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Estudio-vida de 1 y 2 Pedropor Witness Lee

ISBN: 0-7363-2858-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 32 de 47 Sección 1 de 3

ESTUDIO-VIDA DE 1 PEDRO

MENSAJE TREINTA Y DOS

EL PASTOREO DE LOS ANCIANOS Y SU RECOMPENSA

Lectura bíblica: 1 P. 5:1-4

En 1 Pedro 5:1, Pedro dice lo siguiente: “Por tanto exhorto a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que ha de ser revelada”. Las palabras “por tanto” indican que los versículos del 1 al 11 del capítulo 5 representan una conclusión a la sección precedente (4:12-19), la cual trata acerca de sufrir por Cristo al hacer el bien con nobleza. La exhortación que hace Pedro se dirige a los ancianos de la iglesia en los versículos del 1 al 4, a los miembros más jóvenes en el versículo 5 y a todos en general en los versículos del 6 al 11.

En 5:1-4 Pedro se dirige a los ancianos. Los ancianos son los que tienen la función de vigilar la iglesia, los que toman la iniciativa entre los creyentes en los asuntos espirituales (He. 13:17). El apóstol los exhorta a ellos primero, con la expectativa de que ellos tomen la iniciativa en sufrir noblemente por Cristo.

Pedro era el primero entre los primeros apóstoles (Mt. 10:1-4; Hch. 1:13), y al mismo tiempo era uno de los ancianos de la iglesia en Jerusalén, como también lo era el apóstol Juan (2 Jn. 1; 3 Jn. 1; Hch. 15:6; 21:17-18). Pedro, al exhortar aquí a los ancianos de las otras iglesias, no se dirige a ellos como apóstol sino como anciano, a fin de poder hablar con ellos a su nivel, con intimidad.

TESTIGO DE LOS PADECIMIENTOS DE CRISTO

En 5:1 Pedro se refiere a sí mismo como testigo de los padecimientos de Cristo. Pedro y los primeros apóstoles fueron testigos de Cristo (Hch. 1:8), no solamente en calidad de testigos oculares que dan testimonio de lo que vieron en cuanto a los sufrimientos de Cristo (Hch. 5:32; 10:39), sino también en calidad de mártires que vindican su testimonio al sufrir el martirio por Él (Hch. 22:20; 2 Co. 1:8-9; 4:10-11; 11:23; 1 Co. 15:31). Esto significa participar de los padecimientos de Cristo (1 P. 4:13), a tener parte en la comunión de Sus padecimientos (Fil. 3:10).

Pedro también dice en 5:1 que él es participante de la gloria que ha de ser revelada. Pedro fue primeramente un testigo, un mártir, un participante de los sufrimientos de Cristo. Luego, fue un participante de Su gloria (Ro. 8:17). Cristo mismo había recorrido ese camino (1 P. 1:11; Lc. 24:26).

En griego, la palabra traducida testigo y mártir es la misma. Esto indica que debemos dar testimonio como testigos, a riesgo de ser mártires, de sacrificar nuestras vidas. Esto fue lo que hizo Pedro. En el día del Pentecostés, Pedro dio un testimonio muy poderoso con respecto a los sufrimientos de Cristo. Él tuvo el denuedo de decir a los judíos que ellos habían crucificado al Señor Jesús. Sin embargo, antes del día de Pentecostés, Pedro no actuó con valentía; en lugar de ello, se mostró muy tímido. La noche en que el Señor Jesús fue traicionado, Pedro negó ser uno de Sus seguidores. Aun en presencia del Señor, Pedro lo negó. De hecho, en aquella ocasión él no se comportó como Pedro, una piedra, sino como Simón, un trozo de barro. Sin embargo, en el día de Pentecostés, Pedro tuvo el denuedo de reprender a los judíos por haber crucificado al Señor Jesús. Desde ese día, Pedro empezó a sufrir persecución. Él fue arrestado y encarcelado. No obstante, él estaba dispuesto a arriesgar su vida para ser un testigo del Señor Jesús.

Pedro, sin duda, recordó las palabras del Señor en Hechos 1 acerca de ser testigos. Cuando los discípulos preguntaron al Señor cuándo sería restaurado el reino de Israel, Él les respondió: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones que el Padre dispuso por Su propia potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y seréis Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:7-8). Pedro fue el primero en llegar a ser tal testigo. Él fue un testigo sobresaliente, un mártir, que estuvo dispuesto a sacrificar su vida con tal de dar testimonio de los sufrimientos de Cristo. Finalmente, el propio Pedro sufrió el martirio. Sacrificó su vida como parte de su testimonio de Cristo. Así se cumplió lo que el Señor le había dicho tocante a Pedro en Juan 21:18, con respecto a “con qué muerte había de glorificar a Dios” (Jn. 21:19). Cuando Pedro escribió su primera epístola, era una persona ya entrada en años; y cuando escribió su segunda epístola, sabía que el tiempo de su martirio estaba cerca: “Sabiendo que pronto será quitado mi tabernáculo, como también me lo ha declarado nuestro Señor Jesucristo” (2 P. 1:14). Cuando Pedro escribió estas epístolas, se acordó de las palabras que el Señor había profetizado acerca de él. En 5:1 vemos que Pedro tenía un status triple. Él era un anciano también con los demás, un testigo de los padecimientos de Cristo y un participante de la gloria que estaba por ser revelada.

Todos los ancianos deben ser testigos de los padecimientos de Cristo. Esto significa que deben estar preparados para sacrificar sus vidas como parte de su testimonio. Si un hermano no está dispuesto a arriesgar su propia vida, eso significa que todavía no satisface todos los requisitos necesarios para ser anciano. Todo anciano debe ser un mártir, una persona que sacrifica su vida por Cristo. El que seamos participantes de la gloria de Cristo o no, depende de que seamos tales mártires. Si los ancianos están dispuestos a sufrir el martirio, si están dispuestos a arriesgar sus vidas, entonces ciertamente serán participantes de la gloria que ha de ser revelada. Pero si no están dispuestos a sacrificar sus vidas, entonces, en lugar de participar de la gloria cuando el Señor venga, es probable que sean reprendidos por Él.

Como hemos visto, en 4:19 Pedro dice: “De modo que también los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, haciendo el bien”. Aquí “haciendo el bien” se refiere a hacer actos que son rectos, buenos y nobles. El encomendar nuestras almas al fiel Creador tiene eficacia siempre y cuando hagamos el bien, es decir, siempre y cuando realicemos actos nobles. Nada es más noble que sufrir el martirio por el Señor. Policarpo fue un ejemplo de un mártir noble. Policarpo, uno que aprendió del apóstol Juan, sufrió el martirio cuando tenía más de ochenta años de edad. Antes de morir, se le dio oportunidad para salvar su vida si negaba al Señor. Él rehusó, diciendo que no podría negar a Aquel que siempre le había sido fiel. Sin duda alguna, Policarpo no sólo fue osado y valeroso, sino también noble. A costa de su vida, él confesó noblemente al Señor delante de sus perseguidores.

Cuando actuamos de una manera tan noble, tenemos una base firme para encomendar nuestras almas al fiel Creador. Él es perfectamente fiel. Pero, ¿somos nosotros fieles? ¿Realizamos actos nobles? ¿Atendemos a las necesidades de Su testimonio de una manera noble? Cuando el Señor Jesús estaba siendo juzgado, antes de Su crucifixión, Pedro no se comportó en lo más mínimo de una manera noble. Sin embargo, más tarde, en el libro de Hechos, él testificó de Cristo ante sus perseguidores de una manera muy noble. Un ejemplo de esto es lo que Pedro y Juan dijeron a sus perseguidores: “Juzgad si es justo delante de Dios escuchar a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hch. 4:19-20). Pedro y los demás apóstoles encomendaron sus almas al fiel Creador, haciendo el bien. Así que Pedro ciertamente podía decir: “Señor, Tú eres fiel conmigo; ahora yo deseo serte fiel. Te seré fiel aun al costo de mi vida”. Ciertamente el Señor honraría una entrega tan noble.

Debido a que Pedro era un testigo noble, un mártir noble, él tenía la certeza de que sería participante de la gloria venidera. Quisiera hacer esta pregunta a los ancianos: ¿Tienen ustedes la seguridad de que también son participantes de la gloria que ha de ser revelada? Dudo que la mayoría de los ancianos tenga esta seguridad. Tal vez puedan decir que son testigos; sin embargo, si un anciano ha de ser un participante de la gloria venidera o no, ello depende de cuán noble y fiel sea él como testigo. Lo que queremos resaltar aquí es que un anciano tiene que estar dispuesto a sacrificarse.

No solamente los ancianos, sino también sus respectivas esposas deben tener el concepto de que el oficio de un anciano conlleva sacrificio. No es correcto que la esposa sienta que ha sido exaltada por el hecho de que su esposo haya sido nombrado anciano. De hecho, es vergonzoso que la esposa se sienta así. Ser anciano no es una ganancia, sino un sacrificio. Un hermano que desee ser un buen anciano tendrá que sacrificarse a sí mismo. Tendrá que sacrificar su tiempo, e incluso su vida familiar. Ser anciano no es cuestión de adquirir cierta posición o de recibir honor personal; la función de anciano exige sacrificio. Un anciano que no esté dispuesto a sacrificarse todavía no ha satisfecho los requisitos necesarios para ser anciano. Los ancianos siempre deben estar dispuestos a sacrificarse. Ellos deberán sacrificar no sólo su tiempo y energía, sino también sus propias vidas. Si los ancianos están dispuestos a sacrificarse de esta manera, podrán ser testigos de los padecimientos de Cristo y participantes de la gloria venidera. Primeramente, un anciano debe participar de los padecimientos de Cristo. Sólo entonces podrá participar de la gloria de Cristo. Espero que todos los ancianos reciban estas palabras.

Puedo testificar que todas las iglesias del recobro del Señor han sido levantadas, establecidas y edificadas, en su mayoría, gracias a la fidelidad y el sacrificio de los ancianos. Yo diría que el establecimiento y la edificación de las iglesias puede atribuirse en un sesenta o setenta por ciento a la labor y el sacrificio de los ancianos, y un treinta o cuarenta por ciento, al ministerio. Espero que estos porcentajes les ayude a entender cuán importante es la función de los ancianos. Si el cuerpo de ancianos de una iglesia es leal, fiel y sacrificado, esa iglesia será fuerte y estará bien establecida. El ministerio que sirve a todas las iglesias es el mismo; sin embargo, algunas iglesias son fuertes mientras que otras son débiles. El hecho de que una iglesia sea fuerte o débil, depende de cuán leales, fieles y sacrificados son los ancianos. Damos gracias al Señor porque en Su recobro los ancianos, en su mayoría, son leales, fieles y están dispuestos a sacrificarse.


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