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Estudio-vida de Romanospor Witness Lee

ISBN: 0-7363-2929-3
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ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS

MENSAJE SIETE

LA EXPERIENCIA SUBJETIVA DE LA JUSTIFICACIÓN

(1)

EXPERIMENTAR A DIOS EN LA JUSTIFICACIÓN

El capítulo 4 de Romanos es muy profundo. No debemos entenderlo de manera superficial. Si profundizamos en este capítulo, veremos que en él se revela el hecho de que la justificación adecuada y viviente constituye una de las obras más profundas de Dios, la de llamar al hombre caído a salir de todo lo que no es Dios y a regresar a Él mismo. Dios creó al hombre para Sí, pero éste cayó. La caída del hombre significa que el hombre ha sido separado de Dios por haber seguido algo que no es Dios. El hombre que había sido creado para Dios, cayó y, alejándose de Dios, siguió otras metas. Por muy bueno o malo que sea cierta cosa, si ésta no es Dios, y si separa al hombre de Él, ella constituye una caída. En la obra justificadora de Dios, Él llama al hombre caído a dejarlo todo y a regresar a Él. Por lo tanto, cuando Dios llamó a Abraham, no le dijo a dónde debía ir, porque deseaba hacer que Abraham volviera a Él mismo. A cada momento y paso tras paso, el corazón de Abraham tenía que unirse a Dios. Necesitaba confiar en Dios para todo y no alejarse de Su presencia ni por un momento. En otras palabras, tenía que ser uno con Él.

Después que Dios llamó a Abraham a salir de Ur de los caldeos, lo adiestró a creer en Él. Como hemos visto, creer en Dios significa entrar en Él por fe y ser uno con Él. Creer de esta manera es admitir que no somos nada, que no tenemos nada y que nada podemos hacer. Al creer de esta manera, aceptamos la necesidad de llegar a nuestro fin. Así que, creer en Dios significa poner fin a nuestro yo y permitir que Él reemplace nuestro ser y que Dios sea todo lo que nosotros hemos de ser. Desde el primer momento en que creemos en Él, no debemos ser nada; debemos llegar a nuestro fin y permitir que Dios lo sea todo en nosotros. Éste es el significado preciso de la circuncisión. Incluso pedir al Señor que circuncide nuestro corazón es inadecuado, porque el significado más profundo y adecuado de la circuncisión es morir y permitir que Dios sea nuestro todo.

Cuando alguien ha sido llamado por Dios de esta manera, el Dios viviente se infunde a Sí mismo en él. La palabra infundir es importante porque describe lo que sucede en el llamamiento de Dios. El Dios viviente se infunde espontáneamente en aquél a quien Él llama. Como resultado de esto, aquel que fue llamado es atraído por Dios y hacia Dios. Inconscientemente, el elemento y esencia del Dios viviente es infundido en el interior del que ha sido llamado, y él reacciona o responde a Dios creyendo en Él. Esta reacción o respuesta es la fe.

Cuando usted oyó el evangelio de gloria respecto al Señor Jesús, usted se arrepintió, lo cual significa que Dios lo llamó a salir de todo lo que no fuera Él mismo. En ese momento, aun sin que usted lo supiera, el Cristo viviente se infundió en su ser mediante Su evangelio de gloria (2 Co. 4:4). El elemento de Cristo entró en su ser y usted fue atraído hacia Él. Por su parte, usted le respondió, y esa reacción espontánea fue un acto de fe. El Cristo que se había infundido en usted vino a ser su propia fe. Así que, la fe no se origina en nosotros, sino que viene de Dios. La fe no es algo aparte de Cristo, sino Cristo mismo infundido en nosotros, quien produce una reacción dentro de nuestro ser.

Nuestro acto de creer es un “eco”. ¿Cómo podría haber un eco si no hubiera primero un sonido? Sería imposible. Cristo es el sonido. Cuando este sonido llega a nuestro corazón y a nuestro espíritu, produce una reacción, un eco. Esta reacción es el aprecio que tenemos por Él y la fe que tenemos en Él. Esta fe es en realidad Cristo mismo quien responde al evangelio dentro de nosotros. Por lo tanto, Dios nos cuenta esta fe por justicia. Cuando Cristo se infundió en usted, hubo una reacción en su interior, o sea, usted creyó. Después de que usted creyó en el Señor Jesús, Dios reaccionó, contando por justicia la fe de usted, la cual es Cristo. Si leemos la Biblia superficialmente, no podremos encontrar esta experiencia, pero si entramos en las profundidades de las Escrituras, ciertamente la hallaremos. Es como si Dios dijera: “Pobre pecador, no tienes justicia en ti mismo. Sin embargo, Yo, el Dios viviente, al hablar contigo, infundo Mi esencia en tu ser. Ésta producirá en ti una reacción de fe hacia Mí, y Yo responderé a esa fe contándola por justicia”. Cuando Dios hace esto por nosotros, produce en nosotros una reacción de afecto y amor hacia Él. Dicha reacción es nuestra fe, la cual no se origina en nosotros, sino que es la esencia misma del Cristo viviente dentro de nuestro ser. Esta fe regresa a Dios y causa en Él otra reacción hacia nosotros, o sea que la justicia de Dios es contada como nuestra, de modo que obtenemos algo que nunca habíamos tenido antes. Esto es lo que experimentamos de Dios en la justificación.

Por consiguiente, tenemos la justicia de Dios, la cual es Cristo. Isaac era un tipo de Cristo. Abraham, nuestro padre de la fe, recibió la justicia de Dios y a Isaac. De igual forma, nosotros hemos recibido la justicia de Dios y a Cristo, quien es el Isaac de hoy. Con esto vemos que Dios llamó las cosas que no eran, como existentes. Cuando vinimos a Dios, el día en que fuimos salvos, no teníamos nada. No obstante, Dios se nos apareció y llamó las cosas que no eran, como existentes. Anteriormente no teníamos la justicia de Dios, pero en un instante la obtuvimos. Antes de ese momento no teníamos a Cristo, pero después de unos minutos, lo recibimos.

Una vez que llega a ser nuestra experiencia la justicia de Dios y de Cristo, la mantendremos como un tesoro sumamente valioso. Entonces proclamaremos: “Tengo la justicia de Dios. Tengo a Cristo”. Sin embargo, un día Dios vendrá a nosotros y dirá: “Ofrécemelo en el altar”. ¿Lo hará usted? De cada cien creyentes, ni uno solo está dispuesto a hacerlo. En cambio dicen: “Oh Señor, no me pidas que haga eso. Yo haría cualquier otra cosa, menos ésta”. No obstante, debemos recordar las reacciones que van y vienen entre el hombre y Dios. Tanto la justicia de Dios como Cristo son para nosotros, pues vinieron mediante la reacción de Dios hacia nuestra fe. Ahora debemos devolver esta reacción a Dios, ofreciéndola en sacrificio a Él. Si reaccionamos de esta manera, Dios volverá a reaccionar. La primera reacción de Dios era llamar las cosas que no son como existentes. Su segunda reacción es dar vida a los muertos. Este asunto es muy profundo.

Según Romanos 4, el resultado final de esta serie de reacciones es el Cristo resucitado. Este Cristo resucitado ahora está en los cielos, lo cual indica claramente que Dios está satisfecho y que nosotros fuimos justificados. El Cristo resucitado está sentado en el tercer cielo a la diestra de Dios como una evidencia definitiva de que todos los requisitos de Dios fueron satisfechos y de que nosotros fuimos total y adecuadamente justificados. Sin embargo, este Cristo resucitado no sólo está en los cielos, sino también en nosotros, impartiéndonos Su vida para que llevemos una vida de justificación. Por lo tanto, la justificación no está simplemente relacionada con nuestra posición ante Dios, sino con nuestra manera de ser. La muerte de Cristo nos dio una justificación en cuanto a nuestra posición, y la resurrección del Cristo que está en los cielos es una prueba de esto. Pero ahora el Cristo resucitado también vive en nosotros, reaccionando en nuestro interior y llevando una vida de justificación con respecto a nuestra manera de ser. Finalmente, somos justificados en términos de nuestra posición así como de nuestra manera ser. No sólo tenemos una justificación objetiva, sino también una justificación subjetiva. Ahora podemos vivir esta justificación.

Esta justificación es la circuncisión verdadera y viviente. ¿Qué es la circuncisión? La circuncisión consiste en que lleguemos a nuestro fin y entremos en Dios. La circuncisión nos da fin y hace germinar a Dios dentro de nosotros. Los judíos no se interesan por la realidad interior de la circuncisión; a ellos únicamente les interesa la forma externa, la práctica de cortar un pedazo de carne. Ante Dios esto no es la circuncisión. Para Dios la circuncisión significa cortarnos, morir y permitir que Dios germine en nosotros, para ser nuestra vida a fin de que tengamos un nuevo comienzo. Esta circuncisión es el sello exterior de la verdadera justificación interior.

Abraham experimentó al Dios que llama las cosas que no son como existentes. Mediante el nacimiento de Isaac, Abraham experimentó a Dios de esta manera. Además, por la resurrección de Isaac, Abraham experimentó al Dios que da vida a los muertos. Hay dos clases de Isaac: el Isaac que nació, y el Isaac resucitado. El Dios en quien Abraham creyó tuvo estos dos aspectos. Abraham creyó en el Dios que llama las cosas que no son como existentes, y en el Dios que da vida a los muertos.

No importa quienes somos ni cuál es la situación en la que nos encontramos, la condición humana en general no es real, lo cual significa que nada existe en realidad. La segunda condición general de todo el mundo y de todas las cosas, es la carencia de vida. Así que, la condición prevaleciente del hombre tiene dos aspectos: el hecho de que nada existe en realidad y que todo está lleno de muerte. Pero el Dios en quien nuestro padre Abraham creyó, y en quien nosotros también creemos es el Dios que llama las cosas a existir de la nada. Cuando nosotros decimos: “Nada”, Él dice: “Algo”. Cuando nosotros decimos: “No hay”, Él dice: “Sí, hay”. No diga que la iglesia en cierto lugar está deficiente. Tal vez lo sea según su opinión, pero no lo es a los ojos del Dios en quien Abraham creyó. Dios le dirá: “Tú dices que nada existe, pero después de un momento, Yo llamaré algo a existir”. Supongamos que la persona de James Barber no existiera. Pero si Dios quisiera que existiera un James Barber, Él simplemente llamaría: “James Barber”, y éste empezaría a existir. Esto quiere decir que Dios llama las cosas que no son, como existentes. Cuando Dios dijo a Abraham: “Tu descendencia será como las estrellas de los cielos”, en ese tiempo nadie existía como descendencia de Abraham. Abraham no tenía ni un solo descendiente. No obstante, Dios hizo tal declaración con relación a la descendencia de Abraham, y Abraham lo creyó. Aproximadamente un año después, el primer descendiente de Abraham llegó a existir, pues le nació un hijo llamado Isaac. Por medio del nacimiento de Isaac, Abraham experimentó al Dios que llama las cosas que no son, como existentes.

Sin embargo, ésta fue sólo la mitad de su experiencia con Dios, porque Abraham también experimentó al Dios que da vida a los muertos. Cuando Abraham recibió a Isaac después de ofrecerlo a Dios sobre el altar, él experimentó al Dios que da vida a los muertos. En cierta localidad puede ser que una iglesia se encuentre en una condición llena de la muerte, pero nunca debemos hacer un juicio rápido acerca de ella, porque Dios es poderoso para dar vida a los muertos. Cuando una iglesia está muerta, eso proporciona una excelente oportunidad para que el Dios en quien Abraham creyó intervenga e imparta vida en ella.


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