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Estudio-vida de Romanospor Witness Lee

ISBN: 0-7363-2929-3
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Actualmente disponible en: Capítulo 58 de 69 Sección 1 de 4

ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS

MENSAJE CINCUENTA Y OCHO

LA ELECCIÓN DE LA GRACIA

En Romanos 1:9 Pablo dice que él servía a Dios en el evangelio del Hijo de Dios. Este evangelio incluye muchos elementos maravillosos: la filiación, la designación, la resurrección, la justificación, la santificación, la transformación, la conformación, la glorificación y la manifestación. En este mensaje tomaremos en cuenta un elemento adicional: la elección de la gracia. Si queremos conocer cabalmente el evangelio de Dios, debemos entender que la elección de Dios se incluye en Su evangelio. Ésta es la elección de la gracia. Como dice 11:5: “Así, pues, también en este tiempo ha quedado un remanente conforme a la elección de la gracia”.

LA ELECCIÓN QUE DIOS EFECTÚA

En nuestra sociedad las personas son escogidas según su abolengo, su familia, su educación y el éxito que hayan obtenido en el mundo. Ciertamente, la manera en que Dios lleva a cabo Su elección es totalmente diferente. Él nos eligió aun antes de que naciéramos, de hecho, desde antes de la fundación del mundo. La selección humana, en cambio, se basa en lo que la persona es en sí. Aquellos que son buenos, prometedores o exitosos, tienen mayor probabilidad de ser seleccionados. No obstante, la manera en que Dios nos elige no depende de lo que somos, sino de Dios mismo y del deseo de Su corazón.

En el capítulo 9 Pablo se refiere al caso de Jacob y Esaú para mostrar la manera en que Dios nos elige. Antes de que ellos nacieran, Dios dijo a Rebeca: “El mayor servirá al menor” (9:12). La elección de Dios se determinó aun antes de que ellos nacieran, antes de que hicieran algo bueno o malo. Esto fue así “para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama” (v. 11). No obstante, cuando Jacob estaba en el vientre de su madre, luchaba por nacer primero. Fue la misericordia de Dios la que hizo que Jacob no tuviera éxito. Si hubiera tenido éxito, tal vez Dios no lo habría elegido.

De hecho, todos nosotros somos como Jacob en el sentido de que luchamos por ser los primeros. Desde el momento de nuestro nacimiento, hemos tenido el concepto de que debemos luchar si hemos de obtener algo para nosotros mismos. Aunque fracasemos una y otra vez, continuamos luchando. Somos iguales a Jacob, el suplantador, a quien Dios predestinó para ser el segundo, pero quien seguía luchando por ser el primero. ¡Alabado sea Dios porque la mano de Su misericordia, la cual siempre nos restringe, nos ha guardado de tener éxito en nuestros esfuerzos! Él nos restringe porque nos eligió mucho antes de que naciéramos.

LA ELECCIÓN, LA PREDESTINACIÓN
Y EL LLAMAMIENTO

La elección de Dios está relacionada con Su predestinación y con Su llamamiento. De los tres, la elección viene primero, luego la predestinación y finalmente el llamamiento. Primero Dios nos eligió y luego nos marcó, es decir, nos predestinó. Tanto la elección como la predestinación se llevaron a cabo antes de nuestro nacimiento. Por último, en cierto momento de nuestra vida, Dios intervino y nos llamó.

Efesios 1:4-5 demuestra que la elección y la predestinación de Dios se llevaron a cabo en la eternidad pasada: “Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor, predestinándonos para filiación por medio de Jesucristo para Sí mismo, según el beneplácito de Su voluntad”. Antes de que el universo llegara a existir, Dios nos eligió y nos predestinó para filiación. Necesitamos ejercitar nuestro espíritu en fe para creer lo que la Escritura nos dice. Nosotros nacimos en un día señalado por Dios. Posteriormente, también en el tiempo señalado por Él, fuimos salvos. Aunque no tuviéramos ninguna intención de creer en el Señor Jesús, llegamos a creer en Él, porque habíamos sido elegidos y predestinados por Dios para ello. Ésta es la elección de la gracia en la cual la misericordia de Dios es manifestada. Como dice Pablo en Romanos 9:16: “Así que no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”.


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