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Estudio-vida de Génesispor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1420-6
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Capítulo 93 de 120 Sección 1 de 3

ESTUDIO-VIDA DE GENESIS

MENSAJE NOVENTA Y TRES

LA MADUREZ:
EL PROCESO DE LA MADUREZ
(2)

Antes de ver más detenidamente la disciplina que recibió Jacob en Hebrón, debemos recalcar la diferencia que existe entre la transformación y la madurez. La última etapa de la transformación es la madurez. La madurez denota plenitud de vida. Cuando alguien es maduro, no tiene ninguna carencia de vida. Cuanto más vida tenemos, más maduros somos. Un niño obviamente no es maduro, pero un hombre adulto sí lo es. Un ser humano maduro posee una vida que ha llegado a su plenitud.

La transformación es un cambio metabólico en vida. Por tanto, la transformación no es un asunto de plenitud, sino de cambio. Las plantas no necesitan transformación, porque son simplemente plantas. Pero nosotros, los hijos de Dios, necesitamos transformación. Podemos alcanzar la madurez solamente pasando por la transformación. Tenemos una vida natural, pero esta vida no sirve para la economía de Dios. Aunque nuestra vida natural no necesita ser reemplazada, sí necesita ser transformada metabólicamente. No sólo debemos tener un cambio en apariencia, sino también en naturaleza. Aunque nuestra vida humana es necesaria para la economía de Dios, no debe seguir siendo una vida humana natural; debe ser una vida humana cuya naturaleza haya sido transformada para que la vida divina se mezcle con la vida humana transformada y se haga uno con ella. Este es un asunto profundo.

En el Nuevo Testamento hay por lo menos dos versículos que revelan la transformación. Leemos en Romanos 12:2: “No os amoldéis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente”. La palabra griega traducida “transformaos” en este versículo aparece también en 2 Corintios 3:18, versículo que, según el griego, se traduce: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. “Transformar” en estos versículos indica que en nuestra vida cristiana necesitamos un cambio metabólico. No necesitamos una enmienda externa ni una modificación, sino un cambio interno en naturaleza y en vida.

Este cambio metabólico empieza en la regeneración. Cuando fuimos salvos, no sólo fuimos justificados y nuestros pecados fueron perdonados, sino que también fuimos regenerados. En la regeneración, una nueva vida, la vida divina, fue puesta en nuestro espíritu. Desde nuestra regeneración, esta vida ha venido transformando nuestra vida natural. Al cambiar nuestra vida natural, la vida divina imparte más y más de sí en nuestro ser. Por lo tanto, la transformación es el cambio de nuestra vida natural. Cuando este cambio alcanza la plenitud, llega el tiempo de la madurez. Lo repito: la última etapa de la transformación es la madurez. La madurez no es un asunto de que nosotros experimentemos un cambio, sino de que la vida divina sea impartida continuamente en nosotros hasta que lleguemos a su plenitud.

Apliquemos ahora este punto a Jacob. Jacob pasó por muchos cambios entre los capítulos veinticinco y treinta y siete, pero no vemos más cambios en él a partir del capítulo treinta y siete. En el capítulo veinticinco, Jacob era un suplantador, alguien que tomaba por el calcañar. Los capítulos del veintiséis al treinta y seis abarcan un período de unos veinticinco años, y describen la manera en que Jacob cambió. Todo lo que le sucedió durante estos años, obró para su transformación. Cuando, en el capítulo treinta y siete, Jacob perdió a José, su hijo amado, él era una persona muy distinta a la que vemos en el capítulo veintisiete. En un sentido espiritual, el Jacob del capítulo veintisiete tenía varias manos que usaba para tomar todo lo que quería. El tomó lo que pertenecía a su padre, a Esaú y, más adelante, a Labán. Sin embargo, en el capítulo treinta y siete, Jacob ni siquiera usó sus dos manos. El Jacob de este capítulo parece no tener ninguna capacidad ni habilidad; por el contrario, parece incapaz de actuar. Esto indica que había cambiado totalmente. Desde el capítulo treinta y siete hasta el final del libro, no vemos más cambio en este hombre. En estos capítulos vemos una persona que fue no sólo cambiada, sino también llena de vida. En el capítulo treinta y siete, no vemos ni cambio ni plenitud de vida. El cambio se produjo antes de este capítulo, y la plenitud de vida se alcanzó después.

Quisiera pedirles que leyeran nuevamente los capítulos veintisiete, treinta y siete y cuarenta y siete. En el capítulo veintisiete vemos a un suplantador. El tenía muchas manos; podía hacer todo, y nadie podía vencerlo. Todo aquel que se relacionaba con Jacob, perdía, como le ocurrió a su padre, a su hermano y a su tío. Por el contrario, Jacob siempre salía ganando. El sacó ganancias de su hermano, su padre y su tío. Incluso obtuvo ganancias de Raquel, Lea y las dos siervas de éstas. Pero cuando murió Raquel, Jacob empezó a sufrir pérdidas. Pero aun esta pérdida produjo una ganancia, Benjamín. En el capítulo treinta y siete, Jacob experimentó otra pérdida: la pérdida de José. En dicho capítulo, Jacob no obtuvo nada. Desde entonces, Jacob perdió cada vez más cosas. Finalmente, en el capítulo cuarenta y siete, él ganó la plenitud de la vida. La plenitud de la vida es la bendición, la cual es la sobreabundancia de la vida. Cuando estemos llenos y rebosemos de vida, esta vida desbordará y entrará en los demás. Esta superabundancia es la bendición. Así que en el capítulo veintisiete vemos a un suplantador; en el treinta y siete, a un hombre transformado, y en el cuarenta y siete, a una persona madura. La transformación de Jacob empezó cuando Dios lo tocó (32:25), y continuó hasta el capítulo treinta y siete, donde el proceso de transformación fue relativamente completo. Pero en este capítulo, Jacob todavía no tenía madurez, es decir, no tenía plenitud de vida. Para obtenerla, él tenía que experimentar la disciplina de la última etapa, la disciplina de Hebrón.

Examinemos ahora cómo Jacob, una persona transformada, podía estar lleno de vida. Los seres humanos son vasijas. Sin embargo, a diferencia de las jarras y las botellas, no somos vasijas insensibles, sin juicio propio ni voluntad. Si usted desea llenar una botella de cierto líquido, la botella no tiene ninguna opinión ni sentir al respecto. No se necesita tener el consentimiento de la botella para llenarla. Sin embargo, es difícil verter algo dentro de nosotros, las vasijas vivientes, porque estamos llenos de opiniones, deseos e intenciones. Los padres saben lo difícil que es dar una medicina a los hijos. Del mismo modo, no le resulta fácil a Dios depositar Su vida en nosotros.

Quisiera hacer notar un asunto escondido en este libro. El primer golpe que recibió Jacob en la última etapa fue la pérdida de José. José tenía diecisiete años de edad cuando fue vendido (37:2), y tenía treinta años cuando se presentó delante del faraón (41:46). Después de eso, hubo siete años de abundancia. Probablemente uno o dos años más tarde Jacob mandó a sus hijos a Egipto para comprar grano. Por consiguiente, desde que José fue vendido hasta que Jacob envió sus hijos a Egipto, transcurrió un período de por lo menos veinte años. La Biblia no nos relata lo que hizo Jacob durante estos años. Solamente narra lo que José experimentó. En cuanto al relato de Jacob, este período de veinte años fue un tiempo de silencio.

¿Qué piensa usted que hizo Jacob durante ese tiempo? Si usted hubiese estado en el lugar de Jacob, ¿que habría hecho? He pensado mucho en esto, y creo haber descubierto algo. Durante estos años, Jacob no tenía nada que hacer; no le faltaba nada ni ambicionaba nada. Jacob se interesaba solamente por Raquel, y no por Lea ni por las dos siervas. Después de la muerte de Raquel, el corazón de Jacob se apegó a José, quien le fue quitado más o menos un año después. Después de que José le fue quitado, no le quedó prácticamente nada. Por consiguiente, durante estos años de silencio, Jacob fue una persona sin ninguna ambición, ni interés ni actividad. Este debe de haber sido el tiempo en que Dios se impartió en Jacob más y más. ¡Cuán diferentes fueron estos veinte años de los veinte años que estuvo con Labán! Durante los veinte años con Labán (31:41), Jacob luchó contra éste y estuvo preocupado por el trato que tenía que dar a Raquel, a Lea, a las siervas, y a todos sus hijos. Pero en los veinte años en Hebrón, Jacob fue liberado de todo cautiverio y ocupación. El no sólo estaba jubilado, sino también libre.

Lo único que no le podían quitar a Jacob era la presencia de Dios. En Hebrón Jacob vivía continuamente en comunión con Dios. La pérdida de José convirtió a Jacob en una jarra totalmente abierta a Dios. La presencia de José pudo haber sido un obstáculo para su apertura hacia Dios. Pero ahora Jacob, después de perder a José, estaba libre de todo estorbo, y completamente abierto al Señor. Indudablemente, Jacob pensaba en José todos los días. El había llegado a la conclusión de que José había sido devorado por una fiera, pero no tuvo confirmación de ello. Por tanto, Jacob pudo haber pensado que quizá volvería a verlo. Esto oprimió a Jacob, lo empujó hacia Dios y lo abrió a El. Cuanto más pensaba en José, más se abría. En todos esos años, Jacob era una jarra abierta a los cielos, y la lluvia celestial caía continuamente en él. En este período, Jacob estaba todos los días en la presencia de Dios, llenándose de la vida divina.


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