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Estudio-vida de Romanospor Witness Lee

ISBN: 0-7363-2929-3
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ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS

MENSAJE VEINTIDÓS

LA ELECCIÓN DE DIOS, NUESTRO DESTINO

(1)

Hasta aquí hemos abarcado los capítulos del 1 al 8 de Romanos. Los capítulos del 9 al 11 podrían considerarse como un paréntesis, y entonces el capítulo 12 sería una continuación del capítulo 8. En términos del proceso, o práctica, de la vida, es correcto decir esto. Sin embargo, no creo que según el concepto de Pablo estos capítulos fueran parentéticos, pues en ellos se hallan algunos elementos que forman una continuación entre los capítulos del 1 al 8 y los del 12 al 16. Por lo tanto, en cierto sentido los tres capítulos forman un paréntesis, pero en otro, constituyen una continuación entre la sección que termina en el capítulo 8 y la que empieza con el capítulo 12.

I. POR DIOS QUIEN LLAMA

La elección de Dios es nuestro destino. Nuestro destino eterno fue plenamente determinado por la elección de Dios. Esta elección y destino dependen completamente del propio Dios quien llama, y no de las obras del hombre. Nuestra elección es absolutamente de Dios quien llama. Para comprender cabalmente este asunto debemos leer Romanos 9:1-13.

El versículo 1 dice: “Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia da testimonio conmigo en el Espíritu Santo”. Este versículo demuestra que la conciencia es una parte del espíritu humano. Hemos visto que el Espíritu Santo da testimonio juntamente con nuestro espíritu (8:16). Pero en este versículo se nos dice que nuestra conciencia da testimonio en el Espíritu Santo. Por lo tanto, podemos concluir que puesto que el Espíritu Santo da testimonio con nuestro espíritu, y nuestra conciencia da testimonio con el Espíritu Santo, nuestra conciencia debe de ser parte de nuestro espíritu.

La conciencia de Pablo daba testimonio de que él tenía gran tristeza y continuo dolor en su corazón (v. 2). Esto era la angustia que Pablo sentía por el anhelo de que sus conciudadanos pudieran ser salvos.

“Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por el bien de mis hermanos, mis parientes según la carne” (v. 3). Ésta es una oración muy seria. Pablo oró de una manera tan intensa debido a su deseo de que el pueblo de Israel fuera salvo. Era necesario orar pidiendo que Israel fuera salvo, pero desear ser anatema fue demasiado. No importa cuán espirituales podamos ser y cuánto podamos estar en nuestro espíritu, es posible que oremos de una manera que no sea del Señor. Cuando en su oración Pablo deseaba ser un anatema, separado de Cristo, no creo que esta oración proviniera del Señor. ¿Cree usted que el Señor motivó a Pablo a orar que él fuera anatema, separado de Cristo? No creo que el Señor exigiese que él orara así. Entonces, ¿qué lo motivó a orar de esta forma? Fue el intenso deseo de su corazón. Él oró de esta manera debido a su gran amor por sus conciudadanos.

Muchas veces tenemos un intenso deseo por algo, y ese deseo nos lleva a orar de una manera extrema. Un hermano tal vez ore por su esposa, quien se encuentra seriamente enferma, haciendo súplicas desesperadamente y aun con ayunos. Es posible que el Señor conteste la oración, pero no de acuerdo con los deseos del hermano. Tal fue el caso con la oración de Pablo en el versículo 3. Él oró con un gran deseo de que Dios pudiera dejarlo a un lado y hacerlo un anatema, para que sus hermanos pudieran ser salvos. Dios contestó la oración de Pablo, pero no en la manera que éste deseaba.

“Que son israelitas, de los cuales son la filiación, la gloria, los pactos, la promulgación de la ley, el servicio del tabernáculo y las promesas” (v. 4). En este versículo la filiación se refiere al derecho de heredar. ¿Qué es la gloria mencionada en este versículo? La gloria de Dios fue manifestada al menos en dos ocasiones al pueblo de Israel: en el desierto cuando el tabernáculo fue erigido (Éx. 40:34) y en Jerusalén cuando el templo fue construido y dedicado (2 Cr. 5:13-14). En ambas ocasiones los israelitas vieron la gloria de Dios. Los pactos son aquellos que Dios hizo con Abraham (Gn. 17:2; Hch. 3:25; Gá. 3:16-17) y con los hijos de Israel en el Sinaí (Éx. 24:7; Dt. 5:2), y en Moab (Dt. 29:1, 14). Los israelitas valoran mucho estos pactos (Ef. 2:12). La promulgación de la ley se refiere a la ley dada por Dios (Dt. 4:13; Sal. 147:19), la cual es de sumo valor para los israelitas. El servicio mencionado en este versículo indudablemente se refiere al servicio sacerdotal o levítico, porque todo el servicio relacionado con el tabernáculo era dirigido por los sacerdotes y los levitas. Las promesas son las que Dios hizo a Abraham, a Isaac, a Jacob y a David (Ro. 15:8; Hch. 13:32).

El versículo 5 dice: “De quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino el Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén”. Los patriarcas fueron Abraham, Isaac, Jacob y otros. Cristo también, según Su naturaleza humana, provino de los hijos de Israel. Aquí Pablo dice que Cristo es “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos”. Cuando Pablo abordó este asunto en sus escritos, él estaba tan lleno de la gloriosa persona de Cristo que él simplemente derramó lo que había en su corazón: “Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén”. El hecho de que nuestro Señor Jesucristo es el propio Dios quien es sobre todas las cosas y bendito por los siglos, debe dejar en todos nosotros una profunda impresión, y debemos comprenderlo y apreciarlo plenamente. Aunque Él es un descendiente del linaje judío según la carne, Él es el propio Dios infinito. Así que, Isaías 9:6 declara: “Un niño nos es nacido ... y se llamará su nombre ... Dios fuerte”. Le alabamos por Su deidad y le adoramos por ser el Dios verdadero por los siglos.

“Pero no es que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas” (v. 6). En el versículo 3 Pablo oró expresando su anhelo de que sus conciudadanos fueran salvos. Cuando llegó al versículo 6, él habló de la economía de Dios. En el versículo 3 hizo una oración que brotó de su desesperación, aun deseando ser “anatema, separado de Cristo”. Pero en el versículo 6 dijo: “No todos los que descienden de Israel son israelitas”. Según la economía de Dios, no todos los que descienden de Israel, es decir, no todos los que son nacidos de Israel, son el verdadero Israel. Todos los judíos nacieron de Israel, pero no todos fueron elegidos por Dios. Pertenecen a la religión judía, pero no todos son salvos, aunque externamente tengan todas las buenas cosas, incluyendo a Cristo, prometidas por Dios en Su santa Palabra.

“Ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: ‘En Isaac te será llamada descendencia’” (v. 7). En los versículos 6 y 7 Pablo, a la luz de la economía de Dios, veía todo claramente. Por lo tanto, dijo que sólo la parte de la descendencia de Abraham que está en Isaac es llamada descendencia. Aparte de Isaac, Abraham tenía otro hijo llamado Ismael. Aunque Ismael nació de Abraham, ni él ni sus descendientes, los árabes, fueron elegidos por Dios. Son hijos de la carne y no pueden ser contados como hijos de Dios. Sólo Isaac y una parte de sus descendientes son los elegidos de Dios y contados como Sus hijos.

El versículo 8 continúa: “Esto es: no los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos de la promesa son contados como descendientes”. Conforme a la economía de Dios, los hijos de la carne no son los hijos de Dios; los hijos de la promesa son los contados como descendientes. No todos los descendientes de Abraham son hijos de Dios. El nacimiento natural no es suficiente para constituirlos hijos de Dios; necesitan nacer de nuevo (Jn. 3:7). La expresión hijos de la promesa denota el segundo nacimiento, porque sólo por este nacimiento pueden ser hijos de la promesa y así ser contados como descendientes.

“Porque la palabra de la promesa es ésta: ‘En este tiempo el próximo año vendré, y Sara tendrá un hijo’. Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre, aunque no había aún nacido, ni habían hecho aún bien ni mal (para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: ‘El mayor servirá al menor’. Según está escrito: ‘A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí’” (vs. 9-13). Estos versículos nos revelan el hecho de que la elección de Dios no se basa en las obras del hombre, sino exclusivamente en Su persona. Se nos ha dicho que de un hombre, Isaac, Rebeca concibió y dio a luz dos hijos: Esaú y Jacob. Antes de que los hijos de Israel nacieran y antes de que ellos hubieran hecho bien o mal, Dios dijo a Rebeca que el mayor, que era Esaú, serviría al menor, que era Jacob. Esto demuestra que la elección de Dios depende completamente de Su gusto y deseo. Por eso, Dios dijo: “Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí” (Mal. 1:2-3). Esta palabra es inequívoca. Nosotros creemos que Dios solamente ama y que nunca aborrece, pero aquí dice que Dios aborreció a alguien. “Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí”. Solamente aquellos que son amados y elegidos por Dios son contados como los descendientes. La elección de Dios depende completamente de Él mismo, quien llama conforme a Su deseo y gusto propio, y no depende en nada de las obras de los hombres. Aunque Dios dijo: “En Isaac te será llamada descendencia” (Gn. 21:12), sólo uno de los dos hijos de Isaac fue elegido por Dios, lo cual revela que la elección de Dios tampoco depende del nacimiento del hombre. Dios sólo elige a Su pueblo conforme a Su propia persona.


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