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Estudio-vida de Romanospor Witness Lee

ISBN: 0-7363-2929-3
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ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS

MENSAJE CINCO

LA JUSTIFICACIÓN SEGÚN DIOS

En este mensaje llegamos a la sección que trata de la justificación, una verdad llena de significado (3:21–5:11). Dios levantó a Martín Lutero para que librara una feroz batalla a favor de la justificación, una gran verdad doctrinal de la Biblia. Aunque Lutero contendió por la verdad de la justificación, nos toca a nosotros entender la manera en que la justificación se relaciona con la propiciación, la redención y la reconciliación. En este mensaje abarcaremos todos estos términos y trataremos de explicarlos claramente. No obstante, primero necesitamos tomar en cuenta qué es la justicia de Dios.

I. LA JUSTICIA DE DIOS

A. Dios en relación con la equidad y la rectitud

¿Qué es la justicia de Dios? Podemos decir que la justicia de Dios es lo que Dios es en relación con la equidad y la rectitud (Ro. 3:21-22; 1:17; 10:3; Fil. 3:9). Dios es justo y recto. La justicia de Dios es todo lo que Él es en Su equidad y rectitud. Lo que Él es en Su equidad y rectitud en realidad es Su persona. Por lo tanto, la justicia de Dios es Dios mismo, es una persona, y no simplemente un atributo divino.

B. Cristo es la justicia de Dios para los creyentes

Muchos cristianos afirman erróneamente que ellos poseen la justicia de Cristo. Nosotros no debemos decir esto. Nuestra justicia no es la justicia de Cristo, sino Cristo mismo. La persona de Cristo, y no el atributo de Su justicia, es lo que nos ha sido hecho la justicia de Dios (1 Co. 1:30). No debemos decir que la justicia de Cristo ha llegado a ser nuestra justicia, sino que Cristo mismo es nuestra justicia. Nuestra justicia ante Dios es la persona viviente de Cristo, y no el atributo de Su justicia. La justicia de Cristo es nuestra. En otras palabras, Dios hizo a Cristo, quien es la corporificación de Dios, nuestra justicia.

C. Los creyentes son hechos
la justicia de Dios en Cristo

En 2 Corintios 5:21 vemos que los creyentes son hechos la justicia de Dios en Cristo. Pablo no dice que los creyentes son hechos justos, sino que son hechos justicia. Fuimos hechos la justicia de Dios en Cristo. Éste es un asunto muy profundo. ¿Cómo podemos nosotros llegar a ser la justicia de Dios? Cristo lo logra al forjarse en nosotros. Hemos visto que Cristo es la corporificación de Dios, y que la persona viviente de Dios es justicia. Por lo tanto, la justicia, Dios y Cristo son una misma entidad. La justicia de Dios es Dios mismo. El hecho de que este Dios esté corporificado en Cristo hace que Cristo sea la justicia de Dios. Cristo fue forjado en nosotros, y nosotros fuimos puestos en Él. Fuimos mezclados con Cristo, lo cual nos hizo uno con Él. De esta manera, llegamos a ser la justicia de Dios. Pablo declara: “Porque para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Puesto que Cristo ha sido forjado en nosotros, podemos decir juntamente con Pablo: “Porque para mí el vivir es Cristo”. Supongamos que tenemos un vaso de agua. Cuando añadimos té al agua y lo mezclamos, el agua deja de ser agua simple y se convierte en té. De la misma manera, cuando Cristo se forja en nuestro ser, llegamos a ser uno con Él.

La justicia de Dios no sólo es Dios mismo con Su equidad y rectitud, ni tampoco es solamente la persona viviente de Cristo; incluso nosotros, quienes fuimos hechos uno con Cristo, somos la justicia de Dios. La persona viviente de Cristo, la misma justicia de Dios, ha sido forjada en nuestro ser, y nosotros hemos sido puestos en Él. Por lo tanto, hemos sido hechos la justicia de Dios. Debido a esto tenemos que proclamar: “Yo soy la justicia de Dios; he sido justificado. Dios es la justicia y yo también lo soy. Yo soy la justicia de Dios en Cristo. Yo soy lo mismo que Dios es. He sido plenamente justificado. Dios y yo nos identificamos por completo. Yo apruebo a Dios y Él me aprueba a mí; nos aprobamos mutuamente”. Esto es la justificación por la fe.

Algunos podrían pensar que no debemos decir que nosotros aprobamos a Dios. No obstante, todos nosotros tenemos que aprobarle. Dios desea ser juzgado y aprobado por nosotros (Ro. 3:4). De manera que, podemos decir a Dios: “Tú nos has aprobado, y nosotros te aprobamos a Ti”.


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