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Estudio-vida de Romanospor Witness Lee

ISBN: 0-7363-2929-3
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Actualmente disponible en: Capítulo 15 de 69 Sección 1 de 5

ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS

MENSAJE QUINCE

LA LIBERTAD DEL ESPÍRITU
EN NUESTRO ESPÍRITU

(2)

En este mensaje continuaremos nuestro estudio sobre Romanos 8:1-6. Ya vimos que Romanos 8 presenta un acentuado contraste con Romanos 7. En Romans 7 vemos la esclavitud o servidumbre de la ley en nuestra carne, y en Romanos 8 vemos la libertad del Espíritu en nuestro espíritu. Al llegar al capítulo 8, dejamos la esclavitud de la carne y llegamos a la libertad en el Espíritu.

II. LA LIBERTAD DE LA LEY
DEL ESPÍRITU

A. Ahora no hay ninguna condenación

Al final de Romanos 7 Pablo clamó: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?” (v. 24). Pablo empezó el capítulo 8, diciendo: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (v. 1). En el libro de Romanos vemos dos clases de condenación: la objetiva, que viene de Dios, y la subjetiva, que viene de nosotros mismos. Vemos la condenación objetiva en los primeros capítulos de Romanos, por ejemplo en 3:19, donde dice que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios. Así que, la condenación objetiva es el resultado de estar bajo el justo juicio de Dios. Este tipo de condenación lo resuelve completamente la sangre redentora de Cristo, porque esta sangre nos salvó del juicio de Dios.

1. La condenación para los que no están en Cristo

La condenación interna y subjetiva se encuentra en el capítulo 7. Cuando Pablo clamó: “¡Miserable de mí!”, él no estaba experimentando la condenación que venía de Dios, sino la condenación que provenía de sí mismo, esto es, la autocondenación de uno que trata de guardar la ley de Dios. Esta condenación viene de la persona misma, y no de Dios. Cuanto más intentemos hacer el bien y cumplir la ley, más condenación tendremos en nuestro interior. Si usted es una persona descuidada y nunca se esfuerza por hacer el bien, no experimentará este tipo de condenación. Pero si usted dice: “Debo ser una persona recta e intachable”, sufrirá la condenación que proviene de su interior. Cuanto más usted procure mejorar su conducta, más autocondenación habrá en usted. La condenación que vemos en Romanos 7 es la de una persona que no está en Cristo, aunque también la experimentan muchos creyentes que intentan guardar la ley después de ser salvos. Este tipo de condenación no viene de Dios. Dios diría: “Hijo necio, no es Mi deseo que tengas ese tipo de condenación sobre ti mismo; tú te buscas ese tipo de problemas”. Muchos cristianos, a pesar de haber resuelto el problema de la condenación objetiva, se han creado para sí mismos el problema de la condenación interna. Algunos llegan a sentirse tan condenados que aun pierden el apetito y el sueño. He oído de algunos que incluso llegan a desarrollar problemas mentales por causa de dicha condenación subjetiva. Algunos hermanos se condenan a sí mismos severamente por no amar a su esposa, y algunas esposas se condenan por no amar a su esposo. Finalmente, la sensación de la condenación subjetiva llega a tal extremo que algunos aun experimentan desordenes mentales. Tales personas se encuentran bajo un enorme peso de autocondenación.

2. Ahora en Cristo no hay ninguna condenación

Pablo, después de clamar acerca de su miseria al final del capítulo 7, declaró victoriosamente: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Esto quiere decir que lo que él experimentó en el capítulo 7 no era la experiencia que se tiene en Cristo. Pero sin Cristo, o aparte de Él, Pablo luchó basado en la ley del bien en su mente, esforzándose por guardar la ley y agradar a Dios; pero fue completamente derrotado por la ley del pecado. Esto ocurrió antes de que él estuviera en Cristo. Así que, Pablo se condenó a sí mismo. Él tenía una profunda convicción de la condenación interna y subjetiva. Pero “ahora”, “en Cristo Jesús”, no existe más esta clase de condenación. Pablo ya no tenía condenación porque en Cristo no tenía la obligación de guardar la ley por sí mismo, un esfuerzo que producía en él la autocondenación; además, en Cristo tenía la ley del Espíritu de vida, una ley que es mucho más poderosa que la ley del pecado y que lo había librado de la ley del pecado. Más aún, Pablo no tenía condenación, no debido a la sangre redentora de Cristo que eliminó la condenación objetiva, sino debido a la ley del Espíritu de vida que había introducido la libertad del Espíritu en su espíritu, eliminando así toda su condenación subjetiva; y, finalmente, Pablo no tenía condenación porque había sido librado tanto de la ley de Dios como de la ley del pecado.


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