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Estudio-vida de Gálataspor Witness Lee

ISBN: 0-87083-671-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Capítulo 3 de 46 Sección 1 de 3

ESTUDIO-VIDA DE GALATAS

MENSAJE TRES

EL HIJO DE DIOS EN OPOSICION
A LA RELIGION DEL HOMBRE

Lectura bíblica: Gá. 1:13-16

En la sección 1:13-16, vemos que el Hijo de Dios está en oposición a la religión del hombre. Los versículos 13 y 14 presentan un cuadro vívido de la religión del hombre. En el versículo 13, Pablo dice: “Porque habéis oído acerca de mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la asolaba”. Aquí vemos un contraste entre la religión judía y la iglesia de Dios. Cuando Pablo estaba en el judaísmo perseguía a la iglesia porque la iglesia era diferente de su religión. Pablo odiaba a la iglesia porque ésta le restaba mérito a su religión. En su celo religioso, él perseguía sobremanera a la iglesia de Dios y la asolaba.

En el versículo 14, Pablo pasa a decir: “y en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres”. Las tradiciones aquí mencionadas eran las de la secta de los fariseos, a la cual Pablo pertenecía. El decía ser “fariseo, hijo de fariseo” (Hch. 23:6). La religión judía estaba compuesta no solamente de la ley dada por Dios y sus rituales, sino también de las tradiciones de los hombres. Debido a que Pablo era tan celoso de las tradiciones de sus padres, llegó a ser un líder religioso que aventajaba a muchos de sus contemporáneos.

LO QUE AGRADA A DIOS:
REVELAR A SU HIJO EN NOSOTROS

Luego, en los versículos 15 y 16, Pablo declara: “Pero cuando agradó a Dios ... revelar a Su Hijo en mí...” Llegado el tiempo señalado por Dios, cuando Saulo, celoso en su religión, perseguía a la iglesia, el Hijo de Dios le fue revelado. Dios pudo tolerar el celo de Pablo por las tradiciones de sus padres porque eso produjo un trasfondo oscuro contra el cual revelar a Cristo. Cuando a El le agradó, Dios reveló a Su Hijo en Saulo de Tarso. A Dios le agradó revelarle a él la persona viviente del Hijo de Dios. Revelar a Su Hijo en nosotros también le agrada a Dios. Es en Cristo, el Hijo de Dios, no en la ley, en quien Dios el Padre siempre se complace (Mt. 3:17; 12:18; 17:5).

El Hijo de Dios, como la incorporación y la expresión de Dios el Padre (Jn. 1:18; 14:9-11; He. 1:3), es vida para nosotros (Jn. 10:10; 1 Jn. 5:12; Col. 3:4). El deseo del corazón de Dios es revelar a Su Hijo en nosotros para que lo conozcamos, es decir, lo recibamos como nuestra vida (Jn. 17:3; 3:16), y seamos hechos hijos de Dios (Jn. 1:12; Gá. 4:5-6). Como Hijo del Dios viviente (Mt. 16:16), Cristo es muy superior al judaísmo y sus tradiciones (Gá. 1:13-14). Los judaizantes habían fascinado a los gálatas de tal manera que éstos consideraban que las ordenanzas de la ley eran muy superiores al Hijo del Dios viviente. Por tanto, el apóstol, en la introducción de esta epístola, testifica que él había estado profundamente envuelto en ese campo y que era muy avanzado en el mismo. Sin embargo, Dios, por medio de revelar a Su Hijo en él, lo había rescatado de ese siglo del mundo, que a los ojos de Dios era maligno. En su experiencia, Pablo comprendió que no existe comparación alguna entre el Hijo del Dios viviente y el judaísmo con sus tradiciones muertas, heredado de sus padres.

En 1:16, Pablo recalca el hecho de que el Hijo de Dios fue revelado en él. Esto significa que cuando Dios nos revela a Su Hijo, no lo hace de una manera exterior, sino de una manera interior; no por medio de una visión externa, sino por una visión interna. Esta no es una revelación objetiva, sino una revelación subjetiva.

Dios constituyó al Apóstol Pablo como ministro de Cristo por medio de apartarlo, llamarlo y revelar a Su Hijo en él. Por consiguiente, lo que Pablo predicaba no era la ley, sino a Cristo, el Hijo de Dios. Más aún, él no predicaba simplemente la doctrina tocante a Cristo; él predicaba a Cristo como una Persona viviente.

LA PERSONA VIVIENTE DEL HIJO DE DIOS

El punto crucial de este mensaje es que esta persona viviente, el Hijo de Dios, está en oposición a la religión del hombre. Esto era verdad en los tiempos de Saulo de Tarso, ha sido verdad a lo largo de los siglos y es verdad hoy en día. En vez de enfocar su atención en esta persona viviente, el hombre tiene la tendencia natural de dirigir su atención a la religión y a la tradición que ésta incluye. Pero desde Génesis 1 hasta Apocalipsis 22, la Biblia revela a una persona viviente. A Dios sólo le interesa esta persona viviente.

El relato de la experiencia que los discípulos tuvieron con el Señor Jesús en el monte de la transfiguración nos da un ejemplo de esto (Mt. 17:1-8). Después de llevar aparte a Pedro, Jacobo y Juan a un monte alto, el Señor Jesús “se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mt. 17:2). Junto con los otros dos discípulos, Pedro vio la gloria del Señor. También vio a Moisés y a Elías, que hablaban con El. Aunque es dudoso que Moisés y Elías estuvieran en gloria, no obstante ellos estaban hablando con el Jesús glorificado. Según Mateo 17:4, Pedro le dijo a Jesús: “Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Al hacer esta sugerencia, Pedro estaba elevando a Moisés y a Elías al mismo nivel del Señor Jesús. El había heredado una vieja tradición centenaria respecto a Moisés, quien representaba la ley, y a Elías, quien representaba a los profetas. Para los judíos, Moisés y Elías representaban todo El Antiguo Testamento. Así que, aun en el monte de la transfiguración, Pedro era celoso en guardar la tradición tocante a Moisés y a Elías. Pero mientras Pedro todavía hablaba, “una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mt. 17:5). Moisés y Elías desaparecieron entonces de la escena. Cuando los discípulos alzaron los ojos, “a nadie vieron sino a Jesús solo”. Esto quiere decir que a los ojos de Dios no hay lugar para religión ni tradición, sino sólo para la persona viviente de Su Hijo.


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