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Estudio-vida de Colosensespor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0342-2
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ESTUDIO-VIDA DE COLOSENSES

MENSAJE ONCE

LA MAYORDOMÍA DE DIOS

Lectura bíblica: Col. 1:24-26

En Colosenses 1:25 Pablo dice que él fue “hecho ministro, según la mayordomía de Dios”. La mayordomía de Dios es necesaria para que Dios pueda expresarse plenamente.

Es importante entender el significado preciso de la palabra mayordomía. La palabra griega traducida mayordomía aquí es oikonomía, que es la misma palabra griega que aparece en Efesios 1:10 y 3:9. Esta palabra aparece también en Efesios 3:2, donde Pablo habla de la mayordomía de la gracia que le fue dada. Antiguamente, la palabra oikonomía se usaba para denotar una mayordomía, una dispensación o una administración. En la época en que vivía Pablo, las familias ricas solían tener mayordomos cuya responsabilidad consistía en distribuir los alimentos y demás provisiones a los miembros de la familia. Nuestro Padre tiene una gran familia, una familia divina. Puesto que las riquezas que Él posee son tan vastas, se requieren muchos mayordomos en Su casa para dispensar tales riquezas a Sus hijos. Dicha dispensación es una mayordomía. Por ende, la mayordomía denota una dispensación.

La palabra dispensación en este contexto no denota una era particular en la cual Dios se relaciona con los hombres de una manera determinada; más bien, se refiere al hecho de que Dios dispensa Sus riquezas en Sus escogidos. Dicha dispensación es la mayordomía de la cual proviene el ministerio de los ministros de Dios, un ministerio que dispensa. Tal ministerio también es la administración de Dios. Hoy en día, Dios lleva a cabo Su administración dispensando o impartiendo lo que Él es en nosotros. Esta mayordomía, dispensación o administración es Su economía. En la economía neotestamentaria de Dios existe la urgente necesidad de que se ejerza la mayordomía de Dios.

Hemos hecho notar que la mayordomía se refiere a la dispensación o distribución de las riquezas entre los miembros de una familia real o de clase alta. La familia real de Dios es rica en Cristo. Conforme a la Epístola a los Colosenses, la familia de Dios es especialmente rica en el Cristo que es preeminente y todo-inclusivo, la imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda la creación y el Primogénito de entre los muertos. Las riquezas de este Cristo, quien es la expresión plena del Dios Triuno, deben ser dispensadas o impartidas a los miembros de la familia de Dios. Este servicio, el cual es llamado la mayordomía de Dios en 1:25, fue la obra del apóstol Pablo. Hoy en día, ésta también debe ser nuestra obra.

En el cristianismo actual no hay muchos ministros u obreros que lleven a cabo la mayordomía de Dios. Esto significa que no hay muchos que estén en realidad dispensando las riquezas de Cristo a los miembros de la familia real de Dios. Se necesita la mayordomía de Dios para que este Cristo rico, preeminente, y todo-inclusivo, sea impartido a los miembros de Su Cuerpo.

Esta mayordomía es el ministerio del Nuevo Testamento. El ministerio neotestamentario consiste en impartir las inescrutables riquezas del Cristo todo-inclusivo, en los miembros de la familia de Dios. El apóstol Pablo impartía las riquezas de Cristo en los santos. Esto es también lo que hacemos en el ministerio hoy.

La mayordomía de Dios es según la economía de Dios. Con respecto a Dios, es Su economía, y con respecto a nosotros es una cuestión de mayordomía. Todos los santos, sin importar cuán insignificantes nos parezcan, tienen un ministerio según la economía de Dios. Esto significa que cada santo puede impartir las riquezas de Cristo en los demás.

El deseo del corazón de Dios consiste en impartirse en el hombre. Éste es el tema central de toda la Biblia. La economía de Dios consiste en llevar a cabo la impartición de Sí mismo en el hombre. Nosotros participamos en esta economía al ejercer nuestra mayordomía, nuestro ministerio, el cual consiste en dispensar las riquezas de Cristo. Una vez que las riquezas de Cristo han sido impartidas en nosotros, debemos tomar la carga de impartirlas en los demás. Con respecto a Dios, estas riquezas son Su economía, y con respecto a nosotros, son una mayordomía; y cuando ministramos dichas riquezas en los demás, éstas se convierten en la dispensación de Dios. Cuando la economía de Dios llega a nosotros, ésta se convierte en nuestra mayordomía. Cuando ejercemos nuestra mayordomía impartiendo a Cristo en los demás, ésta se convierte en la dispensación de Dios en ellos. Por tanto, tenemos la economía, la mayordomía y la dispensación.

Aquellos que han recibido la responsabilidad de cuidar a las iglesias locales deben participar en la mayordomía de Dios. Esto significa que los ancianos deben ser los primeros en impartir las riquezas de Cristo en los demás. A pesar de que Cristo es todo-inclusivo y es preeminente, aún se requiere que Él sea impartido en los miembros de la familia de Dios. Tal dispensación se lleva a cabo por medio de la mayordomía. Por consiguiente, la mayordomía es crucial, puesto que es el medio por el cual el Cristo inescrutablemente rico es impartido a los miembros de Su Cuerpo. Los que toman la delantera en el recobro del Señor y tienen a su cargo el cuidado de las iglesias, deben comprender que ellos tienen parte en esta mayordomía divina. No estamos aquí para llevar a cabo una obra cristiana común. Por ejemplo, no nos interesa meramente enseñar la Biblia de una forma externa; más bien, deseamos servir las riquezas de Cristo a todos los miembros de la familia de Dios. En nuestras conversaciones, debemos ministrar las riquezas de Cristo. Incluso cuando somos invitados a las casas de los santos para cenar con ellos, debemos dispensar las riquezas de Cristo. En esto consiste la mayordomía de Dios.

Cada miembro del Cuerpo de Cristo tiene parte en esta mayordomía. En Efesios 3:8 Pablo dijo que él era “menos que el más pequeño de todos los santos”, lo cual indica que era aun más pequeño que nosotros. Si Pablo pudo ser mayordomo, entonces nosotros también podemos ser mayordomos y, por ende, impartir las riquezas de Cristo en los demás. Por ejemplo, al predicar el evangelio, no debemos preocuparnos meramente por ganar almas; más bien, debemos predicar el evangelio para llevar a cabo la mayordomía, la cual consiste en impartir las riquezas de Cristo en otros. Día tras día debemos cumplir nuestra mayordomía impartiendo al Dios Triuno en el hombre. ¡Alabado sea el Señor porque todos podemos participar en esta mayordomía! Todos tenemos el privilegio de dispensar las inescrutables riquezas de Cristo en los demás. Por consiguiente, no debemos simplemente predicar el evangelio o enseñar la Biblia; debemos también impartir las riquezas de Cristo en los demás.

Tenemos muchas oportunidades de ministrar las riquezas de Cristo a los santos. Supongamos que estamos ayudando a una familia a cambiarse de casa. No deberíamos simplemente cargar los muebles, sino que deberíamos suministrar las riquezas de Cristo a los miembros de esa familia, especialmente a la hermana. Si sólo ayudamos en la mudanza, sin impartirles las riquezas de Cristo, puede ser que en realidad estemos estorbando. Nuestra intención al ayudar a dicha familia en la mudanza debe ser que las riquezas de Cristo les sean impartidas. Todo lo que hagamos en tal servicio debe ser hecho con Cristo.

Otra oportunidad para ministrar las riquezas de Cristo a los demás se presenta cuando hospedamos o cuando somos hospedados. Tanto el anfitrión como el huésped deben ministrar las riquezas de Cristo.

Quiera el Señor abrir nuestros ojos para que veamos que todos tenemos parte en esta mayordomía de Dios. En todos los aspectos prácticos de la vida de iglesia, incluso en tales cosas como servir de ujieres o limpiar el salón de reuniones, debemos impartir a Cristo en otros. Primeramente, debemos llenarnos nosotros de Cristo y después ministrar las riquezas de Cristo a los demás. Ésta es nuestra mayordomía.


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