Información del libro

Estudio-vida de Génesispor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1420-6
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Capítulo 25 de 120 Sección 1 de 5

ESTUDIO-VIDA DE GENESIS

MENSAJE VEINTICINCO

LA SEGUNDA CAIDA DEL HOMBRE
(3)

En este mensaje, llegamos a los últimos dos versículos de Génesis 4. Hemos visto que casi todos los puntos mencionados en los primeros capítulos de Génesis son semillas que se desarrollan en los libros bíblicos que siguen. A pesar de constituir un pasaje bíblico muy breve, Génesis 4:25-26 contiene una semilla muy significativa. No obstante, antes de considerar esa semilla, debemos abordar otros asuntos.

5. La manera de escapar

Tenemos la primera caída del hombre en Génesis 3, y la segunda en Génesis 4. Vimos que la manera de escapar de la primera caída consiste en creer en la simiente de la mujer, es decir, en el Señor Jesús, y en seguir el camino de salvación de Dios. Sin embargo, la caída dio por resultado la presencia de Satanás en nuestra naturaleza. Esta fue la principal causa de la segunda caída. ¿Cuál es la manera de escapar de esta segunda caída?

a. Sin la arrogancia debida a
nuestros propios conceptos

Si queremos escapar de la segunda caída del hombre, debemos tener cuidado de no ser arrogantes. ¿Qué significa ser arrogantes? Significa hacer el bien, adorar a Dios y servir a Dios según nuestros conceptos humanos y no conforme a la revelación de Dios. Vimos un ejemplo en el caso de Caín (4:3). Hacer algo por nosotros mismos, por muy bueno que sea a nuestros ojos, es una arrogancia y está unido con el diablo. Como hombres caídos que contenemos a Satanás en nuestra naturaleza, debemos rechazar todo lo que se origine en nosotros. Debemos hacerlo todo según lo reveló Dios a fin de ser preservados del diablo y de seguir cayendo.

b. Vivir para Dios y adorarle
según lo dispuesto por El

Además, si deseamos escapar de la segunda caída del hombre, debemos vivir para Dios y adorarle conforme a lo que El dispuso, como lo hizo Abel (4:2, 4; cfr. 3:21; He. 11:4). Debemos evitar, por el lado negativo, ser arrogantes; y debemos, por el lado positivo, vivir para Dios y adorarle conforme a lo que El reveló y según lo que El dispuso. No se trata solamente de vivir para Dios y adorarlo, sino de hacerlo conforme a Su revelación. Debemos permanecer en el camino de Dios a fin de no seguir cayendo.

c. Ser conscientes de la vanidad
de la vida humana

En Génesis 4 encontramos dos nombres particularmente significativos. El primero es Abel, que significa “vanidad”. Como resultado de la caída, la vida humana se hizo vana. Mire la gente de hoy. A pesar de estar muy ocupada, tiene un vacío en su interior. Las personas sienten un vacío en lo profundo de su ser. Cualquiera que sea su rango social, su fortuna o el éxito que haya logrado, usted sabe que hay un vacío en su interior cuando está solo en el silencio de la noche o temprano por la mañana. Este vacío es la vanidad de la cual estoy hablando. Es exactamente a lo que se refería el sabio rey Salomón cuando dijo: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad ... debajo del sol” (Ec. 1:2-3). Si queremos escaparnos de la segunda caída del hombre, debemos tomar consciencia de que todo lo que somos nosotros, los hombres caídos y carentes de Dios, lo que poseemos y lo que hacemos, está vacío. No somos más que vanidad.

d. Reconocemos la fragilidad del hombre

El segundo nombre particularmente significativo es Enós, que significa “hombre frágil y mortal”. Después de la caída, no sólo la vida humana se hizo vana, sino que el hombre también se volvió frágil y mortal. Debemos reconocer que somos frágiles, débiles y fácilmente deshechos. ¡Es muy fácil fracasar! El hombre es mortal. Nadie puede jactarse de tener la certeza de que va a vivir una semana más. Nadie sabe lo que le pasará mañana. Si queremos escapar de la segunda caída del hombre, debemos reconocer la vanidad de la vida humana y la fragilidad del hombre. Si entendemos eso, no tendremos ninguna confianza en nosotros mismos y, por ende, no tendremos la arrogancia de apartarnos del camino de Dios.

e. Invocar el nombre de Jehová: el “Yo soy”

Cuando vemos que no debemos ser arrogantes, y que debemos vivir para Dios y adorarle como El lo ha ordenado y reconocer la vanidad de la vida humana y la fragilidad del hombre, decimos: “Oh Señor, no debo ser arrogante. Debo vivir para Ti y adorarte como Tú has mandado. Señor, mi vida es vanidad. Soy frágil y mortal”. Cuando tomamos consciencia de que nuestra vida es vanidad y de que somos frágiles, espontáneamente invocamos el nombre del Señor. Esta es la razón por la cual Génesis 4:26 dice: “Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová”. Desde la época de Enós, la tercera generación de la humanidad, los hombres empezaron a invocar el nombre del Señor, al darse cuenta de que eran débiles, frágiles y mortales.

Nótese que en hebreo se usa “Jehová” para referirse al Señor (4:26; cfr. Ex. 3:14). El título “Dios” se usa principalmente refiriéndose a la relación que Dios tiene con Su creación en Génesis 1. El nombre Jehová se usa principalmente refiriéndose a la relación de Dios con el hombre a partir de Génesis 2. Jehová es el nombre que describe la relación íntima que Dios tiene con el hombre. Por consiguiente, Génesis 4:26 no dice que los hombres empezaron a invocar el nombre de Dios, sino el nombre de Jehová. Los hombres no invocaban al Creador de todas las cosas, sino a Aquel que estaba cerca de ellos, Aquel que estaba estrechamente relacionado con ellos. El nombre Jehová significa “Yo soy el que soy”, es decir, El es Aquel que existe desde la eternidad hasta la eternidad. El es el que existía en el pasado, existe en el presente, y existirá en el futuro y para siempre. El es el Eterno. Cuando los hombres se dieron cuenta de que eran frágiles y mortales, comenzaron a invocar a Jehová, el Eterno, es decir, a invocar el nombre del Señor. Esta invocación empezó desde la tercera generación de la humanidad.

Cuando no nos interesamos en Dios, no invocamos Su nombre. No obstante, cuando nos percatamos de que debemos vivir para El y adorarle a Su manera, y cuando nos damos cuenta de que somos frágiles y mortales y de que nuestra vida no es más que vanidad, espontáneamente y desde lo profundo de nosotros, no sólo oramos, sino que invocamos el nombre del Señor. Por consiguiente, debemos considerar esta importantísima semilla, la de invocar el nombre del Señor. Se trata de un asunto de lo más trascendente tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo.


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