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Estudio-vida de 1 y 2 Pedropor Witness Lee

ISBN: 0-7363-2858-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 16 de 47 Sección 1 de 4

ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO

MENSAJE DIECISÉIS

EL CRECIMIENTO EN VIDA Y SUS RESULTADOS

(2)

Lectura bíblica: 1 P. 2:1-4, 6-8

En 1 Pedro 2:1 y 2 dice: “Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresías, envidias, y toda maledicencia, desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcáis para salvación”. En el mensaje anterior señalamos que debemos hacer dos cosas. Primero, debemos desechar toda malicia, todo engaño, hipocresías, envidias y toda maledicencia. Segundo, debemos desear la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella podamos crecer en vida. Como hemos visto, el verdadero crecimiento en vida es el aumento de la medida de la vida divina en nosotros.

CRECER PARA SALVACIÓN

Según lo que Pedro dice en 2:2, es por la leche pura de la palabra que podemos crecer para salvación. La palabra griega traducida “para” también significa “resultando en”. Crecer en la vida divina resulta en salvación. Esta salvación, como resultado del crecimiento en vida, no es la salvación inicial. La plena salvación de Dios abarca un largo período, pues comienza a partir de la regeneración, que incluye la justificación, y culmina con la glorificación (Ro. 8:30). En el momento en que fuimos regenerados recibimos la salvación inicial. Luego, necesitamos crecer hasta llegar a la salvación plena, la madurez que nos conduce a la glorificación, alimentándonos de Cristo como la leche nutritiva de la palabra de Dios. Ésta será la salvación de nuestra alma, la cual nos será revelada cuando el Señor Jesús sea manifestado (1 P. 1:5, 9-10, 13). Sin embargo, según el contexto, la frase “para salvación” se refiere directamente a ser “edificados como casa espiritual hasta ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales”, lo cual se menciona en el versículo 5, y a “que anunciéis las virtudes de Aquel”, lo cual se menciona en el versículo 9.

Si crecemos para salvación, seremos salvos de la malicia, del engaño, de las hipocresías, las envidias y la maledicencia, que son las cinco cosas negativas de las cuales se habla en el versículo 1. No podemos ser salvos de la malicia, el engaño, las hipocresías, las envidias ni de la maledicencia por nuestros propios esfuerzos. Esto no lo logramos perfeccionándonos, ni enmendándonos o corrigiéndonos a nosotros mismos, pues ser salvos de todas estas cosas negativas es cuestión de algo más interno.

Por ejemplo, supongamos que alguien se enferma debido a cierta bacteria. Esta bacteria está en la sangre y en todo su organismo. ¿De qué serviría tratar de resolver este problema lavando a la persona afectada con un jabón fuerte? Lo único que se lograría con ello sería limpiar la piel, mas no eliminar la bacteria presente en su organismo. Dicha persona necesita tomar un antibiótico si ha de combatir la bacteria. Además de ello, necesita ingerir alimentos que nutran su cuerpo físico a fin de crecer. Este crecimiento le ayudará a sanarse de su enfermedad. De la misma manera, a medida que crecemos para salvación espontáneamente somos salvos de los “gérmenes” de la malicia, el engaño, las hipocresías, las envidias y la maledicencia.

Hace cincuenta años, me era muy difícil vencer mi mal genio; pero ahora, después de más de cincuenta años de tener experiencias con el Señor, puedo testificar que me es muy difícil enojarme. Algunos dirán que es porque ya soy muy anciano que no tengo más problemas con el mal genio. Pero tal afirmación no sería acertada, pues, de hecho, el mal genio de una persona aumenta con los años. Es por ello que las personas ancianas tienden a criticar más a los demás y a ser más impacientes con ellos. Por lo general, cuanto más envejecemos, más problemas tendremos con el mal genio. En el Señor y delante del Señor, puedo testificarles que cuanto más envejezco, menos me enojo. Este cambio obedece a que con el paso de los años he experimentado el crecimiento en vida que me ha salvado del mal genio. Éste es un ejemplo que nos muestra, de manera práctica, que todos necesitamos crecer para salvación.

La salvación mencionada en el versículo 2 no es la salvación en su etapa inicial ni en su etapa de consumación; más bien, corresponde a la etapa progresiva de la salvación, a la etapa de la transformación. Por tanto, es correcto pensar que este versículo nos está diciendo que necesitamos crecer para experimentar la transformación. Por supuesto, allí no se usa la palabra transformación. No obstante, la salvación mencionada en este versículo ciertamente implica la transformación. Así, pues, la regeneración pertenece a la etapa inicial de la salvación; la transformación, a la etapa progresiva de la salvación; y la glorificación, a la etapa de la consumación. Nosotros no nos hallamos en la etapa inicial de la salvación ni en la etapa de la consumación; más bien, nos encontramos en la etapa progresiva de la salvación, es decir, en la etapa de la transformación.

La transformación difiere de un simple cambio, pues implica un cambio de una forma a otra. No obstante, no se trata simplemente de un cambio de forma externa sino de un cambio interno de naturaleza o constitución. Por ejemplo, supongamos que una persona está enferma y que su tez no tiene un color saludable. Tal vez ella intente mejorar su apariencia aplicándose un poco de colorante a sus mejillas. A mí no me agrada esa clase de polvos para la piel, pues lo relaciono con la obra de los que trabajan en las funerarias, quienes procuran hacer que el rostro de la persona muerta luzca lo más atractiva posible. Hoy, tanto los discípulos de Confucio como muchos cristianos realizan muchas obras externas que tienen como objetivo reformar el carácter, las cuales son muy similares a las que realizan los que maquillan a los muertos. Este cambio externo es totalmente diferente al que opera la transformación viva e interna.

Recientemente tuve una leve enfermedad. Pero día tras día, mi esposa me estuvo sirviendo comidas nutritivas. Finalmente, esa comida me alivió y restauró el color saludable de mi rostro. Cuando mi esposa vio el color de mi tez, se sintió contenta. No había necesidad de aplicar ningún color a mis mejillas, puesto que el color saludable había sido producido por los alimentos que había ingerido. Yo comí, digerí y asimilé alimentos nutritivos. Luego, dichos alimentos llegaron a mis células, a mis fibras e incluso a mi piel, y le dieron un color saludable a mi piel. Éste es un ejemplo de lo que es la transformación.

Pedro nos encarga que deseemos la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcamos para transformación. Nosotros no crecemos para experimentar alguna corrección externa, algún cambio externo ni alguna mejoría externa; más bien, crecemos para una transformación interna producida por la vida divina y llevada a cabo en dicha vida.


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