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Estudio-vida de 1, 2 y 3 Juan, Judaspor Witness Lee

ISBN: 0-7363-3089-5
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Actualmente disponible en: Capítulo 34 de 49 Sección 1 de 4

ESTUDIO-VIDA DE 1 JUAN

MENSAJE TREINTA Y CUATRO

LAS VIRTUDES DEL NACIMIENTO DIVINO:
PRACTICAR EL AMOR DIVINO

(4)

Lectura bíblica: 1 Jn. 4:7-15

En 1 Juan 4:1-6 vemos una sección parentética que sirve de advertencia para que los creyentes disciernan los espíritus. Esto significa que 4:7 continúa lo dicho en 3:24. Los versículos del 7 al 21 de 1 Juan 4 son una extensión de la sección que va de 2:28 a 3:24, en la que se continúa recalcando el amor fraternal mencionado en 3:10-24, como un requisito más elevado correspondiente a la vida que permanece en el Señor.

DIOS: LA FUENTE DEL AMOR

En 4:7 Juan dice: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios”. Juan dice aquí que el amor es de Dios. Esto indica que al amar a otros, nuestro amor debe provenir de Dios. Nuestro amor por los hermanos no debe provenir de nosotros mismos, sino que debe ser un amor que provenga de Dios. Los creyentes, quienes han nacido de Dios y conocen a Dios, se aman unos a otros habitualmente con el amor que procede de Dios y que es la expresión de Dios.

El nacimiento divino
como el factor básico del amor fraternal

En el versículo 7 Juan dice que todo aquel que ama es nacido de Dios. Aquí el énfasis del apóstol sigue siendo el nacimiento divino por medio del cual la vida divina ha sido impartida en los creyentes, la vida que les da la capacidad de conocer a Dios. Este nacimiento divino es el factor básico del amor fraternal, el cual es un requisito más elevado correspondiente a la vida que permanece en el Señor. Hemos visto que los escritos de Juan recalcan mucho el nacimiento divino (3:9; 4:7; 5:1, 4, 18; Jn. 1:12-13), esto es, nuestra regeneración (3:3, 5). Mediante el nacimiento divino hemos recibido la vida divina, la vida eterna (1 Jn. 1:2) como la simiente divina en nuestro ser (3:9). A partir de esta simiente, todas las riquezas de la vida divina crecen y se expresan desde nuestro interior. Es por esto que podemos permanecer en el Dios Triuno y llevar la vida divina en nuestro vivir humano. El nacimiento divino, por lo tanto, constituye la base de nuestra vida cristiana.

Conocer a Dios mediante la vida divina

Según lo que dice Juan en 4:7, todo aquel que ama, no solamente es nacido de Dios, sino que también conoce a Dios. Este conocimiento es una capacidad de la vida divina (Jn. 17:3), la cual recibimos mediante el nacimiento divino. La palabra conoce implica también el hecho de experimentar y disfrutar. No podemos conocer a Dios sin experimentarle y disfrutarle. Esto indica que este conocimiento se recibe por experiencia, y no se trata de un conocimiento objetivo de Dios. Conocemos a Dios porque le hemos experimentado y le estamos disfrutando.

CONOCER A DIOS COMO AMOR

En el versículo 8 Juan añade: “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor”. No conocer a Dios significa no haberle experimentado ni disfrutado. Si usted ha experimentado y disfrutado a Dios, quien es amor, ciertamente el amor brotará de usted.

El que no ha conocido a Dios no posee la capacidad de conocer que es propia de la vida divina, la cual recibimos por el nacimiento divino. El que no ha nacido de Dios ni tiene a Dios como su vida, no ama con el amor de Dios por cuanto no ha conocido a Dios como amor.

En este libro Juan nos dice en dos ocasiones que Dios es amor (4:8, 16). Esta epístola primero dice que Dios es luz (1:5), y luego que Dios es amor. El amor, por ser la naturaleza de la esencia de Dios, es la fuente de la gracia; y la luz, por ser la naturaleza de la expresión de Dios, es la fuente de la verdad. Cuando el amor divino llega a nosotros, se convierte en gracia, y cuando la luz divina resplandece en nosotros, llega a ser la verdad. Estas dos cosas fueron manifestadas de esta forma en el Evangelio de Juan, donde recibimos la gracia y la verdad por medio de la manifestación del Hijo (Jn. 1:14, 16-17). Ahora en esta epístola se nos muestra que es en el Hijo que llegamos al Padre y tenemos contacto con la fuente de la gracia y la de la verdad. Estas fuentes, el amor y la luz, son Dios el Padre a quien podemos disfrutar de manera profunda y detallada en la comunión de la vida divina que tenemos con el Padre en el Hijo (1 Jn. 1:3-7) al permanecer en Él (2:5, 27-28; 3:6, 24).

La expresión Dios es amor, así como las expresiones Dios es luz (1:5) y Dios es Espíritu (Jn. 4:24), no se usa en un sentido metafórico, sino en un sentido atributivo. Dios, en cuanto a Su naturaleza, es Espíritu, amor y luz. Espíritu denota la naturaleza de la persona de Dios; amor denota la naturaleza de la esencia de Dios; y luz denota la naturaleza de la expresión de Dios. Tanto el amor como la luz están relacionados con el Dios que es vida, la cual pertenece al Espíritu (Ro. 8:2). Dios, el Espíritu y la vida en realidad son una sola entidad. Dios es Espíritu, y el Espíritu es vida, y en esta vida se encuentran el amor y la luz. Cuando el amor divino se hace manifiesto, viene a ser la gracia, y cuando la luz divina resplandece en nosotros, llega a ser la verdad. El Evangelio de Juan revela que el Señor Jesús nos trajo la gracia y la verdad para que pudiésemos recibir la vida divina (Jn. 3:14-16), mientras que la Epístola de 1 Juan revela que la comunión de la vida divina nos lleva al origen mismo de la gracia y de la verdad, el cual es el amor divino y la luz divina. En el Evangelio de Juan, Dios viene a nosotros en el Hijo como gracia y verdad para que nosotros lleguemos a ser Sus hijos (Jn. 1:12-13), mientras que en esta epístola escrita por Juan, nosotros los hijos, en la comunión de la vida del Padre, nos acercamos al Padre para participar de Su amor y de Su luz. Esto es más avanzado y más profundo en la experiencia de la vida divina. Después de recibir la vida divina al creer en el Hijo, según se revela en el Evangelio de Juan, debemos proseguir a disfrutar de esta vida mediante la comunión de dicha vida, tal como se revela en esta epístola.


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