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Estudio-vida de Josué, Jueces y Rutpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6224-5
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Actualmente disponible en: Josué 13 de 15 Capítulo 13 de 33 Sección 1 de 2

ESTUDIO-VIDA DE JOSUÉ

MENSAJE TRECE

DIEZ ASPECTOS DE CRISTO

Lectura bíblica: Jos. 21:43; 13:33; Dt. 8:7-10

Desde el primer siglo d. C. hasta el quinto siglo surgieron muchas enseñanzas y debates con respecto a la cristología, es decir, el estudio de la persona de Cristo. Todo el Antiguo Testamento, desde Génesis hasta Malaquías, es un libro sobre cristología. En el Antiguo Testamento encontramos muchos tipos de Cristo, y cada uno de estos tipos se relaciona con el estudio de Cristo. El tipo completo, cabal y consumado de Cristo es la buena tierra. Mi carga en este mensaje es que consideremos diez aspectos del Cristo todo-inclusivo, quien es tipificado por la buena tierra.

CRISTO EN LA ETERNIDAD

En la eternidad, Cristo era únicamente Dios y no hombre. Él era el Hijo de Dios como corporificación de Dios (Jn. 1:18), y la Palabra de Dios como definición de Dios (v. 1).

EN SU ENCARNACIÓN

Un día el Cristo eterno entró en el tiempo, al hacerse carne en Su encarnación. En Su encarnación, Cristo, el Hijo de Dios, vino “en semejanza de carne de pecado” (Ro. 8:3). Él no era pecaminoso, pero al ser hecho carne, llegó a ser algo que guardaba cierta relación con el pecado.

Por medio de la encarnación, el Dios santo, ilimitado e infinito salió de la eternidad, y con divinidad Él entró en el tiempo y en el vientre de una virgen, permaneciendo allí por nueve meses. Mateo 1:20 indica que Aquel que fue engendrado en el vientre de María era Dios mismo. Primero, Cristo fue engendrado en una virgen humana, y después, como hombre, Él nació de ella. Por tanto, Cristo ahora es el Dios-hombre; Él no solamente posee divinidad, sino también humanidad. Esto revela que la encarnación significa que el hombre ha sido añadido a Dios.

Mientras que en la eternidad Cristo era solamente Dios, en Su encarnación Él llegó a ser el Dios-hombre. En Cristo, el Dios-hombre, la naturaleza divina y la humana se han mezclado, se han compenetrado mutuamente. Sin embargo, en este mezclarse, en esta compenetración, las dos naturalezas siguen siendo distintas entre sí, por lo cual no se ha producido una tercera naturaleza. La naturaleza humana y la naturaleza divina permanecen distintas, pero ellas se han mezclado como uno. Éste es Cristo en Su encarnación.

EN SU VIVIR HUMANO

Es difícil para nosotros imaginar que el Dios todopoderoso e ilimitado pudiese llegar a ser un bebé en el pesebre. Incluso durante Su infancia, Cristo era un Dios-hombre. De una manera lenta y gradual, Cristo pasó por Su niñez y alcanzó la madurez humana. Por treinta años, Cristo en Su humanidad vivió en una región menospreciada, en el pueblo menospreciado de Nazaret y en la casa de un carpintero pobre. Después, Él salió de allí para enseñar Dios a la gente, ministrar Dios a las personas y expresar los atributos de Dios mediante Sus virtudes humanas.

Este Dios-hombre expresó a Dios en el hombre, mediante el hombre y con el hombre. Aunque no era una persona erudita, Su hablar estaba lleno de sabiduría. Aunque era humilde, Él no sólo hablaba con poder sino también con autoridad. En cada una de las virtudes de esta persona había algo divino, pues Él era el Dios-hombre, esto es, Dios con los atributos divinos expresado en el hombre con las virtudes humanas. Él era Dios que vivía como un hombre, Dios que vivía una vida humana.

EN SU CRUCIFIXIÓN

En Su crucifixión Cristo murió como Cordero de Dios para quitar el pecado del hombre (Jn. 1:29), como serpiente de bronce (3:14) para destruir a la antigua serpiente, Satanás (He. 2:14), y como grano de trigo para liberar la vida divina que estaba dentro del cascarón de Su humanidad (Jn. 12:24). La vida divina, la cual estaba escondida en Su humanidad, debía ser liberada a fin de aumentar y multiplicarse. Por tanto, Cristo no sólo murió para quitar el pecado y destruir a Satanás, sino también para que la vida divina fuese liberada.

Por Su muerte en la cruz, Cristo también puso fin al viejo hombre y a la vieja creación. Mediante la encarnación Cristo se hizo hombre, y este hombre era la vieja creación. Cuando Cristo murió, el viejo hombre en su totalidad y en su máxima consumación también murió. Por tanto, cuando Cristo fue crucificado como un hombre, ello puso fin al viejo hombre (Ro. 6:6); más aún, cuando Cristo se hizo hombre, también fue hecho una criatura, el Primogénito de toda creación (Col. 1:15). Esta criatura no era de la nueva creación, sino de la vieja creación. Cuando Cristo fue crucificado como criatura, la vieja creación en su totalidad fue aniquilada.

Además, en Su crucifixión Cristo abolió “en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas” (Ef. 2:15). Aquí, la palabra ordenanzas se refiere a los ritos, las formas o maneras de vivir y adorar, que generan enemistad y división. Debido a que cada nación y cultura posee sus propias ordenanzas particulares, hoy en día hay miles de diferentes maneras de vivir. No obstante, en Su crucifixión Cristo abolió todas estas ordenanzas. Ahora entre nosotros en la vida de iglesia sólo hay una manera de vivir: tomar a Cristo como nuestra vida, nuestro vivir, e incluso como nuestro estilo de vida, y vivirle.

Después que el Señor Jesús murió, “uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua” (Jn. 19:34). La sangre efectúa la redención y así quita los pecados (He. 9:22) para comprar la iglesia (Hch. 20:28). El agua imparte vida, ministra a Dios mismo como vida a nuestro ser. La sangre de Cristo nos ha redimido, y la vida divina de Cristo fluyó al interior de nuestro ser como un río que nos ministra a Dios. Ahora, como creyentes en Cristo, hemos sido redimidos y llevados de regreso a Dios, y Dios fluye como agua viva en nuestro ser.

Por medio de la crucifixión de Cristo, el pecado ha sido quitado, Satanás ha sido destruido, la vida divina ha sido liberada, el viejo hombre ha sido aniquilado, se ha puesto fin a la vieja creación, las ordenanzas han sido abolidas, hemos sido redimidos y llevados de regreso a Dios, y ahora Dios fluye como agua viva en nuestro ser. Todos debemos tener tal visión de la crucifixión de Cristo.


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