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Estudio-vida de Éxodopor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0346-0
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ESTUDIO-VIDA DE EXODO

MENSAJE SESENTA Y CUATRO

FUERA DEL DIOS VIVIENTE,
LA LEY SE CONVIERTE EN LETRA QUE MATA

Lectura bíblica: 2 Co. 3:6; Ro. 7:8-14; 10:5; Lv. 18:5; Gá. 3:21; Jn. 5:39-40; Ez. 36:26-27; Gá. 3:2-5; 5:2, 4, 6; 6:15

El propósito eterno de Dios consiste en forjarse a Sí mismo dentro de nosotros como vida para que podamos tomarlo a El como nuestra persona, vivirlo y expresarlo. Este es el deseo del corazón de Dios; es también el punto de enfoque de la Biblia. Para cumplir este propósito, Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza. Al crear al hombre, la intención de Dios era que el hombre lo recibiera dentro de él y lo tomara como su vida y como su todo. Por esta razón, después de crear al hombre, Dios lo colocó frente al árbol de la vida. Esto indica que Dios deseaba que el hombre comiera de este árbol, el cual simboliza a Dios mismo como la vida. Comer del árbol de vida equivale a tomar a Dios dentro de nosotros como nuestra vida y suministro de vida.

Vemos el árbol de la vida en Génesis 2 y en Apocalipsis 22. De eternidad en eternidad, la intención de Dios es que el hombre coma de este árbol. Nuestro destino en la eternidad es comer del árbol de la vida y por tanto vivir a Dios y expresarlo. Esta es la intención eterna de Dios.

En Génesis 3, la serpiente tentó al hombre para que comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal. Como resultado de comer de este árbol, el hombre cayó. En lugar de comer del árbol de la vida, el hombre comió del árbol del conocimiento.

El principio de vida es la dependencia, mientras que el principio del conocimiento es independencia. Por ejemplo, después de que un estudiante de matemáticas aprenda todo lo que su instructor le tenga que enseñar, él puede independizarse de su maestro. Puesto que el estudiante conoce el tema, ya no depende de su maestro. El conocimiento conduce a la independencia, pero la vida requiere una dependencia continua. Nunca podemos independizarnos en cuanto a los medios de vida. De hecho, cuanto más vivimos, más dependientes somos. Para mantener nuestra vida física, debemos respirar, beber y comer. Si deseamos permanecer vivos, no podemos graduarnos de respirar, beber y comer.

Si el hombre no hubiera caído, no viviría independientemente de Dios, sino que lo tomaría continuamente y viviría por El. El hombre dependería de Dios, y no habría ninguna separación entre Dios y el hombre. El hombre sería capaz de recibir directamente a Dios como vida, vivir por El, y aun vivirlo a El. ¡Qué situación maravillosa sería ésta!

Cuando el hombre cayó se trazó una separación entre el hombre y Dios, un abismo que los separó. El conocimiento del bien y del mal independizó al hombre de Dios.

Hubo otra consecuencia del hecho de que el hombre comiera del árbol del conocimiento: el hombre toma la iniciativa de hacer cosas por Dios. En cierto sentido, el hombre se da cuenta que él irritó a Dios. Por esta razón, él decide hacer algo para complacer a Dios. Por consiguiente, en los seres humanos caídos, vemos dos características sobresalientes: la independencia y los esfuerzos para complacer a Dios por iniciativa humana.

Dios no está dispuesto a abandonar Su propósito original para el hombre. Para disciplinar al hombre en su situación caída, Dios le da mandamientos. Al darle mandamientos al hombre, Dios parece decir: “Quieres hacer algo para complacerme, pero no te das cuenta de lo caído que eres, de lo incapaz que eres, y de cuán lejos te encuentras de Mí. El que quieras complacerme comprueba que tú no sabes dónde estás. Déjame darte ahora algunos mandamientos para probarte, y ver si puedes cumplirlos”.

La ley promulgada por Dios funciona por lo menos de tres maneras. Primero, la ley describe a Dios y lo define. Como testimonio de Dios, en realidad la ley es un retrato de Dios; nos muestra cómo es El. Todos los mandamientos que Dios dio tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo revelan quién es Dios y lo que El es. Levítico 19:2 da este mandamiento: “Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios”. El Señor Jesús dio un mandamiento aun más elevado: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. (Mt. 5:48). En ambos casos, el principio es el mismo: la ley presenta un cuadro de Dios. Según la ley que Dios nos ha dado, El es perfecto, santo y justo; El es un Dios de amor y de luz. Su ley presenta un cuadro de lo que El es.

La segunda función de la ley es exponernos. Esta función se presenta completamente en Romanos 7. En Romanos 7:7 Pablo declara: “Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: ‘No codiciarás’". Antes de la ley, el pecado estaba adormecido. En Romanos 7:8, Pablo declara que “sin la ley, el pecado está muerto”. Luego en el siguiente versículo él continua y dice que “cuando vino el mandamiento, fue avivado el pecado, y yo morí”. Usando la ley como un cuchillo, el pecado aniquiló a Pablo. En el versículo 11, Pablo afirma que el pecado lo mató al aprovecharse del mandamiento. Por consiguiente, en su experiencia, Pablo se dio cuenta de que el mandamiento era muerte para él, que Dios puso la ley para exponerlo.

La tercera función de la ley es la de someternos. Después de quedar expuestos, debemos ser sometidos. Cuando la ley nos ha sometido, puede llevarnos a Dios.

En Mateo 19, el joven rico fue vencido en su contacto con el Señor; no obstante, él no fue sometido. Esta fue la razón por la cual él se apartó con tristeza. Si se hubiese sometido y hubiera dicho: “Señor Jesús, no puedo cumplir Tus requisitos de vender todo lo que tengo y de darlo a los pobres”, el Señor le habría dicho: “Puesto que no lo puedes hacer, déjame cumplir este requisito por ti”. El Señor desea entrar en nosotros, ser nuestra vida y cumplir todo requisito por nosotros.

En Filipenses 2:12, Pablo declara: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, llevad a cabo vuestra salvación con temor y temblor”. Debemos obedecer lo que dijo Pablo y reconocer que simplemente no podemos llevar a cabo nuestra propia salvación. Entonces apreciaremos lo que Pablo dijo en el versículo siguiente: “Porque Dios es el que en vosotros realiza así el querer como el hacer, por Su beneplácito”. No podemos llevar a cabo nuestra propia salvación, pero Dios opera en nosotros tanto el querer como el hacer. Esto nos permite llevar a cabo nuestra salvación conforme a la operación de Dios dentro de nosotros.

Después de ser sometidos por la ley y de decirle al Señor que no podemos cumplir Sus requisitos, que simplemente no podemos ser santos como Dios, ni perfectos como el Padre, el Señor dirá: “Recíbeme. Déjenme entrar en ti y cumplir estos requisitos por ti. Deseo ser tu santidad y perfección”. Nosotros no podemos ser santos, pero sí podemos ser santificados. Del mismo modo, no podemos ser perfectos, pero sí podemos ser perfeccionados. El deseo de Dios consiste en entrar en nosotros para ser nuestra vida y nuestra persona. De esta manera El se hace uno con nosotros, y nosotros llegamos a ser uno con El. Entonces El vive en nosotros, y nosotros lo vivimos a El. Este es el principio fundamental de la revelación divina en la Biblia.

Es cierto que tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, Dios mandó que Su pueblo hiciera muchas cosas. Aparte de los Diez Mandamientos, existen muchos preceptos, ordenanzas, regulaciones. Los capítulos veintiuno al veintitrés de Exodo están llenos de estas ordenanzas, preceptos y regulaciones. Dios los usa para exponer y someter a los hijos de Israel. Su intención consiste en usar la ley para describirse a Sí mismo y luego exponernos y someternos para que le permitamos entrar en nosotros y ser nuestra vida y nuestro todo. Entonces El vivirá en nosotros, y nosotros lo viviremos a El.

Hemos visto que la ley dada presenta dos aspectos: “el día” y “la noche”. Si pensamos que podemos cumplir los requisitos de la ley y luego intentamos cumplirlos, nos encontramos en la “noche”. Separaremos los mandamientos de la ley, de Dios mismo, quien es la fuente de vida. Como resultado, los mandamientos se convertirán en letras muertas para nosotros. Pero si dejamos que la ley ejerza su función de describir a Dios, exponernos y someternos, y si le decimos al Señor que no podemos cumplir Sus requisitos, sino que ponemos toda nuestra confianza en El, estaremos en el “día”. Entonces Aquel que dio la ley, la fuente de vida, entrará en nosotros para ser nuestra vida, para vivir en nosotros y hacerlo todo por nosotros. Finalmente, el resultado será aun mejor y más elevado que los requisitos de la ley.

Cuando se dio la ley, Moisés se encontraba en la cima del monte y recibiendo la infusión de Dios. La ley sólo pudo proporcionar un cuadro de Dios, pero la infusión que Moisés recibió en la cima del monte lo hizo uno con El. Dios es santo, y como resultado de esta infusión, Moisés llegó a ser santo también. Dios fue perfeccionado, y mediante la infusión divina, Moisés también era perfecto. Cuando El bajó del monte, su rostro resplandecía. El rostro resplandeciente de Moisés decía mucho más que la ley. Moisés no se esforzaba ni obraba para cumplir los requisitos de la ley. Recibía la infusión de Dios y lo reflejaba a El. Su rostro brillante era simplemente un reflejo de la naturaleza de Dios. ¿Qué prefiere usted, los Diez Mandamientos o el resplandor del rostro de Moisés? Definitivamente yo prefiero el resplandor. Los mandamientos son palabras, pero el rostro brillante de Moisés es un cuadro viviente. Dios no desea un pueblo que se esfuerce en guardar la ley; El desea un pueblo resplandeciente que exprese Su gloria.

Cuanto más intentemos obedecer la ley, más miserables seremos. Puedo testificar de eso con mi propia experiencia. Cuando era joven, a menudo me peleaba con mis hermanos mayores. Después de ser salvo y de empezar a leer la Biblia, descubrí el nuevo mandamiento del Señor: amarnos los unos a los otros. Recibí esta palabra y decidí que desde ese momento amaría no solamente a mis hermanos sino a todo el mundo. No obstante, cuanto más intentaba amar a los demás, menos amor sentía. En lugar de amar, me puse a criticar. ¿Ha tenido usted experiencias similares? ¿puede usted cumplir el mandamiento del Señor de amar a los demás? En nosotros mismos no podemos cumplir el nuevo mandamiento del Señor, pero éste puede producir una obra maravillosa para describir al Señor y exponernos. Nos demuestra que no podemos amar a los demás. Además, este mandamiento nos somete. Si amamos al Señor y somos sometidos por esta palabra, diremos: “Señor, te amo, pero no puedo cumplir Tu mandamiento de amar a los demás. Te necesito, Señor, y dependo totalmente de Ti”. Esto es lo que el Señor desea oír de nosotros. Si deseamos hablarle de esta manera, El contestará: “Esperaba que me dijeras esto. No puedes cumplir mi requisito, pero lo puedo hacer en ti y por ti. Abrete a mí y déjame entrar y vivir en ti”. Entonces el Señor mismo dentro de nosotros cumplirá el requisito de amar a los demás.

En la cima del monte, Moisés recibió la infusión desde afuera, pero nosotros ahora podemos recibir una infusión maravillosa desde adentro. Si andamos correctamente con el Señor, estaremos continuamente bajo Su infusión. Cuanto más somos infundidos, más brillamos. Puesto que el Señor vive dentro de nosotros, se mueve y opera en nosotros, El nos puede infundir fácilmente y podemos brillar con el elemento divino que ha sido infundido en nosotros. Mientras el Señor nos infunde, resplandeceremos espontáneamente. No obraremos ni nos esforzaremos; simplemente brillamos.


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