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Estudio-vida de Filipensespor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0338-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Capítulo 12 de 62 Sección 1 de 2

ESTUDIO-VIDA DE FILIPENSES

MENSAJE DOCE

LLEVAR A CABO NUESTRA SALVACION

Lectura bíblica: Fil. 2:12-16; Ef. 2:5-8; 2 Co. 13:3a, 5; Ro. 8:11; Ef. 1:5

Filipenses 2:10-11 dice: “Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. En el mensaje anterior vimos que el nombre es la expresión de todo lo que el Señor Jesús es en Su persona y obra. En el nombre de Jesús, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará públicamente que Jesucristo es el Señor. En este pasaje está implícita la práctica de invocar el nombre del Señor. Cuando invocamos Su nombre, en realidad doblamos nuestras rodillas delante de El. En el versículo 10, Pablo dice que delante de El toda rodilla se doblará, y en el versículo 11, afirma que toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor; esto indica que, invocar Su nombre, es de hecho doblar las rodillas delante de El. Invocar al Señor es la manera en que confesamos públicamente Su nombre.

Hemos dicho anteriormente que la epístola de Filipenses habla de experimentar a Cristo. Invocar el nombre del Señor Jesús es una manera de experimentarle y disfrutarle. Muchos de nosotros podemos testificar que antes de invocar el nombre del Señor, nuestra experiencia y disfrute de Cristo era muy limitado. Pero cuando invocamos Su nombre, espontáneamente ejercitamos nuestro espíritu y tocamos al Señor que mora en nuestro espíritu. El Señor como Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu, es el aire fresco y espiritual que podemos disfrutar y experimentar. Animo a todos los que recientemente han llegado a la vida de iglesia a que adquieran el hábito de invocar el nombre del Señor. Muchos podemos testificar cuánto disfrutamos al Señor cuando lo invocamos. Tal como respiramos el aire puro que purifica nuestro cuerpo, también necesitamos respirar el aire espiritual invocando el nombre del Señor. Cuando invocamos Su nombre, nuestro espíritu se activa y se enciende. Aprendamos a invocar desde lo profundo de nuestro ser: “¡Oh, Señor Jesús!” De esta manera adoramos al Señor y lo confesamos públicamente.

En este mensaje abordaremos el asunto de llevar a cabo nuestra salvación. En 2:12, Pablo declara: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, llevad a cabo vuestra salvación con temor y temblor”. Llevar a cabo nuestra salvación equivale a llevarla a la conclusión final. Ciertamente hemos recibido la salvación de Dios, cuyo punto culminante es ser exaltados por Dios en gloria así como lo fue el Señor Jesús (v. 9). Pero aún necesitamos llevar a cabo esta salvación, o sea, llevarla a su conclusión final, obedeciendo constante y absolutamente, con temor y temblor. Hemos recibido esta salvación por fe, pero ahora tenemos que llevarla a cabo por medio de la obediencia, la cual incluye la unidad genuina en nuestras almas (v. 2). Dicha salvación se recibe por fe una sola vez y se lleva a cabo por toda la vida.

En el versículo 12, Pablo nos exhorta a llevar a cabo nuestra salvación con temor y temblor. El temor es el motivo interno, mientras que el temblor es la actitud exterior.

Veamos ahora el versículo 13: “Porque Dios es el que en vosotros realiza así el querer como el hacer, por Su beneplácito”. La conjunción “porque”, que aparece al principio de este versículo, introduce la razón por la cual necesitamos obedecer siempre. La razón es que Dios opera en nosotros. En la economía de Dios, tenemos al Señor Jesús como nuestro modelo (vs .6-11), como la norma de nuestra salvación (v. 12), y también tenemos al Dios que produce en nosotros así el querer como el hacer para que nuestra salvación sea llevada a cabo, esto es, llevada a su conclusión final. Esto no quiere decir que nosotros mismos la llevemos a cabo, sino que Dios opera en nosotros para realizarla. Lo único que tenemos que hacer es obedecer al Dios que opera en nosotros. El querer mencionado por Pablo en este versículo, es interior, mientras que el hacer, es exterior y visible.

Los versículos 12, 13, 15 y 16 presentan cuatro temas maravillosos: la salvación (v. 12), el Dios que opera en nosotros (v. 13), los luminares (v. 15) y la palabra de vida (v. 16). De hecho, la salvación mencionada en el versículo 12 es en realidad el Dios que opera en nosotros, referido en el versículo 13. El mismo que realiza en nosotros así el querer como el hacer por Su beneplácito, es nuestra propia salvación. Como creyentes, somos hijos de Dios, hijos de Aquél que opera en nosotros, y como tales, poseemos la vida y la naturaleza divinas (2 P. 1:4). ¿Cómo podría un hijo no tener la vida y naturaleza de su padre? Es imposible que alguien que haya nacido de una persona, no posea la misma vida y naturaleza de esa persona. Conforme al mismo principio, no podemos ser verdaderos hijos de Dios, nacidos de El, si no tenemos Su vida y Su naturaleza. Nosotros nacimos de Dios; no fuimos adoptados por El.

Debido a que declaramos que somos hijos de Dios y que poseemos la misma vida y naturaleza de nuestro Padre, algunos nos acusan de enseñar que “evolucionamos” hasta convertirnos en Dios. Por supuesto que no enseñamos eso. Jamás hemos afirmado que el hombre evolucione hasta formar parte de la Deidad. No obstante, sí enseñamos claramente conforme a la palabra de Dios, que como verdaderos creyentes de Cristo, hemos experimentado un nacimiento divino. Dios ha nacido realmente en nosotros y, por ende, tenemos Su vida y Su naturaleza. Podemos jactarnos no de nuestro primer nacimiento, sino del segundo, del nacimiento divino que nos hizo hijos de Dios.

Por el hecho de ser hijos de Dios y poseer Su vida y Su naturaleza, resplandecemos como luminares en el mundo. La palabra griega traducida “luminares” en 2:15 se refiere a los luminares que reflejan la luz del sol. Todos los hijos de Dios son piedras que reflejan la luz que proviene de Cristo, el Hijo de Dios. Este universo contiene una sola fuente de luz, a saber, Dios. Como luminares, enarbolamos la palabra de vida.

Estos cuatro importantes temas son aplicables a nuestra experiencia. Recibimos la salvación que es Dios mismo. Y ahora, este Dios, a quien experimentamos como nuestra salvación subjetiva, opera en nosotros. El no está en nosotros adormecido, pasivo ni ocioso; por el contrario, El está operando en nosotros, infundiéndonos Su vigor. ¡Cuán maravilloso que hayamos nacido de un Dios que nos transmite Su propia energía! Por consiguiente, poseemos Su vida y naturaleza dinámicas. ¡Somos los hijos dinámicos del Dios que está lleno de vitalidad! Es por eso que espontáneamente reflejamos la luz que proviene de El, quien es la fuente universal. En medio de una generación torcida y perversa, resplandecemos como luminares en el mundo. Es así como enarbolamos la palabra de vida a los que están a nuestro alrededor. Este es el significado de tomar a Cristo como nuestro modelo y llevar a cabo nuestra salvación.

Si los creyentes filipenses hubiesen llevado a cabo su salvación de esta manera, Pablo se habría sentido muy satisfecho. Si todos los santos de las iglesias llevasen a cabo su salvación conforme a los puntos mencionados en estos versículos, los que sirven en las iglesias, los apóstoles y los ancianos se sentirían muy contentos. Llevar a cabo nuestra propia salvación equivale a experimentar y disfrutar a Cristo de una manera verdadera.


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