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Estudio-vida de Romanospor Witness Lee

ISBN: 0-7363-2929-3
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Actualmente disponible en: Capítulo 66 de 69 Sección 1 de 3

ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS

MENSAJE SESENTA Y SEIS

DIOS CONDENÓ AL PECADO EN LA CARNE

Lectura bíblica: Ro. 8:1-11

DOS CLASES DE CONDENACIÓN

En este mensaje examinaremos Romanos 8:1-11. En el versículo 1 Pablo dice: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Sería fácil para nosotros subestimar la profundidad de este versículo y pensar que lo hemos entendido, suponiendo tal vez que la condenación a la que se refiere sea la misma que se menciona en el capítulo 3. Pero la condenación descrita en los capítulos 2 y 3 ya había sido eliminada antes de llegar al capítulo 8. Por consiguiente, la condenación a la que se refiere este versículo es de otra clase, es una condenación que opera en nuestro interior. La condenación en los capítulos 2 y 3 es una realidad que se encuentra delante de Dios, y no un sentir interno del cual estamos conscientes en nuestro ser interior, es decir, aquella condenación es una realidad objetiva que está en conformidad con la ley de Dios. Antes de ser salvos probablemente no sabíamos que delante de Dios ya estábamos condenados de acuerdo con Su justa ley. Cuando creímos en el Señor Jesús, tal condenación fue eliminada por la sangre redentora de Cristo. ¡Aleluya, esta condenación ha sido lavada, eliminada, por la sangre de Jesús! Por lo tanto, no estamos bajo dicha condenación.

No debiéramos confundir la condenación de los capítulos 2 y 3 con la condenación mencionada en Romanos 8:1. En este versículo se hace referencia a una condenación que es subjetiva, es decir, es una condenación que existe en nuestro interior y que responde al sentir interno que poseemos y a nuestra conciencia como cristianos. Esto resulta claro para nosotros cuando consideramos que 8:1 da continuación al capítulo inmediatamente precedente. Si nosotros leemos el capítulo 7 con el debido detenimiento, descubriremos que en él se describe una guerra entre las varias partes de nuestro ser. Sabemos que, como los seres humanos que somos, fuimos creados de tal manera que nuestro ser se conforma de diversas partes, y que, debido a la caída, éstas dejaron de armonizar entre sí.

En el capítulo 7 Pablo, el escritor del libro de Romanos, nos dice que entre las distintas partes de su ser se estaba librando una batalla. Una parte de su ser quiere guardar la ley de Dios de una manera completa y perfecta. Esta parte anhela deleitarse en Dios, agradarle y satisfacerle. Por ello, en 7:22 Pablo dice: “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios”. Sin embargo, cuando esta parte de nuestro ser se propone hacer el bien y cumplir la ley, otra parte se levanta para oponerse. Esta última siempre derrota a la parte que se deleita en la ley de Dios. Por tanto, en 7:23 Pablo dice: “Pero veo otra ley en mis miembros, que está en guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. La parte buena siempre es derrotada. Podemos tomar partido por esta parte buena y ponernos de su lado a fin de luchar contra la parte contraria, pero aun así, siempre seremos derrotados y perderemos tal batalla.

Hemos señalado que en 7:23 Pablo habla de ser llevado cautivo a la ley del pecado que está en sus miembros. Estar bajo tal clase de cautiverio, ¿no es acaso encontrarse en una situación lamentable en extremo? No obstante, es imprescindible que comprendamos que aún en nuestra condición de cristianos es posible para nosotros ser llevados cautivos a la ley del pecado todos los días. Quienes nos llevan en cautiverio no son enemigos gigantescos que son ajenos a nuestro propio ser, sino adversarios aparentemente pequeños que operan en nuestro interior, adversarios tales como nuestro mal humor. A menudo decimos que perdimos la paciencia, sería más acertado decir que fuimos hechos cautivos de la ley del pecado. En realidad, no es que simplemente perdemos nuestra paciencia, sino que somos hechos cautivos de la ley del pecado que está en nuestros miembros.

Romanos 7:24 dice: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?”. Este clamor se relaciona con la condenación mencionada en 8:1. Ésta no es la condenación objetiva delante de Dios, sino la condenación subjetiva, la condenación dentro de nosotros. Además, esta condenación no es un problema que aflija a Dios, sino un problema que nos aflige a nosotros.

Pocos incrédulos experimentan esta clase de condenación, pero todos los cristianos que buscan más del Señor son afligidos por ella. Mientras uno no busca al Señor, sino que en lugar de ello ama al mundo, no tiene este problema; pero en cuanto uno comienza a amar al Señor y a buscarle, espontáneamente se propone mejorar su carácter e incluso se esfuerza por alcanzar la perfección, así como amar al Señor al máximo. Esta decisión provoca la guerra descrita en el capítulo 7. Al determinar nosotros hacer el bien y procurar mejorarnos a nosotros mismos, instigamos la ley del pecado que está en nuestros miembros. Esto hace que todos los pequeños enemigos que operan en nuestro ser se levanten y peleen contra nosotros. En nuestro ser existen muchos de estos pequeños enemigos. Sin embargo, si un cristiano no ama mucho al Señor o si no se propone serle grato, no tendrá que enfrentar la oposición de estos enemigos. Pero en cuanto se proponga hacer el bien, estos enemigos se opondrán.

A continuación, en el versículo 25 Pablo dice: “Gracias sean dadas a Dios, por medio de Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado”. Ésta es la conclusión del capítulo 7. Puesto que en este capítulo no se nos da la manera en que podemos ser librados de la condenación subjetiva, se hace necesario el capítulo 8.


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