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Estudio-vida de 1 y 2 Pedropor Witness Lee

ISBN: 0-7363-2858-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 35 de 47 Sección 1 de 2

ESTUDIO-VIDA DE 2 PEDRO

MENSAJE UNO

LA PROVISIÓN DIVINA

(1)

Lectura bíblica: 2 P. 1:1-4

El tema de 1 Pedro es la vida cristiana bajo el gobierno de Dios. El libro de 2 Pedro es la continuación de 1 Pedro y, como tal, también recalca el gobierno de Dios. No obstante, en esta epístola también se nos habla de la provisión divina. Por lo tanto, podemos decir que el tema de 2 Pedro es la provisión divina y el gobierno divino.

El gobierno de Dios siempre viene acompañado de la provisión divina. Dios nos concede Su provisión a fin de que podamos cooperar con Su gobierno. En otras palabras, si hemos de llevar a cabo el gobierno de Dios, necesitamos la provisión divina que Él nos suministra, es decir, necesitamos el suministro divino. En 2 Pedro el escritor primeramente nos presenta el suministro divino. Vemos cómo el poder de Dios nos provee todo el suministro que necesitamos. Éste es el significado principal de este libro. Además, la epístola de 2 Pedro, como continuación de lo revelado en 1 Pedro, nos muestra el mismo cuadro del gobierno de Dios. Así, pues, en 2 Pedro se nos habla de la provisión divina y el gobierno divino.

SIMÓN PEDRO, ESCLAVO Y APÓSTOL

La introducción de esta epístola se halla en 2 Pedro 1:1 y 2. El versículo 1 dice: “Simón Pedro, esclavo y apóstol de Jesucristo, a los que se les ha asignado, en la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra”. Simón era el nombre anterior de Pedro, y Pedro era el nuevo nombre que el Señor le dio (Jn. 1:41-42). Simón se refiere a su viejo hombre engendrado por nacimiento, mientras que Pedro alude a su nuevo hombre que fue producido por la regeneración. Aquí se combinan ambos nombres, lo cual significa que el viejo hombre, Simón, había llegado a ser el nuevo hombre, Pedro.

El nombre Simón Pedro quizás haga alusión al universo viejo y al universo nuevo. Esta epístola nos muestra que bajo el gobierno de Dios el universo viejo vendrá a ser el universo nuevo (3:10-13). Podríamos decir que el cielo nuevo y la tierra nueva están representados por Pedro, y que el universo viejo está representado por Simón. En los cuatro Evangelios vemos a Simón, el viejo hombre que representa la vieja creación, y aquí, en las epístolas de Pedro, vemos a un nuevo hombre, a una persona nueva, la cual representa el nuevo universo.

En 1:1 Pedro se refiere a sí mismo como “esclavo y apóstol de Jesucristo”. En la primera epístola él sólo menciona que es apóstol, pero en ningún momento dice que sea esclavo. Sin embargo, aquí Pedro dice que es tanto esclavo como apóstol de Jesucristo. La palabra esclavo hace referencia a la sumisión de Pedro hacia el Señor, y la palabra apóstol, a la comisión que el Señor le dio. La sumisión y la comisión dejan implícito un tráfico en dos direcciones, entre nosotros y el Señor. Una vez que nos sometamos a Él, Él nos encomendará algo. Así que, la palabra esclavo recalca la sumisión, mientras que la palabra apóstol hace hincapié en la comisión que se recibe de parte del Señor.

A LOS QUE SE LES HA ASIGNADO
UNA FE IGUALMENTE PRECIOSA QUE LA NUESTRA

La frase “a los que se les ha asignado”, que aparece en 1:1, se refiere a los creyentes judíos que se hallaban dispersos en el mundo gentil. En 1 Pedro 1:1 Pedro se refiere a ellos como “los peregrinos de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia”.

En 2 Pedro 1:1, Pedro habla de los “que se les ha asignado ... una fe igualmente preciosa que la nuestra”. Así como a los hijos de Israel se les asignó una porción de la buena tierra (Jos. 14:1-5), de la misma manera a nosotros se nos ha asignado una fe preciosa. Esto implica que todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad (2 P. 1:3), constituyen la verdadera herencia que Dios les ha otorgado a los creyentes en el Nuevo Testamento. Entre ellas se incluye la naturaleza divina (v. 4) de la cual participan los creyentes por medio de la fe igualmente preciosa, conforme a las preciosas y grandísimas promesas.

Los hijos de Israel, conforme a sus doce tribus, habían de tomar posesión de la buena tierra. El Señor le dijo a Josué que repartiera a cada una de las doce tribus una porción de la tierra. Esto se hizo mediante el Urim y el Tumim, que estaban en el pectoral del sumo sacerdote. Por medio del pectoral, en el que estaban el Urim y el Tumim, Dios pudo hablar con Su pueblo. Dios utilizó el Urim y el Tumim para revelar Su voluntad, y fue por medio de tales instrumentos que Josué pudo conocer las instrucciones de Dios respecto a la porción que le correspondía a cada tribu. Una vez más, Pedro usa un término del Antiguo Testamento para describir una realidad del Nuevo Testamento.

Como sabemos, la buena tierra, la porción que fue asignada a los hijos de Israel en la época del Antiguo Testamento, tipifica al Cristo todo-inclusivo. Ahora, según nos lo revela el Nuevo Testamento, nuestra porción es Cristo. Colosenses 1:12 alude al hecho de que Cristo es nuestra porción: “Dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la porción de los santos en luz”. Así como la buena tierra fue la porción dada a los santos antiguotestamentarios, de la misma manera Cristo es la porción de los creyentes neotestamentarios. Además, en el Antiguo Testamento, lo que les fue repartido a las doce tribus fue la buena tierra, mientras que en el Nuevo Testamento, lo que se nos reparte a nosotros es una fe preciosa.

La frase se les ha asignado ... una fe igualmente preciosa que la nuestra es muy difícil de traducir y de exponer. ¿Cómo puede la fe ser nuestra porción asignada? Según nos lo revela la Biblia, Cristo es nuestra porción. Esto significa que Cristo es quien nos ha sido asignado. Sin embargo, aquí Pedro dice que se nos ha asignado una fe preciosa. ¿Cómo debemos entender esto? Pues bien, decir que Cristo es nuestra porción podría en cierto modo ser una afirmación doctrinal, pero decir que la fe es nuestra porción tiene mucho más que ver con nuestra experiencia. Si Cristo fuera solamente Cristo para nosotros y no la fe, no podríamos participar de Él, ni Él podría ser nuestra porción. Así que, para que podamos participar de Cristo, Él debe llegar a ser nuestra fe.

En 1:1 Pedro habla de aquellos que se les ha asignado una fe “igualmente preciosa que la nuestra”. La palabra griega traducida “igualmente” literalmente significa “de igual valor u honra”; por ende, “igualmente preciosa”. No significa que todos reciban la misma medida de fe, sino una fe de igual valor y honra. Las porciones de fe que recibimos son iguales no en cuanto a medida o cantidad, sino en cuanto a calidad. Por ejemplo, las porciones de la buena tierra que fueron asignadas a cada una de las doce tribus, diferían en tamaño. Judá recibió una porción más grande que Benjamín. Pero a pesar de que las porciones diferían en tamaño, todas eran iguales en cuanto a calidad; es decir, la calidad de la tierra era la misma para cada tribu. Por lo tanto, cada una de las porciones era igualmente preciosa que las demás. Este mismo principio se aplica a la frase una fe igualmente preciosa que la nuestra.

Hemos visto que hoy nuestra porción comprende todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. Esto incluye la naturaleza divina, de la cual participan los creyentes por medio de la fe “igualmente preciosa”, conforme a las preciosas y grandísimas promesas. Todos estos elementos en conjunto constituyen nuestra porción. No olviden que la porción que se nos ha asignado comprende todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad, lo cual incluye la naturaleza divina de la cual somos partícipes. Todo esto constituye la herencia que Dios ha dado a los que creen en Cristo.

¿En qué consiste nuestra verdadera herencia? Nuestra herencia consiste en todas las cosas que pertenecen a la vida —lo cual es interno— y a la piedad —lo cual es externo—. Nuestra porción incluye la naturaleza divina, de la cual participamos por medio de la común fe, la cual es “igualmente preciosa”. Cuando se combinan todos estos elementos —la fe, la naturaleza divina, las preciosas y grandísimas promesas, la vida y la piedad—, tenemos la totalidad de la herencia que nos ha sido asignada.

Pedro también dice que la fe que se les ha asignado a los creyentes es igualmente preciosa “que la nuestra”. El pronombre nuestra se refiere al apóstol Pedro y a todos los demás creyentes de la tierra judía. Todos los creyentes del mundo gentil participan de la misma fe preciosa junto con todos los creyentes de la tierra judía. Esta fe les permite dar sustantividad a la bendición de vida contenida en el Nuevo Testamento, la cual es la porción común que Dios les asignó.


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