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Estudio-vida de Efesiospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0334-7
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ESTUDIO-VIDA DE EFESIOS

MENSAJE SESENTA Y CINCO

TODA LA ARMADURA DE DIOS

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En el mensaje anterior hablamos de los tres primeros componentes de la armadura de Dios: el cinto, la coraza y el calzado. El cinto está relacionado con la verdad; la coraza, con la justicia; y el calzado, con la paz. Vimos que la verdad es Dios expresado en nuestra vida como la norma, el patrón y el principio de nuestro vivir. La justicia es el Cristo que disfrutamos y experimentamos como la coraza que cubre nuestra conciencia. Si la verdad está presente en nuestro vivir, ciertamente la justicia nos cubrirá. La Biblia revela que la justicia produce paz: paz con Dios y con los hombres. Esta paz es la que Cristo logró por nosotros en la cruz. Por consiguiente, tener el cinto, la coraza y el calzado equivale a tener la verdad, la justicia y la paz. Cuando expresamos a Dios en nuestro diario vivir, estamos cubiertos con Cristo como nuestra justicia y tenemos paz como nuestro firme cimiento. Entonces estamos preparados para luchar contra el enemigo.

I. EL ESCUDO DE LA FE

El versículo 16 dice: “Y sobre todo, habiendo tomado el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno”. Necesitamos la verdad para ceñir nuestros lomos, la justicia para cubrir nuestra consciencia, la paz para calzar nuestros pies, y el escudo de la fe para proteger todo nuestro ser. Si vivimos por Dios, quien es la verdad, tendremos justicia (4:24), y la paz proviene de la justicia (He. 12:11; Is. 32:17). Habiendo conseguido todo lo mencionado, podemos fácilmente tener fe, la cual es un escudo que nos protege contra los dardos de fuego del maligno. Cristo es el Autor y Perfeccionador de esta fe (He. 12:2). Para poder estar firmes en la batalla, necesitamos estar equipados con estas cuatro piezas de la armadura de Dios.

El escudo de la fe no es algo que nos ponemos, sino algo que tomamos para protegernos contra los ataques del enemigo. La fe viene después de la verdad, la justicia y la paz. Si experimentamos la verdad en nuestro vivir, la justicia como nuestra cubierta y la paz como nuestra posición, espontáneamente tendremos fe. Esta fe nos salvaguarda de los dardos de fuego, de los ataques, del enemigo.

Ahora debemos examinar en detalle qué es el escudo de la fe. Ciertamente nosotros no obtenemos la fe por nuestra propia habilidad, fuerza, mérito o virtud. Nuestra fe tiene que estar puesta en Dios (Mr. 11:22). Dios es un Dios real, viviente, presente y disponible. Debemos poner nuestra fe en El.

Debemos creer también en el corazón de Dios. Todo cristiano debe conocer a Dios y el corazón de Dios. El corazón de Dios siempre desea lo mejor para nosotros. No importa lo que nos acontezca o los sufrimientos que tengamos que pasar, siempre debemos creer en la bondad del corazón de Dios. Dios no tiene ninguna intención de castigarnos, lastimarnos ni hacernos sufrir.

Además de tener fe en el corazón de Dios, debemos creer en la fidelidad de Dios. Nosotros podemos cambiar, pero Dios nunca cambia. Como lo declara Jacobo 1:17, en El no hay sombra de variación. Además, Dios no miente (Tit. 1:2); El siempre es fiel a Su palabra.

Dios no solamente es fiel, sino también poderoso. Por tanto, debemos tener fe en el poder de Dios. En 3:20 Pablo declara que Dios “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos”.

Otro aspecto de nuestra fe es que creemos en la palabra de Dios. Dios está obligado a cumplir todo lo que ha dicho. Cuanto más habla, más se compromete a cumplir Su palabra. Podemos decirle: “Dios, Tú hablaste, y Tu Palabra escrita está en nuestras manos. Señor, estás obligado a cumplir Tu palabra”. ¡Aleluya por la palabra fiel de Dios!

También debemos tener fe en la voluntad de Dios. Por ser un Dios de propósito, El tiene una voluntad, y Su voluntad con respecto a nosotros siempre es positiva. Así que, independientemente de lo que nos acontezca, no nos debe importar nuestra felicidad ni el ambiente que nos rodee, sino la voluntad de Dios. Nuestras circunstancias pueden cambiar, pero la voluntad de Dios nunca cambia.

Además, debemos tener fe en la soberanía de Dios. Ya que Dios es soberano, El nunca podría equivocarse. Bajo Su soberanía, hasta nuestros errores obran para nuestro bien. Si Dios en Su soberanía no nos permitiera cometer errores, no nos sería posible cometerlos. (Sin embargo, esto no quiere decir que debemos cometer errores intencionalmente.) Cuando erremos, debemos arrepentirnos; sin embargo, no es necesario lamentarnos, porque eso significaría que nos falta fe. Después de arrepentirnos por haber cometido una falta, por haber errado, debemos ejercitar nuestra fe en la soberanía de Dios, pues no habríamos cometido ese error si El soberanamente no lo hubiera permitido. Por tanto, no es necesario lamentarse.

Debemos poner toda nuestra fe en Dios, en Su corazón, en Su fidelidad, en Su poder, en Su palabra, en Su voluntad y en Su soberanía. Si tenemos tal fe, los dardos de fuego de Satanás no podrán hacernos daño.

Los dardos de fuego son las tentaciones, propuestas, dudas, preguntas, mentiras y ataques de Satanás. En la época de los apóstoles, los guerreros usaban dardos de fuego, y el apóstol usó esta analogía para describir los ataques que Satanás dirige contra nosotros. Cada tentación es un engaño, una promesa falsa. Los dardos de fuego incluyen las propuestas que el diablo nos hace. Cuando despertamos por la mañana, a menudo Satanás nos hace propuestas. Por esta razón, lo primero que debemos hacer al levantarnos es acudir a la Palabra. Si no estamos en la Palabra, no tendremos ninguna protección contra las propuestas del diablo. Las dudas y las preguntas también son dardos de fuego provenientes de Satanás. ¿Habían notado ustedes que el signo de interrogación se parece mucho a una serpiente? Fue Satanás quien le preguntó a Eva: “¿Conque Dios os ha dicho?” (Gn. 3:1). Cuando el diablo nos hace preguntas de esta manera, nuestra respuesta debe ser huir, sin siquiera dirigirle la palabra. Muchas veces Satanás nos ataca con mentiras; pero el escudo de la fe nos guarda de estos dardos de fuego.

Los dardos de fuego del diablo llegan en forma de pensamientos, los cuales él inyecta a nuestra mente. Aparentemente esos pensamientos son nuestros, pero de hecho pertenecen a Satanás. Yo solía creer que tales pensamientos eran míos, pero más tarde comencé a darme cuenta de que provenían de Satanás. Descubrí esto al ver que ellos volvían a mí aun después de que había decidido no retenerlos. Me di cuenta de que esos pensamientos no eran míos, sino de Satanás. Antes de ese tiempo, mi práctica era confesar todos esos pensamientos al Señor, pero ahora rehúso a confesarlos. Posiblemente algunas personas piensen que, aunque estos pensamientos provengan de Satanás, nos son inyectados porque somos malos. No lo debemos creer; antes bien, debemos decir: “Señor, soy un ser caído, pero Tú me limpias. Satanás, este pensamiento es tuyo, y tú debes llevar la responsabilidad por ello; yo no compartiré esa responsabilidad contigo”. No obstante, debido a que algunas personas tienen una conciencia demasiado sensible, ellas siguen confesando cosas provocadas por Satanás. Nunca debemos confesar pensamientos que Satanás, en su sutileza, inyecte en nosotros.

Si queremos tener la fe que nos protege de los dardos de fuego de Satanás, necesitamos un espíritu apropiado y una conciencia que esté libre de ofensa. Sin embargo, la fe no radica principalmente en nuestro espíritu ni en nuestra conciencia, sino en nuestra voluntad, que es la parte más fuerte de nuestro corazón. El Nuevo Testamento declara que nosotros creemos con el corazón (Ro. 10:10). Según nuestra experiencia, la fe que ejercemos en nuestro corazón se relaciona principalmente con el ejercicio de nuestra voluntad. Ninguna persona con voluntad de medusa tendrá una fe fuerte. En Jacobo 1:6 se nos dice que los que dudan son como olas del mar que son llevadas por el viento. Esta clase de persona tiene una voluntad vacilante. Por consiguiente, si queremos tener fe, tenemos que ejercitar nuestra voluntad.


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