Información del libro

Estudio-vida de Josué, Jueces y Rutpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6224-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Josué 12 de 15 Capítulo 12 de 33 Sección 1 de 3

ESTUDIO-VIDA DE JOSUÉ

MENSAJE DOCE

LA ASIGNACIÓN DE LA TIERRA

(2)

Lectura bíblica: Jos. 18—22

Muchos de los asuntos espirituales concernientes a Cristo y la iglesia son revelados en el Nuevo Testamento a manera de principios, pero sin muchos detalles. Esto es especialmente cierto en lo referido a ganar a Cristo, experimentar a Cristo y disfrutar a Cristo.

En el libro de Efesios, Cristo es revelado como todo-inclusivo debido a que Él es Aquel que todo lo llena en todo (Ef. 1:23). Él no solamente es todo-inclusivo, sino también universalmente extenso, pues Su amor es inconmensurable en cuanto a su anchura, longitud, altura y profundidad (3:18-19a). El amor de Cristo es Cristo mismo. Si Su amor es inconmensurable, Él mismo es inconmensurable. En Efesios 3:8, Pablo habla de las inescrutables riquezas de Cristo. Sus riquezas son tan abundantes y vastas que resultan insondables. Aunque Efesios revela un Cristo que es todo-inclusivo, universalmente extenso e inescrutablemente rico, en este libro no encontramos los detalles en cuanto a las maneras de ganar a Cristo.

Los detalles en cuanto a las maneras de ganar a Cristo, experimentarle y disfrutarle no están en el Nuevo Testamento. Sin embargo, Josué 13—22 muestra detalladamente cómo poseer y disfrutar la tierra, la cual es un tipo del Cristo todo-inclusivo.

La buena tierra era espaciosa, extendiéndose desde el mar Mediterráneo hasta el Éufrates; pero los hijos de Israel no poseyeron toda la tierra. Incluso con respecto a lo que lograron tomar en posesión, ellos todavía requerían la manera detallada en que se debía asignar la tierra a fin de ganarla y disfrutarla. La manera en que la tierra fue asignada consistió en echar suertes. En el libro de Josué, la palabra suertes se usa en el sentido de echar suertes (18:8, 10). En términos humanos, sabemos que echar suertes depende de la fortuna, pero Dios es nuestra fortuna, y el resultado de echar suertes correspondía con lo dispuesto de antemano por Dios. Cuando Dios creó la tierra, Él ya tenía una clara perspectiva respecto a la buena tierra. Para Él ya estaba claro que, por ejemplo, Jerusalén y sus distritos circundantes serían para Judá, la tribu de la cual procedería Cristo. Esto había sido dispuesto de antemano, pero aún debía ser realizado echando suertes. La mano rectora de Dios estaba presente cuando se echaban suertes a fin de determinar el resultado. Esto quiere decir que la repartición de la tierra no dependía de Josué ni del sumo sacerdote, sino únicamente de Dios. Como resultado de ello, no se daba cabida a que las tribus se quejaran sobre la porción de tierra que les fue asignada. La manera en que se asignó la tierra fue imparcial, y esto hizo que todos fuesen acallados.

A estas alturas, quisiera recalcar el hecho de que Cristo en Sí mismo es únicamente uno solo y es siempre el mismo. En cuanto concierne a Su persona, no hay cambio alguno; Él es el mismo ayer, hoy y por siempre (He. 13:8). Sin embargo, en cuanto se refiere a nuestra experiencia y disfrute de Cristo, Cristo es de diversos tamaños y tipos, tal como lo indican las diversas clases de holocaustos y ofrendas de harina. Lo que Cristo sea en nuestra experiencia no depende de Él, sino que depende de nosotros. Nosotros ganamos a Cristo, le experimentamos y le disfrutamos según lo que nosotros seamos. Por tanto, alguien que vaya en pos de Cristo diligentemente experimentará a un Cristo más grande que aquel que sea perezoso al respecto.

Recientemente, me percaté de que se podría considerar a las doce tribus de Israel como un cuadro representativo de los creyentes que han vivido desde el primer siglo hasta el presente. Gálatas 6:16 dice que nosotros somos “el Israel de Dios”. Esto indica que entre los elegidos por Dios en la era neotestamentaria debe haber doce “tribus”. La primera tribu fue la de los primeros apóstoles, quienes trajeron la revelación del Nuevo Testamento. La segunda tribu fue la de los padres de la iglesia. La tercera tribu fue la de los mártires en el Imperio romano. La cuarta tribu fue la de los reformadores en la Iglesia Romana, antes de que el sistema papal fuese establecido. La quinta tribu fue la de los protestantes, y la sexta la de los místicos. Los protestantes se volvieron superficiales y quedaron sumidos en la muerte, así que surgió una reacción por parte de los místicos, que incluyen a Madame de Guyón, al padre Fenelón y al hermano Lawrence. La séptima tribu fue la de los hermanos moravos bajo el liderazgo del conde Zinzendorf. La octava tribu fue la de los Hermanos Británicos bajo el liderazgo de John Nelson Darby. Cuando la Asamblea de los Hermanos se llenó de conocimiento muerto, hubo una reacción triple. En primer lugar, hubo una reacción por parte de los cristianos de la vida interior, incluyendo a Andrew Murray, Jessie Penn-Lewis y T. Austin-Sparks. Ésta fue la novena tribu. En segunda lugar, hubo una reacción por parte de los cristianos evangélicos, incluyendo a C. H. Spurgeon, D. L. Moody, Charles Finney, Hudson Taylor, William Carey y David Livingstone. Ésta fue la décima tribu. Y en tercer lugar, hubo una reacción por parte de los cristianos pentecostales. Ésta fue la undécima tribu. La duodécima tribu es el recobro, que ha recobrado la revelación del Nuevo Testamento retornando a los primeros apóstoles.

En el recobro, el Señor ha recobrado las verdades presentadas desde Mateo hasta Apocalipsis. En particular, el Señor ha recobrado las verdades relacionadas con el Cristo todo-inclusivo y la Nueva Jerusalén. La verdad en el recobro es la verdad consumada de los últimos diecinueve siglos. Nosotros estamos de pie sobre los hombros de todas las tribus que nos han precedido. Por tanto, la verdad ha sido extraída, condensada y cristalizada para nosotros.

Consideremos ahora más detalles relacionados con la asignación de la tierra, los cuales se hallan en los capítulos 18 al 22.


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