Información del libro

Estudio-vida de Efesiospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0334-7
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Capítulo 36 de 97 Sección 1 de 3

ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS

MENSAJE TREINTA Y SEIS

GUARDAR LA UNIDAD DEL ESPIRITU

Efesios 4:1 dice: “Yo pues, prisionero en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados”. Este versículo repite en parte lo que dice 3:1, donde empieza la exhortación que el apóstol hace en los capítulos del cuatro al seis. Esto indica que 3:2-21 es una sección parentética.

ANDAR COMO ES DIGNO
DEL LLAMAMIENTO DE DIOS

El libro de Efesios está dividido en dos secciones principales. La primera, compuesta de los capítulos del uno al tres, revela las bendiciones y la posición que la iglesia ha obtenido en Cristo en los lugares celestiales. El capítulo tres en particular revela que la iglesia se produce de manera práctica al forjarse en ella las riquezas del Cristo vivo. La segunda sección, que comprende los capítulos del cuatro al seis, nos exhorta en cuanto a el vivir y la responsabilidad que la iglesia debe tener en el Espíritu sobre la tierra. El encargo básico es que debemos andar como es digno del llamamiento, el cual es la totalidad de las bendiciones dadas a la iglesia, según se revela en 1:3-14. En la iglesia, y bajo la bendición abundante del Dios Triuno, los santos deben andar como es digno de la elección y predestinación del Padre, la redención del Hijo y del sello y las arras del Espíritu.

Al andar como es digno del llamamiento de Dios, la iglesia debe vivir de cierta manera y asumir ciertas responsabilidades. Por lo tanto, en los capítulos del cuatro al seis vemos, por un lado, la vida que la iglesia debe llevar, y por otro, la responsabilidad que debe asumir.

Cuando Pablo exhortó a los santos a andar como es digno del llamamiento de Dios, lo hizo basándose en su condición de prisionero en el Señor. El hecho de que era apóstol de Cristo por la voluntad de Dios le autorizó para presentar la revelación acerca de la iglesia, es decir, para hablar del misterio de Cristo. Por otro lado, el hecho de que era prisionero en el Señor le hizo apto para exhortarnos a andar como es digno del llamamiento de Dios. El vivir de Pablo era digno del llamamiento de Dios; además, él asumió la responsabilidad exigida por dicho llamamiento.

En 3:1 Pablo se llama a sí mismo “prisionero de Cristo Jesús”, mientras que en 4:1 dice que él es “prisionero en el Señor”. Ser prisionero en el Señor es más profundo que ser prisionero del Señor. En calidad de prisionero, Pablo es un modelo para aquellos que desean andar como es digno del llamamiento de Dios.

GUARDAR LA UNIDAD DEL ESPIRITU

Para andar como es digno del llamamiento de Dios, para tener la vida apropiada del Cuerpo, lo primero que debemos hacer es ocuparnos de la unidad. Debemos guardar la unidad del Espíritu. Esto es crucial y vital para el Cuerpo de Cristo.

Hablando con propiedad, la unidad es diferente de una simple unión. Una unión se forma cuando muchas personas se juntan, mientras que la unidad, es una sola entidad, el Espíritu que está en los creyentes y hace que ellos sean uno. Algunos cristianos experimentan cierta clase de unión, pero los que estamos en el recobro del Señor valoramos la unidad mucho más que la unión. En el recobro no estamos unidos, es decir, no hemos formado cierta clase de unión, sino que somos uno. Nuestra unidad es una persona, el Señor Jesús mismo, quien como Espíritu vivificante es hecho real en nosotros. Hoy el Señor es el Espíritu vivificante que está en nosotros, y este Espíritu es nuestra unidad. Por consiguiente, nuestra unidad es una persona, pero esta persona no está fuera de nosotros, en los cielos, como algo objetivo, sino subjetivo, o sea, mora en nosotros como nuestra propia vida.

Esta unidad es similar a la electricidad que corre por muchas lámparas y las hace brillar como si fueran una sola. Aunque tal vez en una habitación haya docenas de lámparas, la electricidad que corre en ellas las hace una sola. Por sí mismas las lámparas no son una sola, ni están unidas para formar una sola unidad. La electricidad que circula en las lámparas constituye la unidad de ellas. Esta electricidad no une a las lámparas, sino que ella misma es su unidad. En sí, las lámparas son individuales y están separadas, pero en la electricidad ellas encuentran su unidad. El mismo principio aplica a los creyentes de Cristo. El Espíritu que mora en nosotros es nuestra unidad.

En 4:3 a esta unidad se le llama “la unidad del Espíritu”. La unidad del Espíritu es de hecho el Espíritu mismo. En el ejemplo de la electricidad y las lámparas, la unidad de la electricidad es la electricidad misma. No existe otro elemento, aparte de la electricidad, que sea la unidad de la electricidad. La unidad de la electricidad es simplemente la electricidad misma. Según el mismo principio, la unidad del Espíritu no es algo aparte del Espíritu; es el Espíritu mismo. La unidad que está en nosotros y entre nosotros es el Espíritu vivificante. Por consiguiente, guardar la unidad equivale a guardar el Espíritu vivificante.

Muchos cristianos hablan de la unidad, pero pasan por alto al Espíritu. Esto indica que para ellos la unidad es algo separado del Espíritu. Por ello, cuanto más hablan de la unidad, más se dividen. Algunos creyentes inclusive discuten de manera carnal sobre el tema de la unidad. No es necesario hablar tanto de la unidad. La unidad es como una paloma; si no hablamos de ella, se queda con nosotros, de lo contrario, sale volando. Cuando hablamos mucho acerca de la unidad, corremos el peligro de perderla. La unidad no se guarda hablando de ella, sino permaneciendo en el Espíritu vivificante. Mientras amemos al Señor y lo recibamos continuamente, guardaremos la unidad, pues como lo hemos recalcado, la unidad es la persona misma de Cristo como Espíritu vivificante.

Guardar la unidad del Espíritu denota que ya tenemos al Espíritu. Si no lo tuviéramos, ¿cómo podríamos guardarlo? Con todo, la mayoría de los cristianos viven casi siempre separados del Espíritu. Cualquier acción que se tome fuera del Espíritu vivificante, causa división. Cuando somos uno con el Espíritu, vivimos según El y lo hacemos todo en El, guardamos la unidad sin ningún esfuerzo. Pero cuando actuamos fuera del Espíritu, nos dividimos y perdemos la unidad. Por ello, en vez de exhortarles a ustedes a que hablen de la unidad, les animo a que presten atención al Espíritu vivificante, quien es el Señor mismo en nosotros como vida.


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