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Estudio-vida de Mateopor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1422-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Capítulo 14 de 72 Sección 1 de 4

ESTUDIO-VIDA DE MATEO

MENSAJE CATORCE

LA PROMULGACION
DE LA CONSTITUCION DEL REINO

(2)

El reino de los cielos está estrechamente relacionado con nuestro espíritu. La primera bienaventuranza del capítulo cinco, es una bendición en nuestro espíritu: “Bienaventurados los pobres en espíritu” (5:3). Por tanto, el primer aspecto del reino de los cielos abarcado en este capítulo tiene que ver con nuestro espíritu humano.

Hay algunas traducciones muy pobres del versículo 3, tales como “Dichosos son los de mente humilde” y “Benditos son los humildes de corazón”. La mayoría de los cristianos no entiende lo que el Señor Jesús quería decir cuando habló de ser pobre en espíritu. Además, no saben que el reino de los cielos es un asunto completamente de nuestro espíritu. Si no conocemos nuestro espíritu, no podemos participar del reino de los cielos, porque éste está relacionado con nuestro espíritu.

Mientras el Señor Jesús hablaba ahí en el monte, El sabía la verdadera condición de Su auditorio, la cual se componía de galileos. Los galileos estaban llenos de conceptos tradicionales de la religión. Aun la mujer samaritana inmoral del capítulo cuatro de Juan tenía varios conceptos religiosos. La conversación que ella tuvo con el Señor Jesús expuso este hecho. Si una mujer de clase baja estaba llena de conceptos religiosos, ciertamente los pescadores galileos estaban llenos de éstos también. Tres veces al año subían a Jerusalén para participar de las fiestas y quedarse allí por lo menos una semana. Este hecho nos muestra que los pescadores galileos no eran vasos vacíos. Durante el tiempo en que el Señor Jesús vivió en la tierra, toda la gente, fueran judíos, griegos o romanos, estaban llenos. Los judíos estaban llenos de sus conceptos religiosos tradicionales, de su conocimiento de las Escrituras, y de las enseñanzas de la ley. Lo sabían todo acerca de la ciudad santa, el templo santo y el sistema sagrado de servicio sacerdotal. Sabían del altar, de los sacrificios, de los festivales, de las ordenanzas y los reglamentos; todo esto era considerado bendiciones externas. No se necesita mencionar a los griegos y a los romanos, pues aun los judíos que estaban delante del Señor Jesús tenían sus numerosos conceptos tradicionales.

El Señor Jesús vino como el nuevo Rey para comenzar una nueva dispensación. Con la venida del nuevo Rey, Dios empezó una economía nueva. La dispensación nueva de Dios tiene que ver con una Persona maravillosa. En lenguaje figurativo, la economía nueva es simplemente esta Persona. No consideremos el reino de los cielos como algo aparte de Cristo. No, es Cristo mismo. Sin el Rey, no tendríamos el reino. No existe el reino de los cielos sin Cristo. Cuando los fariseos preguntaron al Señor Jesús acerca de cuándo vendría el reino de Dios, El respondió: “He aquí el reino de Dios está entre vosotros”. Lo que el Señor dijo a los fariseos indica que El mismo era el reino. Donde está Jesús, allí está el reino también, el cual es simplemente la Persona del Rey. Por consiguiente, cuando tenemos al Rey, tenemos también al reino.

Cuando Pedro, Andrés, Jacobo y Juan subieron a Jerusalén para asistir a las fiestas, Juan el Bautista estaba ministrando en el desierto fuera de Jerusalén. Sin lugar a dudas, los cuatro hombres eran atraídos a Juan. Finalmente, conocieron al Señor Jesús y fueron salvos junto al río Jordán. El Señor Jesús fue bautizado en el Jordán, así como estos cuatro discípulos, y también fue ungido allí. Después de que el Señor fue ungido, hubo un período de cuarenta días durante el cual El fue probado. Los cuarenta días también sirvieron como prueba para los cuatro discípulos recién salvos. El Señor Jesús pasó la prueba, pero los discípulos no. Se olvidaron de su experiencia de salvación junto al río Jordán y regresaron al mar de Galilea para ganarse la vida. Dos de ellos regresaron a pescar y los otros dos a remendar las redes. El hecho de que regresaran al mar de Galilea para pescar y remendar las redes demuestra que habían sido derrotados. Fueron salvos, pero regresaron a su vieja condición. Por lo tanto, se convirtieron en un fracaso.

El nuevo Rey fue conducido al desierto donde El ganó la victoria sobre el enemigo. Después de ganar en la batalla contra Satanás, fue al mar de Galilea, lo cual fue un gran asombro para Pedro, Andrés, Jacobo y Juan. Allí, junto al mar de Galilea, el Señor Jesús tuvo contacto con ellos por segunda vez. Vimos en el mensaje doce que cuando los cuatro discípulos fueron conducidos al Señor por primera vez, lo vieron como el Cordero de Dios. Luego, la segunda vez, el Señor los visitó en Su gracia como la gran luz. La Biblia es muy económica en su manera de describir el llamamiento de los cuatro discípulos. Pedro y Andrés estaban pescando, y Jacobo y Juan estaban remendando sus redes. De repente, Aquel que los había conocido hacía cuarenta días se les apareció como una gran luz. Se habían dado cuenta de que El era el Cordero de Dios y habían sido atraídos a El, pero esta vez el Cordero de Dios resplandecía como una gran luz sobre ellos. Después de resplandecer sobre ellos, el nuevo Rey dijo: “Venid en pos de Mí”, y los cuatro discípulos lo siguieron. Finalmente, los cuatro influyeron en otros para que éstos le siguieran a El, y las multitudes fueron atraídas a El.

Cuando el Señor Jesús subió a la cumbre del monte, Sus discípulos se le acercaron y llegaron a ser el grupo íntimo que sirvió como la primera audiencia que escuchó los edictos del nuevo Rey. Lo primero que El dijo fue: “Bienaventurados los pobres en espíritu”. Esto fue la continuación de Su predicación en 4:17, donde dijo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. El Señor, en Su predicación, habló de la mente, de los pensamientos. Es como si estuviera diciendo: “Vosotros tenéis que arrepentiros. Debéis experimentar un cambio en vuestro modo de pensar, en vuestra mentalidad. Vuestra mente necesita un cambio”. Indudablemente, Pedro, Andrés, Jacobo y Juan habían experimentado un cambio genuino en su entendimiento. Cuando por fin eran parte del grupo íntimo, los que oyeron la promulgación dada por el nuevo Rey, no tenían problemas referentes a su mente. Su modo de pensar ya había cambiado.

Tener un cambio en nuestra mente nos provee la puerta por la cual entramos en el reino y éste en nosotros. La mente no es el receptor ni la cámara interior, sino la puerta. Nuestro espíritu es el receptor, o sea la cámara interior. Así que, nuestra mente es la puerta, y nuestro espíritu la cámara interior. Es necesario poner juntos lo que el Señor dijo en 4:17: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”, y en 5:3: “Bienaventurados los pobres en espíritu”. La mente que se ha vuelto es la puerta por la cual el reino de los cielos entra en nosotros. Cuando el reino entra, es implantado en nuestro espíritu. Entra por la puerta de nuestra mente y llega a nuestro espíritu. Nuestro espíritu, y no la mente, recibe el reino y lo retiene. Por lo tanto, nuestro espíritu es el receptor y el envase del reino de los cielos.

Cuando predican los que conocen el secreto del evangelio, primero tocan la mentalidad de la persona. Luego siguen adelante y tocan su espíritu. La predicación del evangelio tiene que tocar la mente de las personas, tiene que tocar su modo de pensar. Así, son conducidos a arrepentirse, a experimentar un cambio en su modo de pensar y de vivir. Inmediatamente después de que alguien se arrepienta, el que sabe bien cómo predicar el evangelio pedirá que ore e invoque el nombre del Señor. Con esto no se toca la mente sino el espíritu. Después de que la persona ejercite su espíritu para orar e invocar el nombre del Señor, inmediatamente el Señor entrará en su espíritu, pasando primero por la puerta de su mente hasta llegar a su espíritu.

El Señor Jesús, quien ha entrado en nuestro espíritu pasando por nuestra mente, es el Rey. El reino está con El. Cuando el Rey entra en el espíritu de alguien, esto quiere decir que el reino también entra en su espíritu. De allí en adelante, tanto el Rey como el reino permanecen en su espíritu. Muy pocos de los que enseñan en el cristianismo degradado de hoy, hacen notar que el Cristo que entra en nuestro espíritu es el Rey que trae el reino. Cuando El entra en nuestro espíritu, el reino llega con El. Ahora en nuestro espíritu no sólo tenemos al Salvador, sino que también tenemos al Rey que trae el reino.

Durante los años pasados, hemos recalcado la importancia de 2 Timoteo 4:22: “El Señor esté con tu espíritu”. Siempre lo hemos aplicado con relación a la vida divina. Sin embargo, ahora debemos ver también que cuando decimos que el Señor Jesús está con nuestro espíritu, estamos hablando del reino que está con nuestro espíritu. El Señor Jesús no sólo es el Salvador y la vida, sino también el Rey que trae el reino. Ahora podemos declarar: “¡En mi espíritu tengo al Salvador, la vida, al Rey y el reino!” Cuando nos arrepentimos y creímos en el Señor Jesús como Salvador, vida, Rey y reino, El entró en nuestro espíritu y fue implantado allí. Por consiguiente, ahora en nuestro espíritu tenemos al Salvador, la vida, al Rey y el reino. Recibimos esta Persona maravillosa cuando nos arrepentimos en nuestra mente y por ser pobres en nuestro espíritu.

Cuando yo andaba en mi condición caída, lejos de Dios, estaba lleno de filosofía y de religión. No sólo andaba en la dirección equivocada, sino que también estaba lleno de conceptos y pensamientos inútiles. Cuando oí la predicación del evangelio, experimenté un cambio en mi mente. Sin embargo, todavía estaba lleno de muchos conceptos filosóficos y religiosos. Debido a eso, no sólo necesitaba un cambio en mi mente, sino que también necesitaba ser pobre en mi espíritu. Ser pobre en nuestro espíritu significa vaciar nuestro espíritu. Significa que nos abrimos en lo profundo de nuestro ser y nos desprendemos de cualquier otra cosa para que el Señor Jesús pueda entrar en nuestro espíritu. Cuando El entró en mí, vino como el Rey con el reino. Si somos pobres en espíritu, de nosotros es el reino de los cielos. Es posible que usted haya cambiado mucho en la vida y esté de pie delante del Señor, ¿pero qué diría usted de su espíritu? ¿Está su espíritu abierto a El? ¿o está lleno de otras cosas? ¿Todavía está usted lleno de conceptos filosóficos y religiosos? Los griegos estaban llenos de la filosofía de Platón; los chinos, de la enseñanza de Confucio; y los judíos, de las enseñanzas de Moisés. Sólo al ser usted pobre en espíritu, puede el Rey, junto con el reino, entrar en usted. Esto requiere que usted abra su ser en lo más profundo y arranque todos los conceptos, opiniones y pensamientos que lo han llenado. Cuando ha vaciado su espíritu, el Rey y el reino entrarán en usted. En aquel momento, es de usted el reino de los cielos.

Por favor, ponga mucha atención al tiempo del verbo en el versículo 3. No es el tiempo futuro, sino el presente. Este versículo no dice: “De ellos será el reino de los cielos”, sino “De ellos es el reino de los cielos”. Cuando usted se abra en lo más profundo de su ser, es decir, en su espíritu, y se desprenda y vacíe su espíritu, el Rey como Espíritu vivificante entrará por la puerta de su mente arrepentida y llegará a su espíritu para ser su Rey con el reino. De allí en adelante, el reino estará en usted, y el reino de los cielos le pertenece. Esta es la salvación del Nuevo Testamento.

No obstante, el cristianismo degradado de hoy no ha visto esto. Cuando usted recibió al Señor Jesús, ¿se dio cuenta de que cierto tipo de gobierno entró en usted? Este es el reinado. No sólo tenemos al Salvador y la vida, sino también al Rey. Este Rey ejerce Su autoridad desde nuestro espíritu. Aun si usted fuera salvo hoy, tendría ya este reino dentro de usted. Aunque fui salvo hace más de cincuenta años, no tengo más que alguien que fue salvo hoy. Aquel que está en nosotros es nuestro Salvador, nuestra vida y nuestro Rey con el reino. ¡Cuán rico y cuán superior es El! Lo recibimos en nuestro espíritu y, por eso, el reino de los cielos es nuestro. El reino es nuestro y está en nuestro espíritu.

Ahora debemos entender el significado del versículo 3: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Debemos cambiar el pronombre y decir: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de nosotros es el reino de los cielos”. Al entender el significado de este versículo, vemos qué gran error es enseñar que el reino ha sido postergado hasta el milenio. La palabra “es” en el versículo 3 comprueba que el reino de los cielos es nuestro ahora mismo. ¡Cuán benditos somos! ¡Qué bendición es ser pobre en espíritu! Si somos pobres en espíritu, el reino de los cielos es nuestro. Si usted toma consigo esta palabra, nunca será el mismo. Este versículo es mejor que cien mensajes. ¡Aleluya, el reino de los cielos es nuestro! De verdad somos benditos y dichosos. Benditos y dichosos somos los pobres en espíritu, porque de nosotros es el reino de los cielos.


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