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Estudio-vida de Filipensespor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0338-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Capítulo 34 de 62 Sección 1 de 3

ESTUDIO-VIDA DE FILIPENSES

MENSAJE TREINTA Y CUATRO

VIVIR A CRISTO POR EL ESPIRITU

Lectura bíblica: Fil. 1:19-21; Jn. 14:17-20; 6:57, 63; 2 Co. 3:6b, 17a; Gá. 5:25; 1 Ts. 5:17-19

En los primeros años de mi vida cristiana, nadie me dijo cuál era la meta de un cristiano. Por supuesto, me dijeron que había sido salvo para ir al cielo. Así que, el concepto que tenía acerca de la meta de un cristiano, era simplemente ir a los cielos. Por lo general se piensa que el cielo es el destino que Dios dispuso para todos los que creen en Cristo. No obstante, posteriormente descubrí que la meta del creyente es vivir a Cristo, y que éste era precisamente el destino que Dios había dispuesto para nosotros en Su economía. Por lo tanto, Cristo es nuestro camino, nuestra meta y nuestro destino.

VIVIR A CRISTO

Hasta hace poco, en la década de los 70, la mayoría de los cristianos aún desconocían la expresión “vivir a Cristo”. Incluso entre nosotros, en el recobro del Señor, tampoco conocíamos esta frase. Tal vez habíamos oído expresiones como vivir para Cristo, expresar a Cristo o vivir por Cristo, pero nunca habíamos escuchado la expresión vivir a Cristo. Esta es una nueva terminología. Vivir por Cristo, vivir para Cristo y expresar a Cristo no es lo mismo que vivir a Cristo.

El evangelio de Juan nos puede ayudar a entender lo que significa vivir a Cristo. En este evangelio, vemos que Cristo, el Verbo, es Dios (1:1). Un día, el Verbo se hizo carne (1:14), lo cual significa que Dios se encarnó. Refiriéndose al Verbo encarnado, Juan el Bautista declaró: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (1:29). Luego, el capítulo tres de Juan habla sobre la regeneración, donde se afirma que debemos nacer de Dios en nuestro espíritu y mediante el Espíritu.

En Juan 14, el Señor Jesús declaró: “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (v. 9). Y más adelante, el Señor dijo: “Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí” (v. 11). Esto muestra que el Señor Jesús era uno con el Padre. Ver a Jesús equivalía a ver al Padre. En el mismo capítulo, el Señor Jesús habló del Espíritu de realidad, afirmando que este Espíritu que moraba con los discípulos, estaría en ellos (v. 17). Al decir esto, daba a entender que cuando el Espíritu de realidad viniera, El mismo vendría también. Luego, el versículo 19 añade: “Porque Yo vivo, vosotros también viviréis”, y el versículo 20 agrega: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. Estos versículos revelan que vivimos juntamente con Cristo. Nosotros estamos en El y El está en nosotros, lo cual significa que vivimos juntos, que El vive y que nosotros también vivimos. Nosotros vivimos en El, por El, y con El, e incluso lo vivimos a El.

En Juan 15 el Señor presenta un ejemplo muy claro de la vid y de los pámpanos. El declara: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos” (v. 5). Los pámpanos son en realidad la vida que lleva la vid.

RECIBIR EL ALIENTO SANTO

Después de resucitar, El Señor Jesús vino a Sus discípulos. En Juan 20:22 leemos que “El sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. La palabra griega pneuma que traducimos Espíritu significa también aliento o soplo. Esto indica que el Señor Jesús dijo a los discípulos que recibieran el aliento santo. Así, vemos que el evangelio de Juan comienza hablando del Verbo, después habla del Cordero y de la vid, y finalmente, Juan 20:22 revela que el Verbo, Dios, el Cordero, y la vid, son también el aliento que debemos recibir. Por una parte, El exhaló Su aliento, y por otra, los discípulos lo inhalaron.

En Juan 20:22, el Señor Jesús dijo a los discípulos: “Recibid el Espíritu Santo”, esto es, el aliento santo. No analicemos lo que significa el aliento, simplemente, recibámoslo en nosotros inhalándolo. Desafortunadamente, muchos cristianos de hoy sólo saben razonar y reflexionar, pero no saben lo que significa inhalar este aliento santo. A. B. Simpson experimentó lo que es inhalar a Cristo. En uno de sus himnos dice: “Sopla en mí Tu Espíritu hasta inhalarte en mí, Señor” (Himnos, #119).

En el evangelio de Juan se presenta un relato del proceso divino. El Verbo, quien era Dios, se hizo carne. Luego, después de pasar por la crucifixión y la resurrección, El llegó a ser el aliento santo que podemos inhalar.

Si hemos de entender correcta y completamente el evangelio de Juan, es necesario que veamos las etapas de este proceso. En Juan 1:1 y 14 vemos que el Verbo, el cual en el principio estaba con Dios y era Dios, se hizo carne. El versículo 29 revela que este Verbo encarnado es el Cordero de Dios. Por una parte, El es el Cordero que redime, y por otra, es el árbol que imparte la vida. Por consiguiente, podemos referirnos a El como el “Cordero-árbol”. En Juan 15 vemos que los pámpanos son la vida que lleva la vid. Finalmente, el “Cordero-árbol” llega a ser el aliento santo. ¡Aleluya! En nuestra experiencia, Cristo es el Verbo, el Cordero, el árbol y el aliento. El Verbo expresa a Dios, el Cordero efectúa la redención, el árbol imparte la vida y el aliento nos capacita para vivir.

Si no respiramos no podemos vivir. En el idioma chino cuando una persona fallece, se dice que dejó de respirar. Sin duda, dejar de respirar equivale a morir. Asimismo, podemos decir que respirar equivale a vivir. Tal vez podamos graduarnos de muchos cursos, pero jamás podremos “graduarnos” de respirar. Nadie puede afirmar que por el conocimiento o la madurez que ha adquirido, ya no necesita respirar. Al contrario, cuanto más avanzada sea la edad de una persona, más se preocupa por su respiración. ¡Cuán maravilloso es contar con el aliento santo para nuestra existencia!


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