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Estudio-vida de Éxodopor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0346-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 52 de 185 Sección 1 de 4

ESTUDIO-VIDA DE EXODO

MENSAJE CINCUENTA Y DOS

LA LEY ES LA PALABRA VIVIENTE DE DIOS
QUE INFUNDE SU SUSTANCIA EN AQUELLOS
QUE LO BUSCAN CON AMOR

Lectura bíblica: Ex. 20:1-17; 34:28; 31:18; Dt. 4:13; Sal. 19:7-8.

Al considerar la ley dada en Exodo 20:1-17, debemos estar conscientes de que este acontecimiento se produjo en el monte de Dios, donde Su pueblo fue llevado a tener comunión con El.

I. LA LEY

Cuando era joven, recibí influencia de ciertos libros de la teología sistemática y consideraba la ley como algo negativo. En cuanto a la ley, recibí una impresión negativa no sólo en mi mente, sino en todo mi ser y durante muchos años, pensé que la ley era algo negativo. Como persona bajo la gracia de Dios, no bajo la ley, no me preocupaba la ley. En cuanto a mi, la ley en la Biblia no era algo positivo. No obstante, gradualmente llegué a darme cuenta, especialmente al leer el libro de Exodo, de que nada procedente de Dios podría ser negativo. Por el contrario, todo lo que procede de Dios debe ser positivo. Entonces, eso debe suceder también con los Diez Mandamientos mencionados en 20:1-17.

Si consideramos la ley solamente según nuestro conocimiento mental, la veremos de manera negativa. Pero si consideramos que la ley fue dada en una situación positiva, veremos que la ley es la palabra viviente de Dios que infunde Su sustancia en los que lo buscan con amor. Pablo declara que la ley fue ordenada por medio de ángeles (Gá. 3:19). No obstante, Exodo 20 no menciona ningún ángel. Este capítulo afirma que la ley fue dada directamente por Dios mismo.

En cuanto al hecho de dar la ley, el versículo 1 de Exodo 20 tiene mucho significado: “Y habló Dios todas estas palabras”. La conjunción “y” une el capítulo veinte al capítulo diecinueve. Hemos visto que en Exodo 19, Dios llevó Su pueblo a Su monte para que tuvieran comunión con El. Dios sacó a Su pueblo de Egipto y lo congregó en Su monte. Esto significa que Dios bajó del cielo a la tierra para tener comunión con Su pueblo. Por supuesto, era imposible que el hombre ascendiera a los cielos, donde estaba Dios. Pero en Exodo 19, Dios descendió a un monte en particular, donde El podía reunirse con Su pueblo. La ley fue dada en el mismo lugar donde Dios se reunió con Su pueblo y donde ellos tuvieron comunión. Algunos teólogos descuidan este cuadro de la ley que fue dada. Tienen la tendencia de excluir a Dios y de concentrarse en la ley de manera negativa. Esta fue la razón por la cual, como joven, recibí la impresión de que Dios en los cielos dio la ley a través de los ángeles a Su pueblo en la tierra. Según este concepto, Dios estaba muy lejos de Su pueblo cuando la ley fue dada, y ellos no tuvieron ninguna posibilidad de tener contacto con El. Según esta manera de ver, el Dios que da la ley no tuvo contacto con la gente, y la gente que recibió la ley no se reunió con El.

Cuando yo era joven, me enseñaron que según Juan 1, la ley fue dada por medio de Moisés, pero que Dios no vino al hombre antes de la encarnación de Cristo. No obstante, en Exodo 19 y 20, vemos que Dios no bajó a reunirse con Su pueblo antes de la encarnación de Cristo. Aún antes de la época de Exodo 20, Dios se había aparecido a Abraham, pero esta aparición se produjo en una escala muy reducida. En Exodo 19 y 20, más de dos millones de personas fueron congregadas en el monte de Dios cuando El bajó a visitarlos y a darles Su ley.

Después de sacar al pueblo de Egipto y llevarlos al monte de Dios, El empezó a tener comunión con ellos y hablar con ellos. Exodo 31:18 indica que El tuvo comunión con ellos. Allí en el monte de Dios, El hablaba, conversaba, tenía comunión con el hombre. Conforme a Exodo 19:4-6, Dios dijo que El los llevó sobre alas de águilas y los trajo a Sí mismo. El dijo también que ellos serían Su posesión personal, Su tesoro peculiar, y serían para El un reino de sacerdotes y una nación santa. Estas palabras formaban parte de la conversación muy positiva entre Dios y Su pueblo. Esta conversación no fue la promulgación de ciertas leyes, sino un tiempo de comunión en el cual Dios habló con Su pueblo.

Como lo indica Exodo 20:1, dar los Diez Mandamientos fue la continuación de esta comunión. Este versículo no afirma: “Y Dios dio mandamientos a Su pueblo”. Afirma: “Y habló Dios todas estas palabras”. Lo que tenemos en el capítulo veinte no es solamente una lista de mandamientos. El hecho de que 20:1 declara que “Dios habló todas estas palabras” demuestra que los Diez Mandamientos son las palabras de Dios. En 34:28, los mandamientos aún se llaman “las diez palabras”. Según 2 Timoteo 3:16, toda la Escritura es el aliento de Dios. Esto indica que las escrituras son el aliento de Dios. El hablar de Dios es Su aliento. Cuando Dios habla, Su aliento lleva Su elemento dentro de los que reciben Su palabra.

La conjunción “y” al principio de 20:1 es muy importante, pues conecta el capítulo veinte con el capítulo diecinueve. Por tanto, el capítulo veinte es la continuación del hablar de Dios en el diecinueve. Como lo hemos visto, los Diez Mandamientos son la palabra de Dios y aún son llamados las palabras de Dios. ¿Ha oído alguna vez que los Diez Mandamientos son las diez palabras? Existe una diferencia importante entre palabras y mandamientos. Los mandamientos son requisitos que debemos guardar y cumplir. Sin embargo, las palabras de Dios son Su aliento, pues el hablar de Dios es Su aliento. Al hablar, El exhala algo de Sí mismo dentro de los que escuchan Su palabra. El hecho de que los Diez Mandamientos son llamados las diez palabras significa que no son solamente leyes que debemos obedecer. Estos mandamientos no son solamente numerosos decretos de legislación divina. Dios no dio solamente a Su pueblo diez leyes, diez mandamientos; en comunión con ellos, El declaró las diez palabras. Si los mandamientos no fueran más que leyes, el pueblo de Dios no podría hacer más que intentar obedecerlas. Puesto que los Diez Mandamientos son también las palabras de Dios, Su aliento, los que buscan de El pueden recibir estas palabras como el aliento mismo de Dios.

Con esta luz, pido que consideremos la experiencia de Moisés cuando pasó cuarenta días en comunión con Dios en el monte. Cuando El bajó del monte, él tenía algo más que los Diez Mandamientos inscritos en dos tablas de piedra. El fue un hombre plenamente infundido con el elemento de Dios. Durante estos días de comunión en el monte, Moisés experimentó una infusión divina, la infusión de la sustancia de Dios dentro de su mismo ser. No obstante, este asunto no recibe una atención adecuada por los cristianos, pues afirman básicamente que Dios le dio a Moisés los Diez Mandamientos y que cuando Moisés vio que los hijos de Israel adoraban a los ídolos, él se enojó, tiró las tablas de piedra y éstas se rompieron. La Biblia indica que Moisés había recibido no solamente dos tablas de piedra, sino que el elemento mismo de Dios había sido infundido dentro de él y que hacía resplandecer Su rostro. Aunque Moisés tiró las dos tablas y las rompió, no pudo negar la transfusión que había recibido durante su comunión con Dios en el monte.

En principio, pasa lo mismo en nuestra experiencia con el Señor. Quiza no podamos obedecer los mandamientos, tampoco podemos negar lo que fue infundido dentro de nosotros cuando oímos las palabras de Dios en nuestra comunión con El.

En mi ministerio, a menudo dije que si permanecíamos en el Señor según Juan 15, expresaremos espontáneamente la vida de la vid. Indudablemente las ramas de una vid no necesitan esforzarse para obedecer un mandamiento. Simplemente permanecen en la vid y expresan la vida de ésta. Aunque he ministrado en esta línea, me he preguntado acerca de Juan 14:21 y 23, dos versículos que se parecen mucho a los mandamientos de Exodo 20. Juan 14:21 dice: “El que tiene Mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama”, y el versículo 23 declara: “El que me ama, Mi palabra guardará”. Hasta cierto punto por lo menos, estas palabras del Señor Jesús parecen ser una repetición de las palabras de Exodo 20. La razón para esto es que en cuanto al principio básico de vida concierne, el Antiguo Testamento y el Nuevo son idénticos. Por nosotros mismos, no somos capaces de obedecer los mandamientos de Dios en el Antiguo Testamento ni del Señor en el Nuevo. En cuanto a este asunto, Pablo dijo en Romanos 7 que no podemos obedecer a la ley. En particular, él habla del mandamiento sobre la codicia, un mandamiento que concierne no solamente nuestro comportamiento exterior, sino también nuestra condición interior. Aunque por nosotros mismos no podemos cumplir todo los mandamientos, podemos permanecer en el Señor y experimentar que El permanezca en nosotros a fin de infundirnos con El mismo. Considere una vez más la experiencia de Moisés en el monte. Por haber recibido una transfusión maravillosa de Dios, él pudo permanecer en El, y Dios podía permanecer en él. Como resultado de esta infusión y morada mutua, Moisés pudo obedecer los mandamientos de Dios, no por sus propios esfuerzos, sino por la sustancia de Dios que fue infundida en él.

Ahora quisiera que prestaran atención al título de este mensaje: “La ley es la palabra viviente de Dios infundiendo Su sustancia en los que lo buscan con amor”. La ley no es solamente una lista de mandamientos divinos, sino la palabra viviente de Dios que infunde la sustancia de Dios dentro de los que lo buscan con amor. Si consideramos los Diez Mandamientos sólo como leyes y luego intentamos obedecerlos, no nos acercamos a la ley adecuadamente. No debemos aplicar los Diez Mandamientos de esta manera. Por el contrario, debemos amar a Dios y buscarlo a El. En este asunto, debemos ser como Pablo en Filipenses 3, es decir, como una persona que persigue a Cristo en amor, y aún correr tras El. Con amor por el Señor, debemos perseguirle a El, tener comunión con El, y permanecer en Su presencia, juntamente con El. Si lo hacemos, día tras día Dios nos infundirá. Luego automáticamente andaremos conforme a la ley de Dios. Obedeceremos los requisitos de la ley, no por nuestros propios esfuerzos, sino por lo que fue infundido de Dios en nosotros a través de nuestro contacto con El. Cuando Dios infunde totalmente Su sustancia en nosotro, El mismo dentro de nosotros guardará Su propia ley. Debemos recordar que la ley fue dada en el monte de Dios, donde el pueblo de Dios pudo ser infundido con Su substancia. Por tanto, no debemos considerar la ley solamente como Sus mandamientos, sino como la palabra de Dios y testimonio, que no solamente lo expresan a El, sino que también infunden Su sustancia dentro de los que lo buscan con amor.


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