no había venido (4:17; 10:7). Por consiguiente, en la primera parábola, presentada en el capítulo trece (vs. 3-9), la de la semilla, la cual indica la predicación del Señor, El no dijo: “El reino de los cielos es semejante a...” Lo dijo sólo cuando habló la segunda parábola, la de la cizaña (v. 24), lo cual indica el establecimiento de la iglesia en el día de Pentecostés. El hecho de que Mateo 16:18 y 19 usen las expresiones “la iglesia” y “el reino de los cielos” de manera intercambiable comprueba que el reino de los cielos vino cuando la iglesia fue establecida.

Cuando Juan el Bautista vino, el reino de los cielos sólo se había acercado. Estaba en camino, pero todavía no había llegado. Esto demuestra que en el Antiguo Testamento no existía el reino de los cielos. Aun en los tiempos de Moisés y de David, el reino de los cielos no estuvo. Juan dijo que el reino de los cielos estaba en camino; no dijo que había llegado. Cuando el Señor Jesús empezó Su ministerio, también dijo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (4:17). Esto indica que aun cuando el Señor Jesús empezó Su ministerio, el reino de los cielos todavía no había llegado. Juan el Bautista le dijo a los hombres que debían arrepentirse para el reino de los cielos, el cual en aquel entonces estaba en camino. El reino de los cielos llegó a Jerusalén el día de Pentecostés, lo cual significa que llegó cuando la iglesia nació. Hoy en día cualquier persona que tenga un cambio en su filosofía y se vuelva a Dios, estará inmediatamente en el reino de los cielos. ¡Aleluya! ¡Estamos en el reino de los cielos! Todos tenemos al Rey y estamos bajo Su reinar.

Muchas veces, debido a que el Rey está gobernándonos interiormente, no nos hace falta el gobierno ejercido por la policía y las cortes de ley. En este caso el Rey que vive en nuestro interior hace innecesarios a los abogados. Sin embargo, los que no se han vuelto a Dios arrepentidos no están sometidos al Rey. Por el contrario, quebrantan la ley continuamente. Por esta razón, muchísimos de ellos son llamados a las cortes. Pero nosotros, los del reino, estamos sometidos al Rey del reino de los cielos. El mora en nuestro espíritu. Cuando nos habla, principalmente dice una sola palabra: “no”. Conforme a mi experiencia, Su palabra favorita es “no”. Tenemos en nuestro interior un “no” que rige. Damos gracias al Señor por esta palabra pequeña, porque nos salva y nos guarda de muchos problemas. Cuando oímos el “no” interior, esto es el gobierno del Señor dentro de nosotros. Tal vez hoy usted ha oído el “no” del Señor varias veces. Si los del reino no se ocupan del “no”, llegarán a ser reincidentes. El reino nos gobierna usando principalmente la palabra “no”, porque nosotros somos las personas del reino.

Ahora consideraremos cómo Juan el Bautista pudo introducir a otros en el reino. El ministerio de Juan era llevar a otros a Dios (Lc. 1:16-17). Juan el Bautista, un sacerdote verdadero, fue “lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre” (Lc. 1:15). Sin duda, al crecer de la infancia a la madurez, a la edad de treinta años, fue completamente sumergido en el Espíritu Santo. Por ser inundado por el Espíritu Santo y saturado de El, logró ser muy valiente. Es un asunto serio resistir la corriente de la edad. Para hacerlo se requiere mucha valentía. ¿Cómo pudo Juan el Bautista ser tan valiente hasta el punto de lograr resistir la religión judía y la cultura grecorromana? Tuvo suficiente denuedo para hacerlo porque fue sumergido en el Espíritu Santo por treinta años. Por lo tanto, cuando salió a ministrar, lo hizo en el Espíritu y con poder. Sí, se vistió de pelo de camellos como señal de que había repudiado la vieja dispensación. Pero ésa era una señal externa. También tenía una realidad en su interior, y aquélla era el Espíritu y el poder. La realidad que se podía ver en Juan el Bautista, no era sólo la presencia de Dios, sino también el Espíritu de Dios.

Juan fue sumergido en el Espíritu Santo y saturado y empapado con El. Espontáneamente, esto lo hizo un gran imán. Era imán porque él mismo había sido plenamente “cargado’’. Año tras año y día tras día él fue “cargado’’ del Espíritu. Por lo tanto, en su ministerio era un imán poderoso. Juan tenía al Espíritu y el poder que atrae. Por consiguiente, como dice Lucas 1:16, él hizo que muchos de los hijos de Israel se volvieran al Señor Dios de ellos. (Aquí el Señor equivale a Jehová). El hecho de que Juan hizo que muchos de los israelitas se volvieran al Señor indica que la nación de Israel le había dado la espalda a Dios. De otro modo, habría sido innecesario que Juan el Bautista los hiciera volverse. Aun los sacerdotes que servían a Dios en el templo al alumbrar las lámparas y quemar el incienso habían dado la espalda a Dios y estaban muy lejos de El. En otra porción del Nuevo Testamento se nos dice que muchos sacerdotes se volvieron a Dios (Hch. 6:7). Por lo tanto, aun los sacerdotes, los que servían a Dios, necesitaban volverse a Dios. Así que, Dios usó a Juan el Bautista para hacer regresar a muchos al Señor.


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