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Estudio-vida de Hebreospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3845-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

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ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS

MENSAJE TREINTA Y SEIS

EL NUEVO PACTO

Después de recibir los cinco mensajes anteriores, estamos ahora calificados para entender el tema del nuevo pacto. En este mensaje veremos en qué consiste este nuevo pacto.

Dios tiene un propósito eterno con respecto a Su deseo divino. El deseo de Dios simplemente consiste en impartirse en nosotros y forjar Su ser en el nuestro de modo que Él llegue a ser nuestra vida y nuestro todo, hasta que finalmente Él y nosotros, nosotros y Él, nos mezclemos mutuamente y lleguemos a ser Su expresión, ante todo el universo. En este proceso, la divinidad se forja en la humanidad, y la humanidad se mezcla con la divinidad. Dios sigue siendo Dios, pero se hizo hombre; nosotros seguimos siendo hombres, pero poseemos la vida y la naturaleza de Dios. Ésta es una breve definición del propósito eterno de Dios.

Antes de que Dios llevara a cabo Su propósito, Satanás hizo que el hombre y muchas criaturas angélicas cayeran. Por un lado, esto le ocasionó a Dios muchos problemas, pero, por otro lado, le brindó una buena oportunidad para manifestar Su sabiduría. En primer lugar, por el lado negativo, debido a que el pecado constituía un estorbo que impedía el cumplimiento de Su propósito, Dios tuvo que resolver todos los problemas relacionados con el pecado, y quitar el pecado. En segundo lugar, por el lado positivo, Dios se impartió en nosotros como nuestra vida. Esta vida ahora debe desarrollarse hasta convertirse en leyes reguladoras que se impartan a cada una de las partes internas de nuestro ser. Dios entró como vida en nuestro espíritu, y desde nuestro espíritu Él opera para que la vida divina llegue a ser leyes que se difundan a cada una de las partes internas de nuestro ser. En tercer lugar, conforme a esta ley de vida, Dios es nuestro Dios y nosotros somos Su pueblo. En cuarto lugar, cuando esta vida entra en nosotros y se desarrolla hasta convertirse en leyes que son impartidas a todo nuestro ser, recibimos una capacidad interna que nos permite, de manera espontánea y automática, conocer a Dios en el principio de la vida. Esto no significa conocer a Dios a manera de conocimiento, por medio de ser enseñados, sino más bien conocerle subjetivamente mediante la capacidad de la vida. Para realizar Su propósito eterno, Dios tuvo que hacer cuatro cosas: quitar el pecado; impartirse como vida en nuestro espíritu y hacer que esta vida se desarrolle hasta convertirse en leyes que se imparten a todo nuestro ser interior; Él tuvo que hacerse nuestro Dios y hacernos Su pueblo conforme a la ley de vida; y otorgarnos la capacidad de conocerle interiormente en vida de una manera automática.

Antes de llevar a cabo estas cuatro cosas, Dios primero prometió a Su pueblo lo que haría y estableció un pacto con ellos. La palabra pacto en su uso bíblico es lo que comúnmente llamamos contrato o acuerdo. Conforme al contenido de este contrato, Dios nos asegura que Él quitará nuestros pecados; que Él mismo se impartirá como vida en nuestro espíritu y que hará que esta vida se desarrolle hasta convertirse en leyes que se impartan en las partes internas de nuestro ser; luego, que Él será nuestro Dios y nosotros seremos Su pueblo conforme a dicha ley de vida; y, por último, que nosotros tendremos la capacidad de conocerle subjetivamente y de forma automática. El contenido del contrato o pacto divino consta de estos cuatro asuntos. Este es el nuevo pacto.

Ahora bien, ¿por qué se le llama nuevo pacto? Debido a que antes de que éste pacto se estableciera y fuera consumado, Dios ya había hecho otro pacto, el antiguo pacto. ¿Por qué Dios tuvo que hacer primero el antiguo pacto? Debido a que todas las cosas que se incluyen en el nuevo pacto son extremadamente misteriosas y abstractas. Si Dios hubiese hecho solamente el nuevo pacto, el pueblo no habría podido ver lo trascendente que es, ni lo habría entendido. Dios nos enseña de la misma manera que un maestro enseña a los niños pequeños en un jardín de la infancia. Por ejemplo, para enseñarles la palabra perro, él primero les muestra a los niños el dibujo de un perro. Primero les muestra el dibujo y después les enseña la palabra. De igual manera, Dios primero tuvo que mostrarnos un cuadro, y después nos explicó el objeto real. El antiguo pacto era el dibujo, el cuadro. Por ejemplo, como vimos anteriormente, en el antiguo pacto los pecados eran cubiertos, pero no perdonados. La acción de cubrir los pecados era solamente una sombra o una figura anticipada del perdón de los pecados que vendría con el nuevo pacto. El antiguo pacto contaba con la antigua ley, una ley de la letra. Esta ley del antiguo pacto era una sombra de la ley de vida que corresponde al nuevo pacto. Asimismo, en el antiguo pacto, Dios prometió a Su pueblo que, conforme a la ley de la letra, Él sería Su Dios y ellos serían Su pueblo. Pero, en cambio hoy, en el nuevo pacto, Dios es nuestro Dios y nosotros somos Su pueblo, no según la ley de la letra sino según la ley de vida. También, en el antiguo pacto se le enseñaba al pueblo a conocer a Dios dándoles a conocer la ley, pero en el nuevo pacto podemos conocer a Dios interiormente gracias a la capacidad de la vida. Cada uno de los cuatro elementos del nuevo pacto estaban presentes en el antiguo pacto, aunque sólo en forma de sombras y no de manera real. No obstante, ahora en el nuevo pacto, tenemos la realidad, la cual reemplaza las sombras.

Supongamos que yo le enviara a usted una foto mía antes de visitarlo. Aunque esa fotografía se asemeja mucho a mí, usted sólo tendría una foto mía pero no tendría mi persona. Una vez que yo, quien soy una persona viviente, lo visite, mi presencia ciertamente reemplazará la fotografía. Si después de haber llegado, a usted no le interesa mi presencia sino que sigue prefiriendo mi fotografía, usted sería la persona más insensata.

Al estudiar el tema del antiguo y nuevo pacto, es importante que sepamos cuál es la diferencia que existe entre una promesa, un juramento, un pacto y un testamento. Una promesa es una palabra ordinaria, que nos habla Dios prometiéndonos que hará algo por nosotros. Un juramento es la ratificación de la promesa. Dios confirmó Su promesa por medio de Su juramento (6:13, 17). Una vez que la promesa es confirmada por el juramento, ésta se convierte en un pacto. Lo que Dios nos ha dado no es una palabra ordinaria como una simple promesa, sino un pacto, un convenio, el cual ha sido confirmado por el juramento de Dios y sellado con Su ser divino. Un pacto compromete más a la gente que una simple promesa. El pacto que Dios ha hecho con nosotros incluye cuatro elementos que han dejado de ser simples promesas, y ahora son hechos consumados. Todos estos hechos se describen detalladamente en este pacto. La Persona que hizo el pacto murió para que éste viniera a ser un testamento, Su voluntad final legada a nosotros. Ahora, este pacto ya no es un mero pacto, sino que se ha convertido en un testamento legado por Aquel que estableció el pacto. En este testamento que se nos ha legado, los cuatro hechos consumados se han convertido en legados. Por consiguiente, ya no tenemos que esperar a que estas cosas se cumplan, ni tampoco necesitamos orar para que Dios sea fiel a Su promesa y cumpla Su palabra. La razón por la que no tenemos que orar es que ya todo ha sido consumado. Cada uno de los cuatro elementos es un hecho cumplido que nos ha sido legado. Además, estos cuatro elementos no son simples promesas y hechos, sino legados que podemos heredar y disfrutar, y de los cuales podemos participar. Lo que tenemos hoy en día no es simplemente una promesa ni un pacto, sino un testamento, el cual es un pacto mucho más avanzado. Un pacto avanzado es un pacto que se nos ha legado con los hechos cumplidos, los cuales son promesas cumplidas. Cuando la promesa es cumplida, llega a ser un pacto, y cuando el pacto es legado, llega a ser un testamento. La promesa contiene lo que se promete, el pacto contiene los hechos consumados, y el testamento incluye los hechos cumplidos, los cuales nos son conferidos en forma de legados. No ore para que Dios cumpla Sus promesas ni para que Él haga efectivo los hechos. Todas Sus promesas han venido a ser hechos cumplidos, y todos estos hechos nos han sido legados. Simplemente debemos recibirlos y disfrutarlos.

Examinemos nuevamente las cuatro promesas que han venido a ser hechos consumados y legados. El primer asunto es que el pecado ha sido quitado. Ahora bien, supongamos que el pecado regresara. ¿Qué haría usted? ¿Se arrodillaría usted y oraría: “Oh Señor, cumple Tu promesa. Tú prometiste que acabarías con el pecado, y ahora el pecado ha venido a perturbarme. Señor, cumple ahora lo que has dicho, cumple Tu promesa y acaba con el pecado”? El Señor jamás contestaría semejante oración. Es por eso que cuanto más usted le pide al Señor que le ayude a controlar su mal genio, más fracasos tiene. Siempre que usted ore así, no recibirá respuesta del Señor. ¿Qué debemos hacer entonces si el pecado viene a perturbarnos? Simplemente debemos decirle: “Pecado, ¿de dónde has salido? ¿Acaso no sabes que ya fuiste anulado?”. La acción de quitar el pecado es un legado que forma parte del testamento. Debemos por tanto, ser sencillos y declarar el hecho. Son muy pocos los cristianos que tienen esta clase de fe. Yo mismo, aun después de haber recibido esta visión, en varias ocasiones llegué a orar así: “Oh Señor, hazte cargo de mi enojo. Tú sabes lo difícil que me es controlarme. Señor, ¿acaso no prometiste que me ayudarías?”. Aunque ésta parece ser una buena oración, en realidad es una oración necia.

El segundo legado que se incluye en el nuevo pacto es que Dios ha depositado Su vida en nosotros y que esta vida está desarrollándose hasta convertirse en muchas leyes que rigen las partes internas de nuestro ser. Esto no es una promesa, sino un hecho cumplido que nos fue legado aun antes de que naciéramos. Antes de que nuestros padres nos impartieran la vida física, Dios ya había impartido Su vida en nosotros. ¿Cree usted esto? Este hecho cumplido nos fue legado por Cristo como nuestra herencia. Todos necesitamos ver esto. Si usted nunca ha visto la ciudad de Anaheim, le será difícil creer lo que escucha acerca de ella, pero una vez que usted viene a Anaheim y ve la ciudad por sí mismo, le será imposible no creer lo que ha visto. De igual modo, todos necesitamos ver lo que nos ha sido legado. ¡Aleluya, el pecado fue quitado, y antes de que naciéramos, la vida divina fue depositada en nosotros! Aún más, la vida divina no sólo nos fue impartida, sino que se ha desarrollado hasta convertirse en leyes que rigen cada una de las partes de nuestro ser.

El tercer legado es el hecho de que Dios sea nuestro Dios y nosotros seamos Su pueblo. Ambas cosas se basan en la ley de vida. En el antiguo pacto, Dios era Dios para Su pueblo y Su pueblo era el pueblo de Su posesión, conforme a la ley de letras, la cual era externa. Pero en el nuevo pacto, el hecho de que Dios sea nuestro Dios y nosotros seamos Su pueblo, se basa en la ley de vida, la cual es interna. Esto depende de la vida interna, y no del conocimiento externo. En el nuevo pacto Dios se relaciona con nosotros, no conforme a normas externas, sino conforme a leyes internas de vida, las cuales operan en nuestro ser interior, y nosotros vivimos con Él, no conforme al conocimiento de la letra, sino conforme al sentir de vida.

El cuarto legado es la capacidad interna de conocer a Dios. ¿Cree usted que tenemos la capacidad interna de conocer a Dios? Si lo cree, ¿cómo podría demostrármelo? Esto no puede demostrarse doctrinalmente, sino únicamente con nuestra experiencia. Supongamos que una hermana va de compras y ve muchos artículos en oferta. Cuando ella está a punto de decidir si debe comprarlo o no, algo en su interior le dice: “No toques ese artículo, pues a Dios no le gusta”. Luego, al tratar de alcanzar otro artículo, tal vez vuelva a escuchar: “A Dios tampoco le gusta ese”. Estoy seguro de que casi todas las hermanas han tenido esta clase de experiencia, lo cual demuestra que las hermanas poseen la capacidad interna de conocer a Dios. Usted no puede negar que tiene esta capacidad.

Los hermanos saben también por experiencia que poseen la capacidad de conocer a Dios. Los hermanos tenemos la peculiaridad de vindicarnos a nosotros mismos. Sin importar la edad, por el simple hecho de ser hombres, nos gusta vindicarnos a nosotros mismos. Una buena esposa es la que ha aprendido que su esposo siempre buscará vindicarse y que nunca estará dispuesto a perder ningún pleito, aun cuando no exista ningún pleito que ganar. Si usted es una esposa sabia, no discutirá con su esposo, ya que los esposos nunca pierden. No obstante, siempre que los hermanos tratamos de vindicarnos, la presencia divina inmediatamente desaparece y nos damos cuenta de que vindicarnos no es de Dios. Para darnos cuenta de esto no necesitamos de ninguna enseñanza conforme a la ley de letras, pues poseemos una capacidad en vida, que nos permite conocer a Dios interiormente.

Aunque todos estos cuatro asuntos ya se habían cumplido y nos habían sido legados antes de nuestro nacimiento, no los experimentamos antes de creer en el Señor Jesús. Desde el día en que creímos en el Señor Jesús, estos cuatro asuntos fueron forjados en nosotros. Fue por eso que un día dijimos: “Oh Señor Jesús. Tú eres mi Salvador. Creo en Ti. Gracias por Tu sangre y por haberme lavado”. Inmediatamente después de haber orado así, los cuatro elementos del nuevo pacto llegaron a ser una realidad para nosotros.


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