Información del libro

Estudio-vida de 1, 2 y 3 Juan, Judaspor Witness Lee

ISBN: 0-7363-3089-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Capítulo 14 de 49 Sección 1 de 3

ESTUDIO-VIDA DE 1 JUAN

MENSAJE CATORCE

LOS REQUISITOS CORRESPONDIENTES
A LA COMUNIÓN DIVINA

(6)

Lectura bíblica: 1 Jn. 2:1-2

En este mensaje continuaremos examinando 1 Juan 2:1-2.

En el versículo 1 Juan dice: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno peca, tenemos ante el Padre un Abogado, a Jesucristo el Justo”. Hemos visto que aquí Juan les dice a sus hijitos, a todos los destinatarios de esta epístola, que su intención al escribirles era que ellos no pecaran; pero que si alguno pecaba, tenían un Abogado, un ayudador o consejero, ante el Padre, a Jesucristo el Justo.

En el versículo 2 Juan dice además que Cristo es “la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”. Como ya señalamos, el Señor Jesucristo se ofreció a Sí mismo a Dios en sacrificio por nuestros pecados, no sólo para efectuar nuestra redención, sino también para satisfacer a Dios. Su muerte vicaria satisfizo a Dios y lo apaciguó. Por lo tanto, Él es la propiciación entre Dios y nosotros. El Señor Jesús es la propiciación no sólo por nuestros pecados, sino también por los pecados de todo el mundo. Sin embargo, esta propiciación está supeditada a que nosotros la recibamos creyendo en el Señor.

LA SANGRE DE JESÚS Y EL ABOGADO
QUE TENEMOS ANTE EL PADRE

Lo que Juan escribe en esta epístola es muy tierno y delicado. Hace años, cuando leí por primera vez el capítulo 1, me sentí muy contento. No obstante, no entendía por qué Juan había añadido los versículos 1 y 2 del capítulo 2. Me parecía que el problema del pecado había quedado completamente resuelto en el capítulo 1 y que no eran necesarios estos versículos del capítulo 2. Fue más tarde que vine a valorar la importancia de estos versículos.

Según el capítulo 1 de esta epístola, hemos recibido la vida divina y ahora la disfrutamos mediante la comunión de dicha vida. En esta comunión recibimos la luz divina, y en esta luz practicamos la verdad. Sin embargo, aún necesitamos la advertencia en cuanto al pecado que mora en nuestra carne. Debemos tener cuidado y estar alertas con relación al pecado que mora en nosotros.

Cada vez que pecamos, debemos confesar nuestro pecado a Dios. Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel a Su palabra para perdonar nuestros pecados, y Él es justo con relación a Su redención para limpiarnos de toda injusticia. Esto es maravilloso. Con todo, como lo indica 2:1-2, aún necesitamos a una persona, un Abogado ante el Padre, que se ocupe de nuestro caso. Ya que no somos capaces de manejar el caso por nosotros mismos, necesitamos un defensor celestial.

Así, pues, en el capítulo 1, Juan habla de la sangre de Jesús, y en el capítulo 2, de nuestro Abogado. Dios no sólo nos ha provisto la sangre de Jesucristo, la cual fue vertida por nosotros para que fuésemos perdonados y limpiados, sino que también preparó a Cristo para que fuese nuestro Abogado. Primeramente, el Señor Jesús derramó Su sangre y de este modo pagó el precio por nuestra redención. Luego, después de derramar Su sangre, se convirtió en nuestro Abogado, en nuestro defensor celestial, el cual se ocupa de nuestro caso. ¡Cuán maravilloso es que nuestro Abogado hubiese pagado nuestra deuda y se hubiese hecho cargo de nuestro caso!

El hecho de que Cristo sea nuestro Abogado ante el Padre, y no simplemente ante Dios, indica que nuestro caso, del cual se encarga el Señor por nosotros, es un asunto familiar, un caso entre nosotros los hijos del Padre y el Padre. De hecho, nuestro Abogado es nuestro Hermano mayor, el Hijo del Padre.

En la familia divina abunda el amor, pero también abunda la justicia. Por lo tanto, en ella hay normas y también se encuentra la disciplina del Padre. Nunca debemos pensar que en la casa del Padre podemos actuar de forma indisciplinada. Nuestro Padre es ordenado, y en Su casa debe haber mucho más orden que en un tribunal humano. Sin embargo, pese a que nosotros somos hijos que viven en la casa del Padre, muchas veces nos portamos mal. Cometemos errores, rompemos las reglas familiares y ofendemos al Padre. Es por ello que necesitamos que el Señor, nuestro Hermano mayor, sea nuestro Abogado ante el Padre.

El Señor Jesús, quien derramó Su sangre por nosotros, es el Justo. Él no solamente es una persona recta con respecto al Padre, sino también con respecto a nosotros. El Señor es nuestro Paráclito (la transliteración de la palabra griega parákletos, traducida “Abogado”). Él viene a nuestro lado a ayudarnos, nos sirve, cuida de nosotros y nos provee de todo lo que necesitamos. Puesto que necesitábamos la sangre limpiadora, Él nos proveyó Su propia sangre, con la cual nos redimió y nos limpió. Asimismo, puesto que necesitábamos a alguien que se ocupara de nuestro caso, Él es ahora nuestro Abogado, nuestro parákletos.


Nota: Esperamos que muchos se beneficien de estas riquezas espirituales. Sin embargo, para evitar cualquier tipo de confusión, les pedimos que ninguno de estos materiales sean descargados o copiados y publicados en otro lugar, sea por medio electrónico o por cualquier otro medio. Living Stream Ministry mantiene todos los derechos de autor en estos materiales, y esperamos que ustedes los que nos visiten respeten esto.

Back to Top