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Estudio-vida de Hebreospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3845-5
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ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS

MENSAJE UNO

PREFACIO

Hebreos es un libro profundo y rico. Es profundo en cuanto a sus conceptos celestiales y es rico en cuanto a su legado celestial. En este estudio-vida de Hebreos nos ocuparemos tanto de estos profundos conceptos como de su legado celestial. Para ello, debemos sumergirnos en las profundidades de este libro.

I. EL CONTEXTO DE HEBREOS

Si hemos de profundizar en los conceptos y riquezas de este libro, debemos entender el contexto en que fue escrito. Esto es crucial. No es fácil obtener información acerca de la Epístola a los Hebreos, ya que no se nos dice quién fue su autor, ni a quién fue dirigida. Hebreos es una epístola totalmente distinta de todas las demás y posee un carácter peculiar. Por ejemplo, todas las demás epístolas empiezan diciéndonos quién es el escritor y para quién fueron escritas, pero Hebreos empieza diciendo: “Dios, habiendo hablado parcial y diversamente en tiempos pasados a los padres en los profetas, al final de estos días nos ha hablado en el Hijo” (1:1-2). ¿Quién escribió este libro? La Biblia no nos lo dice. ¿Para quiénes fue escrito? Esto es un completo misterio, ya que la Biblia tampoco nos lo dice. Es por eso que son muy pocos los creyentes que conocen bien este libro.

La Epístola a los Hebreos, lejos de ser superficial, es extremadamente profunda. Por eso, repito, tenemos que sumergirnos en ella. No nos contentemos con un entendimiento superficial; entremos más bien en sus profundidades y descubramos los tesoros que en ella se esconden. Cada vez que ustedes lean un versículo de esta epístola, deberán considerar también su contexto. Es posible que para entender un solo versículo, tengamos que leer varios capítulos.

A. Los creyentes hebreos eran los destinatarios

Aunque en la Epístola a los Hebreos no se especifica a quién estaba dirigida, se cree que fue escrita para los creyentes hebreos. Los primeros santos que recopilaron los escritos divinos le pusieron por título: “La Epístola a los Hebreos”, lo cual resulta muy significativo. ¿Por qué dijeron “a los hebreos” y no “a los judíos” ni “a los israelitas”?

Por muchos años me intrigó la palabra “hebreos”, y la estudié mucho tratando descubrir su significado exacto. Llegué a familiarizarme con las distintas corrientes de opinión al respecto. Una de ellas afirma que la palabra hebreo se usaba para denotar a los descendientes de Heber, hijo de Sem (Gn. 10:21). Debido a la similitud de estas dos palabras, algunos estudiosos de la Biblia pensaron que los hebreos eran descendientes de Heber. Aunque yo adopté este concepto por algún tiempo, lo hice con muchas reservas. Más tarde, después de más estudios, no pude seguir concordando con esta corriente de opinión, ya que Heber no sólo tuvo un hijo sino dos: Peleg y Joctán (Gn. 10:25), y Abraham fue un descendiente de Peleg. Si decimos que los descendientes de Abraham deben ser llamados hebreos por ser descendientes de Heber, lo mismo debería decirse de los descendientes de Joctán, el segundo hijo de Heber. Así, pues, esta corriente de opinión es ilógica. Además, la Biblia dice que Abraham tuvo dos hijos, Isaac e Ismael. Si los descendientes de Abraham son llamados hebreos por ser descendientes de Heber, entonces todos los árabes, quienes también son descendientes de Abraham, deberían ser llamados hebreos. ¡Pero esto resulta absurdo! Por consiguiente, esta interpretación es ilógica; carece de credibilidad y no es confiable.

Después de más estudios, descubrí que la palabra hebreo fue usada por primera vez en Génesis 14:13, cuando Abraham se disponía a ir a la guerra para rescatar a su sobrino Lot. Génesis 14:13 dice: “Y uno de los que escaparon fue y dio aviso a Abram, el hebreo”. Abraham era un hebreo. Después de estudiar más a fondo, descubrimos que la raíz de la palabra hebreo significa “cruzar”, y más concretamente significa cruzar un río de un lado a otro, para pasar de una región a otra. Por tanto, la palabra hebreo denota a uno que cruza, un cruzador de ríos, uno que cruza ríos. Abraham fue uno que cruzaba ríos. Abraham cruzó el gran río Éufrates (Jos. 24:2-3). El Éufrates es el nombre moderno del gran río que en hebreo se llamaba Perath. Este gran río separaba la región antigua, de donde Abraham salió, de la nueva tierra a la que él entró.

Abraham nació en Caldea, el lugar donde se asentaba la antigua Babilonia, es decir, Babel. Entre la región de Caldea y la buena tierra de Canaán había un gran río que fluía de norte a sur. Esto es muy significativo. Todas las cosas, incluyendo la tierra, fueron creadas por Dios para cumplir Su propósito. Pero la tierra de Caldea se había vuelto satánica, diabólica y demoníaca. Había llegado a ser una tierra llena de ídolos, una tierra totalmente usurpada por el enemigo de Dios y poseída por el maligno. Entonces Dios intervino llamando a Abraham a salir de aquella tierra idólatra, de aquella tierra que había sido usurpada, poseída, envenenada, corrompida y arruinada por Satanás. Dios simplemente llamó a Abraham para que saliera, sin decirle adonde debía ir (11:8). Por ello, Abraham tenía que buscar la dirección del Señor en cada paso que daba, preguntándole: “¿Señor, adónde debo ir?”. Abraham sabía que tenía que salir, pero no sabía adonde debía ir. Finalmente, Dios lo guió hacia aquel gran río, y Abraham lo cruzó. Josué 24:2-3 dice que Abraham habitaba “al otro lado del río” y que Jehová lo tomó “del otro lado del río” y lo trajo por toda la tierra de Canaán. Por lo tanto, un hebreo es una persona que proviene del otro lado de las aguas.

Ahora podemos entender el verdadero significado del bautismo. ¿Por qué todo aquel que se arrepiente tiene que ser bautizado? Porque el mundo en el que vivimos fue usurpado, poseído, corrompido y arruinado por el enemigo de Dios y dejó de ser útil para el cumplimiento del propósito de Dios. La salvación de Dios no consiste meramente en rescatarnos del infierno y llevarnos al cielo. Su salvación consiste en sacarnos de la tierra que fue poseída y arruinada por Satanás. ¿Cómo podemos salir de tal tierra? Siendo bautizados. Cada bautisterio es un gran río Éufrates. Después que uno es bautizado, sale por la otra orilla del río. ¡Aleluya! Yo he cruzado de un lado a otro. ¿Todavía se encuentra usted del otro lado? Quizá usted todavía se encuentre en la orilla opuesta, pero yo ya he cruzado el gran río y me encuentro de este lado. He cruzado el gran río; por lo tanto, soy un hebreo, uno que cruza ríos. ¿De qué nacionalidad es usted: americano, chino, británico, alemán, neozelandés, japonés, filipino o mexicano? Todos debemos declarar: “¡Somos hebreos! Somos hebreos típicos”. No somos judíos, sino hebreos. Somos verdaderos y auténticos hebreos por haber cruzado el río. Todos nosotros somos verdaderos cruzadores de ríos.

Como hemos visto, Abraham fue el primer hebreo, el primero de los que cruzan ríos. Él fue llamado por Dios y cruzó el gran río Éufrates para luego entrar en la tierra donde Dios finalmente edificaría Su templo. Así pues, la tierra en la cual Abraham entró era una buena tierra, una tierra santa; era la tierra en la que habría de edificarse la casa de Dios. Allí Dios habitó en Su casa. Dicha tierra no era Su “hotel”, sino Su habitación en la tierra. En una orilla del río estaban los ídolos, las cosas diabólicas y todas las obras de Satanás; pero en la otra orilla estaba el templo de Dios, donde habitaba la gloria shekiná de Dios. ¿Qué era lo que separaba estas dos regiones? Un gran río.

Mucho antes de Abraham existió uno que también cruzó las aguas: Noé. Noé pasó por el gran diluvio (1 P. 3:20-21). Aquel diluvio lo separó de aquella antigua generación torcida, perversa y maligna, lo separó del mundo diabólico en que se encontraba y lo condujo a una nueva tierra, donde edificó un altar y ofreció sacrificios. Noé pasó por el gran diluvio, y Abraham cruzó el gran río. En ambos casos el principio es el mismo.

¿Qué podemos decir de los descendientes de Abraham? Los hijos de Israel cruzaron las aguas del mar Rojo. El principio es el mismo. Después que cruzaron el mar y llegaron al otro lado, ellos cantaron y danzaron. Ellos podían decir: “Egipto, tú te quedaste en el otro lado, ¡pero nosotros estamos de este lado!”. ¿Qué hicieron ellos después de llegar al otro lado? Edificaron el tabernáculo de Dios. Por un período de cuarenta años no trabajaron; ni siquiera labraron la tierra. Tampoco tuvieron escuelas, santuarios, catedrales, seminarios ni institutos bíblicos. No tenían nada excepto el tabernáculo. ¿Qué había quedado del otro lado del mar? Todas las cosas mundanas de Egipto.

Somos personas que han cruzado al otro lado. ¿Qué tenemos en este lado? ¡El “iglesiar”! Somos aquellos que cruzan las aguas. Somos los hebreos. El agua nos ha separado de todo lo viejo. ¿Qué estamos haciendo aquí? Estamos edificando el tabernáculo, el arca de hoy. Noé, el primero de los antiguos cruzadores de aguas, edificó el arca. Los hebreos, en la época de Moisés, edificaron el tabernáculo. Ahora nosotros, los hebreos de hoy, estamos edificando la iglesia.

Nuestro Dios es “el Dios de los hebreos”. ¿Había usted escuchado este término “el Dios de los hebreos”? Aunque llevo muchos años estudiando la Biblia, sólo recientemente pude ver que nuestro Dios es “el Dios de los hebreos”. Por años he sabido que Dios es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y que Él es el Dios de Israel. Pero el Dios de Abraham es también “el Dios de los hebreos”. Él es el Dios de los que cruzan ríos, de los que han cruzado al otro lado. Éxodo 3:6 dice: “Y añadió: Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios”. Estas palabras no estaban dirigidas a Faraón, sino al pueblo de Dios, a los hijos de Israel (Éx. 3:15-16). Cuando Dios habló a Su pueblo, Él se presentó como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Sin embargo, notemos la diferencia cuando Dios se dirige a Faraón: “Entonces Jehová dijo a Moisés: Entra a la presencia del faraón, y dile: ‘Jehová, el Dios de los hebreos, dice así: Deja ir a Mi pueblo para que me sirva’” (Éx. 9:1, 13; 7:16). Cuando Dios habló a Faraón, Él se le presentó como “el Dios de los hebreos”. Era como si Dios estuviera diciéndole: “Faraón, ¿no sabes que Yo soy el Dios de los hebreos? Yo soy el Dios de todos los que cruzan ríos. Deja ir a Mi pueblo; déjalos cruzar el mar Rojo para que me sirvan en el desierto. Faraón, debes darte cuenta de que Yo soy el Dios de los hebreos”. Nuestro Dios es “el Dios de los hebreos”. Debemos proclamar a todo el mundo que nuestro Dios es “el Dios de los hebreos” y que nosotros somos hebreos, aquellos que han cruzado las aguas. Nosotros, al igual que Noé, Abraham y los hijos de Israel, hemos cruzado las aguas.

Después que los hijos de Israel cayeron en vejez en la tierra de Egipto, Dios les concedió un nuevo comienzo por medio de la Pascua (Éx. 12:1-2). Dios incluso les cambió su calendario, del calendario civil al calendario sagrado. De acuerdo con el calendario civil, la Pascua ocurrió en el séptimo mes del año, pero Dios dijo que ese mes sería llamado el primero de los meses del año. Esto marcó el principio de un nuevo año, de un nuevo comienzo. Como resultado, el pueblo se hizo nuevo y fresco. Ellos cruzaron las aguas y entraron en el desierto, donde como un pueblo nuevo edificaron el tabernáculo de Dios de una nueva manera. Sin embargo, cuarenta años después se hicieron viejos nuevamente y les fue necesario cruzar el río una vez más. Primero ellos cruzaron el mar Rojo, y después cruzaron el río Jordán y entraron en la buena tierra. Cruzar las aguas es algo muy significativo. Después que los hijos de Israel entraron en la buena tierra, edificaron el templo de Dios.

Después de muchas generaciones, los israelitas volvieron a envejecerse. Fueron poseídos por el enemigo, y aun el templo con todos sus utensilios fue usado, usurpado, poseído y arruinado por el enemigo de Dios. Fue entonces que, para sorpresa de los israelitas, surgió Juan el Bautista, diciéndoles que debían arrepentirse (Mt. 3:5-6). ¿Qué era lo que hacía Juan el Bautista? Él los ayudaba a cruzar el río; los ayudaba a salir de su vejez, de la vejez y religiosidad de la tierra judía. Él les dijo que tenían que cruzar el río y ser verdaderos hebreos. Éste era el verdadero significado del bautismo para aquellos judíos y fariseos que se arrepentían. Ellos se bautizaban para salir de su tierra vieja y religiosa, y poder entrar a una nueva región. Ese bautismo constituía una separación. Después de bautizarse, podían decir: “Anteriormente estábamos en la otra orilla del río, pero ahora nos encontramos en la orilla opuesta”.

No muchos entienden así el bautismo. El bautismo nos hace verdaderos hebreos, porque un hebreo es uno que cruza ríos. ¿Ya cruzó usted las aguas? Tal vez usted conteste: “Sí, yo crucé las aguas del bautismo hace veinticinco años”. ¿Pero cómo se encuentra usted ahora? ¿Aún permanece nuevo y fresco? Doctrinalmente, yo no enseño que uno sea sepultado en agua; pero desde el punto de vista de la experiencia, sí les animo a todos a ser sepultados en agua. Después que ustedes fueron salvos y se bautizaron, vagaron en el desierto por muchos años y se hicieron viejos. Por tanto, aunque cruzaron el mar Rojo, aún deben cruzar el río Jordán. Cruzar las aguas de este río es algo muy significativo. Examinemos el caso de los hijos de Israel una vez más. Las primeras aguas que ellos cruzaron fueron las aguas del mar Rojo, lo cual los liberó de Egipto. Después, ellos cruzaron las aguas del río Jordán, lo cual los salvó de seguir vagando en el desierto y los introdujo en la buena tierra. Olvídense de las enseñanzas tradicionales que dicen que los cristianos no deben bautizarse nuevamente y que, de acuerdo con el Nuevo Testamento, uno sólo puede bautizarse una vez. El número de veces dependerá de cuál sea su condición. Si usted nunca ha estado en una tierra poseída por Satanás, entonces no necesita hacerse bautizar, ni siquiera una vez. Si usted siempre ha estado en los cielos, no necesita ser bautizado en absoluto. Pero ya que usted descendió a Egipto, ciertamente necesita cruzar el mar Rojo. Si después de cruzar el mar Rojo entrara inmediatamente en la buena tierra, no necesitaría cruzar el río Jordán. Pero la realidad es que usted no entró en la buena tierra de inmediato, sino que estuvo vagando en el desierto por algún tiempo, después de lo cual se hizo viejo. Ahora, debido a que se ha hecho tan viejo, debe cruzar un río antes de poder entrar en la buena tierra. Usted necesita cruzar el río. Si mientras lee este mensaje todavía se siente viejo, entonces usted necesita renovarse como hebreo que es. Necesita cruzar el río

En Apocalipsis 15:2 encontramos una clase muy particular de mar: un mar de vidrio mezclado con fuego. En este mar no sólo hay agua sino también fuego. Al ejecutar Dios Su juicio sobre la creación caída y condenada, Él primero utilizó agua. Génesis 1:2 revela que el mundo preadamítico fue juzgado con agua. El mundo de los tiempos de Noé fue también juzgado con agua. El agua representaba el juicio de Dios. Después del juicio del diluvio de la época de Noé, Dios dejó de juzgar con agua y empezó a juzgar con fuego. Así vemos que las ciudades de Sodoma y Gomorra fueron incineradas, no inundadas (Gn. 19:24). Nadab y Abiú, los hijos de Aarón, también fueron juzgados con fuego (Lv. 10:1-2). Finalmente, todas las cosas negativas irán a parar al lago de fuego (Ap. 20:14-15). El juicio de Dios sobre la creación caída, el mundo caído y el hombre caído, será una mezcla de agua y fuego. Es por eso que en Apocalipsis 15 tenemos la visión del mar de vidrio mezclado con fuego. Finalmente, el lago de fuego será la consumación de este mar de vidrio mezclado con fuego.

El mar de vidrio está delante del trono de Dios (Ap. 4:6). En la visión del mar de vidrio mezclado con fuego, los vencedores aparecen de pie sobre el mar. Aquellos que venzan al enemigo de Dios, estarán de pie sobre el mar de vidrio. Eso significa que ellos cruzaron las aguas. Todos ellos habrán cruzado el mar. Por la eternidad ellos serán los auténticos hebreos, que cruzan las aguas. ¿Dónde está usted? Espero que pueda decir que se encuentra sobre el mar de vidrio. Nosotros somos hebreos porque hemos cruzado el mar. Tengo la plena seguridad de haber cruzado las aguas. Yo no me hallo más en la otra orilla. Mi predecesor dejó la otra orilla, y yo le he seguido. Ahora estoy sobre el mar de vidrio, y todas las cosas negativas se encuentran bajo mis pies. Los vencedores estarán sobre el mar de vidrio tal como los hijos de Israel estuvieron a la orilla del mar después de haber cruzado el mar Rojo. Después que los israelitas cruzaron el mar Rojo, ellos miraron atrás y vieron que Faraón y todos sus ejércitos se habían ahogado en el mar. Nosotros, al igual que los israelitas cuando cruzaron el mar Rojo y cantaron el cántico de Moisés (Éx. 15:1), cantaremos el cántico del Cordero (Ap. 15:3). Un día estaremos sobre el mar de vidrio y, al mirar abajo, veremos todas las cosas mundanas sepultadas en el mar. Aunque yo sé que esto sucederá en el futuro, espero que también esté ocurriendo hoy. Todos estamos aquí sobre el mar de vidrio. Somos los hebreos, que cruzan las aguas.

Puesto que nosotros somos los verdaderos hebreos, la Epístola a los Hebreos está dirigida a nosotros. No piense que sólo los creyentes judíos son hebreos. Nosotros también lo somos. Somos hebreos, y esta maravillosa epístola está dirigida a nosotros. Mientras usted siga siendo una persona mundana, está descalificado de recibir esta epístola. Mientras usted se considere a sí mismo un morador de este mundo, no tendrá nada que ver con la Epístola a los Hebreos. Esta epístola fue escrita solamente para los hebreos. Ya que nosotros somos los verdaderos hebreos, en la Biblia tenemos por lo menos una epístola específicamente dirigida a nosotros. Yo no soy ni Timoteo ni Tito, pero sí soy un auténtico hebreo. Todos nosotros somos hebreos. ¡Cuánto debemos agradecer al Señor porque la epístola más profunda y rica del Nuevo Testamento está dirigida a nosotros! Ninguna otra epístola es tan profunda como ésta. Dios ama a Sus hebreos. Nosotros hemos cruzado el río y estamos sobre el mar de vidrio. Ciertamente tenemos la capacidad de entender este libro tan maravilloso, debido a que hemos cruzado el río. Nuestro Dios escribió este libro para nosotros.

La buena tierra para nosotros hoy no es Canaán, sino el Lugar Santísimo. Hoy nos encontramos en el Lugar Santísimo. Después de haber cruzado muchas aguas hemos sido introducidos al Lugar Santísimo. Ésta es nuestra tierra santa. ¿Dónde está esta tierra santa, el Lugar Santísimo? Está tanto en los cielos como en nuestro espíritu. Y entre nuestro espíritu y los cielos se halla la escalera celestial, que es Cristo el Hijo del Hombre, quien une nuestro espíritu con los cielos y trae los cielos a nuestro espíritu. Allí está Bet-el, la casa de Dios (Gn. 28:10-22); allí está la habitación de nuestro Dios (Ef. 2:22). Ésta es la vida de iglesia, nuestra buena tierra.

Consideremos ahora el tabernáculo. Al frente de su única entrada estaba el lavacro, un pequeño mar (Éx. 30:18). También al frente, en la entrada del templo, había un mar de bronce con diez lavacros (1 R. 7:23, 27). Tanto el lavacro delante del tabernáculo como el mar de bronce con sus diez lavacros delante del templo, indican que todo aquel que quisiera entrar en el Lugar Santísimo debía atravesar las aguas. Finalmente, Apocalipsis 15 nos dice que en el universo hay un mar de vidrio delante del templo de Dios. Todo el que entra en la presencia de Dios ha tenido que atravesar este mar. Nosotros somos tal clase de personas. No estamos en el mundo ni en la religión. Tampoco estamos en el judaísmo ni en el catolicismo ni en el protestantismo. Estamos en el Lugar Santísimo. Estamos en la habitación de Dios, la casa de Dios, la cual está tanto en los cielos como en nuestro espíritu, y Cristo es la escalera celestial que los une. ¡Aleluya! Aquí los cielos están abiertos para nosotros. Ahora no sólo el libro de Hebreos nos ha sido abierto, sino que nosotros mismos estamos abiertos al libro de Hebreos. Ahora finalmente estamos listos para explorar las riquezas de este libro.


Nota: Esperamos que muchos se beneficien de estas riquezas espirituales. Sin embargo, para evitar cualquier tipo de confusión, les pedimos que ninguno de estos materiales sean descargados o copiados y publicados en otro lugar, sea por medio electrónico o por cualquier otro medio. Living Stream Ministry mantiene todos los derechos de autor en estos materiales, y esperamos que ustedes los que nos visiten respeten esto.

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