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Estudio-vida de Hechospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1419-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 54 de 72 Sección 1 de 2

ESTUDIO-VIDA DE HECHOS

MENSAJE CINCUENTA Y CUATRO

LA PROPAGACION
EN ASIA MENOR Y EUROPA MEDIANTE
EL MINISTERIO DE LA COMPAÑIA DE PABLO

(20)

Lectura bíblica: Hch. 20:13-38

DIOS GANO LA IGLESIA POR SU PROPIA SANGRE

En 20:28 Pablo exhorta a los ancianos de la iglesia en Efeso a que pastoreen “la iglesia de Dios, la cual El ganó por Su propia sangre”. La palabra griega traducida “ganó” significa también adquirió o compró. Cuando compramos algo, significa que lo adquirimos o que lo ganamos. Dios adquirió o ganó la iglesia al comprarla. Si queremos comprar algo, debemos pagar un precio. ¿Cuál fue el precio que Dios pagó para comprar la iglesia? Según las palabras de Pablo en 20:28, Dios ganó la iglesia pagando el precio de “Su propia Sangre”.

La expresión “Su propia Sangre” del versículo 28 es poco usual y despierta mucha inquietud. ¿Acaso puede Dios tener sangre? Dios es Dios; El no es un hombre ni una criatura. Entonces, ¿Cómo puede Dios, el Creador, tener sangre?

Algunos intentan explicar esto diciendo que la sangre que se menciona en 20:28 es la sangre de Jesús, pero ¿cómo puede la sangre de Jesús ser la sangre de Dios? El Señor Jesús ciertamente es Dios, pero 20:28 no habla de Jesús sino de Dios. Si reflexionamos un poco, nos daremos cuenta que es muy difícil explicar esto teológicamente.

Hace más de dos siglos, Carlos Wesley compuso un himno en el que decía que Dios murió por nosotros. En este himno, él escribe:

¿Cómo será —qué gran amor—

Que por mí mueras Tú mi Dios?

Más adelante agrega: “¿Será que muere el Inmortal?” Wesley declaró que Dios murió por nosotros. Cuando yo traduje este himno al chino hace muchos años, esto me perturbó mucho. No estaba muy seguro de que debía traducirlo literalmente e indicar que Dios murió por nosotros. ¿Se atrevería usted a declarar que Dios murió por usted? Esta fue precisamente la visión que recibió Charles Wesley, y lo que declaró en su himno.

EL DIOS-HOMBRE

El Dios que murió por nosotros no es igual a como era antes de la encarnación, pues antes de encarnarse El no tenía sangre ni podía morir por nosotros. Sin embargo, después de que Dios se mezcló con la humanidad mediante la encarnación, El pudo morir por nosotros. Fue al hacerse carne que nuestro Dios, el Creador, Jehová el eterno, se mezcló con el hombre. Como resultado de esto, El dejó de ser solamente Dios, y llegó a ser un Dios-hombre. Como tal, El tenía sangre y podía morir por nosotros.

Cuando el Dios-hombre murió en la cruz, no solamente murió como hombre, sino también como Dios. El que murió en la cruz es Aquel que fue concebido por Dios y que nació con Dios. Puesto que era un Dios-hombre, el elemento divino se hallaba en El, pues dicho elemento se había mezclado con Su humanidad.

En la concepción del Señor Jesús, el Dios-hombre, la esencia divina del Espíritu Santo (Mt. 1:18-20; Lc. 1:35) fue engendrada en el vientre de María. Dicha concepción, la cual fue llevada a cabo con la esencia divina y la humana, constituyó una mezcla, la mezcla de la naturaleza divina con la naturaleza humana. Así se produjo el Dios-hombre; El es el Dios completo y el hombre perfecto, Aquel que posee tanto la naturaleza divina como la humana, las cuales pueden distinguirse sin que llegue a formarse una tercera naturaleza. Esta es la persona maravillosa y excelente de Jesús.

La concepción y el nacimiento del Señor Jesús constituyeron la encarnación de Dios (Jn. 1:14), en la cual la esencia divina fue añadida a la esencia humana, produciendo así al Dios-hombre, a una persona con dos naturalezas: la divina y la humana. De esta forma, Dios se unió al elemento humano y se manifestó en la carne (1 Ti. 3:16), a fin de ser el Salvador (Lc. 2:11), quien murió y derramó Su sangre por nosotros.

LA SANGRE DE JESUS, EL HIJO DE DIOS

La sangre que redimió a los seres humanos caídos fue la sangre de Jesús, el Hijo de Dios. Nosotros los seres humanos sólo podíamos ser redimidos con auténtica sangre humana. Al hacerse hombre, el Señor Jesús podía satisfacer este requisito. Por tanto, El derramó Su sangre humana con el fin de redimir a toda la humanidad caída. Además, el Señor Jesús era el Hijo de Dios, en realidad era Dios mismo. Debido a esto, Su sangre poseía el elemento de la eternidad, el cual asegura la eficacia eterna de Su sangre. Así que, como hombre, El tenía auténtica sangre humana, y como Dios, poseía el elemento que le daba a la sangre una eficacia eterna.

Leamos 1 Juan 1:7, que dice: “La Sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado”. El nombre “Jesús” alude a la humanidad del Señor, sin la cual, la sangre redentora no podía ser derramada, y el título “Su Hijo” denota la divinidad del Señor, la cual hace que la sangre redentora tenga eficacia eterna. Así que, la expresión “la sangre de Jesús Su Hijo” indica que esta sangre pertenece a un hombre genuino, la cual fue derramada para redimir la creación caída, con la seguridad divina como su eficacia eterna, una eficacia que prevalece sobre todo y en todo lugar, y que es perpetua en cuanto al tiempo.

La sangre que derramó el Señor en la cruz era la sangre de Jesús, el Hijo de Dios; no sólo era la sangre de Jesús, sino también la sangre del Hijo de Dios. Por esta razón, la redención que llevó a cabo el Dios-hombre, Aquel que estaba mezclado con Dios, era una redención eterna.

Si la redención efectuada en la cruz la hubiera llevado a cabo un hombre común y corriente, no tendría eficacia eterna. Aunque esta sangre pudiera redimir a una persona, no tendría suficiente eficacia como para redimir a millones de creyentes. Dado que el hombre es un ser limitado, jamás podría morir por millones de sus semejantes. El hombre es un ser mortal y limitado, pero Dios es eterno e ilimitado. El elemento divino, el cual es eterno e ilimitado, se halla en la redención de Cristo. Esta es la razón por la cual Hebreos 9:12 habla de una eterna redención.

Debemos ver que la sangre que derramó el Señor Jesús en la cruz es eterna. No solamente es la sangre de un hombre, sino la de un hombre que estaba mezclado con el elemento divino. Por consiguiente, esta sangre, la sangre de Jesús el Hijo de Dios, es eterna. En Hechos 20:28, Pablo se atrevió a referirse a esta sangre como la propia sangre de Dios.


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