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Estudio-vida de Levíticopor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6571-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

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ESTUDIO-VIDA DE LEVÍTICO

MENSAJE DOS

DEFINICIÓN GENERAL DE LAS OFRENDAS

Lectura bíblica: Lv. 1—7

En este mensaje daremos una definición general de las ofrendas.

I. LAS OFRENDAS EN RELACIÓN
CON EL TABERNÁCULO

Los libros de Éxodo y Levítico están estrechamente relacionados. Éxodo concluye con el tabernáculo erigido, y Levítico comienza con las ofrendas. Tanto el tabernáculo como las ofrendas son tipos de Cristo. El hecho de que Éxodo concluya hablándonos del tabernáculo y Levítico comience con el tema de las ofrendas indica que hay una continuación directa. Pese a que Éxodo y Levítico son diferentes en naturaleza y en los puntos que abarcan, con todo, hay una relación directa entre ambos.

A. El tabernáculo es edificado y erigido,
y las ofrendas con el sacerdocio son establecidas

En Éxodo el tabernáculo es edificado y erigido. El tabernáculo no se erigió solamente para que Dios morara en él, sino también para que nosotros moráramos en él. En Levítico se establecen las ofrendas (caps. 1—7) con el sacerdocio (caps. 8—10).

B. Cristo como tabernáculo trae a Dios al hombre,
y Cristo como las ofrendas lleva al hombre a Dios

Puesto que nuestro Cristo es maravilloso y todo-inclusivo, las palabras no bastan para revelarlo y describirlo; los tipos, que son cuadros descriptivos, también son necesarios. Tanto el tabernáculo como las ofrendas son tipos de Cristo. Cristo como tabernáculo trae a Dios al hombre, y Cristo como las ofrendas lleva al hombre a Dios. Esto indica que hay un tráfico de doble sentido, un tráfico de ida y de venida. Cristo viene a nosotros como el tabernáculo, y luego Él va a Dios como las ofrendas.

El tabernáculo es una señal, una figura, un tipo, de Cristo. En la encarnación Cristo vino como tabernáculo. La Palabra, que era Dios, se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros (Jn. 1:1, 14). Cristo es Dios mismo encarnado que se hizo hombre; por tanto, Él es el Dios-hombre, y este Dios-hombre es el tabernáculo. Como tabernáculo, Cristo trajo a Dios al hombre. El Cristo que estaba en la tierra era Dios mismo corporificado en un tabernáculo. Aquí tenemos uno de los aspectos de este tráfico de doble sentido: Dios viene a nosotros en Cristo por medio de la encarnación.

Juan 1:29 dice que el Cristo, el tabernáculo, es también el Cordero de Dios: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”. Cristo, como Cordero de Dios, es la totalidad, la suma, de todas las ofrendas.

Por una parte, Cristo es el tabernáculo; por otra, Él es las ofrendas. En calidad de tabernáculo, Él trajo a Dios a nosotros, y en calidad de ofrendas, Él ahora nos lleva a todos nosotros a Dios. El hecho de que Cristo sea el tabernáculo guarda relación con la encarnación. El hecho de que Él sea las ofrendas guarda relación con la crucifixión y la resurrección. Cristo vino en la encarnación, y Él se fue por medio de la crucifixión y la resurrección. Éste es el tráfico de doble sentido que trae a Dios a nosotros y que nos lleva a todos nosotros a Dios, a fin de que Dios sea uno con nosotros y nosotros seamos uno con Él.

C. El tabernáculo tiene como finalidad
que experimentemos a Dios, que nos unamos a Él,
y las ofrendas tienen como finalidad
que disfrutemos a Dios y nos mezclemos con Él

El tabernáculo tiene como finalidad que experimentemos a Dios, que nos unamos a Él, y las ofrendas tienen como finalidad que disfrutemos a Dios y nos mezclemos con Él. Experimentar a Dios, unirse a Él, equivale a entrar en el tabernáculo. Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, las personas tuvieron contacto con Él. A la postre, los discípulos fueron introducidos en Él, en el Dios encarnado. Así pues, el tabernáculo trae a Dios a nosotros para que experimentemos a Dios, entremos en Él, nos unamos a Él.

Tanto el tabernáculo como las ofrendas representan a Cristo. El tabernáculo representa que Dios está en Cristo para que nosotros tengamos contacto con Dios, le toquemos, le experimentemos, entremos en Dios, nos unamos a Dios. Las ofrendas representan a Dios en Cristo para que nosotros le disfrutemos. Al disfrutar a Cristo como las ofrendas, nos mezclamos con Dios. Dios en Cristo es el tabernáculo, la morada, que podemos contactar, poseer y experimentar, y al cual podemos acercarnos y entrar. Dios en Cristo es también todas las ofrendas, mediante las cuales podemos disfrutarle, ingerirle e incluso comerle, digerirle y asimilarle, al grado en que Él mismo se convierte en nuestro elemento constitutivo. Después de disfrutar las ofrendas y comer de ellas, entramos en el tabernáculo, donde disfrutamos su contenido, a saber, todo lo que Dios es en Cristo. El hecho de que el Señor sea tanto el tabernáculo como las ofrendas constituye una maravillosa revelación. Nosotros podemos entrar en Él y podemos disfrutarlo y mezclarnos con Él.

Cristo como las ofrendas tiene por finalidad nuestro disfrute debido a que las ofrendas son comestibles. Dios no es el único que puede comerlas, sino también nosotros. Nosotros podemos disfrutar y comer a Cristo juntamente con Dios. Este disfrute mutuo puede compararse al disfrute que se experimenta en un banquete donde nos animamos unos a otros a disfrutar de los diferentes platillos. El disfrute mutuo que experimentamos en un banquete es un cuadro descriptivo del disfrute que tenemos de Cristo juntamente con Dios. Al disfrutar a Cristo en algún aspecto particular, tal vez digamos: “Padre, quisiera que Tú también disfrutes de esta porción de Cristo”. Luego, el Padre podría decirnos: “Hijo, quisiera que disfrutes de lo que Yo estoy disfrutando”. Ésta es la comunión del disfrute mutuo, la comunión del co-disfrute.

Todo lo que comemos se convierte en lo que somos. Si comprendemos esto, veremos que no es sabio oponerse a la revelación divina respecto a la mezcla de la divinidad con la humanidad. Por medio de la obra redentora de Cristo y por Su Espíritu, el elemento divino de Cristo llega a ser nuestra comida. Después de ingerir esta comida, la digerimos y la asimilamos hasta que llega a ser nuestras fibras y nuestras células. Ciertamente esto guarda relación con una mezcla.

La Biblia revela que el Dios creador llegó a ser hombre, el Dios-hombre, y que este hombre llegó a ser las ofrendas: el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, la ofrenda mecida y la ofrenda elevada. Estas ofrendas han llegado a ser nuestra comida. Esto significa que Dios en Cristo es comestible. Dios se hizo comestible al llegar a ser las ofrendas. Al comer nosotros estas ofrendas, el elemento divino se mezcla con la humanidad. Por consiguiente, Cristo no es solamente nuestra morada, sino también nuestra comida mediante la cual disfrutamos a Dios y nos mezclamos con Él.

A diario podemos disfrutar no solamente la presencia de Dios, sino también Su elemento, Su esencia, incluso Su sustancia comestible. Las epístolas de Pablo indican que Cristo es comestible, pero no nos proporcionan detalles de cómo comer a Cristo. Para conocer estos detalles, debemos acudir al libro de Levítico. El Cristo revelado en Levítico es un Cristo al que se puede comer. Levítico no sólo nos proporciona los “víveres”, sino también la “receta” para “cocinar” a Cristo.

Todas las ofrendas nos permiten no sólo disfrutar a Dios, sino también asimilarlo en nuestro ser. Esta asimilación redunda en una mezcla. Debemos comprender que estamos mezclándonos con Dios y que Dios está mezclándose con nosotros. El Señor Jesús como Espíritu está en nuestro espíritu, y a diario Él se mezcla con nosotros. Pero dicha mezcla depende de que nosotros comamos a Cristo, digiramos a Cristo y asimilemos a Cristo. Además, tal vez nos sirvan una comida muy buena, pero si no la comemos como se debe, podría causarnos indigestión. De igual manera, si no comemos a Cristo como es debido, esto podría causarnos indigestión espiritual. En dado caso, no asimilaríamos a Cristo. Debemos aprender a comer a Cristo, digerir a Cristo y asimilar a Cristo. Entonces seremos nutridos, fortalecidos y nos mezclaremos con Dios.


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