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Estudio-vida de Hebreospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3845-5
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ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS

MENSAJE VEINTICINCO

UN CORAZÓN MALO DE INCREDULIDAD QUE NOS HACE APARTARNOS DEL DIOS VIVO, LA PALABRA VIVA DE DIOS Y LAS PARTES DEL HOMBRE

UN CORAZÓN MALO DE INCREDULIDAD QUE NOS HACE APARTARNOS DEL DIOS VIVO

En este mensaje abarcaremos tres asuntos: un corazón malo de incredulidad que hace que el hombre se aparte del Dios vivo; la palabra viva de Dios; y las partes del hombre. Hebreos 3:12 dice: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad que lo haga apartarse del Dios vivo”. Ningún corazón es tan malo como un corazón de incredulidad. Nada ofende más a Dios que nuestra incredulidad. David cometió un pecado horrible al matar a un hombre para quitarle su esposa. Sin embargo, desde la perspectiva gubernamental, este pecado no fue tan grave, porque no ocasionó que Dios abandonara a David. No obstante, la incredulidad de los hijos de Israel en el desierto provocó que Dios los abandonara. La incredulidad constituye un insulto y una ofensa para nuestro Dios. Todo pecado quebranta la justa ley de Dios, pero pocos son los que ultrajan directamente Su persona, como lo hace el pecado de incredulidad.

I. EL DIOS VIVO

Nuestro Dios es el Dios vivo. La incredulidad es tan maligna debido a que insulta al Dios vivo, fiel y todopoderoso. Si no creemos en Dios, en Sus obras ni en Sus caminos, lo insultamos. Por esta razón, debemos guardarnos de la incredulidad. El versículo 10 dice: “A causa de lo cual me disgusté contra esa generación, y dije: Siempre andan extraviados en su corazón, y no han conocido Mis caminos”. Los caminos de Dios son diferentes de Sus hechos. Sus hechos son Sus actividades; Sus caminos son los principios por los que Él actúa. Los hijos de Israel sólo conocían los hechos de Dios, pero Moisés conocía Sus caminos (Sal. 103:7). En el desierto los hijos de Israel vieron un milagro cada mañana, el maná. Si tal milagro ocurriera hoy, sería publicado en los periódicos del mundo. No obstante, a pesar de que los hijos de Israel contemplaron tal milagro, ellos, a diferencia de Moisés, vieron solamente los hechos de Dios y no Sus caminos fieles y divinos. No debemos ser como los hijos de Israel; más bien, debemos aprender cuáles son los caminos de nuestro Dios, es decir, los principios por los que Él actúa. Cuando los hijos de Israel tuvieron escasez de alimento y agua, se quejaron y murmuraron. Cuando Dios actuó en favor de ellos, por algún tiempo estuvieron contentos, pero no mucho después volvieron a ofender a Dios. Si nos examinamos a nosotros mismos, no los criticaremos, sino que nos daremos cuenta de que somos igual que ellos. Tal vez en la noche, durante la reunión, exclamemos: “¡Alabado sea el Señor!”, y luego murmuremos en contra de Él la mañana siguiente. ¡Cuánto necesitamos conocer los caminos de Dios! Nuestro Dios es un Dios vivo y se rige por principios. Él nunca se negara a Sí mismo. Él es capaz, omnipotente y fiel, y siempre guarda Sus promesas y cumple Su palabra.

II. UN CORAZÓN MALO

Aunque Dios es viviente y fiel, el corazón malo se endurece contra Él (3:8). Por un lado, un corazón malo tiene la capacidad de razonar, de hecho, razona demasiado; por otro lado, es obstinado e irracional, debido a que se ha endurecido. Un corazón así se aparta de la senda correcta y se extravía, sin llegar a conocer los caminos de Dios, o sea, los principios por los que Él actúa. Un corazón malo pone a prueba a Dios (v. 9), y se engaña a sí mismo y será engañado (v. 13). Ésta es la condición de un corazón malo. Tal corazón siempre proviene de haber sido endurecido. ¡Cuán peligroso es que nuestro corazón se endurezca! Debemos orar una y otra vez para que el Señor ablande nuestro corazón, debemos decirle: “Señor, ten misericordia de mí. Ablanda mi corazón y nunca permitas que se endurezca”.

III. LA INCREDULIDAD

Un corazón malo genera incredulidad. La incredulidad consiste en razonar según nuestro concepto natural y no conforme a los principios de Dios. Consideremos la manera en que razonaron los hijos de Israel en Números 13:31-33. Notamos algunas mentiras en sus razonamientos, cuando dijeron que “la tierra que recorrimos y exploramos es tierra que se traga a sus habitantes”. Eso era una mentira. Josué y Caleb dijeron: “No seáis rebeldes contra Jehová ni temáis al pueblo de esta tierra, pues vosotros los coméreis como pan. Su amparo se ha apartado de ellos y Jehová está con nosotros: no los temáis” (14:9). Josué y Caleb dijeron la verdad. Sin embargo, los hijos de Israel no razonaron conforme a la verdad, sino conforme a la mentira, y no tomaron en cuenta los caminos de Dios. Inicialmente, Dios le había prometido a Moisés que conduciría a los israelitas a la buena tierra. Esa palabra debió haberles bastado. Por ejemplo, supongamos que un millonario le firmara un cheque por diez mil dólares. Si usted no creyera, sería un insulto para tal millonario. Usted no debiera decir: “No creo que tenga en mis manos diez mil dólares. No tengo suficiente dinero ni siquiera para comprarme un par de zapatos”. Razonar de esta manera sería un insulto para dicho millonario. Dios habló a Moisés, diciendo: “Ve, reúne a los ancianos de Israel y diles: ‘Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se me apareció y me dijo: En verdad os he visitado y he visto lo que se os hace en Egipto. Y he dicho: Yo os sacaré de la aflicción de Egipto a la tierra del cananeo [...] a una tierra que fluye leche y miel’” (Éx. 3:16-17). Esta palabra era más fidedigna que un cheque firmado por un millonario. Los hijos de Israel debieron haber creído esta palabra, y debían haber conocido los caminos de Dios y deberían haber dicho: “Dios, sabemos que Tú no permitirás que muramos aquí en el desierto. Si permitieras esto, ¿no estarías faltando a Tu palabra? No nos importa cuántos gigantes puedan haber en la buena tierra, ni siquiera nos importaría que estuviera llena de ángeles malos. Nos los comeremos como pan, porque Tú has prometido llevarnos a la buena tierra”. Ésta es la manera correcta de razonar conforme a los caminos de Dios, o sea, conforme a Sus principios y según Su fidelidad y poder. Pero los israelitas, en lugar de razonar así, dijeron: “Hay gigantes en esa tierra, y nosotros somos para ellos como langostas. Ciertamente nos comerán”. Así es nuestra lógica cuando hay incredulidad, cuando razonamos conforme al concepto natural, sin tomar en cuenta los caminos de Dios ni confiar en Su fidelidad. Josué y Caleb se opusieron a esta clase de razonamiento y declararon que el pueblo era más que capaz de conquistar esa tierra. Josué y Caleb honraron a Dios, y Dios a la vez los honró a ellos por haberle honrado. Nada honra más a Dios que nuestra fe, y nada lo deshonra y lo insulta más que nuestra incredulidad.

La incredulidad conduce a la desobediencia, la obstinación y la rebelión (He. 3:18) y provoca a Dios (vs. 8, 16). Debido a su incredulidad, los israelitas se apartaron del Dios vivo. La palabra griega traducida “apartarse” en 3:12 puede también traducirse alejarse, desertar, irse o mantenerse apartado. Aunque Dios es viviente y fiel, la incredulidad causa que nos apartemos de Él. Una vez que nos apartamos, ¿qué puede hacer Él por nosotros? Debido a la incredulidad, los israelitas no pudieron entrar en el reposo y quedaron postrados en el desierto (vs. 18-19). El Señor juró que ellos no entrarían en Su reposo y sus “cuerpos cayeron en el desierto” (v. 17). ¡Cuán serio es tener un corazón malo de incredulidad! Dios se vio obligado a no hacer nada por los israelitas, ya que Él no podía hacer nada que fuera en contra de Sí mismo ni de Sus principios. Nunca ofenda a Dios al grado en que Él no pueda hacer algo a su favor. Es terrible que eso ocurra.


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