Estudio-vida de Mateopor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1422-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En este mensaje llegamos a la cuarta sección de la promulgación dada por el Rey en el monte, 6:1-18, donde habla de las obras justas del pueblo del reino.
En 5:17-48 vimos la ley complementada y cambiada. En estos versículos todas las leyes nuevas del reino de los cielos sacan a la luz y exponen nuestro mal genio, nuestra concupiscencia y nuestro ser natural. Por lo tanto, en estos versículos no somos exhortados a resolver el problema de nuestra conducta externa, sino de nuestro enojo, nuestra concupiscencia y nuestro ser natural, los cuales están profundamente escondidos dentro de nosotros.
Mateo 6:1 dice: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa ante vuestro Padre que está en los cielos”. La justicia mencionada en este versículo denota las obras justas, como por ejemplo el dar limosnas, mencionado en los versículos del 2 al 4; la oración, hallada en los versículos del 5 al 15; y el ayuno, encontrado en los versículos del 16 al 18. Sin lugar a dudas estos versículos hablan de las obras justas del pueblo del reino. Sin embargo, en realidad exponen el yo y la carne. Nosotros tenemos algo en nuestro ser que es peor que el enojo y la lujuria. Todo el mundo sabe cuán fea es la lujuria, pero muy pocos cristianos saben cuán feos son el yo y la carne. Por supuesto, las palabras “yo” y “carne” no se usan en estos versículos. Aun así, tanto el yo como la carne están expuestos aquí. En estos dieciocho versículos el Señor usa tres ejemplos —el dar limosnas, la oración y el ayuno— para revelar en qué forma nosotros estamos llenos del yo y de la carne.
La carne del hombre, la cual procura gloriarse, siempre quiere hacer obras justas delante de los hombres para recibir las alabanzas de ellos. Pero a los ciudadanos del reino, quienes viven en un espíritu desprendido y humilde y que andan con un corazón puro y sencillo bajo el gobierno celestial del reino, no se les permite hacer nada en la carne para ser alabados por los hombres, sino que deben hacerlo todo en el espíritu para agradar a su Padre celestial.
Para los ciudadanos del reino, Dios no sólo es su Dios, sino también su Padre. No sólo fueron creados por Dios, sino también regenerados por el Padre. No sólo tienen la vida humana natural y creada, sino también la vida divina espiritual y no creada. Por eso, la nueva ley del reino, promulgada por el Rey en el monte, se les da con el fin de que ellos la guarden no por su vida humana caída, sino por la vida divina y eterna del Padre, no para obtener gloria de los hombres, sino para recibir la recompensa del Padre.
Con respecto a cada uno de los tres ejemplos, el Señor usa la palabra “secreto” (vs. 4, 6, 18). Debemos hacer nuestras obras justas en secreto, porque nuestro Padre está en secreto. En el versículo 4 el Señor dice que nuestro Padre ve en secreto. Los ciudadanos del reino, como hijos del Padre celestial, deben vivir en la presencia del Padre y desear Su presencia. Todo lo que hacen en secreto para el reino del Padre, El lo ve en secreto. El hecho de que el Padre celestial vea en secreto, debe servir como incentivo para que hagan sus obras justas en secreto. En este versículo el Señor también dijo que el Padre nos pagará. Tal vez esto ocurra en esta era (2 Co. 9:10-11) o en la era venidera como recompensa (Lc. 14:14).
Al hacer nuestras obras justas en secreto efectivamente damos muerte al yo y a la carne. Si a las personas de la sociedad actual no se les permite hacer gala de sus obras justas, no las harán. Mientras tengan la oportunidad de exhibir sus obras justas, las hacen con mucho gusto. Esta es la práctica deplorable del cristianismo degradado actual, especialmente en lo tocante a la consecución de fondos, pues proporciona una oportunidad excelente para que los donantes hagan ostentación. Cuanto más grande sea el despliegue público, más dinero estarán dispuestos a dar. Indudablemente, presumir así proviene de la carne. Dar limosnas a los pobres para mostrar cuán generoso sea uno no tiene nada que ver con el enojo, la lujuria, ni el ser natural, sino con el yo, con la carne. Hacer ostentación de esta manera es simplemente jactarse. Por lo tanto, para nosotros los ciudadanos del reino un principio fundamental con respecto a las obras justas consiste en nunca presumir. Tanto como sea posible, debemos escondernos, mantenernos encubiertos, y actuar en secreto. Debemos mantenernos tan escondidos que, así como lo dice el Señor Jesús, nuestra mano izquierda no sepa lo que hace nuestra mano derecha (v. 3). Esto significa que no debemos dejar que los demás sepan lo que estamos haciendo. Por ejemplo, si usted ayuna por tres días, no demude su rostro ni ponga cara triste; al contrario, dé la impresión de que no ayuna para que el ayuno sea en secreto. No ayune en la presencia de los hombres, sino en la presencia secreta de su Padre celestial. Hacer esto es inmolar el yo y la carne.
Exhortamos a los santos para que funcionen en las reuniones de la iglesia. Sin embargo, existe el peligro de que nosotros funcionemos con el fin de presumir, o sea, que actuemos delante de los hombres para que nos vean. Si usted considera su propia experiencia, se dará cuenta que de las diez veces que usted ha funcionado, tal vez nueve de éstas las ha hecho con ostentación, lo cual glorifica el yo y la carne. Pero la constitución del reino celestial no cede un centímetro a nuestro enojo, a nuestra lujuria, ni a nuestro ser natural; tampoco cede terreno a nuestro yo, ni a nuestra carne. Por la misericordia y la gracia del Señor, debemos actuar en secreto tanto como sea posible. Siempre tratemos de hacer en secreto las cosas que agradan a Dios y son justas para con los hombres. No dejemos que otros sepan de ellas; simplemente debemos hacer nuestras obras justas en la presencia de Dios.
Nuestro Padre ve en secreto. Al orar a solas en el cuarto, nadie puede verlo a usted, pero su Padre celestial lo ve. No ore en la esquina de la calle ni en las sinagogas donde lo verán los hombres, sino en secreto para ser visto por su Padre, quien ve en secreto. Luego usted también recibirá de El una respuesta en secreto. Me preocupo de que muchos de nosotros sólo tengamos experiencias públicas y no tengamos ninguna experiencia en secreto. No sólo el Padre ve nuestras experiencias, sino que todos los demás las ven también. Esto indica que no rechazamos el yo ni repudiamos la carne. Siempre debemos hacerlo todo de manera que constantemente rechacemos el yo y repudiemos la carne. Si es posible, hágalo todo en secreto, sin dar oportunidad al yo ni ceder ningún terreno a la carne.
Aunque el Señor habla acerca de la recompensa (vs. 1, 5), lo importante aquí no es la recompensa, sino el crecimiento en vida. Los santos que crecen públicamente no crecen de manera saludable. Todos necesitamos algún crecimiento en vida que sea en secreto, algunas experiencias secretas de Cristo. Necesitamos orar al Señor, adorarlo, tocarlo y tener comunión con El en secreto. Quizás ni el que sea el más íntimo con nosotros sepa ni entienda lo que estamos haciendo. Necesitamos las experiencias secretas del Señor porque éstas matan nuestro yo y nuestra carne. Aunque el enojo y la lujuria son feos, lo que más impide que nosotros crezcamos en vida es el yo. El yo se manifiesta mayormente en el hecho de que disfrute hacerlo todo de manera pública, es decir, en la presencia de los hombres. Al yo le gusta hacer las obras justas delante de los hombres. Todos debemos confesar que, sin excepción, tenemos semejante yo. Los que siempre quieren actuar de tal modo, haciendo un despliegue público, están llenos del yo, es decir, de la carne. Al yo le encanta glorificarse, y a la carne le gusta que los demás la miren con aprecio. Probablemente usted nunca ha oído un mensaje basado en estos versículos, el cual trataba del yo y de la carne. Cuando llegamos a esta porción de la Palabra, es necesario ver que expone nuestro yo y nuestra carne.
Repito que lo crucial aquí no es la recompensa, sino el crecimiento en vida. Aquellos santos que sólo saben exhibir el yo y la carne no crecerán en vida. El verdadero crecimiento en vida corta el yo. Si el yo y la carne han sido cortados en algunas personas, tal vez podrían hablar de sus obras. No obstante, digo esto con mucho cuidado. No es saludable exponer nuestras obras justas. Por el contrario, debemos orar mucho, y al mismo tiempo no dejar que los demás sepan cuánto oramos, lo cual es sano. Si usted ora todos los días sin decírselo a otros ni dejar que ellos lo sepan, esto indica que usted es sano y que está creciendo. Sin embargo, supongamos que usted siempre les habla a otros acerca de cuánto ora. Si lo hace, no sólo perderá su recompensa, sino que también no logrará crecer en vida ni será sano. Todos debemos confesar que tenemos el yo sutil, la carne sutil, dentro de nosotros. Todos tenemos esta debilidad. Cuando oramos a solas en nuestra habitación, con frecuencia deseamos que otros nos oigan. Del mismo modo, hacemos nuestras obras justas con la intención de que los demás las vean. Dichos deseos e intenciones no son sanos; indican que no estamos creciendo en vida. Haciendo un despliegue público delante de los hombres nunca nos ayudará a crecer en vida. Si quiere usted crecer y ser sano en la vida espiritual, debe inmolar el yo con respecto a las obras justas. Sin considerar la clase de obras justas que hacemos, si consiste en dar cosas materiales a los santos, orar, ayunar, hacer algo que agrada a Dios, debemos hacer todo lo posible por hacerlas en secreto. Si nuestras obras justas se hacen en secreto, podemos estar seguros de que estamos creciendo en vida y somos sanos. Pero cuando hacemos ostentación y mostramos nuestras obras justas, no somos sanos. Dicha exhibición estorba en gran manera el crecimiento en vida.
El universo indica que Dios está escondido, que Dios es secreto. Aunque El ha hecho muchísimas cosas, la gente no percibe que El las ha hecho. Aunque hemos visto las cosas que El ha hecho, ninguno de nosotros lo ha visto jamás, porque El siempre está escondido, siempre es secreto. La vida de Dios tiene una naturaleza muy secreta y oculta. Si amamos a otros por nuestra propia vida, esta vida procurará exhibirse delante de los hombres. Pero si amamos a otros por el amor de Dios, este amor siempre permanecerá escondido. A nuestra vida humana le gusta hacer una exhibición, le gusta manifestarse, pero la vida de Dios siempre se esconde. Un hipócrita es el que manifiesta algo exteriormente sin poseer nada interiormente. Todo lo que tiene, se manifiesta para que todos lo vean; en éste no se puede encontrar una realidad interior. Esto es absolutamente opuesto a la naturaleza de Dios y a Su vida escondida. Aunque Dios tiene mucho interiormente, sólo un poco de ello se manifiesta. Si vivimos por esta vida divina, puede ser que oremos mucho sin hacer saber a otros cuánto hayamos orado. Es posible que demos muchísimo a otros, sin que otros sepan cuánto damos. Tal vez ayunemos con frecuencia, pero tampoco este hecho es conocido por otros. Quizás tengamos mucho interiormente, pero muy poco se manifestará. Esta es la naturaleza del pueblo del reino manifestada en sus obras justas.
Esto difiere mucho de la naturaleza de la gente mundana. Cuando las personas mundanas donan cien dólares, lo anuncian, dando la impresión de que han dado una cantidad mucho más grande. Pero cuando nosotros los cristianos demos cien dólares, es mejor que sólo hagamos saber a otros que hemos dado unos diez centavos. Hacemos más de lo que sea visto por otros. Nunca podremos dar así en nuestra vida natural. Es posible sólo en la vida divina, la cual no se goza en exhibirse. Este es el punto crucial de esta porción de la Palabra.
Si tomamos en serio el hecho de que somos el pueblo del reino, tenemos que vivir por la vida escondida de nuestro Padre. Es menester que no vivamos por nuestra vida natural, la cual siempre se exhibe. Si vivimos por la vida escondida del Padre, haremos muchas cosas sin hacerlas saber a otros. Más bien, todo lo que hagamos será en secreto, escondido de los ojos de los demás. Las biografías de muchos santos revelan que hacían ciertas cosas en secreto, las que no se dieron a conocer sino hasta después de su muerte. Esto es correcto. He conocido a varios santos queridos quienes han hecho cosas para el Señor, la iglesia, y los santos, pero todo en secreto; nunca desearon exhibirse o hacer saber a otros lo que habían hecho. Estas obras fueron hechas en conformidad con la naturaleza del Padre y según Su vida secreta y escondida.
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