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Estudio-vida de Hebreospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3845-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

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ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS

MENSAJE ONCE

EL QUE SANTIFICA Y LOS QUE SON SANTIFICADOS

En este mensaje trataremos el tema de la santificación. Ningún otro libro de la Biblia habla tanto sobre este tema como el libro de Hebreos. Es absolutamente esencial que seamos santos, ya que sin santidad es imposible vivir en la presencia de Dios. En 12:14 se nos dice que sin santidad nadie verá al Señor. No obstante, es muy difícil definir lo que es la santificación. Para entender lo que significa la santificación, necesitamos hablar un poco acerca de lo que diversas corrientes de pensamiento cristiano han enseñado sobre el tema de santificación o santidad. La santificación es una verdad que se revela exhaustivamente en las Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, sin embargo, a pesar de ello esta verdad estuvo perdida casi por completo. En el tiempo de la Reforma, Dios comenzó a recobrar todas Sus verdades. La primera verdad que Dios recobró fue la justificación por la fe. Si usted estudia la historia de la iglesia durante los últimos quinientos años, descubrirá que después de que Dios recobró la verdad acerca de la justificación, la siguiente verdad que recobró fue la santificación; pero ésta no fue recobrada de una manera tan definida como la justificación. De hecho, la verdad de la justificación, aunque fue recobrada de una manera definida, no fue recobrada totalmente. Lo que se recobró fue sólo el aspecto objetivo, no el aspecto subjetivo. Ya vimos esto en el Estudio-vida de Romanos. Así, pues, después que se recobró la justificación por fe, la siguiente verdad que fue recobrada fue la santificación, pero no con la debida exactitud.

No sabemos quién fue la primera persona que Dios utilizó para recobrar la verdad de la santificación. Lo que sí sabemos, según la historia del recobro, es que en el siglo XVIII Dios usó a un grupo de estudiantes de la universidad de Oxford, entre los cuales estaban Juan Wesley, Carlos Wesley y Jorge Whitefield. En ese entonces estos jóvenes comenzaron a reunirse. Juan Wesley fue levantado por Dios con la ayuda de los hermanos moravos, quienes eran liderados por el conde Zinzendorf. Los hermanos moravos ayudaron a Juan Wesley al aclarar las dudas que tenía acerca de la salvación. Juan Wesley había sido invitado a predicar en los Estados Unidos, pero en aquel entonces él no estaba seguro de su propia salvación. Así que, mientras navegaba hacia los Estados Unidos, fue ayudado al respecto por algunos hermanos moravos que viajaban con él. Después de estar algún tiempo en los Estados Unidos, Wesley regresó a Europa y fue a Bohemia, donde Zinzendorf y otros hermanos ya habían comenzado a practicar la vida de iglesia. Juan Wesley recibió gran ayuda de parte de ellos mientras estuvo allí. En uno de sus escritos, él dijo que si no hubiese tenido ninguna carga por Inglaterra, se habría quedado en Bohemia por el resto de su vida. En su sentir, aquélla era la morada de Dios. No obstante, él tenía carga por regresar a Inglaterra. Sabemos por la historia que el avivamiento iniciado por Juan Wesley salvó a Inglaterra de la revolución. Menciono esto sólo para hacer notar la enorme influencia que tuvo la predicación de Juan Wesley.

El grupo de estudiantes de Oxford, que incluía a Juan Wesley y a Jorge Whitefield, adoptó ciertas normas, a las que llamaron “métodos”, con el fin de regularse y corregirse ellos mismos, y para mejorar su comportamiento. Ellos aplicaban estos métodos de manera muy estricta con el fin de llevar una vida recta y llegaron a considerar este estilo de vida como santo. Ésta es la santidad que practican los metodistas y que definen como “la perfección sin pecado”. La Iglesia de los Nazarenos, la Iglesia de Dios y las Asambleas de Dios hasta el día de hoy tratan de practicar esta clase de santidad que corresponde a la corriente de pensamiento que tenían los metodistas.

Más tarde, a principios del siglo XIX, surgió la Asamblea de los Hermanos bajo el liderazgo de Juan Nelson Darby. Ellos demostraron, basándose en la Biblia, que la santidad no consistía en la perfección sin pecado. Citando Mateo 23:17, explicaron cómo el templo santificaba el oro; el templo era lo que hacía que el oro fuese santo. Los maestros de la Asamblea de los Hermanos explicaron que el oro que se encontraba en el mercado, aunque no tenía nada pecaminoso en sí mismo, no se consideraba santo hasta que se ofreciese a Dios y fuese puesto en Su santo templo. Sólo entonces el oro era santificado. El argumento presentado por ellos era contundente, y nadie pudo refutarlo. Además, apoyándose en Mateo 23:20, los maestros de la Asamblea de los Hermanos demostraron que, según las palabras del Señor Jesús, el altar es lo que santifica al sacrificio. Ellos argumentaban que un buey o un cordero mientras estuviera en el corral seguiría siendo común, aun cuando no tuviera pecado y fuera perfecto en todo sentido. Sólo podía llegar a ser santo si se ofrecía a Dios sobre el altar, y sólo en ese momento era santificado. En cuanto a doctrina, la Asamblea de los Hermanos lograron rebatir la enseñanza que consideraba que la santidad consiste en ser perfecto y nunca pecar, demostrando que dicha enseñanza no se fundaba en las Escrituras y que sólo se trataba de un concepto humano de lo que es la santidad. Los maestros de la Asamblea de los Hermanos, famosos por sus debates doctrinales, también citaron 1 Timoteo 4:4-5, que dice que los alimentos son santificados por la oración de los santos, y explicaron que mientras los alimentos están en el mercado son comunes; pese a que no tienen nada malo ni tienen pecado, siguen siendo comunes. Sin embargo, cuando son puestos en la mesa de los santos, y éstos oran por ellos, son santificados. Valiéndose de todos estos versículos, los maestros de la Asamblea de los Hermanos demostraron que la santificación significaba un cambio de posición. Ellos afirmaban que la santificación tenía que ver absolutamente con la posición. El oro, por ejemplo, era común mientras aún se encontraba en la tienda, pero cuando era traído al templo, se consideraba santo. Esto se debía a que su posición había cambiado. De igual manera, mientras un cordero estuviera en el redil, era tenido por común, pero una vez que se ponía sobre el altar, se le consideraba santo. Los alimentos que se encontraban en el mercado también eran comunes, pero eran santificados por la oración de los santos. Así pues, a la luz de todos estos versículos, la Asamblea de los Hermanos enseñó que la santidad implicaba un cambio de posición. Originalmente, nuestra posición era mundana y completamente ajena a Dios, pero cuando fuimos apartados para Él, nuestra posición cambió y, como resultado, llegamos a ser santos.

Esta enseñanza de la Asamblea de los Hermanos es correcta en todo aspecto. Hace muchos años estudiamos las distintas enseñanzas que existen acerca de la santificación, y estuvimos de acuerdo con la enseñanza de la Asamblea de los Hermanos. Vimos que la verdadera santidad no era la perfección sin pecado. Sin embargo, si bien es cierto que la santidad tiene que ver con la posición, mientras estudiábamos el Nuevo Testamento descubrimos que la santificación no simplemente tiene que ver con un cambio en nuestra posición, sino también con un cambio en nuestro modo de ser. En realidad, la santificación no se refiere sólo a cambiar nuestra posición, sino también a que se produzca un cambio en nuestro carácter. Evidentemente, los versículos que dicen que el oro es santificado por el templo, que el sacrificio es santificado por el altar y que los alimentos son santificados por las oraciones de los santos, muestran que un aspecto de la santificación tiene que ver con la posición. Pero también debemos tomar en cuenta Romanos 6, en el que se menciona dos veces la palabra santificación (vs. 19, 22). En ambos versículos se usa específicamente el término santificación y no santidad. Hay una diferencia entre estas dos palabras; la santidad no incluye la noción de experiencia, mientras que el término santificación sí indica o implica alguna experiencia. Si leemos Romanos 6, veremos que este capítulo no alude a la posición sino al carácter. Este capítulo no habla de nuestra posición, sino que toca algo más profundo: nuestra manera de ser.

En Hebreos 2 así como en Romanos 6 la santidad se refiere principalmente a la naturaleza divina de Dios. La santificación tiene como objetivo forjar la santidad de Dios en nosotros al impartir la naturaleza divina de Dios en nuestro ser. Ésta no es la santificación en cuanto a nuestra posición, sino en cuanto a nuestro modo de ser. En esta santificación Cristo, como Espíritu vivificante satura todas las partes internas de nuestro ser con la naturaleza divina de Dios. Esto cumple el propósito de forjar la santidad de Dios en todo nuestro ser. A esta santificación la podemos llamar la santificación del carácter.

Ahora llegamos a Hebreos 2:11, que dice: “Porque todos, así el que santifica como los que son santificados, de uno son”. La frase de uno son, ¿se refiere a nuestra posición o a nuestro carácter? Indudablemente la frase el que santifica se refiere a Cristo, y la frase los que son santificados se refiere a nosotros. Por tanto, Cristo y nosotros somos todos “de uno”. La preposición griega que aquí se traduce “de”, en realidad significa “provenientes de”. Esto quiere decir que tanto Cristo como nosotros, el que santifica y los que son santificados, provenimos de una misma fuente, de un mismo Padre. Ciertamente la palabra fuente no se refiere a la posición sino a la naturaleza, al carácter. Tanto el que santifica como los que son santificados, provienen de una misma fuente, de un mismo Padre. El Padre es la fuente de Aquel que santifica y también de todos los que son santificados. Esto no tiene que ver con la posición, sino con el carácter mismo de una persona.

La segunda parte del versículo 11 dice: “Por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos”. ¿A qué se refieren las palabras por lo cual? Al hecho de que Él y nosotros procedemos de un mismo Padre, de una misma fuente. Es por eso que Él no se avergüenza de llamarnos hermanos.

Muchas personas de este país sienten afición por los perros, pero ¿llamaría usted hermano a su perro? ¿Le diría a su perro: “Te quiero, querido hermano”? ¡Claro que no! Ninguno de nosotros llamaría hermano a un perro. Nos avergonzaríamos de hacer esto. Nosotros no tenemos cuatro patas y una cola, pues somos seres humanos. Tampoco llamaríamos hermano a nadie a menos que provengamos de la misma fuente. En dado caso, no nos avergonzaríamos de llamarlo hermano. De igual modo, Cristo no se avergüenza de llamarnos hermanos, porque tanto Él como nosotros procedemos del Padre; tanto Él como nosotros procedemos de la misma fuente. Como resultado, Él y nosotros compartimos la misma vida, naturaleza y carácter. Nada más en este versículo podemos ver que la santificación no es la perfección libre de pecado ni consiste únicamente en un cambio de posición. Se trata de algo mucho más profundo y elevado que eso; se trata de un cambio en nuestro modo de ser.

Como hemos visto, entre los cristianos existen tres corrientes de opinión acerca de lo que significa la santidad o la santificación. La primera enseña que la santidad es la perfección libre de pecado. Esta enseñanza carece de fundamento bíblico. Las Escrituras no dan cabida a esta clase de enseñanza. La segunda dice que la santidad tiene que ver con la posición. Aunque cuenta con una base firme en las Escrituras, no incluye todo lo que la Biblia menciona en cuanto a la santidad o santificación. La santidad o santificación que se menciona en la Biblia, además de un cambio de posición, incluye la transformación de nuestro carácter. Hebreos 2 se ocupa de este último aspecto. La santificación mencionada en 2:11 no tiene que ver con la posición, sino con el carácter, la naturaleza y la fuente.

El que santifica y los que son santificados, de uno son; por lo cual Él no se avergüenza de llamarnos hermanos. Al contrario, para Él es glorioso llamarnos hermanos ya que Él y nosotros procedemos de la misma fuente. Él procedió del Padre y nosotros también hemos procedido del Padre. Podemos decirle al Señor: “Oh, Señor Jesús, Tú tienes la vida del Padre, y nosotros también la tenemos. Tú tienes la naturaleza divina del Padre, y nosotros la tenemos también. Somos Tus hermanos. Señor, somos de la misma fuente que Tú”.

Éste es el concepto fundamental sobre la santificación de nuestro carácter, la santificación de la que habla Romanos 6 y Hebreos 2.


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