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Estudio-vida de Hebreospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3845-5
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ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS

MENSAJE CUATRO

CRISTO COMO HIJO DE DIOS ES DIOS MISMO
Y ES SUPERIOR A LOS ÁNGELES

Hebreos es un libro de contrastes. En él se compara la economía de Dios en Cristo con las cosas del Antiguo Testamento. Al parecer, un número significativo de creyentes hebreos, los destinatarios de esta epístola, apreciaban la fe en Cristo y la salvación en Cristo, pero todavía seguían sintiendo aprecio por su antiguo legado religioso, ya que se componía de cosas que habían sido establecidas por Dios y eran conforme al Antiguo Testamento. Dicho legado no era pagano; tampoco era producto de la imaginación humana, sino que se trataba de algo establecido según los oráculos de Dios. Era Dios mismo quien había ordenado a sus antepasados que instituyeran ciertos ritos y rituales en el templo, así como el servicio levítico. Por lo tanto, se trataba de algo que había sido ordenado, establecido y aun bendecido por Dios. Los creyentes hebreos provenían de tal trasfondo religioso; pero, debido a que también habían visto algo en Cristo, se sentían turbados. Nosotros nos sentiríamos igual si nos encontráramos en la misma situación. Así pues, los creyentes hebreos debatían entre estos dos extremos: Cristo y su antiguo legado. Tanto el uno como el otro provenían de Dios, y ahora ellos tenían que escoger entre ambos. Ellos ya estaban sobre el puente, pero se sentían indecisos. En vez de cruzar el puente, ellos aún se hallaban muy cerca del punto de partida. Es por eso que el escritor los llama a proseguir, a cruzar el río y a pasar al otro lado. Ellos no estaban involucrados en prácticas idólatras, ya que el templo santo había sido erigido con el propósito de adorar al Dios de sus antepasados. De hecho, allí los sacerdotes cumplían su servicio levítico, ofreciendo los sacrificios que Dios había ordenado y quemaban el incienso como Él lo había exigido. Renunciar a todo esto era difícil para los creyentes hebreos. Así que ellos se aferraban a estos dos extremos; con una mano se asían de Cristo, y con la otra se aferraban a la religión de sus padres. Ésta era la situación en la que se encontraban.

Además, ellos también afrontaban problemas en su ambiente, pues estaban siendo perseguidos. A pesar de que amaban su antigua religión, era el sumo sacerdote mismo quien había iniciado la persecución, dejando muy en claro la situación en que se encontraban. Posiblemente él les dijo: “Si vosotros queréis ser verdaderos israelitas, debéis permanecer con nosotros. Olvidaos de Cristo y de los cristianos. Pero si queréis estar con los cristianos, os debéis marchar. ¡Debéis salir de aquí! No os permitiremos seguir conviviendo con nosotros”. Ésta era la situación en la que se encontraban los creyentes hebreos cuando se escribió esta epístola.

En esta epístola podemos ver la sabiduría del Espíritu del Señor. Él no los reprendió. En ninguna parte encontramos el menor espíritu de reprensión ni ninguna palabra de amonestación ni cierto tono de reproche. En realidad, la reprensión no es muy eficaz. El Señor Espíritu escogió la mejor manera de ayudarlos: hacer comparaciones. La mejor manera de ayudar a nuestros niños es hacer comparaciones. Dejen que ellos comparen el blanco con el negro, a Cristo con la religión, la iglesia con el mundo, el cielo con el infierno, y que luego escojan por sí mismos. Éste fue el método que adoptó el escritor de esta epístola. De una manera exhaustiva, él les expuso en qué consistía la economía de Dios y les mostró cuán superior era Cristo en comparación con su antigua religión. La religión fue usada como un trasfondo negro. Sin un trasfondo tan oscuro, lo blanco no se vería tan blanco. Así que, para que se exhibiera la blancura del blanco, se necesitaba un trasfondo obscuro. Debemos tener presente este principio: en el libro de Hebreos se hacen comparaciones.

¿Cuáles eran los principales elementos del judaísmo que los antepasados judíos apreciaban tanto? En el judaísmo, la religión típica y auténtica establecida según el Antiguo Testamento, el principal elemento era Dios mismo. Ellos se gloriaban en Dios (Ro. 2:17). Ninguna otra religión cuenta con semejante Dios. Por ejemplo, el budismo es solamente necedades; ni siquiera merece ser designado como una religión. La religión le ayuda a la gente a adorar a Dios, a servir a Dios y a comportarse de un modo que sea grato a Dios. Pero el budismo ni siquiera tiene un Dios, sólo tiene un Buda que es sordo y mudo. Según el budismo, cualquiera puede llegar a ser un Buda. El budismo enseña que si uno se porta bien, puede llegar a ser un Buda. Esto es absolutamente diabólico.

De igual forma, las enseñanzas de Confucio tampoco deben ser consideradas como una religión. Confucio nunca enseñó religión; sus enseñanzas eran exclusivamente éticas y de moralidad, y en ellas sólo mencionó a Dios unas cuantas veces. Con respecto a Dios, Confucio solamente aconsejó sobre todo que no se ofendiese a Dios, porque de hacerlo, no habría forma de ser perdonado.

También podemos examinar el Islam. Su libro sagrado, el Corán, es una falsificación del Antiguo Testamento. Es una religión muy sutil, debido a que menciona a Dios y contiene las historias del libro de Génesis. Pero en su totalidad es una falsificación.

El Dios genuino y verdadero se encuentra en la religión judía, siendo ésta la religión típica y auténtica. En cierto sentido, los judíos tienen al verdadero Dios y ellos se glorían en Él. Incluso hoy en día el judaísmo se gloría en su Dios.

El segundo elemento en el judaísmo eran los ángeles. En contraste, todas las religiones paganas tienen demonios. No hay ningún punto de comparación entre los ángeles y los demonios. La Biblia indica que los ángeles son muy cercanos a Dios. Cuando Dios apareció a Abraham, lo hizo acompañado de dos ángeles que se asemejaban mucho a Él (Gn. 18:1-2). Esto nos permite ver cuán elevada era la posición que ocupaban los ángeles; incluso la ley fue “ordenada por medio de ángeles” (Hch. 7:53; Gá. 3:19). Así pues, la religión judía se gloriaba en ellos.

En tercer lugar, la religión judía se gloriaba en Moisés, por medio de quien la ley de Dios fue dada. Prácticamente todos los pueblos, y especialmente los pueblos antiguos, han tenido líderes destacados; pero de entre todos ellos, ninguno se ha destacado tanto como Moisés. No existe ningún otro escrito que se compare con los de Moisés. No es necesario considerar todos los libros del Pentateuco; basta con examinar sólo uno de ellos, Deuteronomio. Este libro es incomparable; está en el tercer cielo. A excepción de la Biblia, todos los demás libros se encuentran en un nivel terrenal y hasta en los niveles más bajos del infierno. Los escritos de Moisés, en cambio, están en un nivel muy elevado. Yo aprecio sinceramente todos los libros que él escribió, en especial Deuteronomio, un libro muy dulce y tierno. ¡Cuán insondables son estos cinco libros escritos por Moisés! Estos libros son verdaderas minas de oro; cuanto más excavamos en ellos, más tesoros encontramos. Ciertamente son insondables. Es por ello que el pueblo judío se gloría en Moisés.

El cuarto elemento es el sacerdocio encabezado por Aarón, el hermano mayor de Moisés. Moisés no era sacerdote, sino más bien un apóstol del Antiguo Testamento. Aarón, en cambio, era sumo sacerdote. Moisés fue enviado por Dios al pueblo, mientras que Aarón era enviado a Dios de parte del pueblo. Moisés era un tipo del Cristo que viene de Dios al pueblo, mientras que Aarón tipificaba al Cristo que va del pueblo a Dios. Los judíos contaban con tal sacerdocio que servía a Dios y que se ocupaba de las necesidades del pueblo en la presencia de Dios.

En cierto sentido los sacerdotes no eran simplemente ministros, sino también abogados defensores en el tribunal celestial. ¡Qué bueno es contar con un abogado que defienda nuestros casos continuamente! Los judíos, pues, tenían sus abogados sacerdotales. Hoy en día, aquellos que no tienen un abogado se encuentran sin protección alguna; pero si cuentan con la ayuda de un buen abogado, pueden gozar de tranquilidad. Los paganos no contaban con un abogado que los defendiera delante de Dios, pero los judíos tenían a los sacerdotes, quienes estaban delante de Dios como sus abogados personales. Estos sacerdotes servían a Dios y se encargaban de los casos de los hijos de Israel; por eso, ellos podían gloriarse en sus sacerdotes.

El quinto y último elemento principal del cual se gloriaba el judaísmo era el antiguo pacto que Dios había hecho con ellos. Es en virtud de este pacto que Dios efectuó conforme a Su ley, que los judíos son el pueblo de Dios. Ellos son el pueblo con el cual Dios ha pactado. Ningún otro pueblo en la tierra tiene tal pacto divino que los constituya el pueblo de Dios según los deseos y requisitos divinos. Sólo los judíos tienen tal pacto divino que hace de ellos un pueblo especial para Dios. Es por eso que los judíos estimaban dicho pacto como un tesoro y se gloriaban en él.

El libro de Hebreos fue escrito con el propósito de mostrar a los creyentes hebreos cuán superior es la economía de Dios en comparación con el judaísmo. Ya que el judaísmo se gloriaba en Dios, los ángeles, Moisés, el sumo sacerdote Aarón y el viejo pacto con sus servicios, el escritor de Hebreos se basó en estos cinco elementos para realizar una comparación. Lo primero que hace notar es que en la economía de Dios, lo más superior no es simplemente Dios, sino Dios expresado, esto es, Dios el Hijo (1:2, 3, 5, 8-12). Luego él revela que Cristo es superior a los ángeles (1:4—2:18), a Moisés (3:1-6) y a Aarón (4:14—7:28), y que el nuevo pacto de vida que Él estableció es superior al antiguo pacto de la letra (8:1—10:18).

En la primera comparación que este libro nos hace, se compara a Dios en Su salvación con el Dios de la religión judía. La religión judía tiene al Dios verdadero, pero en el judaísmo Él es el Dios escondido, mientras que en Su salvación, Él es el Dios expresado. El Dios que se expresa es Dios el Hijo; Dios el Hijo es la expresión de Dios. El apóstol Juan, antes de ser salvo, pertenecía a la religión judía y nunca llegó a decir: “Contemplamos Su gloria”. Pero, cuando escribió su evangelio, él dijo que en el principio era el Verbo, que el Verbo era Dios, que el Verbo que era Dios se hizo carne y que todos ellos habían contemplado Su gloria. En Juan 1:18, el apóstol prosiguió diciendo que nadie ha visto a Dios jamás, pero que “el unigénito Hijo [...] le ha dado a conocer”. En su primera epístola, Juan dijo que ellos habían oído, visto y palpado a Aquel que expresa a Dios como nuestra vida (1 Jn. 1:1). Éste es Dios en Su salvación. El Dios del judaísmo es el Dios verdadero, pero está escondido. Pero Dios en Su salvación es expresado.

En el Antiguo Testamento, Dios habló por medio de los profetas pero nunca se expresó. En cambio en el Nuevo Testamento, esto es, en la salvación de Dios, Dios habla en el Hijo quien es el Verbo de Dios, el hablar de Dios e incluso Dios mismo. Así pues, Él habla Dios, declara a Dios y expresa a Dios. En la antigüedad, Dios habló indirectamente a través de los profetas; pero ahora Él habla en el Hijo de forma directa.

Cuando Pedro estuvo con el Señor en el monte de la Transfiguración y vio a Moisés y a Elías, todavía se aferraba a sus viejos conceptos y puso a Moisés y a Elías en el mismo nivel que el Hijo de Dios (Mt. 17:1-8). Él tenía que aprender que la antigua manera en la que Dios hablaba, había caducado; que ya no estaban Moisés ni Elías y que sólo permanecía el Hijo de Dios. Pedro necesitaba cruzar el río y oír únicamente al Hijo. El Hijo es ahora el Verbo único de Dios, Su único hablar. Él es la declaración y expresión de Dios. Él no sólo habla por Dios, sino que habla, expresa a Dios. Él es el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de Su sustancia. Él es Dios expresado. Dios en Su salvación es mucho mejor que el Dios de la religión judía. Allí Dios está escondido, mas aquí Él es expresado.

El Hijo, en quien Dios habla, es el mismo que creó los cielos y la tierra (1:10). Él es Dios el Creador. Él también es Aquel que sustenta el universo entero. Él sustenta todas las cosas con la palabra de Su poder (1:3). Él es además el Ungido, quien ha sido designado para heredar todo el universo creado (1:2). Este Heredero que ha sido designado es Dios mismo (1:8). Este Dios no es nada menos que el Dios de los judíos, pero Él es más que el Dios de los judíos. Nadie jamás ha visto al Dios de los judíos; pero para nosotros, los verdaderos hebreos, Dios se reveló y se expresó a fin de que nosotros lo pudiéramos palpar, recibir, poseer y experimentar día tras día.

En el recobro del Señor tenemos a muchos hermanos que siendo judíos han llegado a ser hebreos. Antes de que ellos entraran al recobro del Señor, tenían conocimiento acerca de Dios, pero no disfrutaban a Dios mismo. En su religión, tenían a Dios sólo en terminología; Él no formaba parte de su experiencia. Ahora, ellos le conocen por experiencia.

Al empezar su epístola, el escritor de Hebreos indicó que el Dios de los verdaderos hebreos es mucho mejor que el Dios de la antigua religión judía. Él no solamente es Dios el Padre, sino también Dios el Hijo. Ambos conceptos se hallan en Isaías 9:6, donde dice: “Hijo nos ha sido dado [...] Se llamará Su nombre [...] ‘Padre eterno’”. El Hijo nos es dado; sin embargo es llamado Padre eterno. El Padre es ahora el Hijo que nos es dado. En cuanto a Su ser, Él es el Padre; pero en cuanto al hecho de darse a nosotros, Él es el Hijo. Como Dios en Su ser, Él es el Padre; pero al darse a nosotros, Él es el Hijo. Isaías 9:6 revela claramente que al sernos entregado, Él es el Hijo; sin embargo, Él es llamado Padre eterno. El término “Padre” alude a Su ser, mientras que el término “Hijo” se refiere al hecho de que Él nos fue dado para llegar hasta nosotros, a fin de que nosotros lo pudiéramos ganar a Él en nuestra experiencia. Si Él fuese solamente el Padre, jamás podríamos recibirlo ni disfrutarlo. ¡Alabémosle por ser el Hijo que nos ha sido dado! Dios amó tanto al mundo que nos dio a Su Hijo unigénito (Jn. 3:16). El Hijo es un don divino que hemos recibido del Padre, y esta ofrenda divina es Dios mismo. Dios mismo se nos entregó como un don divino en el Hijo.

Nuestro Dios es el Dios expresado, el Dios que llega hasta nosotros; Él es Aquel a quien recibimos, experimentamos y disfrutamos día tras día. Éste es nuestro Dios. No hay duda de que este Dios es mucho mejor que el Dios del judaísmo. Este Dios es Jesús, el Hijo de Dios, Dios mismo. Él es la expresión de Dios, el Dios que llega hasta nosotros; es el Dios que podemos recibir, experimentar, disfrutar y poseer.

Ahora debemos ver que el Hijo, como el Dios expresado, es mucho mejor que los ángeles, muy superior a ellos. No sólo el Dios en Su salvación es superior a los ángeles; de hecho, el Dios del judaísmo era muy superior a ellos, ya que éstos eran Sus siervos. A los ángeles se les llama “vientos” y “llamas de fuego” (1:7). No tengan muy alta opinión de los ángeles. Quizás muchos de ustedes desearían ser ángeles. Más adelante veremos que los ángeles no sólo son inferiores a Cristo, sino también a nosotros mismos. Aun en tiempos del Antiguo Testamento, Dios era muy superior a los ángeles; los ángeles simplemente servían a Su propósito. Por lo cual, queda sobreentendido que nuestro Cristo, el Hijo de Dios, es superior a los ángeles, aun mucho más de lo que era el Dios del judaísmo. Los ángeles, que son como vientos y llamas de fuego, son simplemente criaturas, mientras que el Hijo es el Creador. Como criaturas que son, los ángeles son muy inferiores al Hijo, y, como el Creador, el Hijo es muy superior a ellos.


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