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Estudio-vida de Filipensespor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0338-5
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Actualmente disponible en: Capítulo 50 de 62 Sección 1 de 3

ESTUDIO-VIDA DE FILIPENSES

MENSAJE CINCUENTA

EL SACRIFICIO DE LA FE DE LOS CREYENTES

Lectura bíblica: Fil. 2:17-18; 1:25; 3:9; Ef. 1:13; 2:8; 3:17; Gá. 2:20; 5:6; Col. 1:3-4; 2:12

Filipenses 2:17 dice: “Y aunque sea derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe, me gozo y regocijo con todos vosotros”. En este versículo Pablo habla del “sacrificio y servicio de vuestra fe”, una frase difícil de entender para los estudiantes de la Biblia. En este versículo notamos dos asuntos relacionados con la fe de los creyentes: el sacrificio y el servicio. Pablo consideraba la fe de los creyentes como un sacrificio ofrecido a Dios. La palabra “servicio” hace alusión a los sacrificios que ofrecía un sacerdote. Por lo tanto, era como si Pablo dijera: “Filipenses, yo considero vuestra fe como un sacrificio ofrecido a Dios, y el hecho de poder presentársela a El, como un servicio”. En este mensaje nos concentraremos en la primera parte, a saber, el sacrificio de la fe de los creyentes.

En la epístola de Filipenses Pablo usa ciertas expresiones extraordinarias, como “la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo” (1:19), “enarbolando la palabra de vida” (2:16), y “el sacrificio y servicio de vuestra fe”. Si queremos conocer el secreto de experimentar a Cristo como lo revela esta epístola, debemos entender estas expresiones.

LA FE COMO UN SACRIFICIO OFRECIDO A DIOS

¿Cuál es la fe que puede considerarse como un sacrificio ofrecido a Dios? Como creyentes, todos poseemos cierta medida de fe; de lo contrario, no podríamos creer en Cristo. Aun así, debemos preguntarnos si nuestra fe puede ser considerada como un sacrificio que los apóstoles pueden ofrecer gozosamente a Dios. Pablo era un sacerdote neotestamentario. El declaró en Romanos 15:16: “Para ser ministro de Cristo Jesús a los gentiles, un sacerdote que labora, sacerdote del evangelio de Dios, para que los gentiles sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo”. Como sacerdote del evangelio, Pablo ofrecía a los que eran salvos mediante su predicación, como un sacrificio a Dios. No obstante, notamos que, en Filipenses 2:17, el sacrificio no se refiere a los creyentes mismos, sino a la fe de ellos. Por lo tanto, Filipenses 2:17 presenta un pensamiento más profundo que el de Romanos 15:16. ¿Había considerado alguna vez que su fe es un sacrificio que un ministro como Pablo puede ofrecer a Dios?

El versículo 17 muestra que Pablo estaba dispuesto a ser derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de la fe de los creyentes. Pablo comprendía que tarde o temprano sufriría el martirio, y que como mártir, sería derramado en libación sobre el sacrificio de la fe de los creyentes. En el Antiguo Testamento, la libación se derramaba sobre alguna de las ofrendas básicas. Sin una ofrenda básica, no podía haber libación. Pablo consideraba su martirio como una libación derramada sobre la fe de los filipenses. Por consiguiente, es importante entender cuál es la fe que puede constituir un sacrificio sobre el cual puede derramarse la libación. En este mensaje trataremos de entender cuál era la fe a la que Pablo se refería en Filipenses 2:17.

LA FE, LA PALABRA Y EL ESPIRITU

La fe mencionada en este versículo no es exactamente la misma que se menciona en otras partes de la Biblia. Por ejemplo, en Efesios 1:13 dice: “En El también vosotros, habiendo oído la palabra de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y en El habiendo creído, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”. Cuando oímos la palabra de la verdad y creímos en Cristo, fuimos sellados con el Espíritu Santo. En este versículo tenemos la palabra, la fe y el Espíritu. Cuando alguien oye la palabra y cree en ella, recibe al Espíritu. La palabra, la fe y el Espíritu son uno.

El Verbo es la expresión de Dios (Jn. 1:1) y Dios es la fuente del Verbo. Cuando tenemos el Verbo, tenemos a Dios, puesto el Verbo es la expresión de Dios.

El evangelio de Juan revela que el Verbo es tanto Dios como el Espíritu. Además, Cristo es también Dios, el Espíritu y el Verbo. Cristo es el Verbo y el Verbo es Dios. Esto muestra que existe una relación maravillosa entre Dios, Cristo, el Espíritu y el Verbo. El Verbo es Dios y el Espíritu, y Cristo también es Dios y el Espíritu. Por un lado, Cristo es el Verbo, y por otro, el Verbo es Cristo. De la misma manera, Dios es el Espíritu y el Espíritu es Dios. Por consiguiente, aquí vemos que el Dios Triuno está corporificado en el Verbo.

El Dios Triuno está corporificado en el Verbo, y este Verbo vino a nosotros. El Verbo que estaba con Dios y era Dios, un día se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros (Jn. 1:1, 14). Conforme a Juan 20, el Verbo encarnado fue adorado como Dios. Dirigiéndose a El, Tomás dijo: “Señor mío, y Dios mío” (Jn. 20:28). El Verbo no es solamente nuestro Dios, sino también la forma en la que nuestro Dios vino a nosotros. Nuestro Dios vino a nosotros en la forma corporificada del Verbo. Por otra parte, Efesios 6:17 declara que el Espíritu es el Verbo. Así, vemos que el maravilloso Dios Triuno está corporificado en el Verbo, y que el Verbo ha venido a nosotros. Cuando el Verbo viene, en realidad vienen Dios, Cristo, y el Espíritu. Los tres del Dios Triuno vienen con el Verbo.

Ahora bien, la función primordial del Verbo es infundirnos la fe. Les aseguro que después de repetir un versículo diez veces, recibirán una infusión de fe. Incluso si un ateo lee Juan 3:16 y repite este versículo varias veces, el Verbo le infundirá fe.

La función del Espíritu es infundirnos la fe mediante la Palabra. La fe es tanto el producto del Verbo como la función del Espíritu. Cuando el Verbo viene a nosotros y tenemos contacto con El, recibimos el Espíritu; es decir, que cuando el Verbo llega a nosotros y nosotros lo tocamos, éste llega a ser el Espíritu en nuestra experiencia. Por lo tanto, el Verbo primero viene a nosotros y después llega a ser el Espíritu en nosotros.

En nuestra experiencia, el Verbo se convierte en el Espíritu. Un ejemplo de esto es la manera en que encendemos un cerillo. La cabeza del cerillo está hecha de fósforo, por eso se enciende al friccionarla correctamente. ¿Son la llama y el fósforo dos cosas distintas? No, la llama es simplemente la combustión del fósforo. De la misma manera, el Espíritu es la “combustión” del Verbo. Cuando experimentamos esta combustión, el “fuego” nos hace “arder”. La acción de arder corresponde a la fe.

Al principio de mi vida cristiana yo anhelaba tener fe, y por eso leía muchos libros sobre este tema. Sin embargo, ninguno de ellos me ayudó a entender lo que era la fe en realidad. Sólo en años recientes vine a descubrir por experiencia lo que es la fe. La fe procede de la palabra, la cual nos infunde el elemento divino. Por consiguiente, la fe es el producto de la palabra y de la función del Espíritu. Cuando unimos la palabra y el Espíritu, espontáneamente obtenemos la fe. Como hemos dicho, la fe, la palabra y el Espíritu son uno.

Si usted medita sobre esta definición de la fe en la presencia del Señor, ciertamente lo adorará. Se dará cuenta de que cada vez que brota la fe genuina en su interior, la palabra estará presente y el Espíritu será hecho real en su experiencia. Es imposible tener fe sin la palabra y el Espíritu.


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