Estudio-vida de Deuteronomiopor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6649-6
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En este mensaje consideraremos tres asuntos: la salida de los hijos de Israel para librar batalla contra sus enemigos (20:1-20), el contraer matrimonio con una mujer hermosa hallada entre los prisioneros (21:10-14) y el derecho del hijo primogénito (21:15-17).
Deuteronomio 20:1-20 trata sobre la salida de los hijos de Israel para librar batalla contra sus enemigos. Hoy en día nosotros también estamos en una guerra. En esta guerra, combatimos por Cristo y combatimos para permanecer en Cristo. La buena tierra tipifica a Cristo. Si hemos de vivir en Cristo como nuestra tierra, debemos combatir.
Cuando los hijos de Israel vieran caballos, carros y un pueblo más numeroso que ellos, no debían tener temor, porque Jehová su Dios estaba con ellos (v. 1). Podían tener la seguridad de que mientras Dios estuviera con ellos, saldrían victoriosos.
Cuando el pueblo de Dios se acercaba a la batalla, el sacerdote debía acercarse al pueblo y hablarle. Él debía decir estas palabras: “¡Oye, oh Israel! Vosotros os acercáis hoy a la batalla contra vuestros enemigos. No desmaye vuestro corazón; no temáis, ni os alarméis ni os aterroricéis delante de ellos, porque Jehová vuestro Dios es el que va con vosotros para pelear por vosotros contra vuestros enemigos, para salvaros” (vs. 3-4). Puesto que el Poderoso combatía junto con ellos, ellos podían estar en paz.
En los versículos del 5 al 7 encontramos las primeras palabras que los oficiales dirigen al pueblo. Estas palabras indican que Dios no obligaba a los israelitas a ir a la guerra. Si un hombre había edificado casa nueva y no la había dedicado, éste podía volver a su casa, “no sea que muera en la batalla y algún otro la dedique” (v. 5). Si un hombre había plantado viña, y no había disfrutado de ella, él podía volver a su casa, “no sea que muera en la batalla y algún otro la disfrute” (v. 6). Si un hombre se había desposado con mujer, y no la había tomado, él podía volver a su casa, “no sea que muera en la batalla y algún otro la tome” (v. 7). Todos los que tenían casa nueva, o viña, o estaban desposados, podían volver a su casa para disfrutar la vida.
Según el versículo 8, los oficiales debían volver a hablar al pueblo, diciendo: “¿Hay algún hombre que tenga miedo y sienta desfallecer su corazón? Que se vaya y vuelva a su casa, no sea que se derrita el corazón de sus hermanos, como el corazón suyo”. Si una persona temerosa hubiera permanecido entre ellos, habría afectado a los demás contagiándoles su temor. El ejército habría sido más fuerte y la moral habría sido más alta sin él. La formación del ejército de Gedeón es un ejemplo de esto (Jue. 7:3).
Después que los oficiales terminaban de hablar al pueblo, ellos designaban a los comandantes del ejército (Dt. 20:9). Esto indica que todo se hacía siguiendo un buen orden y una buena secuencia.
Cuando el pueblo se acercaba a la ciudad para combatirla, ellos debían proponerle la paz (v. 10). Si respondía con paz y abría sus puertas a los hijos de Israel, todo el pueblo que había en la misma debía servir a los hijos de Israel en trabajos forzados (v. 11); de lo contrario, los hijos de Israel debían sitiar la ciudad (v. 12).
Cuando Jehová su Dios entregaba la ciudad en manos de los hijos de Israel, ellos debían matar a filo de espada a todo varón que hubiere en ella (v. 13). Pero las mujeres, los niños, las bestias y todo lo que hubiere en la ciudad debían tomarlo como botín de guerra para su disfrute (v. 14).
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