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Estudio-vida de Hebreospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3845-5
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Actualmente disponible en: Capítulo 38 de 69 Sección 1 de 3

ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS

MENSAJE TREINTA Y OCHO

LA OPERACIÓN QUE REALIZA LA LEY DE VIDA

I. NUESTRO PROTOTIPO ES EL HIJO
PRIMOGÉNITO DE DIOS

El propósito eterno de Dios consiste en forjarse en nosotros y en hacernos iguales a Su Hijo primogénito. El Hijo primogénito de Dios es nuestro prototipo en lo que respecta a la economía de Dios. Este modelo o prototipo posee tanto divinidad como humanidad. Originalmente, Él era únicamente el Hijo unigénito de Dios. Como el Hijo unigénito de Dios, Él era la corporificación misma de Dios, ya que todo lo que está en la Deidad se hallaba corporificado en Él (Col. 2:9). Él era también la expresión de Dios (He. 1:3). Como corporificación y expresión de Dios, Él se encarnó con el propósito de introducir la divinidad en la humanidad, y unir la humanidad con la divinidad. Antes de la encarnación, la divinidad nunca se había unido a la humanidad, pero desde el día en que se encarnó, comenzó a existir en el universo una Persona maravillosa que tenía tanto humanidad como divinidad.

El Señor Jesús vivió en la tierra por treinta y tres años y medio. En algunas ocasiones, Él manifestó Su divinidad, pero la mayor parte del tiempo vivió por Su humanidad. La gente principalmente lo consideró un hombre; un hombre recto, perfecto y extraordinario. Su cualidad más extraordinaria era Su divinidad. Un día Él fue a la cruz para eliminar el pecado. En la cruz, Él también destruyó a Satanás, el origen mismo del pecado. Cuando el Señor destruyó a Satanás, Él gustó la muerte (2:9), y al gustar la muerte, la absorbió. Mediante la muerte todo-inclusiva de Cristo, todas las cosas negativas del universo, incluyendo el pecado, Satanás y la muerte, fueron destruidas y pasaron a ser historia. Después de Su crucifixión, el Señor Jesús descansó por tres días. Según consta en la Biblia, mientras Él descansaba en la tumba, hizo un recorrido turístico por el Hades. Esto le proveyó al Hades una oportunidad para atacarlo por todos los medios, lo cual dejó claro que el Hades no pudo hacer nada para causarle daño. Después que hubo descansado y terminado Su recorrido, Él salió del Hades y se levantó de la tumba para emerger en resurrección. Mediante Su resurrección, Él nació con humanidad en la filiación divina, y de este modo llegó a ser el Hijo primogénito de Dios. Lo más sorprendente acerca de Cristo como Hijo primogénito de Dios, es que en Él todas las cosas negativas, incluyendo el pecado, Satanás y la muerte, quedaron atrás. Él es una persona que posee divinidad y humanidad; Su divinidad está mezclada con una humanidad elevada, y la humanidad es una sola entidad con la divinidad. Por último, Él entró en la gloria, e incluso en la glorificación. Entrar en la glorificación es mucho mejor que entrar en la gloria, ya que, para entrar en la gloria no se requiere pasar por ningún proceso, mientras que para entrar en la glorificación sí. El Señor Jesús, como Hijo primogénito de Dios, tuvo que pasar por un proceso para entrar en la gloria. Este proceso constituyó Su glorificación.

Como el Hijo unigénito de Dios, Cristo ya estaba en la gloria. Él no requería del proceso de la glorificación. Sin embargo, una vez que vino a la tierra en Su humanidad, se hizo necesario que Él fuera glorificado. Fue por eso que, como lo revela Juan 17:1, durante la última noche de Su existencia en la tierra, Él oró: “Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti”. Si Él ya estaba en la gloria, ¿por qué entonces necesitaba ser glorificado? Como el Hijo unigénito de Dios Él ya estaba en la gloria, pero, debido a que se vistió de humanidad, la parte humana de Su Ser tenía que ser glorificada, necesitaba pasar por un proceso que la llevara a la gloria. Fue por medio de Su resurrección que Cristo entró en Su glorificación (Lc. 24:26).

Muy pocos cristianos han descubierto que en el Nuevo Testamento la palabra perfección, en última instancia, es sinónimo de glorificación. No importa cuán perfecto sea usted, si no ha sido glorificado, aún no es lo suficientemente perfecto. El libro de Romanos revela que en la economía de Dios tenemos primero la justificación, luego la santificación y, por último, la glorificación. Romanos no menciona la palabra perfección. Sin embargo, en Hebreos encontramos las palabras glorificación y perfección. Por ejemplo, Hebreos 2:9-10, que nos dice que Cristo como el Capitán de nuestra salvación fue coronado de gloria, habla de la perfección así como de la glorificación. La perfección que Él alcanzó fue Su glorificación, la misma que se revela en Romanos 8. De acuerdo con Romanos 8, el último paso de la salvación que Dios efectúa en nosotros es la glorificación y, según Hebreos 2, es por medio del Capitán de nuestra salvación que somos introducidos en la gloria.

Tanto en el trono, como también en nuestro espíritu, hay un Hombre glorificado, un Hombre que fue plenamente perfeccionado. Algunos santos, como John Wesley y los que estaban con él, practicaron lo que llamaron la perfección sin pecado. Según este concepto, si uno nunca miente ni se enoja, sino que ama al prójimo y es humilde, ha alcanzado la perfección. Sin embargo, éste es un concepto muy pobre de lo que es la perfección. Comparen este concepto con la perfección que experimentó el Jesús glorificado. La perfección del Jesús glorificado consiste en la mezcla de la divinidad con una humanidad que fue probada, resucitada, elevada y glorificada.

Ahora quisiera usar una nueva palabra: “hijificar”. Después de haber pasado por toda clase de pruebas y haber resucitado y ascendido, la humanidad de Jesús fue “hijificada”. Esto quiere decir que Su humanidad entró en la filiación divina. Aunque Cristo ya era Hijo de Dios, antes de resucitar Él se había vestido de humanidad, la cual no tenía nada que ver con la filiación divina. Así que, un día, Él en Su humanidad, entró en la muerte y salió de ella, y en Su humanidad fue resucitado por el poder de la vida divina, según el Espíritu de santidad (Ro. 1:4). Mediante este proceso, Su humanidad fue “hijificada” y entró en la filiación divina de Dios. De este modo Él, con Su humanidad resucitada y elevada, nació en resurrección y llegó a ser el primogénito Hijo de Dios. A esto se refiere Hechos 13:33, que dice: “Dios [...] resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: ‘Mi hijo eres Tú, Yo te he engendrado hoy’”.

Aquel que ha sido hijificado es ahora nuestro modelo o prototipo. Este modelo alcanzó la perfección, una perfección que incluía la divinidad y una humanidad elevada, y en la cual todas las cosas negativas llegan a ser historia. Debemos levantar nuestra mirada y contemplar a este modelo. Mientras lo contemplamos, vemos Su divinidad y Su humanidad hijificada. Todas las cosas negativas se encuentran al otro lado del río y han quedado atrás. Ahora, este modelo está en glorificación y exaltación en el lado más precioso del río, el lado donde no existe más el pecado, la muerte, Satanás ni ninguna otra cosa negativa. Ahora hay un Hombre en la gloria, un Hombre en la perfección. ¿Qué otra perfección puede compararse con ésta? La llamada perfección sin pecado está en el nivel del sótano, mientras que esta perfección gloriosa está en el Lugar Santísimo.

¿Qué es la perfección? La perfección es la glorificación. En esta perfección se encuentra el Hombre que posee divinidad y humanidad, un hombre que fue hijificado como el Hijo primogénito de Dios y ahora está en Su glorificación. Con respecto a Él, todas las cosas negativas han quedado atrás, han quedado al otro lado del río. En esto consiste la perfección y la glorificación. En el Nuevo Testamento, la palabra glorificación es sinónimo de perfección. Cristo, nuestro modelo, se halla ahora en esta perfección, y nosotros nos encontramos camino a ella.


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