Información del libro

Estudio-vida de Génesispor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1420-6
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Capítulo 19 de 120 Sección 1 de 4

ESTUDIO-VIDA DE GENESIS

MENSAJE DIECINUEVE

DIOS AFRONTA
LA PRIMERA CAIDA DEL HOMBRE
(1)

En el mensaje anterior, estudiamos la primera caída del hombre y consideramos su causa, su proceso y su resultado. Vimos cuán horrible fue la causa, cuán arduo el proceso, y cuán terrible el resultado. ¡Alabado sea Dios porque Génesis 3 no para allí! Génesis 3 no sólo revela la causa, el proceso y el resultado de la primera caída del hombre, sino también la manera en que Dios afronta esa caída. Lo hace trayendo la salvación, y su mensaje es el evangelio. Estamos predicando el evangelio a todos los que leen este mensaje. La primera predicación en todo el universo se narra en el capítulo tres de Génesis. No piensen que Génesis 3 es un capítulo negativo; al contrario, es muy positivo. Aunque este capítulo empieza con el maligno, la serpiente insidiosa y astuta, fue ésta la que preparó el camino para que viniera la simiente de la mujer. ¡Esto es maravilloso!

¿Quién es la simiente de la mujer? ¡Jesús! Jesús nació de una mujer, no de un hombre. Los presuntos críticos modernos, quienes atacan los libros de Génesis y Apocalipsis, afirman que Jesús no nació de una virgen, alegando que nació de José el carpintero. Esta afirmación constituye la blasfemia más grande en contra del Señor Jesús. El Señor no era hijo de aquel carpintero que más tarde fue el marido de la virgen María, de la cual nació Jesús. De modo que Jesús no fue la simiente de ningún hombre; El fue la simiente de una mujer, una virgen, según la profecía de Isaías (7:14), la cual se cumplió en Mateo (1:23), y fue confirmada por Pablo (Gá. 4:4). En Gálatas 4:4 Pablo dice que Cristo nació de una mujer. Por consiguiente, Jesús no fue la simiente del hombre; fue la simiente de una mujer, y nació para cumplir la promesa dada por Dios como evangelio en Génesis 3:15. La primera caída del hombre abrió el camino para que viniera la simiente de la mujer. Este es el evangelio.

4. La manera en que Dios afronta
la primera caída del hombre

Ahora debemos considerar la manera en que Dios afronta la primera caída del hombre. Dios no juzgó al hombre. Inmediatamente después de la caída, tanto Adán como Eva se dieron cuenta de que no eran buenos. Se condenaron a sí mismos, se escondieron y usaron hojas de higuera para cubrirse (Gn. 3:7-8). Adán y Eva se escondieron de la presencia de Dios. Sabían que habían violado la prohibición de Dios de no comer el fruto del árbol del conocimiento y que el resultado de su transgresión había de ser la muerte. Por consiguiente, se escondieron de la presencia del Señor, esperando la condena a muerte. Sin embargo, Dios no vino a condenarlos a muerte, sino a predicarles el evangelio. Dios no pronunció la sentencia de muerte; El anunció el evangelio.

a. Buscó al hombre

¿Sabe usted cuál fue la primera palabra de la predicación de ese evangelio? Fue la pregunta hecha en Génesis 3:9: “¿Dónde estás tú?” En los primeros años de mi ministerio usé esta pregunta repetidas veces como tema central al predicar el evangelio. Preguntaba a la gente: “¿Dónde están? Caballeros, ¿dónde están? Damas, ¿dónde están? Jóvenes, doctores, maestros, ¿dónde están? Ustedes deben saber dónde están”. Esta pregunta no es la sentencia de un juicio; es la primera proclamación de las buenas nuevas. Dios buscaba al hombre, preguntando: “¿Dónde estás tú?”

Después de la caída, el hombre dejó de ser sincero y honesto. Si Adán hubiera sido honesto cuando Dios le preguntó dónde estaba, habría confesado inmediatamente su transgresión, pero no lo hizo. Sin embargo, en su respuesta él reconoció que estaba desnudo (v. 10). Entonces Dios le preguntó: “¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?” Adán debía haber confesado el asunto con franqueza: “Sí, Dios, comí de él. Por favor, perdóname”. Sin embargo, en lugar de confesar inmediatamente su propia transgresión, él se quitó la responsabilidad y la echó sobre la mujer. Adán dijo: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (v. 12). Con su respuesta le echaba la culpa a Dios por haberle dado la mujer que le dio el fruto del árbol. Sólo entonces reconoció haberlo comido. Aparentemente Adán decía: “No es mi culpa. Dios, Tú eres responsable por el problema que me causó la mujer que me diste. Si no me hubieras dado la mujer, yo jamás habría comido de ese árbol. Tú me diste la mujer, ella me dio el fruto del árbol, y yo comí”. No obstante, Dios no lo reprendió, porque no había venido para juzgar sino para salvar. Dios vino al hombre en el huerto de la misma manera que Su Hijo había de venir muchos siglos más tarde: El vino a salvar, y no a juzgar (Jn. 3:17).

Entonces Dios se volvió a la mujer, y le preguntó: “¿Qué es lo que has hecho?” Así como Adán, Eva no confesó inmediatamente su culpa. Ella dijo: “La serpiente me engañó, y comí”. Desde la primera caída del hombre, los seres humanos han actuado de esta manera. Cuando los niños no se comportan correctamente, nunca confiesan su falta, sino que siempre le echan la culpa a alguien o a algo. El niño puede hasta echarle la culpa a un gato, diciendo: “Mamá, si no tuvieras este gato, yo no habría hecho eso. No es mi culpa. La culpa es tuya por tener ese gato”.

Queda claro que mientras Dios afrontaba la primera caída del hombre, buscaba al hombre perdido como Su Hijo lo iba a hacer muchos años más tarde en Su deseo de salvar al hombre (Lc. 19:10). Dios no buscaba al hombre para condenarlo, sino para predicarle el evangelio.


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