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Estudio-vida de Éxodopor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0346-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 33 de 185 Sección 1 de 4

ESTUDIO-VIDA DE EXODO

MENSAJE TREINTA Y TRES

DIOS DISCIPLINA LA CARNE DE SU PUEBLO

Lectura bíblica: Ex. 16:1-4, 8-13a, Nm. 11:1-6, 10-23, 31-34

El libro de Exodo presenta un cuadro de la salvación completa que Dios efectúa. La misma posee dos asuntos cruciales. El primero es que Dios desea ser todo para Su pueblo escogido. El quiere forjarse dentro de los que El ha predestinado para Sí mismo. Segundo, puesto que Dios desea ser nuestro todo, El no quiere que hagamos nada. Al contrario, El desea hacerlo todo para nosotros.

Al aplicar estos dos asuntos al libro de Exodo, vemos que Dios mismo fue El que venció a Faraón y a los egipcios. Dios no le pidió a los hijos de Israel que lucharan para ser liberados de la tiranía egipcia. Dios lo hizo todo para producir la derrota total de los egipcios. Cuando Moisés se enfrentó a Faraón, todo lo que él tenía era una vara, un palo seco. Dios fue El que hizo todo por Su pueblo.

Considere lo que Dios hizo por Su pueblo en menos de cuarenta días. El mandó las plagas sobre los egipcios, y en la noche de la Pascua mató a los primogénitos. Luego liberó a los hijos de Israel de las manos de Faraón y los llevó a través del mar Rojo, en el cual se ahogó el ejército egipcio. Además, Dios llevó al pueblo a Mara, donde El cambió las aguas amargas en aguas dulces. Luego El los llevó más adelante a Elim, donde había doce fuentes y setenta palmeras.

I. LA GULA DEL PUEBLO

Según 16:1, vemos que los hijos de Israel vinieron “al desierto de Sin... a los quince días del segundo mes después de que salieron de la tierra de Egipto”. La Pascua se celebraba el día catorce del primer mes. Por lo tanto, el relato del capítulo dieciséis describe lo que ocurrió solamente treinta y un días después de la Pascua. Cuando me di cuenta de esto por primera vez, quedé muy sorprendido. Durante este corto periodo de tiempo, el pueblo de Dios vió muchos milagros. No obstante, no quedaron lo suficientemente impresionados con la omnipotencia de Dios. La Pascua era un acontecimiento importante, y el cruce del mar Rojo era aún más importante. Además, las experiencias en Mara y en Elim tenían mucho significado. No obstante, cuando el pueblo llegó al desierto de Sin y murmuró y codició las ollas de carne de Egipto, parece como si no hubieran experimentado nada.

Pocos lectores de Exodo han prestado la atención suficiente al capítulo dieciséis. En realidad este capítulo es más importante que el capítulo doce o catorce. En el capítulo doce, vemos la Pascua, en el capítulo catorce, el cruce del mar Rojo, y en el capítulo dieciséis, el comer el maná. Comer el maná significa que el pueblo de Dios había alcanzado el punto en que empezó a ser un pueblo celestial, un pueblo cuya naturaleza había empezado a ser transformada con el elemento celestial.

Muchos milagros en las Escrituras fueron llevados a cabo con las cosas físicas de la salvación de Dios. Por ejemplo, el Señor Jesús alimentó a la multitud con panes y peces (Mt. 14:19). Pero ¿podemos afirmar que el maná del capítulo dieciséis era un artículo de la vieja creación de Dios? Ningún erúdito nos puede decir cuál era la substancia o el elemento del maná. Cualquiera que hubiese sido la substancia del maná, ciertamente no pertenecía a la vieja creación. En la vieja creación de Dios, no existe tal cosa como el maná.

El capítulo dieciséis presenta dos milagros: las codornices y el maná que mandó Dios. Las codornices pertenecen a la vieja creación. Un viento sopló de parte del Señor y trajo las codornices (Nm. 11:31). Indudablemente éste era un milagro, pero concernía las cosas naturales y físicas. No obstante, el hecho de mandar el maná fue algo diferente. El maná vino del cielo (Ex. 16:4). Aunque sabemos que el maná vino del cielo, no sabemos cuál era el elemento del maná. No podemos decir cual era la esencia del maná, pero sí sabemos que difería de todas las otras clases de los alimentos terrenales. Comer del maná significaba tener una dieta celestial. Este alimento celestial no pertenecía a la vieja creación.

El pueblo siempre vive conforme a lo que come. Los nutricionistas afirman que somos lo que comemos. Por ejemplo, si comemos mucho pescado, llegaremos a ser una composición de pescado. Día tras día por cuarenta años, los hijos de Israel comieron maná. Como resultado, se constituyeron de maná. Aún podemos decir que llegaron a ser maná. No conocemos la esencia del maná, pero sabemos que esta clase de alimento hizo que el pueblo se volviese celestial. Al comer este alimento celestial, llegamos a ser un pueblo celestial.

Al dar maná a Su pueblo, Dios indicaba que Su intención era cambiarles su naturaleza. El quería cambiar su ser, su misma constitución. Ya habían pasado por un cambio geográfico. Antes estaban en Egipto. Ahora estaban con el Señor en el desierto, un lugar de separación. No obstante, cambiar solamente de lugar no es suficiente, pues eso es demasiado externo y objetivo. Debe haber también un cambio interior, subjetivo, un cambio de vida y naturaleza. La manera en que Dios podía producir este cambio en Su pueblo era cambiarles la dieta. Al comer alimentos egipcios, el pueblo de Dios se había constituido del elemento de Egipto. El elemento del mundo se había convertido en su composición. Cuando ellos estaban en Egipto, no comían ningún alimento celestial, pues todo lo que tomaban era conforme a la dieta egipcia y era de naturaleza egipcia. A pesar de que el pueblo de Dios fue sacado de Egipto y llevado al desierto de separación, todavía estaban constituídos con el elemento de Egipto. Ahora la intención de Dios era cambiar su elemento al cambiar su dieta. El deseaba que ellos no comieran nada que viniese de una fuente mundana. Ya no se les permitía ingerir comida egipcia. Dios deseaba alimentarlos con alimento del cielo para constituirlos con el elemento celestial. Su deseo era llenarlos, satisfacerlos, saturarlos con comida del cielo, y por lo tanto hacer de ellos un pueblo celestial.

Antes de mandar maná del cielo, Dios mandó las codornices (16:13). Las codornices hicieron que el pueblo fuese aún más carnal. La naturaleza y la sustancia de las codornices correspondían a la naturaleza y la sustancia de los hijos de Israel. No obstante, éste no fue el caso del maná, pues pertenecía a otra categoria, a otro reino y esfera. Por tanto, al mandar el maná, Dios mostró que Su intención consistía en cambiar la constitución de Su pueblo. El no está satisfecho con un simple cambio de lugar. También debe haber un cambio de constitución. Nosotros, el pueblo de Dios hoy en día, somos una composición de cosas terrenales, una composición del elemento egipcio. Por lo tanto, la meta de Dios no consiste simplemente en cambiar nuestro comportamiento, sino en cambiar nuestro ser interior, la fibra interna de nuestra constitución. Aunque hemos sido constituídos con la sustancia de Egipto, Dios procura constituirnos con un elemento celestial. Es vital que todos veamos esto.

Dios sabía que los hijos de Israel necesitaban alimentos. Si ellos hubieran tenido fe en el Señor, se habrían animado unos a otros a simplemente descansar en El. Habrían dicho: “Nuestro Dios conoce nuestra necesidad. No necesitamos murmurar ni quejarnos. Confiemos en El y descansemos. Recuerden lo que el Señor ha hecho por nosotros en estos días. El venció a Faraón, mató a los primogénitos, venció a los egipcios, nos llevó a través del mar Rojo y ha satisfecho todas nuestras necesidades”. Pero en lugar de usar la fe en el Señor, los hijos de Israel aparentemente olvidaron todo lo que el Señor había hecho por ellos. En vez de alabarlo y agradecerle por lo que El había hecho, murmuraron y se quejaron. Sus palabras fueron agudas y horribles cuando le dijeron a Moisés: “Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos hasta saciarnos, pues nos habeís sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud” (16:3). Aún Moisés fue afectado por las murmuraciones del pueblo. Lo vemos en las palabras de Moisés: “¿Qué somos, para que vosotros murmuréis contra nosotros?” (16:7). Al declarar esto, Moisés no fue victorioso. Al contrario, esto mostraba que había sido vencido, pues fue afectado por las murmuraciones del pueblo. Si yo hubiese sido Moisés, hubiese sido más severo con ellos. Les habría dicho: “¿Acaso han olvidado todo lo que hice por ustedes? Se acuerdan de las ollas de carne, pero no se acuerdan de la tiranía, la labor y los sufrimientos en Egipto. Yo los saqué de esta tiranía. ¿Por qué murmuran contra mí?” En comparación con nosotros, Moisés era victorioso, pero no de manera absoluta.

Hemos señalado que en Su salvación, Dios procura ser nuestro todo y hacer todo por nosotros. El es real, viviente, fiel, y está lleno de propósito. Puesto que Dios tiene un propósito en Su salvación, no necesitamos rogarle que nos tenga misericordia ni que nos rescate. Dios obra por nosotros, y El conoce todas nuestras necesidades. Si conocieramos al Señor y Sus caminos, no nos quejaríamos ni murmuraríamos cuando tenemos una necesidad. Al contrario, diríamos: “¡Alabado sea el Señor! El conoce cada una de nuestras necesidades. Si El quiere que nos falte una comida, pues ayunemos con alabanzas y regocijo. Aún cuando El nos niegue la comida por varios días, debemos regocijarnos. El conoce nuestras necesidades, y El mandará el suministro a su debido tiempo. Si El escoge que ayunemos en lugar de festejar, todavía debemos alabarlo. El sabe que es lo mejor para nosotros. Aceptemos con regocijo todo lo que El nos da”.

Si esta hubiera sido la actitud de los hijos de Israel, Dios no habría mandado las codornices. El simplemente habría mandado el maná temprano en la mañana del siguiente día. Su propósito al mandar el maná era cambiar la constitución de Su pueblo. El maná produce un cambio metabólico en el cual el elemento egipcio es reemplazado por el celestial. Este metabolismo celestial transforma al pueblo de Dios. De nombre, los hijos de Israel no eran egipcios. Pero en naturaleza y composición, no diferían de los egipcios en nada. Al darle maná al pueblo, Dios parecía decir: “los he rescatado de Egipto en posición, pero ustedes todavía no han cambiado en su carácter. Ahora cambiaré su constitución al cambiar su dieta, de una dieta egipcia a dieta celestial. Así cambiaré su naturaleza y su ser, y los constituiré en un pueblo particular. Yo quiero que ustedes sean celestiales, y por esto no les alimentaré con nada que tenga su origen en la tierra. Día tras día, mandaré el alimento celestial, el alimento de Mi morada en los cielos. Esta comida cambiará su constitución”. Que todos veamos que la intención de Dios en Su salvación consiste en forjarse a Sí mismo dentro de nosotros y en cambiar nuestra constitución al alimentarnos con la comida celestial.


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