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Estudio-vida de Génesispor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1420-6
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Actualmente disponible en: Capítulo 22 de 120 Sección 1 de 4

ESTUDIO-VIDA DE GENESIS

MENSAJE VEINTIDOS

LA SEGUNDA CAIDA DEL HOMBRE
(1)

Después de ver la primera caída del hombre y la proclamación de las buenas nuevas por parte de Dios, lo cual se relata en Génesis 3, llegamos a Génesis 4. Aparentemente estamos estudiando la caída; pero en realidad estamos considerando las buenas nuevas. Si no hubiese sucedido la caída, no habría buenas nuevas. ¡Alabado sea el Señor por la caída! La caída del hombre trajo el evangelio de Dios. En este mensaje llegamos a otro paso en la caída del hombre y también en la proclamación de las buenas nuevas por parte de Dios.

B. La segunda caída

1. El trasfondo

En Génesis 4 el hombre ya había caído (Gn. 3:6-8, 22-24). No obstante, había recibido de Dios la promesa de la salvación (3:15) y el camino de la salvación (3:21). Cuando Dios prometió a Adán que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente, éste creyó y respondió dando a su esposa el nombre de “Viviente”. Adán y Eva esperaban ser condenados a muerte. Por consiguiente, cuando oyeron las buenas nuevas, Adán no llamó a su esposa “Muerta”, sino “Viviente”. Como dijimos en el mensaje diecinueve, todo el género humano está muriendo; nadie vive. Sin embargo, después de oír y recibir el evangelio de Dios, el hombre es vivificado. ¡Aleluya, estamos vivos!

Aunque la respuesta de Adán en Génesis 3:20 demuestra que él creyó el evangelio, no encontramos ningún indicio de que Eva también haya creído. No obstante, Génesis 4:1 nos revela que Eva creyó en las buenas nuevas. “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: He adquirido varón, Jehová” (heb.). Eva dio a luz un hijo y lo llamó Caín, que significa “adquirido”. Aunque Caín mismo era perverso, su nombre tenía mucho significado. Cuando Eva dio a luz a Caín, declaró: “He adquirido varón”. No había adquirido una casa ni alguna tierra; había adquirido un hombre. Según su concepto, Caín era la simiente de la mujer, que había sido prometida en Génesis 3:15. Dios le había prometido a Eva que su simiente heriría la cabeza de la serpiente, el maligno. En Génesis 4:1 las palabras de Eva demuestran que ella había creído en esa promesa y que esperaba tener esa simiente. Cuando su primer hijo nació, ella declaró: “He adquirido varón, Jehová”. Si usted piensa que esta traducción es demasiado osada, le sugiero que consulte el texto hebreo. En el texto hebreo de Génesis 4:1 no existe ninguna preposición entre las palabras “varón” y “Jehová”. Aunque algunos traductores añadan las preposiciones “de” o “con”, no existe tal preposición en el texto original hebreo. El texto hebreo dice simplemente: “He adquirido varón, Jehová”. La versión Concordant de Génesis lo traduce de esta manera en el texto, y la versión New American Standard pone esta traducción en el margen. Por tanto, para Eva, el niño que ella dio a luz en 4:1 era el cumplimiento de la promesa acerca de la simiente de la mujer, que recibió en 3:15. Por consiguiente, ella llamó a su niño Jehová, el Señor.

No obstante, esta afirmación era prematura. En realidad Eva no dio a luz al hombre Jehová. Cuatro mil años más tarde la virgen María dio a luz un niño, cuyo nombre fue Dios fuerte (Is. 9:6). El niño que nació en el pesebre de Belén era Jehová. Su nombre fue Jesús, que significa “Jehová, el Salvador” (Mt. 1:21). Aunque Eva no dio a luz al hombre Jehová, ella era símbolo de la virgen María, quien sí lo dio a luz. Con el tiempo, la verdadera simiente de la mujer vino por medio de la virgen María. Por eso Jesús, o sea, Jehová el Salvador, es verdaderamente el hombre Jehová, que Eva pensó haber dado a luz como lo menciona Génesis 4:1. Al darle a su hijo el nombre de Caín, Eva demostró que ella creía en el evangelio proclamado por Dios en Génesis 3:15. Al cabo de los cuatro mil años que habían de transcurrir, el hombre Jehová finalmente vino por medio de la virgen María.

Adán y Eva creyeron en el evangelio. Adán creyó y le dio a su esposa el nombre de “Viviente”; Eva creyó y llamó a su hijo “Adquirido”, pensando que ella había adquirido lo que Dios había prometido. Indudablemente Adán y Eva predicaron el evangelio a sus hijos, contando a Caín y a Abel cómo fueron creados por Dios, cómo Dios les había mandado no comer del árbol del conocimiento, cómo habían desobedecido a Dios y habían comido, cómo tuvieron temor y temblor mientras esperaban la sentencia de muerte, y cómo Dios les predicó el evangelio al prometerles que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente. Además, Adán y Eva deben de haber contado también cómo quedaron desnudos en presencia de Dios y cómo Dios había matado algunos corderos como sacrificios, usando luego las pieles para hacer las túnicas que cubrieran la desnudez de ellos a fin de que permanecieran delante de El y tuvieran comunión con El. Estoy convencido de que Adán y Eva predicaron este evangelio a sus hijos. Encontramos una evidencia de ello en Hebreos 11:4, donde leemos: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín”. Según la Biblia, la fe proviene de oír la palabra predicada (Ro. 10:17, 14). Abel debe de haber oído de sus padres la predicación de las buenas nuevas, puesto que tuvo tanta fe y la ejercitó y ofreció un sacrificio a Dios conforme a esa fe. El recibió la fe cuando oyó esta palabra. El no presentó su sacrificio conforme a su propia opinión ni a lo que sabía, y su ofrenda no fue ninguna invención suya. El presentó su ofrenda por la fe conforme a las palabras que le predicaron sus padres.

El padre, Adán, la madre, Eva, y el segundo hijo, Abel, creyeron en el evangelio. Nosotros los salvos, no somos los primogénitos. Los primogénitos perecieron (Ex. 12:29), y los que nacieron luego fueron salvos al creer. Nosotros los que creemos constituimos el segundo hijo. Alabado sea el Señor porque somos los hijos que nacieron después, el segundo hijo. Adán era un buen padre y fue el primero en creer el evangelio. Espero que todos los padres que lean este mensaje sean los primeros en creer el evangelio. Eva, buena esposa y madre, también fue creyente y siguió a su marido preparando el camino para que también su hijo creyera. Por consiguiente, en Génesis 4 vemos un padre creyente, una madre creyente y un hijo creyente. Consideren esa familia: todos creyeron en el mismo evangelio. Cuando la gente me preguntaba si Adán y Eva habían sido salvos, yo contestaba: “¿Por qué no? Si ustedes son salvos, ellos indudablemente también lo son. De hecho, fueron salvos mucho antes que ustedes”. Adán y Eva fueron pioneros en creer el evangelio. Adán abrió el camino. Eva preparó el camino, y Abel anduvo en él. Ahora somos seguidores de Abel. Quisiera que todo padre fuese un Adán, toda madre una Eva, y todos los hijos unos Abeles. La primera familia que hubo en la tierra fue una familia que creyó el evangelio, una familia de creyentes.

Abel mismo fue un creyente extraordinario. Es posible que usted haya leído la Biblia por años sin notar cuál era la profesión de Abel. El fue “pastor de ovejas” (Gn. 4:2). En los días de Abel las ovejas no formaban parte de la alimentación del hombre, puesto que antes del diluvio, sólo se permitía comer verduras (Gn. 1:29). Sólo después del diluvio Dios permitió que el hombre comiera carne y también legumbres (Gn. 9:3). Así que, cuando Abel alimentaba las ovejas, no trabajaba para obtener alimento. Aparentemente Caín fue más inteligente; fue más práctico que Abel, pues “fue labrador de la tierra” (Gn. 4:2). Caín pudo haber dicho a su hermano: “Abel, lo que haces no es práctico. ¿De qué te sirve criar ovejas? Mira lo que hago yo. Trabajo en la tierra porque la tierra produce comida de la cual puedo vivir. ¿Cómo puedes ganarte la vida simplemente alimentando ovejas? Todo lo que puedes conseguir es pieles para cubrirte, pero no tienes nada con qué sobrevivir”. Si ahondamos en el pensamiento de Génesis 4:2, veremos que Abel no trabajaba para obtener su sustento, sino para satisfacer a Dios. Abel no se preocupaba por su propia satisfacción, sino por la de Dios. Por el contrario, Caín no se preocupaba por satisfacer a Dios; a él sólo le interesaba ganarse la vida.

Génesis 4:2 nos habla de dos hermanos de sangre: el mayor labraba la tierra, y el menor apacentaba las ovejas. La tierra producía alimento para el hombre, mientras que las ovejas se usaban principalmente como ofrendas para Dios. Vemos, pues, que Caín servía a la tierra y Abel servía a Dios. Quisiera hacer una pregunta a los que leen este mensaje: ¿Apacientan ustedes las ovejas o sirven a la tierra, al mundo? Si vivimos para el Señor, todo lo que hacemos es alimentar ovejas. Pero si no servimos al Señor, todo lo que hacemos es servir a la tierra. Existen solamente dos clases de personas: las que sirven al mundo y las que alimentan ovejas para Dios. ¿Quiénes son ustedes? Toda la gente mundana sirve a la tierra diligente y sinceramente, sin preocuparse en absoluto por Dios. Todos los seres humanos caídos sirven a la tierra y son esclavos de ella. ¿Es usted un siervo, un esclavo? La gente que sirve a la tierra piensa que nosotros los que alimentamos ovejas para Dios, estamos locos. Cuando se enteran de que nos reunimos continuamente, cuando nos ven leer a la Biblia y tener comunión unos con otros, cuando nos oyen cantar y alabar al Señor todo el tiempo, se preguntan qué clase de gente somos. Somos pastores de ovejas. Día y noche alimentamos ovejas. No diga que usted enseña en la escuela o que trabaja en su negocio. Usted alimenta ovejas para Dios. Somos Abeles, personas que están más interesadas en alimentar a las ovejas para Dios que en simplemente ganarse el sustento. No diga que los hermanos que tienen el liderazgo en la iglesia son los únicos en alimentar a las ovejas y que los demás hermanos y hermanas deben ocuparse de su empleo o negocio. Aparentemente usted se ocupa en su empleo o en su estudio, pero en realidad está alimentando a las ovejas para Dios. El empleo o la educación es algo secundario; lo principal es alimentar a las ovejas. El aspecto principal de nuestro vivir consiste en que nos preocupemos por satisfacer a Dios. No servimos a la tierra; somos pastores de ovejas para Dios.

Abel alimentaba las ovejas con el único propósito de proveer ofrendas para Dios. Por consiguiente, Abel se dedicó por completo a servir a Dios. Todo lo que usted haga, debe realizarlo con el propósito de servir a Dios. No debería actuar por ninguna otra razón que no fuese ésta. Nosotros servimos a Dios, alimentando a las ovejas para presentarle ofrendas. Todo se debe hacer con este fin. Por ser Abel una persona así, fue un creyente extraordinario. El no sólo creyó en el evangelio, sino que practicó el evangelio y vivió por él.

Cuando Eva dio luz a Caín, se alegró y declaró: “He adquirido varón, Jehová”. Es probable que poco después haya quedado desilusionada y haya dicho: “Este no era Jehová. No es más que un niño travieso”. Además, Caín no escuchó sus consejos. Por consiguiente, cuando Eva dio luz a su segundo hijo, lo llamó Abel, lo cual significa “vanidad”, como si un aliento se esfumara. En el nacimiento del primer hijo, ella se regocijó y exclamó: “He adquirido”; en el nacimiento del segundo, ella quedó desilusionada y dijo: “Vanidad”. Cuando Abel nació, Eva dijo simplemente: “Es vanidad”. Este pensamiento es muy significativo. Somos vanidad; no obstante, somos pastores de ovejas. No somos nada ni nadie, pero somos pastores de ovejas para Dios. Me resulta difícil contestar a los que me preguntan cuál es mi profesión. A menudo contesto: “Me cuesta trabajo decirlo. En cierto sentido, no soy nadie. En otro sentido, soy maravilloso”. Por una parte, no soy nadie, soy vanidad; por otra, soy una persona maravillosa que tiene la maravillosa labor de apacentar ovejas para Dios. No existe nada más maravilloso que la obra de apacentar las ovejas para Dios. Este es Abel. Por nacimiento, somos gente vana. Si no alimentamos las ovejas para Dios, todo lo que somos y hacemos es “vanidad de vanidades” (Ec. 1:2). Alabado sea el Señor porque en medio de las vanidades pastoreamos a las ovejas para satisfacer a Dios. Por consiguiente, ya no somos vanidad; estamos haciendo una labor maravillosa para satisfacer a Dios.


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