Estudio-vida de 1 y 2 Samuelpor Witness Lee
ISBN: 0-7363-1280-3
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En este mensaje deseo hablar del deseo que Dios tiene de forjarse en nosotros, lo cual realiza en Cristo. El no está interesado simplemente en suplir nuestras necesidades ; lo que El quiere es forjarse a Sí mismo en nuestro ser.
Aunque Dios no está limitado por el tiempo, El lo ha usado para comunicar Su revelación al hombre, y lo ha hecho gradualmente, paso a paso. Por ejemplo, a Job le mostró algo que no había revelado a Adán, Abel, Enós ni a Noé. La revelación que recibió Job fue que Dios deseaba obtener un hombre que lo poseyera a El, no a una persona recta, íntegra y perfecta. Dios parecía decir: “Job, olvídate de tu integridad, de tu perfección y de tu rectitud. Tú no necesitas estas cosas; me necesitas a Mí”. Aunque Dios le mostró a Job que su necesidad era Dios mismo, no le reveló nada respecto al edificio.
Cuando Dios apareció a Abraham, El le prometió darle dos cosas: la buena tierra y una simiente, los cuales representan a Cristo. Esto indica, en tipología, que Dios daría a Abraham a Cristo en dos aspectos: como buena tierra y como simiente: el verdadero Isaac. La genealogía de Cristo contenida en Mateo 1 presenta a Cristo como el “hijo de Abraham” (v. 1). Isaac tipifica a Cristo como hijo de Abraham, el que hereda la promesa y la bendición que Dios le dio a Abraham (Gn. 22:17-18; Gá. 3:16).
Pablo interpreta esto en Gálatas 3, y dice que la buena tierra y la simiente de Abraham son el Espíritu. La bendición del evangelio es el Espíritu prometido (vs. 8, 14). La tierra representa a Cristo, la simiente representa a Cristo (v. 16), y el Espíritu es Cristo. Así que, en el versículo 14 Pablo escribe: “Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”. El aspecto físico de la bendición que Dios le prometió a Abraham era la buena tierra (Gn. 12:7; 13:15; 17:8; 26:3-4), la cual tipifica al Cristo que lo es todo. Dado que Cristo es hecho real como Espíritu vivificante (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17), la bendición, o sea, el Espíritu prometido, corresponde a la tierra, es decir, a la bendición que se le prometió a Abraham.
Cuando creemos en Cristo, Dios nos da Su Espíritu. El Espíritu vivificante es la realidad del Cristo resucitado. El Espíritu es la buena tierra, y también la simiente.
Según el entendimiento y punto de vista de los cristianos, Dios nos dio a Cristo para que sea nuestro Redentor y Salvador. El murió por nuestros pecados, efectuando con ello la redención; resucitó de los muertos; y ahora es nuestra vida. Sin embargo, esto no nos dice lo que Dios desea realizar. Dios en Cristo desea forjarse en nosotros. Esta es la meta de la redención y la salvación. Cristo se encarnó, llevó una vida humana, murió y resucitó para que se cumpliera el deseo de Dios de forjarse en nosotros. Todo lo que Cristo es y todo lo que Cristo realizó, tiene esta meta. Todos los pasos que Dios toma en nuestra vida diaria, grandes y pequeños, llevan a cabo Su intención, que consiste en forjarse, en Cristo, en nuestro ser.
David, un hombre conforme al corazón de Dios, dice en 2 Samuel 7:2: “Mira ahora, yo habito en casa de cedro, y el arca de Dios está entre cortinas”. Esto indica que David sentía que debía hacer algo por Dios, que debía edificarle casa. Dios reacciona a estas palabras y le dice por medio del profeta Natán: “¿Tú me has de edificar casa en que yo more?” (v. 5). Luego, Dios le revela a David, por medio de una profecía en tipología, que Su intención no era que David le edificara casa a El, sino que El deseaba forjarse en David. Dios le dice, primero, que El le haría casa a David (v. 11b); y segundo, que El levantaría después de David a uno de su linaje, el cual procedería de sus entrañas, y que afirmaría su reino. “El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo” (vs. 12-14a). Así Dios le dio a David una revelación acerca del edificio, lo cual no le fue revelado ni a Job ni a Abraham.
La profecía dada a través de la tipología de 2 Samuel 7 está ligada a la que se dio en Isaías 11:1, la cual predice que saldría una vara del tronco de Isaí, y que un vástago retoñaría de sus raíces. Esto alude a Cristo. La casa de David, que era un árbol floreciente en la época de Salomón, se redujo a un tronco que constaba principalmente de José y María. De dicho tronco, como una vara, como un vástago, nació el niño Jesús. Esa fue la casa que Dios le hizo a David, mediante la cual le daba la simiente: Jesucristo. Por tanto, la profecía que recibió David a manera de tipología se cumplió cuando Cristo se encarnó y vivió una vida humana. Cristo es la simiente que proviene de la casa que Dios le edificó a David.
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