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Estudio-vida de Hebreospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3845-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

Actualmente disponible en: Capítulo 56 de 69 Sección 1 de 4

ESTUDIO-VIDA DE HEBREOS

MENSAJE CINCUENTA Y SEIS

LAS EXPERIENCIAS QUE TENEMOS DE CRISTO TIENEN COMO OBJETIVO LA VIDA DE IGLESIA

En este mensaje veremos que las experiencias que tenemos de Cristo tienen como objetivo la vida de iglesia (13:8-15). Sin embargo, antes de hablar sobre este tema, siento la carga de decir algo más con respecto al camino, la carrera y las sendas, y en particular, mostrar cómo la carrera se convierte en las muchas sendas.

Al observar la manera en que se encontraban distribuidos los muebles del tabernáculo, podemos ver cómo Cristo es el camino y la carrera, y cómo la carrera llega a ser las muchas sendas. Como hemos visto, el altar y el lavacro se encontraban en el atrio; la mesa de los panes de la proposición, el candelero y el altar del incienso se hallaban en el Lugar Santo; y el Arca que contenía la urna de oro, la vara que reverdeció y las tablas de la ley, estaba en el Lugar Santísimo. El altar del holocausto, el lavacro, el altar del incienso y el Arca estaban ubicados en línea recta, mientras que la mesa de los panes de la proposición y el candelero formaban una línea perpendicular a la anterior. De manera que estas dos líneas formaban una cruz, y cada uno de los muebles representaba un aspecto de Cristo.

Analicemos la experiencia de un pecador que acude a Cristo. Él primero viene al altar y allí se arrodilla, confiesa sus pecados y toma a Cristo como su sustituto, Redentor y Salvador. Es aquí en el altar donde él empieza a disfrutar a Cristo. Después de experimentar a Cristo en el altar, prosigue hacia el lavacro, que representa el hecho de que el Redentor fue hecho Espíritu vivificante (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17), y allí experimenta el lavamiento del agua viva. El lavamiento del agua viva en el lavacro es diferente del lavamiento de la sangre que tiene lugar en el altar. La sangre del altar nos lava y nos limpia de nuestros pecados, mientras que el agua del lavacro nos lava del polvo terrenal.

Mientras que muchos cristianos van y vuelven constantemente del altar al lavacro y del lavacro al altar, nosotros debemos avanzar por la senda recta que nos conduce al Lugar Santo. Una vez que entramos al Lugar Santo, debemos doblar a la derecha hacia la mesa de los panes de la proposición, donde podemos disfrutar a Cristo como el pan de vida. Antes de entrar a la vida de iglesia nunca llegamos a oír que Cristo fuera comestible. Pero el Señor Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida”, y “el que me come, él también vivirá por causa de Mí” (Jn. 6:48, 57). Ahora que estamos en la iglesia, se nos ha ayudado a comer a Cristo, a alimentarnos de Él, e incluso a masticarlo y digerirlo. Después de alimentarnos de Cristo en la mesa de los panes de la proposición, debemos dar media vuelta y avanzar por esa senda recta hacia el candelero. Al estar frente al candelero somos iluminados por la luz de la vida (Jn. 1:4), es decir, por la luz que proviene de habernos alimentado de Cristo. Después debemos dar otra media vuelta y dirigirnos a la línea central y dar vuelta a la izquierda para llegar al altar del incienso y experimentar a Cristo en resurrección como el olor fragante por el cual somos aceptos delante de Dios. Esta experiencia del altar del incienso luego nos conducirá directamente hacia el Lugar Santísimo. De manera que en el tabernáculo podemos encontrar varias sendas: la senda que va de la cruz hacia el lavacro; la que va del lavacro hacia la mesa de los panes; la que va de la mesa de los panes hacia el candelero; la que va del candelero hacia el altar del incienso; y finalmente, la que va del altar del incienso hacia el Arca, que está dentro del Lugar Santísimo. Una vez que entramos al Lugar Santísimo, nos hallamos dentro de la gloria shekiná. Sin embargo, no debemos detenernos allí, sino que debemos proseguir y experimentar cada uno de los elementos que están dentro del Arca, es decir, debemos alimentarnos de Cristo como el maná escondido, participar de Él como la vara que reverdeció y experimentar la operación de la ley de vida. Como hemos visto, por la operación de la ley de vida llegamos a ser la reproducción corporativa del prototipo de Dios para el cumplimiento de Su propósito eterno. Todas las sendas que nos conducen desde el altar del atrio hasta el Arca del Lugar Santísimo, son el camino que debemos recorrer para poder cumplir la economía de Dios y disfrutar nuestra primogenitura. En última instancia, éste es el camino que nos conduce a la perfección y glorificación, y al pleno disfrute de Dios. Todo lo que necesitamos se encuentra en este camino.

Una vez que empezamos a andar por este camino, no debemos detenernos en ningún punto ni debemos titubear. Debemos correr la carrera, olvidándonos del judaísmo, del cristianismo y de cualquier otra religión. Una vez que empezamos a correr en este camino, éste se convierte para nosotros en una carrera que se compone de muchas sendas. La senda del altar al lavacro, la senda del lavacro a la mesa de los panes de la proposición, la senda que va de la mesa de los panes al candelero, la que va del candelero al altar del incienso, y por último, la que va del altar del incienso al Arca del Testimonio. Éstas son las sendas que conforman el camino único de Dios.

¿Por qué es necesario dar tantos giros en Cristo como el camino? Debido a que requerimos que la cruz elimine todos los elementos negativos que hay en nosotros. Como dije antes, la distribución de los muebles del tabernáculo tenía la forma de una cruz. El camino en Cristo tiene la forma de una cruz. De hecho, el camino es la cruz. Cuando empezamos a andar por él, junto al altar en el atrio, nos encontramos llenos de elementos negativos, tales como el pecado, el mundo, la carne, la lujuria y Satanás. Pero a medida que avanzamos por las sendas, y damos los giros necesarios, estos elementos negativos van siendo eliminados. Finalmente, cuando llegamos al Arca del Testimonio en el Lugar Santísimo, somos personas purificadas. Repito que todos los elementos negativos son eliminados en cada uno de los giros que forman las sendas. Lo que permanece después de haber efectuado dichos giros es una humanidad resucitada y elevada, la cual es apta para mezclarse con la divinidad. ¡Cuán maravilloso es esto! Solamente Dios podría haberlo diseñado así.

Ahora hablemos de las experiencias que tenemos de Cristo mencionadas en Hebreos 13:8-15. Ya que se habían abarcado tantos asuntos en los primeros doce capítulos de Hebreos, ¿por qué era necesario que el escritor incluyera las experiencias que tenemos de Cristo mencionadas en el capítulo 13? La razón es que los judaizantes estaban usando un aspecto de sus ceremonias religiosas para atraer a los creyentes hebreos: los alimentos que se preparaban en sus días festivos. De acuerdo con el Antiguo Testamento, los hijos de Israel subían a Jerusalén tres veces al año para adorar a Dios en sus fiestas anuales, y se reunían allí por varios días para festejar. Durante dichas festividades ellos disfrutaban las comidas especiales de las fiestas. Esta acción de comer juntos, una práctica muy atractiva, constituye el contexto del versículo 9, que dice: “No os dejéis llevar de enseñanzas diversas y extrañas; porque buena cosas es que el corazón sea afirmado por la gracia, no con alimentos ceremoniales, que nunca aprovecharon a los que andaban confiados en ellos”. Los alimentos aquí mencionados, en contraste con la gracia, son los alimentos usados en las ceremonias religiosas del antiguo pacto (9:10; Col. 2:16). Los judaizantes intentaron usar tales alimentos para desviar a los creyentes hebreos del disfrute de la gracia, la cual es la participación del nuevo pacto en Cristo.

Cuando se acercaban las fechas de tales festividades, los israelitas se entusiasmaban mucho, incluso mucho más de lo que se entusiasman los norteamericanos y europeos por la Navidad. Era muy difícil para los que buscaban a Cristo mantenerse alejados de tal atracción. Los judaizantes seguramente se acercaron a los creyentes hebreos y les dijeron: “En pocos días empezará la Fiesta de los Tabernáculos. Si ustedes no asisten, se perderán este disfrute. ¿Dónde van a estar ustedes mientras nosotros cantamos, convivimos y disfrutamos de todas las riquezas de la buena tierra? Ustedes van a reunirse con esa iglesia en una pequeña casa. ¿Qué van a comer allí? Si ustedes insisten en ir allí, perderán el privilegio de sacrificar los animales y comerlos. Si realmente quieren comer, tienen que ir con nosotros al templo. Pero ustedes han abandonado nuestras fiestas preciosas. Ciertamente eso significa que ustedes los cristianos han perdido todo este disfrute”. Si usted hubiera sido un judío de aquella época, ¿podría haber resistido a tal atracción? Estoy seguro de que la mayoría de nosotros no habríamos podido resistir. Ahora supongamos que un creyente les hubiera dicho a los demás creyentes hebreos: “No regresen al templo, pues, si lo hacen, caerán de la gracia de Dios. No escuchen las enseñanzas extrañas acerca de las comidas de nuestra antigua religión. Cristo es la realidad. Él lo es todo”. En medio de tal dilema, los creyentes hebreos no sabían qué hacer. Ésta fue la razón por la cual el escritor los exhortó severamente en el capítulo 13.


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