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Estudio-vida de Génesispor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1420-6
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Capítulo 89 de 120 Sección 1 de 3

ESTUDIO-VIDA DE GENESIS

MENSAJE OCHENTA Y NUEVE

TRANSFORMADO

(9)

En Bet-el Jacob hizo cosas muy significativas. Edificó un altar, erigió una columna, vertió una libación sobre ésta, y luego derramó aceite sobre ella (Gn. 35:7, 14-15). En este mensaje vamos a considerar el derramamiento de la libación de Jacob y del aceite sobre la columna que levantó.

(2) Vertió una libación sobre la columna

Recuerde que casi cada punto mencionado en el libro de Génesis es la semilla de una verdad y se desarrolla en los siguientes libros de la Biblia. Puesto que Génesis 35:14 menciona la libación por primera vez, dicho versículo presenta la semilla de la libación. Si sólo tuviésemos este versículo, nos sería difícil conocer el significado de la libación. Si queremos entender el significado de la libación, debemos ver su desarrollo tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo.

Ya dijimos que Jacob levantó dos veces una columna en Bet-el. La primera vez, él no derramó una libación sobre la columna; simplemente derramó aceite sobre ella. La razón por la cual Jacob derramó aceite la primera vez sobre la columna y no vertió vino, fue que en la Biblia el aceite no requiere mucha experiencia de nuestra parte, pero el vino sí. En la primera visita de Jacob a Bet-el, él no había experimentado al Señor. Era un suplantador joven y no tenía ningún vino que verter para el Señor. Por consiguiente, en el capítulo veintiocho él no podía derramar la libación. Veinte años más tarde, después de haber sido tocado por el Señor y de haber sido en cierta medida transformado, volvió a Bet-el. Por haber tenido algo de experiencia, tenía vino que derramar sobre la columna como libación para el Señor. Recuerde que la libación está relacionada exclusivamente con nuestra experiencia.

(a) Se añade a las ofrendas básicas
después de experimentar las riquezas de Cristo

Todas las ofrendas tipifican a Cristo y sirven para nuestra experiencia, pero hay una diferencia entre las ofrendas básicas y la libación. La ofrenda por el pecado era una de las ofrendas básicas y tipificaba al Cristo experimentado por los pecadores. Antes de ofrecer el sacrificio por el pecado, los pecadores no tienen ninguna experiencia. La experiencia la obtienen al presentar a Dios la ofrenda por el pecado. No se requiere ninguna experiencia previa. No obstante, antes de que usted pueda derramar una libación, debe tener cierta medida de experiencia. Sin experiencia, usted no podrá presentar esta ofrenda porque la libación se compone de la experiencia que tenemos de Cristo.

En los primeros siete capítulos de Levítico, tenemos las cinco ofrendas básicas: el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado, y la ofrenda por las transgresiones. Uno no necesita experimentar a Cristo antes de ofrecerlo como las ofrendas básicas. Pero la libación depende totalmente de nuestra experiencia. Esto es muy importante. Muchos creyentes no entienden las ofrendas básicas y mucho menos la libación. La razón es que carecen de las experiencias genuinas de Cristo. Por la misericordia del Señor, quienes estamos en Su recobro debemos experimentar a Cristo de manera práctica y cotidiana. Diariamente debemos experimentarle a El como nuestro holocausto, nuestra ofrenda de harina, nuestra ofrenda de paz, nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por las transgresiones. Al principio ofrecemos a Cristo solamente en este nivel. Pero al progresar en la experiencia que tenemos de Cristo, descubrimos una ofrenda adicional a las ofrendas básicas: la libación.

Supongamos que un hombre fue salvo hace apenas un día. Sin duda no ha tenido tiempo de experimentar a Cristo. Pero si permanece en la vida apropiada de iglesia, los santos le ayudarán a ver que necesita vivir por Cristo, y tomar a Cristo como su vida de manera práctica. Mientras aprende a vivir por Cristo, irá entendiendo gradualmente que Cristo es muchas cosas para él. Sin duda, los santos le ayudarán a ver que Cristo es su holocausto. El entenderá que debe entregarse incondicionalmente a Dios; aún así, descubrirá que no puede ser incondicional. Pero Cristo es aquel que es incondicional en su lugar. Por medio de esta experiencia, Cristo se convertirá en su holocausto para que Dios halle satisfacción. Además, él disfrutará a Cristo como su ofrenda de harina, como el que no sólo satisface a Dios, sino que también alimenta y abastece al oferente. Entonces se alimentará de Cristo cada día, y Cristo lo nutrirá y lo sustentará para que viva en la presencia de Dios a fin de satisfacerle. Así el recién salvo experimentará a Cristo como ofrenda de harina. Asimismo, experimentará las otras ofrendas básicas. Al experimentar a Cristo de esta manera, llegará a convertirse en una persona saturada de Cristo y llena de El. El Cristo que lo satura será su vino, y el hermano mismo estará saturado de este vino y será verdaderamente uno con el vino.

Algunos se preguntarán en qué nos basamos para decir que Cristo es el vino. Esto no lo digo yo; lo dice el Señor en Mateo 9:17. En ese versículo, el Señor dice: “Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se revientan, y el vino se derrama, y los odres se estropean; sino que echan el vino nuevo en odres nuevos, y así ambos se conservan”. El Señor pronunció estas palabras en Su respuesta a algunos discípulos de Juan el Bautista que le preguntaron por qué Sus discípulos no ayunaban (Mt. 9:14). El Señor les contestó prudente y maravillosamente usando dos parábolas. Primero El dijo: “Nadie pone un remiendo de paño no abatanado en un vestido viejo; porque lo añadido tira del vestido, y se hace peor la rotura” (Mt. 9:16). En segundo lugar habló de no poner vino nuevo en odres viejos. ¿Cuál es este paño nuevo y este vino nuevo? El paño nuevo y el vino nuevo son Cristo. El paño nuevo es Cristo como nuestra justicia nueva, única, completa y perfecta que nos justifica ante Dios. Como paño nuevo, Cristo es la justicia que nos cobija. El vino nuevo es Cristo, la vida que nos estimula, que nos motiva a estar alegres y “locos”. Estar “locos” equivale a estar ebrios. Cristo como el paño nuevo nos cubre exteriormente, y como el vino nuevo nos estimula y nos “enloquece” interiormente. En otras palabras, nos embriaga. Todos los cristianos debemos estar “locos” de esta manera.

En el verano de 1935 el hermano Nee estuvo en mi ciudad natal. Durante ese tiempo tuvimos una conferencia en la cual todos estábamos “fuera de nosotros mismos”. El hermano Nee no nos alentó a estar “locos”, pues ya lo estábamos. Cuando él vio cuán entusiasmados estábamos, nos dio un mensaje suplementario en el cual nos dijo que todos debemos estar “locos”, “fuera de nosotros mismos” (2 Co. 5:13). El dijo que si un cristiano jamás ha estado “loco”, no ha llegado todavía a la norma. El dijo: “Si ustedes se comportan siempre de manera amable, formal, agradable y sosegada, están por debajo de la norma. Ustedes deben estar ‘locos’ en el Señor como si estuvieran ebrios”.

La mayoría de los cristianos hoy en día son fríos, callados y muertos. Los muertos son formales y jamás cometen errores. El lugar más ordenado de la tierra es el cementerio. Allí todo el mundo está callado y todo está en orden pues nadie molesta a los demás. La mayoría de los cristianos es así. Ellos piensan que eso es hermoso, pero en realidad es terrible; es una cosa que hiede. Los cristianos deben ser vivientes. La razón por la cual muchos no lo son es que no experimentan a Cristo lo suficiente. Si experimentamos a Cristo día tras día, el Cristo que experimentamos se convertirá en vino dentro de nosotros. Cuanto más experimentemos a Cristo, más “fuera de nosotros” estaremos. Desde el día que usted fue salvo, ¿cuántas veces ha “enloquecido” en su comunión con el Señor? ¿Ha estado alguna vez tan alegre que no podía controlarse, y se hallaba fuera de sí rebosando de gozo? ¿Ha estado usted tan gozoso que no sabía si brincar, bailar o gritar? Cuanto más “locos” estemos con el Señor, mejor. No sólo los jóvenes, sino también los hermanos mayores y las hermanas de edad avanzada deben estar “locos” en su intimidad con el Señor. Cuando estamos con el Señor, debemos decir: “Oh, ¡qué alegría! ¡Qué vino tan excelente! Simplemente no puedo resistirlo”. Así experimentamos a Cristo como vino.

Si experimentamos continuamente a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado, ésta finalmente se convertirá en vino. La razón es que Cristo como ofrenda por el pecado nos alegrará y nos hará regocijar. Pero si uno disfruta a Cristo esporádicamente como sacrificio por el pecado, El no llegará a ser vino en experiencia. Ahora bien, si uno experimenta a Cristo como sacrificio por el pecado, y como las demás ofrendas básicas cada día, El como todas estas ofrendas, se convertirá en vino y hará que uno esté muy contento y lleno de regocijo. Cuanto más experimentemos a Cristo en todas Sus riquezas, más nos “enloquecerán” los elementos de Sus riquezas. Por consiguiente, todo lo que experimentemos de Cristo se convertirá en nuestro vino nuevo.

En Mateo 9:16 y 17 el Señor dijo a los discípulos de Juan el Bautista que El había venido como el paño nuevo que nos podía cubrir y como el vino nuevo que nos satisfaría y estimularía. ¡Cuánto necesitamos experimentar a Cristo hoy! Debemos experimentarlo como nuestro holocausto, nuestra ofrenda de harina, nuestra ofrenda de paz, nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por las transgresiones. Por último, la experiencia que tenemos de Cristo se convierte en el elemento interior que nos entusiasma y nos alegra. Al permanecer en este deleite, llegaremos a ser uno con el vino.

Una persona ebria se ha hecho uno con el vino que ha tomado. El vino ha saturado todo su ser, y ella misma tiene la apariencia y el aroma del vino. Podemos decir que tal persona es vino. Nosotros los cristianos debemos estar ebrios y saturados de Cristo hasta que nos convirtamos en vino. Cristo es el vino, pero el vino debe saturarnos hasta que se convierta en nosotros. Cuando nos embriagamos de Cristo y con El, nos convertimos en vino que satisface a Dios, y entonces podemos ser una libación. La libación no es simplemente Cristo; es el Cristo que nos satura hasta que El y nosotros, nosotros y El, llegamos a ser uno.

En los primeros siete capítulos de Levítico, vemos las ofrendas básicas, pero no la libación. La libación figura en Levítico 23:10-13, el pasaje que habla de traer las primicias de la cosecha recogida en la buena tierra al sacerdote. La cosecha servía para el disfrute de los hijos de Israel, pero se les exigía traer las primicias de la misma a Dios para que El fuese el primero en disfrutar. Se mecía una gavilla de las primicias de la cosecha delante del Señor. En consecuencia, las primicias eran una ofrenda mecida que tipificaba a Cristo en resurrección como las primicias que se mecían delante de Dios (1 Co. 15:20). Junto con esta gavilla de primicias, los hijos de Israel tenían que ofrecer un holocausto, una ofrenda de harina y una libación. Levítico menciona la libación en este contexto.

No se menciona la libación en conexión con las cinco ofrendas básicas en los primeros siete capítulos de Levítico, porque en aquel tiempo los oferentes no tenían ninguna experiencia de Cristo. Estaban en una condición semejante a la de Jacob cuando llegó por primera vez a Bet-el. Pero después de entrar en la buena tierra, experimentar a Cristo y obtener algo qué ofrecer a Dios, se les exigió ofrecer la libación como complemento de las demás ofrendas. En Números 15:1-10 y 28:6-10 se indica que la libación siempre concordaba con la ofrenda básica. La libación era proporcional al tamaño de la ofrenda básica: un cuarto de hin de vino por un cordero; un tercio de hin por un carnero; y medio hin por un buey (Nm. 15:4-10). Esto indica que cuanto más experimentamos a Cristo, más nos convertimos en libación. Si usted experimenta a Cristo sólo como un pequeño cordero, será una libación de un cuarto de hin. Pero si lo experimenta como carnero o como buey, usted vendrá a ser una libación más grande. En otras palabras, cuanto más ofrece usted a Cristo delante de Dios, más grande debe ser la libación que le corresponde. Nuestra experiencia demuestra que cuanto más experimentamos a Cristo, más nos convertimos en libación. Mientras ofrecemos a Cristo delante de Dios, tenemos espontáneamente la libación que corresponde a nuestra ofrenda.

El cordero, el carnero y el buey tipifican simplemente a Cristo, pero el vino no es simplemente Cristo. La Biblia indica claramente que la libación no podía ofrecerse sola. Sólo podía presentarse como complemento de una de las ofrendas básicas. Las ofrendas básicas son Cristo, pero la libación no es solamente Cristo, sino el Cristo que nos ha saturado hasta que el vino se ha convertido en nosotros. Aunque en Mateo 9:17 el vino era solamente Cristo, Pablo dijo: “Yo ya estoy siendo derramado en libación” (2 Ti. 4:6). En 2 Timoteo 4:6 el vino era el Cristo de Mateo 9:17, el cual había saturado a Pablo y lo había convertido en vino. Antes, este vino era solamente Cristo; pero ahora se convierte en nosotros para que seamos derramados en libación. Este derramamiento depende de la experiencia que tengamos de Cristo. Aquí en Bet-el, en la casa de Dios, debemos ser vertidos como libación.

Supongamos que un grupo de creyentes se reúne los domingos, pero casi ninguno de ellos tiene una experiencia genuina de Cristo. ¿Podrían ellos ser la libación? Claro que no. Dado que no pueden ser una libación, esta reunión de cristianos no puede ser considerada la casa de Dios. La única columna que puede llamarse con propiedad la casa de Dios, es la columna sobre la cual se vierte la libación. Si no se derrama ninguna libación sobre la columna, entonces debe de haber algo erróneo en esa columna. Debemos poner en tela de juicio una reunión de cristianos en la cual no se derrame la libación. En cualquier reunión que sea verdaderamente la casa de Dios, los que se reúnen serán una libación.

Si solamente tenemos el Nuevo Testamento, no podremos entender clara y correctamente las cosas espirituales, especialmente lo relacionado con Cristo y la vida de iglesia. También necesitamos los cuadros del Antiguo Testamento. Tenemos un cuadro muy claro en Génesis 35. Aquí vemos que Jacob erige una columna y derrama una libación sobre ella. En el capítulo veintiocho Jacob llamó esta columna la casa de Dios. Debe haber una razón por la cual todo eso consta en la Biblia. La razón es que la columna indica que la casa de Dios se relaciona con edificar. Si la libación no es derramada sobre la columna, no se puede determinar si tenemos la verdadera edificación. Muchos hablan de edificación, alabamos al Señor por ello, pero debemos preguntarnos si la libación ha sido vertida sobre la columna.

La libación no viene del vino que sale del lagar, sino que procede de la experiencia que tenemos de beber vino. El lagar mismo no produce la libación. Dios no halla satisfacción en el vino que se produce en el lagar. El estará plenamente satisfecho con aquellos que han disfrutado a Cristo como vino al punto de embriagarse con Cristo y de convertirse en vino que satisface a Dios. Este vino no es el vino que sale directamente del lagar; es el vino de los que beben a Cristo como vino. Esto es profundo. Creo que si muchos en nuestro medio siguen adelante con el Señor por más tiempo, se convertirán en esta libación y podrán decir: “Señor Jesús, estoy siendo derramado sobre Ti en libación”. Ninguna persona que haya sido salva recientemente puede decir tal cosa. Pero entre nosotros algunos pueden decir fiel y honestamente con plena confianza que están siendo derramados en libación para el Señor. Dondequiera que haya libación, allí también está la columna erigida como casa de Dios. Esto es profundo, práctico y se relaciona con algo profundo en nuestra experiencia. Nos conmueve profundamente ver a una persona saturada de Cristo y cuyo único interés sea Cristo y la iglesia.


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